Fantasía. Cap. 4: el calor del elfo
El chispazo súbito de la luz que subió arrojando llamas azules y luego rojas. Su espalda se dibujaba perfectamente contra el creciente espacio de la luz..
Balam prendió la fogata tan rápidamente que no pude distinguir los movimientos, más que en el vibrar de su ropa y el chispazo súbito de la luz que subió arrojando llamas azules y luego rojas. Su espalda se dibujaba perfectamente contra el creciente espacio de la luz.
Desde la cama lo espié en sus actividades, oculto bajo la manta bordada y sin moverme en lo más mínimo para evitar que notara mi vigilia. El elfo se deslizaba entre las cosas de la habitación, vertiendo agua y polvo de hojas dentro de un recipiente sobre el fuego. Estaba desnudo como al dormirnos en la tarde luego de hacer el amor sobre la hamaca donde ahora sentía el enredo de las sábanas y la modorra atarme silenciosamente.
Mi pereza terminó abruptamente cuando su sombra me cubrió de pronto y el humo de la taza de té caliente me inundó el rostro. Levanté la cabeza y capturó mi boca con un beso, sin darme tiempo a nada. Se deslizó sobre mi cuerpo en la hamaca y enredó sus miembros con los míos dejándome equilibrar la taza a un lado intentando evitar derramar el líquido caliente. Finalmente escondió el rostro en el hueco de mi hombro y murmuró palabras en su lengua, mientras su miembro crecía lentamente apretujado entre nuestros vientres.
No dejaba de sorprenderme su confianza. Horas antes apenas éramos desconocidos pero ahora me ofrecía su hogar, su comida y su sexo sin siquiera interrogarme sobre mis intenciones o mis secretos. Esa confianza desmedida y generosa me hacía sentir infinitamente cómodo entre sus brazos, como si la felicidad me creciera dentro del pecho haciéndome doler el aire.
Contorsionándome bebí el té de un trago que me quemó hasta el estómago, y me voltee para encontrarme con sus ojos que me miraban fijamente al rostro. Nuestras bocas se unieron infinidad de veces, perdiéndonos entre caricias y susurros de amor tontos donde nos decíamos las maravillas que los enamorados se dicen cuando están unidos definitivamente.
Su verga ahora estaba rígida, calentando el ambiente bajo la manta. Se frotó contra mi abdomen lentamente sin separar nuestras miradas que se buscaban la intimidad en el fondo de los ojos del otro. Su mano descendió entre mis piernas, húmeda de saliva, apoyando la yema de los dedos sobre mi entrada con una caricia y una presión suave. Levanté las piernas para rodearle la cintura y ofrecerle mi ano más cómodamente; él escupió poco más en sus dedos y se frotó la verga preparándonos para el amor.
Me penetró profunda, lentamente llenándonos ambos de ese instante. Sentí el culo taparse de su miembro y el sostuvo un largo suspiro a medida que se hundía en mi interior. Gimió en su lengua palabras incomprensibles, una oración en la que distinguí palabras repetidas sin saber su significado. Debió notar mi ignorancia porque tradujo con una sonrisa: “estás tan caliente y apretado, mi amor hermoso. Me quedaría toda la vida en tu interior haciéndonos uno solo con este calor que me das.” El elfo tenía lengua de poeta.
También tenía cierta experticia en el arte de dominar a un hombre pasivo durante la penetración. Lentamente me llevó hacia la posición de mayor entrega, donde más indefenso quedase ante sus embestidas. Una combinación de besos y caricias con nalgadas duras y mordiscos en mi cuello y pecho, las manos aprisionadas en lo alto, la cintura elevada mientras mis piernas eran obligadas por su peso a flexionarse sostenidas en sus hombros. Ahora su dominio era completo, la verga me entraba firmemente en lo profundo del culo mientras gemía descontroladamente totalmente a su merced.
La monta se prolongó poco más, porque él no buscaba mantenernos en esa situación sino acabar lo más cómodamente posible. Con el orgasmo en ciernes, sus golpes aumentaron el ritmo y la fuerza empujándome a las profundidades de la hamaca donde yo lo recibía gustosamente, aturdido por el placer de la situación. Acabo generosamente, cubriéndome con su cuerpo en espasmos y jadeos que marcaba su intento de depositar su carga en lo profundo de mi interior sin dejar escapar ni una gota.
Durante los siguientes días el sexo se volvió mi actividad prioritaria, más que comer o que cazar. Balam era inagotable haciendo el amor, porque su habilidad estaba en la búsqueda constante de pequeñas experiencias. Exploramos sus gustos y los míos, complementándonos para encontrarnos. Aprendí como chuparle la verga y las bolas para obtener mejores y más copiosos sus orgasmos en mi lengua, y me dejé hacer infinidad de veces con su rostro hundido en mi culo, acariciándome el ano con su lengua.
A veces solo nos quedábamos tendidos, enredados nuestros cuerpos, dándonos pequeños bocados el uno al otro y murmurando frases empalagosas, respirando el vapor del sexo en derredor.
Al terminar la cogida, se desprendió lentamente de mí, y bajó de la hamaca jadeante hacia el baño, pero me adelante lo más rápido que pude. Llego detrás con el ceño fruncido de preocupación que se disipó al instante de comprender mis intenciones. Me arrodillé en el piso fresco del baño, ofreciéndole mi espalda y mi culo aún dilatado para su desahogo, que no tardó en venir. Con un jadeo de placer y esfuerzo apuntó el chorro directo al centro de mi espalda y me bañó lentamente; orinó abundantemente sobre mi deslizando el chorro hacia mi nuca mientras el líquido caliente, vaporoso, me recorría el cuerpo empapándome completo. Finalmente apuntó hacia mi culo y sentí rebotar su meada contra los bordes expandidos de mi orto. Cuando terminó yo olía por completo a su esencia, y me sentía el puto más completo y feliz del universo. Marcado indeleblemente por el macho maravilloso que solo momentos antes me llenara de su esperma.
A partir de ese hecho, el elfo se animó a probar cosas que hasta entonces apenas había insinuado. En nuestros siguientes encuentros su gusto dominante sobresalió notoriamente, y me dejé hacer entregándome a sus pequeñas señales de exigencia que fueron apareciendo.
Una soga suave y gruesa me rodeó cada muslo dejándome apenas la distancia necesaria, luego el lazo corrió por mi cuello obligándome a aceptar el ángulo de entrega, con el culo completamente expuesto a su verga. Una mezcla de miedo y excitación me invadió el pecho a medida que sus dedos me exploraban lentamente el recto, abriéndolo para el sexo. Me penetró así, dominado por las cuerdas y por su peso, con el rostro pegado al suelo mientras gemía incontrolablemente. El orgasmo fue tan intenso en mi interior que me sentí desmayar; oía su respiración en mi espalda y sus manos me rodeaban pero no podía moverme. Finalmente descabalgó y deshizo el nudo lo suficiente para aflojar mi posición. Me recosté en su pecho sobre el piso ambos, escuchando latir su corazón. Tenía el culo adolorido por las pulsiones, los ojos nublados de placer; pero estaba enamorado.
Se lo susurré en su pequeña oreja puntiaguda, haciéndolo reír con mi confesión y me levantó para llevarme al baño en sus brazos. Nuevamente me orinó antes de bañarnos, pero esta vez fue diferente. Ambos sentíamos que era una pequeña costumbre que se instauraba entre nosotros, como un epílogo íntimo al sexo y los orgasmos. Para mí, era otra forma de entregarle mi devoción; para él, otro momento donde disfrutar su dominio poseyéndome de la manera más personal posible.
Nos lavamos juntos sentados sobre el piso de piedra riéndonos como nenitos, desnudos y felices, antes de volver a la hamaca para dormir hasta que el sol estuviese en lo más alto.
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