IMÁN
(HISTORIA DE FANTASÍA) Hace ya más de un año conocí a un joven trans en una app de citas. La conexión fue inmediata y ahora nos encontramos jugando al amo y el esclavo casi todo el día..
La luz del sol comienza a entrar por mi ventana, pese a estar las cortinas cerradas, esta logra colarse por un pequeño espacio. Llevo mis manos a mi cara, mientras abro los ojos, un tanto molesto por tener que despertar, comienzo a estirar mi cuerpo buscando alguna manera de animarme a ponerme de pie. De pronto recuerdo que mi alarma aún no ha sonado, lo que indica que, para mi beneficio, aún me deben quedar unos minutos para descansar. Vuelvo a cerrar los ojos y me giro a mi izquierda para poder conciliar el sueño nuevamente, noto, con emoción, que el otro lado de la cama está vació. Sin darme cuenta, me termino perdiendo en mis ideas y, finalmente, me vuelvo a quedar dormido.
Algunos minutos después que, puedo asegurar, no fueron demasiados, suena mi despertador. Sé que, a partir de ahora, tengo diez minutos para entrar a la ducha si no quiero llegar tarde al trabajo, especialmente en lunes, día en que se gestionan las reuniones más importantes de la semana.
Con pesar me pongo de pie y camino al baño dentro de la habitación, en el camino me quito la ropa interior, que es lo único que traigo puesto, y la tiro a algún lugar cerca de la cama. En cuanto abro el agua procuro ingresar inmediatamente, aun cuando está helada, es precisamente esa la mejor forma de despertar completamente. Disfruto sumergir mi cabeza en el chorro de agua para inhibir mi audición y sentirme mucho más relajado, pero sé que no me puedo permitir más de dos minutos de aquella dulce sensación. Al salir, rodeo mi cintura con una toalla y me dispongo a afeitarme.
Luego, camino hacía la silla cerca de la cama dónde mi traje luce perfectamente planchado, ordenado junto a cada una de las piezas de ropa que usaré hoy; mis calcetines, un bóxer, incluso el perfume y la corbata se encuentran milimétricamente ubicados dónde me gusta que se encuentren.
Cuando estoy listo, salgo de la habitación. Pronto puedo sentirme rodeado por el olor a tostadas y huevo que proviene de la cocina en el primer piso. Bajo las escaleras en silencio, sintiendo mi estomago rugir por algo de comida.
Al llegar a la primera planta, observo mi desayuno esperándome, como cada mañana. Mi café, descafeinado y con leche tibia, dos tostadas con huevo y un pequeño vaso con zumo de naranja. Todo tal como me gusta que se encuentre.
Tomo asiento, procurando hacer ruido para anunciar mi llegada. Espero solo unos segundos. Cuento mentalmente hasta cinco, cuando su figura se aparece junto a mí. Sabe muy bien que no me gusta desayunar solo, y que no puede tardar más de diez segundos en aparecer a mi lado, independientemente de lo que esté haciendo. Él es consciente de que, si tarda demasiado, levantaré mis manos para chispear mis dedos y eso solo significa una cosa: Castigo.
—Tardaste, pero no tanto como para ser reprendido.—Comienza a arrodillarse a mi lado.
Lo observo con desprecio. Analizó su cuerpo verificando que solo lleve puesta su ropa interior.
—Lo siento, amo.— Expresa con miedo.
—Que no se repita.
—Si, amo.
Se arrodilla cerca de mí, observando atentamente como consumo mi desayuno. Hoy, pesé a ser solo lunes, me siento un poco bondadoso.
Hago mi silla un tanto hacía atrás, permitiendo que ahora mis piernas queden a la vista, las separo levemente dejando un poco de espacio entre ellas. Doy unas pequeñas palmadas sobre mi muslo para que comprenda que debe sentarse en él. Pronto, obedece en silencio. Continuó mi desayuno con él cerca. Entre mascada y mascada, huelo ligeramente su piel, asegurándome que se mantiene limpia, tal como le he ordenado que lo haga cada mañana. Comienzo a dar suaves golpes con pie en el suelo, haciendo así que mi rodilla de saltos y me permita estimular su clítoris. Una de mis manos le afirma con fuerza la cintura cuando noto su intento de moverse. Quiere escapar, sabe muy bien que cualquier cosa que comience ahora no terminará, pues pronto me debo retirar a la oficina.
—Abre la boquita.— Mientras le doy un poco de pan.—Muy bien, buen chico, ¿Ves como papi puede ser bueno cuando te portas bien?—Asiente suavemente. Debiese reprenderle, la orden es clara: debe responder siempre en palabras, debe llamarme como soy: su amo. Pero como he dicho, hoy me siento bondadoso.— Ten.— Le doy un poco de zumo de naranja.
Con clara intención, muevo el vaso para que parte del líquido termine cayendo por su cuello y pecho.
—Ups.— Expreso con cinismo.
Me acerco un poco más a su cuello y con mi lengua limpio la gota que baja por él. Tomo su mano, que se encontraba descansando junto a su muslo, y hago que toque la erección que se comienza a marcar bajo mi pantalón.
—Me tienes duro… Debería faltar al trabajo.—Le susurro al oído mientras que con mi otra mano comienzo a acariciar suavemente su muslo. Puedo sentir como su respiración comienza a entrecortarse.— Y quedarme en casa, enseñándote a complacer a tu amo.— Llego al inicio de su bóxer y jugueteo con intentar entrar, pero rápidamente mi mano sube hasta su pecho, tanteo su cicatriz de forma juguetona.— Sé que te mueres porque te ponga contra esta mesa.— Ahora mi mano sube hasta su cuello y lo aprieta suavemente, mientras que hago que con la otra lo hago comenzar a masturbarme sobre el pantalón.— Y te de tan duro que pidas que pare… Y a mi me encantaría complacer a mi putito.
Antes de que sea capaz de procesar todo el estimulo que he cargado sobre su cuerpo, dejo de tocarlo y vuelvo a concentrarme en mi desayuno.
—¿Deseas más jugo?
—Si, amo.— Responde con voz pausada. La temperatura de su cuerpo se ha elevado unos grados.
Vuelvo a darle de beber mientras le miro atento.
—Buen chico.
Observo el reloj en mi muñeca y noto que tengo tan solo cinco minutos más para salir en mi coche. Eso si no quiero quedarme atrapado en el trafico que comenzará a embotellarse en unos treinta minutos aproximadamente.
—Retírate.— Cambio mi tono rápidamente y noto como le cuesta algunos segundos adaptarse a mi nuevo modo de tratarle. Es precisamente esa confusión con la que me gusta jugar, por lo que cuando está pasando por mi lado, dejo una fuerte nalgada en su culo.
Me levanto, dejando todo para que él limpie en cuanto me vaya de casa. Ese es su deber como esclavo.
Ahora se encuentra en la puerta de la cocina, que da justamente al comedor. Me acerco y le planto un beso en sus labios con rudeza. En cuanto me separo, le miro a los ojos con severidad.
—He cambiado de opinión… Si te mereces un castigo.—Sus ojos brillan suplicante, esperando que no sea lo que él cree… Y no lo será, por esta vez.— Tienes prohibido masturbarte hoy.
No espero respuesta, tampoco lo habrá porque tiene prohibido reprochar cualquiera de mis decisiones, después de todo soy su amo, su dueño.
Salgo de casa, y me meto en el automóvil. En cuanto estoy dentro, me permito unos segundos para respirar con más calma. Mi corazón late con fuerza y me siento lo suficientemente caliente como para que mi mente no deje de plantearme posibles escenarios sexuales con él.
Lo conocí hace algunos años, ambos estábamos dando vueltas por una aplicación de citas, tratando de encontrar un poco de sexo casual y rápido. Solo bastaron algunos mensajes, un poco de sexting por aquí, otro poco por allá y tan pronto como le envié mi dirección, se presentó frente a mi departamento.
El trato era claro, nada de sexo anal, el condón era obligatorio, y podía llamarle con tanto insulto como quisiera mientras no cuestionase su género. Fue, sin duda, una de las sesiones de sexo más expeditas, pero satisfactorias que he tendido.
¿De allí a vivir juntos? Muchos pasos, pero el principal fueron las charlas post coito. Aquellas en que, abrumados e inclusive un tanto avergonzados, no sentíamos con plena confianza para expresar nuestros pensamientos, nuestros deseos e intenciones para vernos nuevamente. Solo fueron necesarias unas noches, y pronto nos encontrábamos conversando de aquellas ideas y fantasías más reprimidas que habíamos deseado experimentar, esas imaginaciones que no cualquier persona podía saber, y que sabíamos que no todos eran capaces de aceptar.
Algunos meses después, terminamos por generar una especie de contrato mental. Establecimos algunos límites claros y tanteamos que tantos otros podíamos transgredir. No paso demasiado para completar una rutina. Pasamos de tener sexo casual, acordado por WhatsApp, a establecer dos días, como mínimo, en que debía estar disponible para mí. Y de eso, ha casi un año y medio de conocernos, acordamos que podía vivir junto a mi siempre y cuando ambos firmáramos un pequeño contrato, esta vez físico, en el que dejáramos por escrito cada una de nuestras reglas, incluyendo una palabra clave para delimitar cuando estábamos actuando y cuando éramos dos personas que compartían una relación completamente normal.
En unos días, se cumplirán seis meses desde su llegada y, aunque en un principio éramos muy estrictos con respecto al contrato. Ha sido imposible no romper, consensuadamente, ciertas reglas. Cada vez hemos avanzado un poco más, explorando nuestros límites. Llevándonos buenas y malas sorpresas.
Definitivamente no nos gustan los golpes. No resultan tan excitantes como la pornografía te quiere hacer creer.
Y puede que la lluvia dorada no sea tan mala como algunos creen.
Si bien en un inicio quisimos dejar claro que lo nuestro no era algo más que sexo, el hecho de que vivamos juntos hizo imposible que surgieran ciertos sentimientos entre ambos. Inclusive al inicio se presentó algo de dependencia.
Fue difícil afrontarlo, ¿aceptarlo…negarlo?
Acordamos que, no había nada de malo en asumir que, poco a poco nos comenzamos a querer, por mucho que nuestras practicas parecían alejarse del sentimentalismo, pero nos permitimos mantener una relación abierta para explorar con otras personas aquellas libertades que no nos podíamos entregar mientras estuviésemos en nuestros roles.
Las reglas, que cada vez se han ido quitando y sumando, son amplias y pueden cambiar según el contexto. Pero hay una que es inamovible. Aquella que me fue más difícil de acatar, pero que sin duda permitió que esta relación avanzara en un éxtasis de sexo y orgasmos infinitos.
Nuestra regla principal: De lunes a viernes, en cualquier horario, en cualquier contexto, y siempre que no se usase nuestra palabra de seguridad, nuestros roles empezaban desde la puerta de la casa y, en ninguna circunstancia, los podíamos dejar.
Llegó a mi trabajo con dos minutos de ventaja, perfectamente calculado para tomar el ascensor hasta el octavo piso e instalarme en mi oficina.
—Buenos días Dona.— Saludo a mi secretaria quién me sonríe con dulzura.
En cuanto me instalo en mi escritorio, saco mi portátil de uno de los cajones y lo enciendo. Pese a que tengo el computador que la empresa instalo en el mesón frente a mí, tengo predilección por utilizar también mi notebook propio. Particularmente porque el computador del trabajo es monitoreado por el área de informática, y porque en él no puedo hacer lo que estoy a punto de cometer.
Abro mi programa favorito, camuflado entre algunas carpetas. Ingreso mi contraseña y pronto se despliega frente a mi una serie de imágenes a color, con excelente calidad y sonido: Las cámaras de vigilancia de casa.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!