GUACHITO
La suerte sonríe a hombres que saben aprovechar las oportunidades que la vida les ofrece, un agujero es un agujero..
2
Pedro, un hombre de 32 años que había decidido vivir de su esfuerzo en plena montaña, yacía sobre su espalda tranquilo, relajado. Su cara había perdido su gesto serio y ahora lucía luminoso, desprendía satisfacción. Respiraba aún profundo el aroma a sexo y sudor cuando encendió un cigarrillo que le ayudó a prolongar el estado de ensoñación en el que estaba. Retornó a la realidad cuando oyó monturas llegar. Rápido se incorporó, se puso los pantalones, cogió la botella de aguardiente que él mismo destilaba y salió a recibir a su compadre Juan.
Su cabeza iba a mil. Dentro de la cabaña yacía casi desvanecido un pequeño con claras pruebas de que había sido preñado, la argolla de su agujerito se veía quebrada con restos de sangre y semen que manchaban el jergón. ¿cómo explicar lo ocurrido?
Después de saludarse y ayudarlo a bajar la carga de los caballos, ofreció unos tragos a su amigo y cuando intuyó que era el momento adecuado anunció que había encontrado la solución a las largas horas de oscuridad del invierno. Le contó que había aceptado el encargo de llevar a un guachito al otro lado de la sierra. Añadió que era un niño que se dejaba coger y le aseguró que se le había puesto en bandeja una oportunidad que no podía dejar pasar. Tocó el hombro de su incrédulo interlocutor y mirándole a los ojos le recordó lo duro que es sobrevivir en la montaña. Dio por hecho que su compadre había mordido el anzuelo cuando al ver al niño le preguntó si la aguantó bien.
Juan, algo menor que Pedro, sentía cierta admiración por lo audaz que era su amigo, pero ésto era diferente, aunque su lívido empezaba a mandar en sus decisiones y requirió información.
Pedro le contó que cuando fueron al río a lavarse, el niño se quedó embobado mirándole la pija.
_ ¡no te lo vas a creer! El guachito va y me pregunta que si ahora que me había visto la pija, tenía que sacarme la leche. Yo me quedo perplejo y le pregunto. El mariquito me contesta que cuando se mira una pija y se pone grande, hay que sacarle la leche. Me cuenta que ayudaba a sacarse la leche al herrero. El cabrón del herrero le contó la historia de que usamos ropa para que ésto no ocurra. ¡sácate la pija y seguro que termina mamándotela!
Pedro cerró los ojos y empezó a recordar…
-La pija se me puso como piedra y le obligué a beber aguardiente para ver si lo atontaba. Te lo juro, la chupa de puta madre. Se ve que le gusta porque no paró ni un momento hasta que le saqué la mamadera. Sin decirle nada se puso a cuatro patas. Me animé a metérsela cuando le vi el ojete cedido y el alcohol empezó a hacer efecto. El guachito es un poco gritón pero se deja hacer la cola como quieras. ¡joder con el herrero! Le enseñó bien. Ya te digo que es gritón y hasta lloró un poco, pero no me dijo que se la sacara.
Pedro omitió el desmayo del niño y cuando le recordó que debía aguantar para sacarle la leche.
-Juan, he pensado que puedo demorar un poco el encargo. No tardará la primera nevada, ya sabes que es peligroso atravesar la sierra, y más con un pibito. El invierno es duro, el guachito nos puede ayudar. ¿qué te parece?
Juan escuchó a su amigo sin perder de vista al que a partir de ahora llamarían Guachito. Pedro se levantó, se acercó al niño y con sus manos separó los cachetes del niño.
-Mira, todavía está abierto y jugosito. Anímate y luego me cuentas. Yo tengo pendiente partir unos troncos para llenar el leñero.
Pedro salió de la cabaña y se entregó a su tarea.
3
Dentro de la cabaña Danielito notó como su esfínter era atravesado nuevamente. Esta vez le entró a la primera y no emitió ningún sonido hasta que la gruesa base de la polla de Juan ensanchó un poco más su agrietada entrada. Su quejido fue acallado por la mano de Juan que, inseguro, no quería que su amigo le oyera. Tanto él como Pedro llevaban una vida austera en todos los sentidos. Eran dos hombres que a veces se aliviaban cuando iban a la letrina. Juan se sumió en el placer que le producía ese tierno culito y se dedicó a darle al niño. Su pelvis tomó vida propia y empezó un vaivén sin descanso, era imposible detenerse ante tanto placer. Sus dudas se desvanecieron y solo el intenso placer ocupó todo su cuerpo. Las sensaciones se acumulaban y sencillamente no podía parar. Las quejas del niño dejaron de importarle y el mundo se detuvo mientras preñaba al chiquillo.
Danielito notaba un duro y caliente palo que se deslizaba hasta lo más profundo de su ser. Estaba atontado pero notaba como le pateaban por dentro al tiempo que el aliento impregnado de alcohol calentaba su cuello y cara. Notó como la mano que le tapaba la boca le daba un respiro y se depositaba sobre su espalda inmovilizándolo por completo. Notó como su agresor se agitaba, convulsionaba y le besaba la cabeza antes de liberarlo de su peso. Danielito, de forma inconsciente, comparó la cogida que le había dado Juan con los tiros que le daba el herrero y pensó que lo había hecho bien al recibir como recompensa un gesto de cariño al cual no estaba acostumbrado.
Juan se acomodó al lado del niño y al ver sus ojos llorosos le dijo que no estuviera triste ya que lo había hecho bastante bien. Le dijo que pronto se acostumbraría y lo haría mejor. Mientras acariciaba la cabeza del niño imaginaba que podría follárselo a diario, solo tenía que acordar con su amigo una especie de turnos. Pronto tuvo que levantarse porque notó que volvía a empalmarse. Si seguía allí tendría que deslecharse nuevamente, pero un instante de lucidez al ver su poronga con sangre le aconsejó salir de la cabaña y alejarse de la tentación.
Cuando se encontró con Pedro ambos asintieron con una sonrisa y sin decir nada más sellaron el futuro próximo del menor. Satisfechos y dichosos por su suerte terminaron de partir los troncos y volvieron al interior de la cabaña para cenar algo. Pedro acomodó al niño en el jergón de Juan y limpió las evidencias de las folladas, sólo el enrojecido y rasgado ojete del niño daba testimonio del uso a que había sido sometido, y le dejó descansar.
Cenaron y tomaron más aguardiente en silencio recordando el placer que les había proporcionado el sumiso niño, saboreando las futuras corridas y preguntándose cómo habían podido estar tanto tiempo sin plantearse tener un hoyo, cualquiera, en el que deslecharse. Masturbarse estaba bien, pero no se podía comparar con una buena mamada y mucho menos con una cogida.
1
El herrero aceptó acoger al pequeño Daniel en casa porque siempre supo que el niño iba a ser un buen deslechador y su mujer no se animaba con facilidad. Tuvo casi un año para adiestrarlo a su gusto y con la milonga de que si ves la pija hay que mamarla, le adiestro con suma facilidad ya que el niño resultó ser un incansable mamador. Una cosa llevó a la otra y tampoco le resultó difícil inculcar en la joven mente del menor que su labor era deslecharle. Le animó a aguantar, le felicitó por aguantar. Así consiguió un sumiso agujero donde deslecharse cada vez que su mujer le ponía excusas para no tener sexo.
La mujer del herrero ajena a las andanzas de su marido nunca pensó que cuando veía caminar medio chueco al niño era porque le habían partido el culo.
El herrero disponía de innumerables ocasiones para usar a Danielito. El niño había aceptado su función de mamador y se aferraba a la chota chupando sin descanso hasta conseguir su lechita que tragaba como le enseñó su educador. El herrero cuando consiguió abrirlo, disfrutaba de echarle tiros rápidos para después seguir con su trabajo como si nada hubiera pasado. Llevaba al niño a la zona del establo y tras una breve mamada lo apoyaba en una mesa, escupía en la cueva acogedora y lo penetraba sin mucho miramiento, lo bombeaba como si no hubiera un mañana tapándole la boca para no alertar a los demás.
Danielito con casi un año de sometimiento a la calentura de su depravado iniciador se había acostumbrado a recibir las estocadas del macho cuarentón en relativo silencio y se mostraba agradecido cuando recibía como premio el mensaje que caló en su mente, buen chico.
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Danielito no tuvo mucha suerte, quedó huérfano a los seis años en una mísera aldea. Mientras se decidía su destino fue acogido en la casa del herrero.
4
El invierno llegó. El niño se sentía feliz en aquel lugar donde se sentía libre, donde realizaba sus tareas igual que lo hacían los adultos. Le habían improvisado un espacio para él en la cabaña con unas pieles que hacían la función de pared y le proporcionaba cierta intimidad. Intimidad que ofrecía la oportunidad a Pedro y a Juan de deslecharse en su culito sin ser vistos.
Podríamos decir que fueron felices y comieron perdices, pero la realidad era que muchas noches se hacían dolorosamente largas para el guachito. Dos hombres jóvenes con las hormonas a flor de piel que se calentaban al oir gemidos detrás de una cortina improvisada necesitaban varios tiros para descansar satisfechos.
El guachito se esmeraba en mamar aquellas insaciables chotas que no se conformaban con deslecharse en una párvula boca. Su culo, aunque acostumbrado a las clavadas, le costaba aguantar las noches que algo tomados sus machos encadenaban folladas. No era raro que cada uno de ellos se deslechara dos o tres veces. Sus quejas que se oían a través de la tímida separación calentaban al que estaba esperando su turno y ya se sabe cuando manda la pija no hay nada que hacer.
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