Itzel, mi vecinita. (Parte 2)
Ya se había encendido el switch..
Si bien es cierto, nunca había desarrollado deseo sexual alguno por una niña, todo había cambiado y ahora no había nada que sexualmente deseara más que acariciar, besar, lamer, chupar y mordisquear la tersa piel de Itzel. No podía quitar de mi mente la imagen de ella acostada en mi cama, boca abajo, mientras leía una revista y movía sus pantorrillas hacia arriba y hacia abajo alternadamente. Siempre se tumbaba con tosquedad sobre la cama, y eso provocaba invariablemente que su faldita apenas cayera encima de sus nalgas y rozando nada más sus muslos. De forma que sus piernas quedaban casi todas desnudas. Esa deliciosa imagen se aderezaba con las calcetas blancas y ajustadas que cubrían su pantorrilla. «Qué rico pasar mis manos por esas piernas», pensaba. Pero qué ganas tenía de chuparlas.
Por el tercer día, más o menos, hice un poco más que solo pensar. Normalmente, mientras ella estaba sobre la cama como lo describí arriba, yo estaba en la computadora a los pies de la cama. De tal forma que solo me bastaba girar un poco la cabeza para mirarla a mis anchas. Comencé a masturbarme, pues mi ropa que siempre era cómoda me lo permitía. Aguanté tanto la «venida», con tal de no dejar de gozarla que cuando no pude aguantar más, provoqué un desastre en mi ropa, el escritorio y quien sabe qué más. La pequeña Itzel no se dio cuenta. Limpié como pude.
Por el quinto o sexto día, ya sabía cual era el primer paso para satisfacer un poco mis deseos. Ese día durante la comida le pregunté si le encargaban tarea en la escuela. -Obvio- me contestó mientras me juzgaba de bobo con la mirada. Me contó que la hacía ya en la noche, con sus papás. No le gustaba, pues sus papás se desesperaban y ella notaba que cada vez les gustaba menos. Le dije -yo te puedo ayudar con las tareas, aquí está la computadora y el internet, basta que me lo pidas-. Minutos mas tarde nos fuimos a mi habitación, como siempre.
Yo me senté en el sillón que ocupaba como silla de escritorio. Era un viejo sillón de esos viejos, de salas antiguas, para una sola persona, con descansa brazos altos y muy anchos. Le dije, saca lo que te hayan encargado y ven para ayudarte. Vino con un cuaderno con tarea de historia. Yo pegué mi espalda al respaldo y abrí las piernas, y en un arranque de determinación, la senté en medio de ellas, al filo del sillón.
Comenzamos a investigar sobre su tarea. Ella no cabía muy bien, así que continuamente se empujaba hacia atrás para poder sentarse. Es decir, se pegaba hacia mí. Pronto tenía la erección más grande de hubiera tenido jamás. No había manera que no sintiera mi pene hinchada y erecto en su espalda baja. La tarea la terminamos en una media hora, aproximadamente. Noté entonces que no quería irse del sillón, ya sea por placer o curiosidad. Cuando se volvió a hacer hacia atrás, como para no caerse, aproveché. No bien se estaba haciendo hacia atrás cuando la tomé de la cintura y la jalé pegándola bien a mi. Como no reaccionó, por el contrario, se dejó, decidí no quitar mi brazo de alrededor de su cintura.
Navegamos sin rumbo en el internet. Yo en realidad no estaba ya mirando nada en la computadora y creo que ella tampoco. Me concentré en gozar de ese cuerpo pegado al mío, y creo que ella también. Ya estaba en eso, pensé entonces ¡Qué dialos, sigamos!
Recargué mi mentón en su cabeza, al lado de su coleta y después bajé mi boca para recargar mi nariz. Su olor, que probablemente no tenía nada de especial, me excitó mucho más. Le estaba respirando en su cabello. La mano con la que le tomé la cintura, la bajé y recargué en sus piernas. Siguió como si nada. Como concentrada en la computadora que en realidad ya no ofrecía nada de interés.
Así, con mi pene hinchado y erecto sobre su espalda, bien recargada, mi boca y nariz oliendo su cabello, decidí dar un paso más. La mano que tenía recargada la usé para levantar un poco su falda, aunque no en forma de caricia. La mitad del muslo estaba desuda ya. Sin aguantar más entonces decidí, ahora sí, acariciar por fin esas piernas. Lo hice con suavidad, desde su rodilla hacia arriba, para después subir y bajar. Dejé finalmente el ratón del PC. Y con las dos manos me di tal placer acariciando sus piernas que inevitablemente acabé haciendo movimentos sexuales con mi pubis sobre su espalda. Ella los imitaba. Con mis manos levanté toda su faldita, sin quitársela. Le toqué su vagina sobre su calzoncito blanco. Lamí quedito su cuello ¡Estaba en la gloria! Ella comenzaba a gemir.
Le dije al oído que no hiciera ruido porque nos iban a escuchar. Bajó el volumen pero siguió gimiendo. Con todo ese gozo: sus piernas bajo mis caricias, su calzoncito desarreglado, sus pompis redonditas moviéndose conmigo, y ahora con esos gemiditos, no pude más. Me vine tremendamente sobre mi ropa y la de ella.
Desconcertados los dos, nos paramos del sillón y le hice la seña de silencio. Ella obedeció poniendo una cara de burla y picardía. Le dije bajito que no hiciera nada, que yo lo iba a arreglar, que solo teníamos que esperar unos minutos. Se me ocurrió un plan. Cuando pude disimular un poco la erección que persistía, me acomodé el pene debajo de mi ropa y fui a la cocina. Mamá estaba en la sala frente al televisor. Preparé un chocomilk en un vaso grande, quizá de un litro y tomé unas servilletas. Volví hacia mi habitación y le quité todo el semen que pude con las servilletas. Le dije -Voy a regarte el chocomilk encima y diremos que se me cayó, para que no se den cuenta de lo que pasó-. Itzel, con su cara burlona asintió con la cabeza. Así lo hicimos. Llevé a Itzel a la sala con mi madre y le hablé del accidente. Hizo lo esperado, tratar de limpiarla sin mayor sobre salto, pues había sido un accidente. Una hora más tarde llegaron sus papás a recogerla.
Que ricooo… Sigue contando mas, por favor… ❤️
Ya continúo el relato con dos partes más, búscalas y disfruta!