Insaciables.
Obra llena de delicadeza y sugestión entre sus líneas. Historia real de una vida pasada..
Te veo dónde voy sin haberte visto antes, te siento rozar mi piel sin haberte tocado, percibo el aroma de tu alma que en pena recorre todas las noches los jardines de tulipanes negros para posar su sombra al amanecer sobre las cortinas de mi habitación, en lo más alto del ala oeste de la Fortaleza del Alba.
Y descubriendo la intensidad de los momentos abstractos más impúdicos, se encontraron al fin tus ojos con los míos, en medio de la vaguedad que se amotinaba a través de aquel túnel cuasi secreto de mi fortín, esa mañana de un terrible enero sin perdón, una alucinación que se manifestaba sin una sola palabra, viajando a través de todo espacio, burlando todo lo conocido y asumido por la gente común. El tiempo se detuvo y la oscuridad iluminó nuestros deseos a flor de piel mientras me llevas atada de pies y manos por el pasadizo retorcido de tus rincones, de tus más profundas intenciones con el fin de profanar mi ley. Tu cuerpo traducido en una hoguera, erigido a punto de estallar, se posa como un demonio sobre mi, tapando mis ojos con tus dedos de fuego, y, clavándome tus colmillos de marfil en la carne etérea de mi garganta, la que succionas para luego ahorcar. La temperatura eleva su graduación en la habitación en penumbras musicalizada por gemidos, matizada con caricias de imperdonable ardor, aupándose al compás del pálpito de tu corazón, encendido, encabronado, dominante, empoderado, desbordante de emociones exaltadas sobre mi ser.
Me enlazas con tu lengua, me retuerzo y me estremeces con solo observar como mi mundo se abre ante ti, bajando la guardia de sedas rojas, rojas como la sonrisa que desde tu rostro se esculpe para mi, pidiéndome por lo bajo que me entregue a la inflexión de sus deseos más oscuros a los que accedo sin pensar, rindiéndome franca ante el espectro despojado de sus vestiduras que desde la penumbra que dibuja la luz de la luna sobre las cortinas que nos separan del mundo real, me observa deseoso, fogoso, perturbado por sus mandatos que acaba de bastardear, porque me ama e idolatra la evanescencia de nuestras pieles corrompidas gozándose.
Te escupo con los ojos y te pido sin hablar que no detengas tu juego hacia la cima de la libertad. Te abrazo con mis piernas sin dejarte escapar, presiono tus temores escondidos con mis dedos y rasguño tu espalda que se agita sin cesar, respirando apenas, con un hálito que quema al rozar. El tiempo se nos agota pero no se agota el altanero placer de nuestras partes más intrínsecas, de nuestros muertos corazones acelerados rugiendo antes de desfallecer por la lujuria de la osadía que el instante prohibido nos regala, a través del tiempo, trascendiendo el espacio y todas las dimensiones posibles.
Ahora, cada vez que estás cerca de mi, sucede ese infierno que se extiende a través de las dimensiones que nos separan, como si no existieran, como si tus dedos continuaran posados en mi identidad, acariciándola suavemente, penetrándola poco a poco, ensalivados con el sabor de tus memorias visuales de otras vidas dónde también nos descubrimos. Ahora, cada vez que estás cerca a través de cualquier éter y con tal de llegar al mismo fin, tu ronca voz se hace canción resonando en mis mañanas y tu aliento me penetra olvidando su lejanía.
Mi espíritu indomable se hizo uno con tu espectro ancestral. Nuestros ataúdes quedaron destrozados y el infierno extravió a dos de sus moradores. No hubo ni habrá decadencia que valga nuestros encuentros, no hubo ni habrá purificación que nos libre de esta condenada pasión. No hay hubo ni habrá nada que el mundo etéreo o espectral pueda hacer para cortar este hilo rojo que por decenios se ha estirado hasta que al fin, nos unió. Y así quisiera que siga toda esta historia que nos montamos, entre líneas retorcidas que vamos escribiendo con las gotas de agua indómitas que brotan del falo y de la aurora, y que sabemos que igual no tiene, ni persigue, ni pretende, porque todo es más que suficiente.
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