Gusano II – Los Pies de Jordan
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Con el pasar de los días, mi admiración del primer momento por Jordan se había convertido en la más ciega obediencia y en el más puro servilismo. Sentía que obedeciéndole y plegándome dócilmente a todo lo que él quisiera ordenarme, me le acercaba más y, sobre todo, me evitaba los castigos. Ilusamente eso me hacia pensar que de alguna manera aunque el no me lo demostrara de todas maneras me ganaba su afecto y cariño.
Una tarde decidió que nos fuéramos de excursión a un bosquecillo que había a las afueras del pueblo. Sobre mi espalda cargó la tienda de campaña y las provisiones para pasar la noche en aquel bosquecillo.
Él, Andy y Wil iban adelante ganduleando y riéndose mientras yo caminaba unos pasos atrás de ellos, sudando a mares por tener que soportar sobre mí todo el peso del equipaje. Hacía un sol de los mil demonios y me sentía realmente agotado cuando llegamos al paraje que Jordan escogió para acampar.
Al fin pude descargar todo lo que llevaba a mi espalda y quise tenderme en la hierba para descansar, pero Jordan no me lo permitió y por el contrario me ordenó que me dedicara a armar la tienda y luego preparara la cena mientras él y los otros chicos iban al río que había allí cerca para darse un chapuzón.
— ¿Cuando termine de hacer lo que tú ordenas también puedo ir a bañarme un poco? – le pregunté con timidez.
— Pues si te afanas en terminar y aún no regresamos, puedes hacerlo, gusano – me respondió él.
— Gracias Jordan – le dije con tono sumiso que solamente con el me atrevía a usar.
Él y los otros chicos se fueron al río y yo, a pesar de mi agotamiento, me dediqué con entusiasmo a obedecer las órdenes de Jordan, dándome prisa con tal de poder ir también al río para refrescarme un poco y disfrutar de un buen baño que me apetecia grandemente.
Pero no me valió el apuro que puse en hacer mis tareas, pues tardé tanto que cuando ya estaba terminando de hacer la cena empezó a caer la noche y los chicos llegaron del río haciéndose bromas, empujándose y visiblemente hambrientos.
— ¿Ya está lista la cena, gusano? – me preguntó él.
— Ya casi está, Jordan – le respondí con mi hilo de voz acojonado en su presencia.
— ¡Pues apúrate a terminarla y sírvenos que estamos hambrientos, gusano lento! – me ordenó, al tiempo que me obsequiaba una patada en el culo y me tronaba los dedos como vil perro.
Me apresuré a darle los últimos toques a la cena mientras ellos se sentaban por ahí sobre algunos troncos y me instaban entre insultos y burlas servirles lo antes posible.
-¡Muevete gusano!
-Tengo hambre pendejo.-gritaba otro.
En pocos minutos pude terminar con la cena y les serví unas buenas porciones, cuidando de dejar mi parte en el cacharro donde la había cocido. Le entregué el primer plato a Jordan y luego le serví a Andy. Con Wil me tardé un poco, tratando de fastidiarlo pues desde aquella primera vez que tuve que lamerle sus zapatillas, le había agarrado una buena bronca.
— ¿Ya puedo comer también? – le pregunté a Jordan con un hilo de voz y salivando por el olor de la cena mientras mis tripas gruñian.
— ¡Espérate gusano por si alguno quiere repetir! – me ordenó él.
No tuve más remedio que aguardarme y mientras lo hacía vine a sentarme en el suelo cerca de los pies de Jordan, observándolo de soslayo y clamando que terminaran rápido y que a ninguno le apeteciera repetir de la cena que yo había preparado. Conociendole sabia muy bien que era capaz de dejarme sin cenar si es que la comida se le apetecia a alguien mas que no fuera yo.
Pero mi suerte era escasa esa vez. Andy terminó el primero y con su característico apetito voraz me pidió que le sirviera otro poco. Sabiendo de sobra que Jordan me apalearía si protestaba, me levanté con parsimonia, tomé el plato de Andy y le serví la mitad de la comida que había reservado para mí.
Volví a sentarme en el prado a los pies de Jordan para esperar pacientemente el momento en que pudiera comer. Pero mi suerte seguía de mal en peor y esta vez fue el propio Jordan el que me ordenó que le sirviera más comida.
No me lo pensé para tomar su plato y servirle el resto del alimento que había quedado para mí. Esta vez lo hice con profundo e inexplicable gusto, sabiendo que así me quedara sin cena, era por satisfacer a Jordan. Le estaba daño YO algo a ese chico que era mi protector. Volví a sentarme en el suelo cerca de sus pies y me dediqué a observarlo furtivamente mientras él iba comiendo despacio y charlaba con los chicos.
Quise intervenir en su conversación y Jordan me endilgó un doloroso tortazo en la cabeza y me ordenó callar sin miramiento alguno. Lo hizo como si yo no valiera nada ante el y eso que le acababa de servir la ultima porción de comida que me correspondía a mi. Así que permanecí dolorosamente en silencio mientras ellos seguían comiendo despacio y conversaban de chicas, de fútbol y de muchas otras travesuras que planeaban hacer próximamente.
En un momento dado Jordan me obsequió un nuevo tortazo por la cabeza para llamar mi atención y me preguntó:
— ¿Estás hambriento, gusano?
— Sólo un poco, Jordan… – le respondí con un hilo de voz.
— Pues anda rápido a traer tu plato, gusano, que he sobrado un poco y como estoy generoso voy a permitir que te lo comas – me dijo él sonriéndome sarcásticamente.
— Gracias, Jordan… – atiné a decirle con algo de entusiasmo al tiempo que me levantaba con rapidez para ir por mi plato.
— Ponlo en el suelo, gusano – me ordenó él cuando regresé.
No tenía ni idea de qué se proponía hacer, así que le obedecí poniendo mi plato en el suelo casi entre sus pies. De inmediato, Jordan vació desde su plato en el mío las sobras de su cena y dirigiéndose a los otros chicos les preguntó si a alguno de ellos había sobrado también algo.
Andy había dado buena cuenta de todo lo que yo le había servido, pero Wil, siempre de apetito muy frugal, había sobrado algo de su cena, así que Jordan le dijo que viniera y vaciara también sus sobras en mi plato.
— ¡Ahora come gusano! – me ordenó Jordan conteniendo la risa.
— Gracias …Jordan…
Alcancé a decirle con absoluta timidez al tiempo que intentaba levantar mi plato del suelo, asumiendo que él me permitía de todas formas saciar mi hambre así fuera con las sobras de la cena.
Pero los planes de Jordan eran otros. Así que al ver mi intención de tomar mi plato del suelo, me obsequió con una patada por la barriga que me tumbo cuan largo era y me ordenó casi a los gritos en mi oido:
— ¡ASI NO GUSANO ESTUPIDO! ¡¡¡TIENES QUE COMER COMO LO QUE ERES COMO UN P-E-R-R-O. SOLO USA TU HEDIONDO HOCICO SIN METER LAS MANOS!!!
Las carcajadas de los chicos al oír semejante orden, fue lo que seguramente impidió que se oyera un sollozo mío. Aquello me hacía sentir más que humillado, pero ni pensé en protestar y más bien me puse en cuatro patas ante los pies de Jordan y agaché mi cabeza hasta meter mi cara en el plato para empezar a comer.
Jordan y los otros chicos no paraban de reírse y de insultarme, animándome además para que comiera como un verdadero perro, cosa que me costaba gran trabajo y en vez de poder tragar aquellas sobras iba embarrándomelas en la cara y con ello sintiéndome más humillado aún.
-Come perrito come.- me gritaban.
– A lo mejor luego hay que sacarlo a pasear-dijo otro.
Para completar, al cabo de unos minutos y debido a mi tardanza en recoger los restos dispersados de aquella improvisada cena, Jordan levantó uno de sus pies y me lo descargó en la cabeza, aplastándome la cara contra el plato y haciendo que las sobras acabaran de embadurnarme el rostro, al tiempo que los chicos parecían quedarse morados de la risa que les produjo aquello.
Como si fuera poco, viéndome con la mayor parte de la cena embarrada en mi cara, a Jordan se le ocurrió una nueva diversión y fue ordenarme que ladrara como un perro dándole las gracias por las sobras que me había dejado comer. Así que no tuve más remedio que plegarme a esa nueva humillación.
— Waoouu…waoouu…waoouu… – ladraba yo puesto en cuatro patas a los pies de Jordan, mientras él me incentivaba a seguir y los chicos continuaban torciéndose de risa.
— Mira, esta contento el perrito.
— Hay que sacarlo mas seguido.
En esas se la pasaron por algunos minutos, hasta que mi humillación pareció que dejaba de serles tan divertida y entonces Jordan los convidó a dar un paseo por los alrededores. Tomaron unas linternas y fueron a caminar mientras yo debí quedarme allí recogiendo los trastos de la cena y aseándome un poco con la poco agua que había disponible.
Cuando terminé con mi trabajo y sin nada más que hacer me metí en la tienda y me acosté quedándome dormido casi al instante debido a todo el trabajo físico al que me habían sometido. No sé cuánto tiempo pasó hasta que un fuerte golpe en mi culo me despertó.
Sobresaltado por la sorpresa del castigo, me senté restregándome los ojos y vi a Jordan de pie junto a mí, amenazando con volver a patearme el trasero si no me levantaba inmediatamente para cederle el puesto a él y a los otros chicos, que a la sazón ya se habían sacado sus botas de montaña y aguardaban impacientes a que yo me levantara para ellos acostarse.
Traté de encogerme lo más posible y me eché en un rincón intentando ocupar el menor espacio posible. Pero aquello pareció enfurecer a Jordan que la emprendió a patadas contra mí, insultándome y arriándome hacia afuera de la tienda.
— ¡Ni te creas que vas a dormir con nosotros, gusano cerdo! – me gritaba al tiempo que seguía pateándome – ¡Hueles a sudor y al guiso de la cena, sucio gusano! ¡Puerco!
— Jordan…por favor… – gimotee yo arrastrándome a cuatro patas y recibiendo cada patada en mi ya adolorido culo –…deja que me meta en la tienda…porfa…fuera hay muchos insectos…
Esta vez mis súplicas parecieron dar resultado, ya que en vez de seguir arriándome a patadas hacia afuera de la tienda, Jordan se lo pensó por un instante y me ordenó que me diera vuelta. Giré sobre mis cuatro patas y cuando mi cabeza apuntó de nuevo al interior de la tienda, me arrió tal patada por el culo que me hizo entrar y caer de bruces enterrando mi cara en el piso de la casa de campaña con un lastimero gemido.
Wil y Andy ya roncaban despatarrados al interior de la tienda. Jordan entró tras de mí y señalándome un rincón justo hacia donde daban los pies de los chicos, me ordenó que me tendiera allí. No me lo pensé para obedecerle y me acomodé en aquel pequeño espacio, tratando de evitar que los asquerosos pies de Wil y Andy me tocaran.
— Gracias Jordan… – me atreví a decirle como siempre con un hilo de voz.
No me respondió ni una sílaba. Me ignoro por completo como siempre lo hacia. Más bien se tendió cuan largo sobre la colchoneta que tapizaba el suelo de la tienda, haciendo que sus pies quedaran muy cerca de mi rostro y sin más me ordenó secamente:
— ¡Sácame las botas, gusano!
— Sí Jordan…como tú digas…– alcancé a responderle sumisamente, antes de que él empujara mi rostro dándome con la suela de una de sus botas…
— ¡Ya cállate y hazlo, gusano!
Temiendo que me apaleara, me quedé en completo silencio y me puse a la tarea de descalzarlo. Me di vuelta sobre mí mismo hasta quedar boca abajo, levanté mi torso un poco y me dispuse para desanudar las agujetas de sus botas de montaña.
Aflojé todo lo que pude sus agujetas de tal manera que pudiera sacarle las botas sin causarle la menor molestia, pues podía estar seguro que de incomodarlo me habría molido a patadas. Además, para mí era una buena oportunidad de demostrarle mi obediencia y mi servilismo y no iba a arruinarlo haciéndolo enfadar.
Con toda suavidad posible levanté uno de sus pies por su tobillo, justo lo suficiente para sacarle la bota. Lo sostuve así con una de mis manos y con la otra tomé su bota por el tacón y halé suavemente para ir retirándosela poco a poco.
Y no había terminado de descalzarle la primera bota cuando ya percibí ese fuerte aroma. ¡Por Dios…cómo le olían los pies a Jordan! Con esa mezcla de sudor, de talco, de humedad y cuero… ¡Qué fuerte aroma! Y al mismo tiempo que olor tan excitante…Holor de hombre… Holor de macho…
Terminé de descalzarlo con el mismo cuidado del comienzo y el fuerte aroma de los pies de Jordan empezó a entrar a ramalazos por mi nariz, causándome una especie de mareo o de desvanecimiento que me hacía estremecer.
Acomodé con todo cuidado sus botas muy cerca de donde recostaba mi cabeza y me recliné tratando de que mi rostro quedara lo más pegado posible a los pies de Jordan. Y empecé a inspirar con fuerza, evitando hacer ruido pero tratando de que aquel fuerte aroma de sus pies me penetrara hasta el fondo de los pulmones.
Estuve tentado a pegar mi nariz a las plantas de Jordan, de tal manera de lograr que aquel fuerte olor de sus pies se me impregnara en el rostro. Pero temí que se diera cuenta y se enfureciera y más bien opté por seguir inspirando con fuerza.
Al cabo de algunos pocos minutos, unos suaves ronquidos me indicaron que ya Jordan dormía profundamente. Así que sin mayores reparos, pero con mucho cuidado, fui acercando mi rostro a sus pies hasta que sentí en mi nariz un leve cosquilleo provocado por el roce con el tejido de sus calcetines.
Inspiré aún con mayor fuerza, llenándome de aquel fuerte aroma y sintiendo que la piel se me ponía como de gallina con una excitante sensación que no sabía cómo explicarme. Tomando un poco de confianza, acabé de acercar mi rostro a los pies de Jordan y empecé a refregar suavemente mi frente, mis mejillas y mis labios por sus olorosas plantas.
La humedad de sus calcetines empezó a pegárseme al rostro, causándome tal sensación de bienestar que no quería que aquellos olorosos pies de Jordan fueran a secarse tan rápido, al menos no antes de que mi rostro quedara completamente cubierto por su olorosa humedad.
En esas me estuve un buen rato, hasta que aquello empezó a saberme a poco y entonces sin el menor recato tomé una de sus botas y metí mi rostro en ella, para seguir aspirando aquel aroma que en el calzado de Jordan era casi más fuerte que en sus pies.
Al cabo de algunos minutos empecé a olisquear la segunda bota, teniendo conciencia ya de que el olor de los pies de Jordan me estaba excitando como nada lo había hecho antes en mi vida.
Llevado de mi propia excitación y seguro de que Jordan dormía como una marmota, tal y como me lo indicaban sus apacibles ronquidos, decidí averiguar si aquel fuerte aroma de sus pies estaría acompañado de algún tipo de sabor. Así que sin ningún preámbulo volví a pegar mi rostro a sus plantas y empecé a lamer sobre sus plantas a través de sus calcetines.
Aquello me conmocionó. El gusto salobre y el contacto de mi lengua con sus calcetines hicieron que mi polla diera un respingo entre mis pantalones como nunca antes. Aquello era más excitante y morboso de lo que yo hubiera podido imaginar jamás.
Sin el menor recato me dediqué entonces a lamerle los pies a Jordan, alternando mi lengua de una a otra de sus plantas y volviendo a humedecer sus calcetines con mi saliva, lo cual hizo que aquel fuerte aroma del principio volviera a estar tan vivo como cuando acababa de sacarle sus botas de montaña.
Mi excitación era un volcán a punto de hacer erupción y aún aumentaba peligrosamente con cada lametazo que le dedicaba a aquellos pies que ya tantas veces me habían pateado el culo. Sentía que estaba a punto de correrme de gusto y al paso de los minutos lamía con mayor devoción las tibias y olorosas plantas de Jordan, sintiendo que había nacido para hacer aquello.
Creo que ya estaba a punto de correrme sin necesidad siquiera de tocarme la polla, solo por el contacto de mi lengua con los calcetines de Jordan y por ese aroma y ese gusto salobre de sus pies que estaban volviéndome loco. Pero todo terminó de manera inesperada.
Sin que parara de lamerle los pies a Jordan con entusiasmada devoción, oí como Andy balbuceaba alguna incoherencia en medio de su sueño y estirando una de sus piernas acercó su pie con tal rapidez hacia mi vientre que su talón me impactó directo en los huevos, causándome un terrible dolor y dejándome sin ni siquiera la posibilidad de moverme, menos de emitir una queja.
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Gusano III – Sirviendole a Phillip
El más chico del grupo descubre que la lengua del gusano no solo sirve para lamer zapatillas…
Desde la noche de aquella acampada me obsesioné con el deseo de lamerle los pies a Jordan. Cada vez que podía me encerraba en mi habitación a machacarme la polla como un mono, matándome a pajas mientras imaginaba lo que sería que él me ordenara nuevamente descalzarlo y me hiciera olerle sus pies por un rato para luego ordenarme que se los besuqueara, se los lamiera y se los chupara como una paleta.
Pero mi deseo era en vano, pues desde aquella noche no había tenido la oportunidad de volver a descalzar a Jordan y ni siquiera había podido ver nunca sus pies descalzos. Para colmo de males, le tenía el suficiente miedo al chico como para ir a pedirle nada y menos que me dejara lamerle sus pies.
Eso sí, me comporté de manera aún más servil con él, llegando incluso a ofrecérmele para realizar las tareas más humillantes, como servirle de asiento poniéndome en cuatro patas para que él descansara su culo sobre mi doblado lomo.
Ni qué decir tengo que Jordan no volvió a tener necesidad de ordenarme lamer sus zapatillas, pues a la menor oportunidad yo me echaba a sus pies como el más agradecido de los perros para limpiar su calzado con mi lengua, sin que me importaran ya las burlas y los insultos de los otros chicos.
Él por su parte seguía tratándome con la mayor altivez, haciéndome sentir su superioridad, abusando de mi sumisión y de mi servilismo hasta convertirme en su esclavo personal, sin que valiera mi ciega obediencia y mi disposición a humillarme ante él para evitarme los continuos castigos, pues Jordan me arriaba bofetada tras bofetada y me pateaba el culo cada vez que le apetecía y sin que necesitara ningún motivo para hacerlo.
Una tarde que estábamos todos reunidos en la vieja casa que nos hacía de refugio, Jordan decidió ir a buscar a Jeff y a Cuter, aquel otro idiota que parecía la sombra del abusón, con el propósito de machacarlos un poco mientras le enseñaba a Wil y a Andy algunas técnicas de pelea.
Philip se encaprichó con la idea de acompañar a los grandes, pero Jordan consideró que no era bueno exponer al chiquillo y le dijo que debía quedarse en el refugio. Como Philip insistiera en acompañarlo, Jordan se negó a llevarlo y para convencerlo de quedarse, me ordenó a mí que le hiciera compañía al nene y que le obedeciera en todo.
— Has de cuenta que te quedas cuidando el fuerte… – le dijo Jordan a Philip–…y te dejo al gusano para que haga lo que tú le mandes…
— ¿O sea que el gusano será como mi esclavo?– preguntó Philip – ¿Y si no me obedece lo puedo castigar?
— Claro que lo puedes castigar… – le respondió Jordan riéndose por la ocurrencia del nene –…solo que no lo vayas a matar a patadas y más bien cuando yo regrese me dices si no te obedeció para yo mismo machacarlo…
La idea de que Jordan dejara a cargo a Philip siendo el más chico del grupo estando yo ahí, era de por sí humillante. Pero si a eso le agregaba que yo debía ser algo así como el esclavo del nene, me resultaba aún peor. Aunque ni se me cruzó por la mente desobedecer a Jordan y me sometí a la denigrante condición en la que él me había puesto.
Y tan pronto como Jordan se fue en compañía de Wil y de Andy, Philip empezó a ejercer todo el poder que ahora tenía sobre mí. Lo primero fue ordenarme que fuera a comprarle algún refresco y una tajada de pastel.
Cuando llegué con su mandado, me hizo poner de rodillas a sus pies para entregárselo y me obsequió una buena bofetada, castigándome porque según él, yo había tardado demasiado con su compra.
Todo aquello me parecía ridículo e intenté protestar, pero el nene no me dejó decir ni media palabra y sin ningún remilgo me asentó otra bofetada, que si bien no fue tan fuerte como las que solía obsequiarme Jordan, me humilló mucho más.
Llorando de humillación debí satisfacer su siguiente capricho, que fue hacerme poner en cuatro patas frente al sillón donde estaba sentado, para que pudiera descansar sus pies sobre mi lomo mientras se comía el pastel con el refresco que yo acababa de traerle.
Se aburrió pronto de ello y decidió empezar a divertirse a mi costa, así que mientras yo permanecía con mi lomo curvado bajo el peso de sus pies, me ordenó que ladrara como solía hacerlo para Jordan. Y habiendo ya probado su autoritarismo, no dudé en obedecerle mientras le oía reírse a carcajadas.
— Waoouu…waoouu…waoouu… – ladraba yo mientras Philip se torcía de risa y me obsequiaba talonazos en el lomo incitándome a que lo hiciera con más entusiasmo.
En esas nos estuvimos un buen rato, hasta que se hartó de oírme ladrar, se puso en pie obligándome a mantenerme de rodillas, me agarró por los pelos sosteniendo muy firme mi cabeza y acercó su trasero a mi rostro para enseguida soltarme un apestoso gas en frente de mis narices.
Aquello me pareció el colmo y forcejee con él hasta zafarme de sus manos, quise ponerme en pie para desquitarme arriándole un buen tortazo por la cabeza, pero el pequeño sádico me lo impidió obsequiándome una patada en pleno vientre, golpeándome los huevos y haciéndome emitir un sordo gemido al tiempo que me quedaba sin fuerzas ni para respirar.
— ¡Ahora vas a ver cuando regrese Jordan le digo que me golpeaste y vas a ver la paliza que te va a propinar! – me amenazó aquel nene tan cabrón.
Debí palidecer del miedo. Perdí todo rastro de rebeldía y con la voz entrecortada y tratando de tomar aire empecé a suplicarle a Philip que no fuera a acusarme con Jordan y le prometí que haría lo que él quisiera, argumentándole que de todas formas yo no lo había golpeado.
Pero el nene se encaprichó con la idea de delatarme con Jordan y no tuve más remedio que suplicarle con toda humildad que no lo hiciera, prometiéndome a mí mismo que me plegaría a todos sus caprichos, con tal de evitarme la dura paliza que me esperaba si el chico me acusaba con Jordan.
Se lo pensó por unos instantes y seguramente sabiendo que me tenía completamente en sus manos, sonrió y decidió probar hasta qué punto iba yo a someterme a su autoridad y le obedecería como solía obedecerle a Jordan.
Me hizo poner de nuevo en cuatro patas y me obsequió con una verdadera andanada de patadas en el culo, haciéndome gemir por lo fuerte que me golpeaba. Cuando se aburrió de golpearme, se sentó de nuevo en el sofá y con total autoritarismo me ordenó:
— ¡Ahora límpiame mis sandalias, gusano!
Asumí que el chiquillo quería que hiciera como tantas veces me había visto hacérselo a Jordan. Me estaba ordenando que le lamiera su calzado, pero yo no estaba seguro de querer humillarme de semejante forma ante aquel nene que como mínimo era seis años menor que yo.
Además que Philip no tenía puestas unas zapatillas, sino unas sandalias de correas que se ajustaban en la parte de atrás de sus tobillos, dejando buena parte de sus pies al descubierto y con lo que había caminado ese día, su empeine y sus dedos se veían llenos de polvo algo húmedo por el sudor.
Opté por empezar a repasar mis manos sobre las correas de sus sandalias, tratando de mostrarme dócil ante Philip pero sin caer tan bajo. El chico no pareció darle importancia al hecho de que yo no le lamiera sus sandalias y me dejó hacer mientras se distraía con un programa en la vieja tele que teníamos allí como parte del mobiliario.
Sin embargo, empecé a pensar que si fuese Jordan el que estaba en el lugar del nene, yo no habría dudado ni un instante en inclinarme para lamer sus sandalias, dándome mis mañas para meter mi lengua y poder acariciar sus polvorientos, sudorosos y olorosos pies.
Fantaseando con ello, fui excitándome a cada momento y sin que Philip tuviera que molestarse en ordenármelo, me incliné y me dediqué a lamer las correas de sus sandalias, metiendo furtivamente mi lengua hasta rosar sus pies en el empeine.
Luego que le di algunos lametazos, el chico se percató de lo que yo estaba haciendo y pareció cabrearse un poco, pues sin más me asentó una patada por la cabeza y me dijo en tono de reproche:
— ¡Que me estás babeando mis pies, gusano!
Me sentí demasiado humillado por el golpe y por lo que me dijo Philip. Pero a esas alturas estaba ya tan caliente, que no dudé en levantar mi rostro un poco para mirarlo y ofrecérmele servilmente:
— Es que tus pies los tienes con algo de polvo…y si tú quieres pues yo te los limpio con mi lengua…
El nene soltó la carcajada ante mi servil oferta y ello hizo que se me bajara la calentura y que me sintiera tan humillado, que desistí de lamerle sus pies. Después de todo yo deseaba era lamerle los pies a Jordan y no a ese crío cabrón y malcriado.
Así que mosqueado por sus burlas, me aparté un poco y le dije con tono de reproche:
— Como te burlas de mí, pues ahora no te limpiaré tus pies…
Aquella fue una mala idea de mi parte, pues Philip paró en seco de reírse, puso gesto de sádico, me asentó una patada en un cachete y con el tono más autoritario que podía usar, me ordenó:
— ¡Maldito gusano! ¡Sácame mis sandalias y te pones a chuparme mis pies hasta que me los dejes bien limpitos!
— ¡No lo haré! – le respondí con un grito.
Philip hizo un puchero. No sé si lo fingió o realmente se asustó con mi actitud, pero de inmediato hizo como que se echaba a llorar. Me angustié demasiado pensando en que pudiera llegar Jordan y lo encontrara lacrimoso, pues eso seguramente me haría acreedor de una paliza como no me imaginaba.
Cambié entonces mi tono de voz y casi gimoteando me dediqué a suplicarle que no llorara y a prometerle que haría todo lo que él me ordenara. Philip sonrió con gesto de triunfo, levantó sus pies ofreciéndomelos y me ordenó con altivez:
— ¡¿A qué esperas, gusano?! ¡Sácame mis sandalias y primero me besas mis pies y luego te digo cuando me los empieces a chupar, maldito gusano!
— Sí Philip…como tú digas… – le respondí con un hilo de voz.
Y sin querer esperarme a que el nene volviera a ordenármelo y tratando de evitar que me golpeara de nuevo, zafé las correas de sus sandalias y se las retiré dejando descalzos sus pies, que a pesar del polvo y la humedad del sudor, se veían blancos, suaves, un tanto grandes para la edad de Philip, alargados, con un arco bien marcado, de dedos parejos y uñas bien recortadas y limpias.
Los pies del nene me parecieron muy bonitos y no me costó demasiado trabajo inclinarme y besárselos por el empeine, cerca de la juntura de los dedos.
Al verme hacer algo tan humillante, Philip se torció de risa hasta casi ponerse morado. Me sentí tan rebajado que dejé de besarle los pies por un instante, pero cuando él se recuperó un poco de su ataque de risa, me ordenó con aspereza que siguiera besándoselos si no quería que me castigara.
Volví entonces a besarle los pies por la zona del empeine, evitando mostrarme demasiado entusiasmado. Él por su parte no paraba de reírse y de ordenarme que siguiera besándoselos, hasta que levantó un pie lo suficiente como para ponerme la planta en mi rostro y me ordenó seguir besándole por ahí.
Y así me tuvo por un buen rato, besuqueándole los pies por todos lados, refregándome las plantas en mi cara, humillándome e insultándome, al tiempo que se reía burlonamente hasta que tuvo la idea de hacerme ladrar nuevamente, advirtiéndome que si ladraba bien, me dejaría lamerle sus pies.
Intenté resistirme a esta nueva humillación suplicándole que no me obligara a ladrar y prometiéndole que igual yo le lamería sus pies todo lo que él quisiera. Pero a esas alturas ya el chiquillo no me admitía ninguna rebeldía.
Así que echó mano de mis pelos y haló de ellos obligándome a acercar mi rostro y sin el menor reparo me endilgó un buen par de bofetadas, al tiempo que me aclaraba que para un “miserable gusano” como yo, debía ser un honor lamerle sus pies y que debía ganarme ese honor divirtiéndolo un poco. No tuve más remedio que satisfacer su capricho.
— Waoouu…waoouu…waoouu… – empecé a ladrar puesto en cuatro patas, mientras Philip se torcía de risa.
Al cabo de un buen rato de hacerme ladrar y de burlarse de mí, pareció satisfecho con mi humillación y decidió ahora sí hacerme lamer sus pies. Mal conteniendo la risa, se inclinó un poco y acarició mi cabeza con su mano al tiempo que me decía:
— Como eres un buen perrito, te voy a dar permiso de lamerme mis pies…
En vez de un halago, aquello fue una nueva humillación para mí, así que me quedé quieto, sin querer hacer nada. Pero Philip se encargó de obligarme a rendirme sin condiciones a su capricho y endilgándome un buen bofetón me ordenó a los gritos que me dedicara a lamerle sus pies.
Me incliné como quien no quiere la cosa y empecé a repasar mi lengua por los blancos y suaves pies del nene. Poco a poco volví a calentarme fantaseando con que le estaba lamiendo los pies a Jordan. Y entonces me entusiasmé y ya Philip no tuvo que volver a golpearme ni ordenarme cómo debía lamerle.
Por mi propia cuenta le lamía como un verdadero perro, repasando mi lengua a conciencia, tragándome la suciedad adherida a su empeine y viendo fascinado como los pies del nene se iban quedando blanquitos, muy suaves y muy tersos.
Él se reía al ver mi empeño en lamerle los pies y me dedicaba algún que otro insulto que a esas alturas ya no me importaban. Cuando ya su empeine y sus deditos quedaron bien blanquitos por arriba, tomé sus tobillos y me dediqué a lamerle las plantas, y más me entusiasmé por la suavidad de esa zona de sus pies y al ver el color rosado que iban tomando. Así le lamí las plantas por un buen rato, calentándome más a cada momento, hasta que pasé a chuparle los talones e incluso a lamerle los tobillos.
Le estaba dejando de verdad bien limpitos los pies a Philip, pues no en vano ya llevaría como media hora lamiéndoselos, cuando el nene decidió que ya había pasado demasiado tiempo dejándome ir a mi bola y entonces tomó él mismo la iniciativa.
— ¡Abre tu hocico, gusano! – me ordenó Philip empujándome el rostro con uno de sus pies.
No quería dejar de lamerle los pies pero de todas formas obedecí sin saber qué pretendía el nene. Y cuando abrí mi boca, sin ningún miramiento me introdujo todos los dedos de su pie derecho y empujó hasta que sentí que sus uñitas tocaban mi campanilla causándome una arcada.
Los ojos se me llenaron de lágrimas pero al nene no le importó. Mantuvo su pie metido en mi boca hasta el fondo y con una amplia sonrisa en sus labios me ordenó:
— ¡Ahora chupa, gusano!
No tuve más remedio que obedecerle y temiendo que me ahogara con su pie, me dediqué a chupárselo al mismo tiempo que se lo lamía, repasando mi lengua por cada uno de sus deditos y metiéndola entre sus junturas, tragándome todo lo que recogía mientras Philip me observaba divertido y a cada tanto empujaba un poco más su pie entre mi garganta.
Cuando Jordan y los otros chicos llegaron al refugio, lo primero que vieron fue a mí, puesto en cuatro patas con mi boca muy abierta, chupándole ahora el pie izquierdo al nene, que me lo mantenía bien metido hasta mis amígdalas. Las carcajadas de los muy cabrones me hicieron soltar el llanto, pero no me atreví a dejar de chuparle el pie a Philip.
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Gusano IV – El Oficio de Lamer
Por fin el gusano recibe la oportunidad de adorar los pies de su Amo…aunque no todo le resulta tan excitante al gusano en esta ocasión…
A pesar de que Jordan se había puesto morado de risa viéndome cómo le chupaba los pies a Philip, al parecer aquello no le había despertado el suficiente interés, así que tuve que reprimir mi deseo de lamerle sus pies, pues el chico no parecía tener la intención de usarme para tales menesteres.
Sin embargo, una tarde en que estábamos los dos solos en el refugio, casi dos semanas después de lo de Philip, Jordan parecía estar con un humor de perros. Yo andaba muy temeroso pues presentía que él iba a desquitar su mal humor conmigo.
Ni siquiera me atreví a hacer lo que usualmente hacía, que era echarme a sus pies a lamerle sus zapatillas. Me quedé sentado en el suelo, cerca de Jordan, observándolo de soslayo mientras él saltaba de canal en canal en la vieja tele con su expresión de querer matar al primer idiota que se le cruzara en el camino.
Así nos estuvimos por algunos pocos minutos, hasta que Jordan tronó los dedos para llamar mi atención y cuando volví el rostro, me estampó tal bofetón que me hizo saltar las lágrimas y enseguida me dijo con tono de reclamo:
— ¿Es que no ves que traigo mis zapatillas sucias, gusano?
— Sí Jordan…perdóname Jordan… – le respondí con un hilo de voz al tiempo que empezaba a inclinarme hacia sus pies.
Traía puestas unas zapatillas tipo botín, de cuero negro, muy usadas, de esas que traen en la parte superior una banda adhesiva para ajustar sobre el tobillo. Pero tenía aquella banda suelta y las agujetas muy flojas, así que sus pies estarían muy holgados allí dentro.
Sabía que no debía entretenerme demasiado contemplándole sus zapatilla so pena de ganarme una buena paliza, además que ya en otras ocasiones se las había estado lamiendo y las conocía tan bien que podía recordar su sabor.
Así que acabé de inclinarme hasta quedar echado en el suelo a los pies de Jordan y me dediqué a repasar mi lengua por sus zapatillas, tratando de mostrarme lo más eficiente y sumiso posible, de tal manera de no hacerme objeto de su mal humor.
Y sería por que las traía tan holgadas que a través de sus zapatillas alcancé a percibir aquel fuerte aroma de sus pies que la noche de la acampada casi me había vuelto loco. ¡Joder…cómo me fascinaba aquel olor!
Ello me ayudó a aplicarme con mayor devoción a lamerle las zapatillas, mientras Jordan seguía saltando de canal en canal en la tele y de vez en cuando mascullaba alguna imprecación, haciéndome notar que su mal humor no mermaba.
Al cabo de un buen rato, cuando ya sus zapatillas estaban tan limpias como si no las hubiese usado nunca, mientras yo seguía lamiéndoselas con empeño y devoción y me encontraba cada vez más excitado inspirando hondo para llenarme del aroma de sus pies, Jordan me obsequió una patada por las costillas ordenándome que me apartara y enseguida se reclinó sobre el sofá apoyando sus pies sobre el mueble.
— ¡Sácame las zapatillas gusano! – me ordenó secamente.
El corazón me dio un vuelco. Por fin, luego de dos semanas tenía la oportunidad de repetir al menos en parte lo de la noche de acampada. A duras penas me di tiempo de responderle “Si Jordan…como tú digas Jordan” antes de empezar con la excitante tarea de descalzarlo, como tantas veces lo había hecho en mi imaginación durante aquellos días.
Y sin dilatar ni un segundo la ejecución de la anhelada orden que había recibido de Jordan, me dediqué a zafarle sus zapatillas con toda la delicadeza de que era capaz en esos momentos, temblando de emoción y muy agradecido de que el chico me diera aquella oportunidad que para cualquiera otro sería una humillación, pero que para mí era algo así como la posibilidad de hacer realidad mi más deseado sueño.
Le zafé sus zapatillas una a una y las fui poniendo con todo respeto en el suelo, como si se tratara de objetos sagrados. Al terminar, me puse de rodillas tratando de que mi rostro quedara lo más cerca de sus pies y aspirando con delicia aquel mismo aroma que tanto me había fascinado y excitado la otra noche.
No me atreví a nada más que a quedarme ahí, gozando del fuerte olor de los pies de Jordan, observándoselos enfundados en sus calcetines blancos y tan cortos que solo le llegaban hasta los tobillos. Anhelaba pegar mi rostro a sus plantas para poder empapármelo con el sudor que humedecía sus calcetines, pero era obvio que no me atrevería a hacer nada que Jordan no me ordenara.
Nunca me atrevía a hacer nada sin que él me lo mandara y menos en esa ocasión que parecía estar de tan mal humor. Así que permanecí de rodillas a sus pies por unos instantes, absorto en lo que olía y en lo que veía, como si estuviera orando ante el más sagrado de los altares. Hasta que el propio Jordan me indicó que aquel día podría hacer realidad mi mayor fantasía de entonces.
Estiró uno de sus pies hasta plantármelo en pleno rostro, humedeciéndome la cara con su sudor y con total aspereza y altivez me ordenó:
— ¡Sácame las calcetas gusano!
— Sí Jordan…como tú ordenes… – me atreví a responderle con total servilismo.
De inmediato llevé mis manos a sus pies y con la misma delicadeza que había usado para zafarle sus zapatillas, fui retirando sus blancos, húmedos y olorosos calcetines. ¡Por Dios…los pies de Jordan eran perfectos! Blancos, algo alargados, con un arco profundo, de dedos parejos y de piel muy suave, casi tan suave como la de los pies de Philip. En ese instante anhelé como nada poder besarle sus plantas, pero no me atrevería.
Me incliné un poco para poner sus calcetines sobre sus zapatillas e intencionalmente acerqué mi rostro a sus pies para tocarlos en sus talones con mi frente. Jordan se incomodó por ello y me asentó una patada en la cabeza que por poco me hace ir de culo en el suelo.
De todas formas le agradecí interiormente ese contacto de sus pies descalzos y acabando de inclinarme me llevé sus calcetines a la nariz y aspiré con fuerza, al tiempo que me los restregaba un poco por el rostro. Pero tratando de evitar que Jordan notara lo que estaba haciendo y también para seguir contemplando sus hermosos pies, volví a ponerme de rodillas de inmediato.
Me quedé en ello por algunos instantes, sin atreverme a nada, hasta que tomando valor de donde no tenía y tragando saliva por el miedo a la reacción del chico, me atreví a ofrecerle con el tono más servil de que era capaz:
— ¿Te puedo hacer masaje en tus pies Jordan…? – le pregunté con un hilo de voz – Así te relajas un poco…
Entonces fue cuando sucedió. Jordan estiró uno de sus pies a penas lo suficiente como para plantármelo en el rostro y con total autoritarismo me ordenó:
— ¡Hazlo con tu lengua, gusano!
Casi me desmayo de la emoción. Pero antes de empezar con semejante tarea tan excitante para mí, quise demostrarle a Jordan mi obediencia y mi agradecimiento y me atreví a susurrarle:
— Si Jordan…como tú ordenes Jordan…gracias Jordan…
— ¡Hazlo ya, gusano estúpido! – me ordenó entonces, al tiempo que me pateaba la cara con la planta de su pie derecho.
Hubiera querido tener el valor de volver a agradecerle mientras acercaba mi rostro hacia sus pies, ya con mi lengua dispuesta para empezar a darle aquel masaje que tanto deseaba hacerle. Pero me estuve en perfecto silencio mientras iniciaba a lamer suavemente sus olorosas plantas.
El corazón se me quería salir del pecho mientras acariciaba con mi lengua aquellos pies perfectos de Jordan, saboreando el gusto un tanto ácido y salado de su sudor y acabando de marearme con el fuerte olor que se me metía por la nariz sin necesidad de que tuviera que esforzarme inspirando.
Empecé a lamerle sus plantas con suavidad, recorriendo con mi lengua desde sus talones hasta la juntura de sus dedos. Aquello era para mí como una droga que me volvía loco. Estaba en el cielo pero aun así tenía buen cuidado de no ir a incomodar a Jordan, por lo cual mi lengua apenas rozaba su tersa y rosada piel.
— ¡Joder! – dijo Jordan – ¡Qué bien se siente! ¡Hazlo más fuerte gusano! – me ordenó dándome una patada en la cara.
Por poco y me echo a llorar de felicidad. Replegué mi lengua contra sus plantas y me dediqué a lamérselas con toda decisión. Y al tiempo que le lamía con devota dedicación, también iba besándole los pies como si se los chupara.
Me tardé un poco trabajándole las plantas con mi lengua y mis labios, antes de pasar a lamerle entre los dedos en donde el gusto algo ácido y salobre de su sudor era un tanto más intenso, provocándome una intensa calentura que no obstante disimulaba muy bien ante el temor de que Jordan notara mi estado y no solo me impidiera seguir lamiéndole sus pies, sino que además me apaleara cruelmente.
Con mi lengua bien metida masajeándole entre las junturas de sus dedos, no tardé en sentir que Jordan los movía con insistencia, lo cual entendí como que me estaba ordenando chupárselos. Y obedecí sin perder tiempo.
Aquello fue el colmo de la calentura para mí. Empecé a chuparle sus dedos uno a uno, empezando con el meñique de su pie izquierdo hasta cuando llegué al dedo mayor. En ese instante sentí cómo aquel dedo gordo se replegaba contra mi paladar con firmeza y me rascaba el paladar con su uña.
Sin poder evitarlo me estremecí, solté un gemido y sentí que mi vientre se contraía con un espasmo incontrolable y me corrí entre mis calzoncillos, sin siquiera tocarme la polla y al tiempo que chupaba aquel dedo del pie izquierdo de Jordan como si en ello me fuera mi vida.
Aquel orgasmo me dejó confuso y algo agotado, por lo que tardé algunos instantes en reaccionar, mermando el ímpetu con que le había estado chupando los pies a Jordan. Él lo notó de inmediato, pero sin saber lo que me había ocurrido, me asentó una patada en el rostro y me gritó:
— ¡¿Qué putas te pasa, gusano hijoputa?! ¡Sigue chupando, gusano estúpido, o vas a ver si no te muelo a patadas!
Esta vez ya no fue la calentura sino el miedo el que me impulsó a esforzarme en mi tarea. Seguí chupándole los dedos con decisión por un buen rato, hasta que Jordan me sacudió una patada en la cabeza y me ordenó que le lamiera por los tobillos, en donde descubrí cómo una tenue nubecilla de vellos rubios empezaba a cubrir sus piernas.
Lamí muy bien sus tobillos y de allí deslicé mi lengua hacia su empeine en el que también empezaba a insinuarse un vello rubio y suave en el que me encontré con que el sabor de los pies de Jordan se hacía un poco más intenso. No puedo negar que aquello volvió a calentarme un poco, aunque sin la intensidad del principio.
En ello estaba, llevando ya más de una hora de lamerle los pies a Jordan cuando él decidió dar por concluido el masaje. Me apartó la cara empujándomela con sus plantas, se levantó sentándose sobre el sofá y me ordenó que me tendiera en el suelo.
Le obedecí de inmediato, poniéndome de bruces junto al sofá y sentí que Jordan afianzaba sus pies sobre mi cabeza y sobre mi espalda, refregándomelos con fuerza como para limpiarse mi propia saliva sobre mis pelos y sobre mi camisa.
— ¡Ahora vuelve a calzarme, gusano! – me ordenó.
— Si Jordan…como tú ordenes… – me atreví a responderle.
Me arrastré hasta que pude alcanzar sus zapatillas y sus calcetines y me dispuse a calzarlo. Pero la visión de sus hermosos pies y todo lo que en verdad había disfrutado lamiéndoselos, me impulsaron a besárselos temerariamente, aún a riesgo de ganarme una golpiza por hacer algo que él no me había ordenado.
Pero en cambio de enfurecerse por mi gesto tan servil, Jordan soltó la carcajada al tiempo que empezaba a burlarse de mí con insultos y lindezas que hicieron que me avergonzara y me humillara como pocas veces. Y estábamos en esas cuando apareció Andy en el refugio y no se le ocurrió más que preguntar entre risas qué era lo que hacíamos.
— Pues que he tenido al gusano chupándome mis pies por más de una hora… – le respondió Jordan entre carcajadas –…y al parecer le ha gustado tanto chupármelos, que ahora me los besa dándome las gracias…
— Pues venga gusano… – dijo Andy –…que seguro que también te gustará chuparme mis pies.
El corazón volvió a darme un vuelco. Pero esta vez no era de emoción ni de excitación, sino por el asco que me provocaba la sola idea de lamerle los pies a Andy, que de usual los traía tan sucios y tan descuidados.
Desde el suelo como estaba, postrado a los pies de Jordan, levanté el rostro para empezar a suplicarle que no me obligara a tal humillación. Pero él, en vez de defenderme como casi nunca ocurría, torciéndose de risa me apuró para que acabara de calzarlo y luego me endilgó un buen par de patadas para que fuera a satisfacer el capricho de Andy.
No tuve más remedio que arrastrarme sobre el suelo, gimoteando y temblando de asco, hasta que estuve a los pies del chico. Debí descalzarle sus chanclas y sin poder evitarlo tuve que pegar mi lengua a sus terrosos y ásperos pies, para empezar a lamérselos sin ningún entusiasmo, pero tratando de ser lo más eficiente posible, pues en ello no sólo me iba el evitarme la paliza que me obsequiaría Jordan sino le obedecía, sino además el concluir lo antes posible mi humillante y asquerosa labor.
No me fue nada fácil lamerle los pies a Andy. Su olor y su sabor eran muy diferentes a los de los pies de Jordan y además estaba el hecho de toda la repulsión que me causaba sentir en mi lengua aquellas asperezas y el tener que tragarme la tierra adherida a sus plantas.
Evité todo lo que pude chuparle los dedos y meterle mi lengua entre sus junturas. Para ello me valió que Andy no se preocupara más que de burlarse de mí y humillarme, obligándome eso sí a lamerle con decisión, notando entusiasmado cómo sus pies iban cambiando de color con el trabajo de mi asqueada y ya algo lastimada lengua.
Aquel fue un ejercicio agridulce de mi oficio de lamer, pues tuve que pasar de la excitante emoción de ver cumplida mi fantasía de lamerle los hermosos pies a Jordan, para concluir con la asquerosa y humillante tarea de tener que lamerle los sucios y descuidados pies a Andy.
Aunque de todas formas, si hacía balance, había salido ganando, pues a Jordan parecía haberle agradado el trabajo de mi lengua sobre sus pies, por lo cual podía suponer que no sería esa la última vez que me diera la oportunidad de lamérselos, de adorárselos y de volverme loco de excitación con aquel peculiar y fuerte aroma al que tantas pajas le había dedicado ya.
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