FUTURLAND 2 (EL NIÑO Y EL CONSOLADOR)
Albert prepara su tierno ano con un consolador para la ceremonia del domingo, en la que probará, por primera vez, un pene de verdad.
Albert era un chico rechoncho. Piel fina, imberbe lo cual le daba una apariencia de niño que le hacía parecer aún de menos edad aunque estaba a punto de cumplir 13 años. Caminaba desnudo o con un taparrabos blanco muy fácil de quitar. Desde los 11 años había aprendido del placer anal y a meterse consoladores de pequeño tamaño. Pero sabía que el domingo sería su ceremonia de iniciación y que por fin probaría una polla.
Todos los habitantes de aquel planeta en el que sólo había machos de dos castas –alfas y omegas–, sabían de su posición social en la tribu. Los alfas (de polla gorda), aprendían que tenían que dominar a los omegas y los omegas aprendían que tenían que ser sometidos por alfas. La dependencia era tal entre los dos clanes que era la base fundamental de la vida en Taurus I, una colonia de Saturno del siglo XXII. En aquella sociedad el semen era fuente de vida (y su falta provocaba la muerte), por lo que los hombres mostraban su total dependencia y adoraban al pene como algo sagrado por el que se tenían que dejar dominar ambos clanes de machos.
Albert había estudiado desde los 9 años todas las técnicas de mamar penes y cómo dejarse dominar por un macho alfa, aunque aún no lo había probado: era muy menor para ello. Tras tres años de instrucción en el colegio este fin de semana llegaría su gran hora: la ceremonia de iniciación o la Gran Ceremonia. Un rito sagrado con el que iba a dar paso a su etapa adulta..
Tras aprender las técnicas mamatorias –que ya dominaba a los once años– el niño aprendió a sentarse en cuclillas sobre dildos mecánicos. Una técnica que ya dominaba: dejarse penetrar por consoladores anclados al suelo y a la pared. Los había probado de menor tamaño, aunque poco a poco había experimentado con dildos de mayor grosor y longitud, aunque nunca tan grandes como un pene real. Por eso la iniciación –con un pene de carne y hueso– suponía un cambio vital en su etapa, en su formación, y paso a la adolescencia. Sabía, porque así se lo habían enseñado en la escuela, que esa prueba clave le daría el paso a ‘la edad adulta’.
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Era sábado (un día antes de la gran prueba). Y Albert bajó a aquellas estancias: un sótano blanco azulejado, sito tras los vestuarios de gimnasia, al que se accedía por detrás de las duchas. Sólo llevaba su taparrabos blanco o fundoshi –una tela blanca fina alrededor de a cintura que se plegaba a la altura de su pene tapándole su miembro y ano, muy fácil de quitar, que quedaba, suelto, como una bufanda.
Albert lo dejó en el suelo. Su ano empezó a lubricar porque sabía a lo que venía. Un pene de goma, de escaso tamaño, anclado en el centro de la estancia, iba a servirle de última prueba de preparación para la ceremonia del domingo. Albert mojó su dedo con saliva metiéndoselo en su ano para lubricarlo y se abrió de patas colocándose sobre el pequeño pene de marfil.
Poco a poco fue separando sus pies y agachándose, lo que le abrió la raja del culo. Ya estaba en cuclillas, en mitad de aquella estancia blanca bien iluminada, con su ano rozando el glande de goma de aquel consolador duro en su base. No había vuelta atrás. Sabía que era mejor estar preparado para la gran ceremonia –que se haría en sociedad junto a sus 25 compañeros de clase al día siguiente–
Cuando el glande gomoso rozó su esfínter del mismo brotó una crema-gel lubricante que hizo más fácil la penetración. Albert no se lo pensó dos veces y se insertó aquel consolador hasta la base de una sola sentada.
Su pene se levantó excitado con la invasión anal y eyaculó cuando sus nalgas tocaron el suelo. Se lo había metido hasta la base de un solo tirón. Había sido muy valiente. Ya estaba preparado para la ceremonia del domingo.
(continuará)
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