Itzel, mi vecinita. (Parte 3)
Había hecho algo inconfesable que me había dado tanto placer como nunca. La emoción y el miedo me invadieron..
Mi madre no notó nada más que un simple accidente. Su mayor sobresalto fue por el uniforme, pues el día siguiente era de clases. Pero cuando los papás de Itzel llegaron por ella lo tomaron con calma, nos compartieron que era uno de tres uniformes, por lo que no teníamos de qué preocuparnos. Yo, desde luego, me disculpé por el incidente. No obstante, mientras tanto, era lo que menos me importaba. En esos momentos estaba al borde del pánico ¿Y si Itzel me acusaba?¿O si le contaba a una amiga y esa amiga a sus papás y estos a los de ella?¿Era yo un pedófilo?¿Iría a la carcel? Quería que me tragara la tierra. Itzel no dijo nada. Se fue a casa con sus papás y el día terminó para todos como cualquier otro.
Después de una ducha me fui a la cama. Al miedo se le unió el orgullo. Era un coctel de emociones que no me dejaron dormir. Pues solo podía pensar en lo que había sucedido. Por fin había acariciado esas piernas morenas y redondeadas de piel tan tersa, por las que me había masturbado todos esos días. Y no solo eso. Le había acariciado su pubis sobre su calorcito blanco mientras untaba y movía sus nalgas sobre mi pene. Por si todo eso fuera poco, terminé eyaculando sobre mi y sobre ella mientras yo le lamía el cuello y ella gemía quedito. Había sido una locura. ¿Era un sueño? ¿Se convertiría en una pesadilla?
La mañana siguiente todas esas emociones seguían conmigo. Aunque predominaba el miedo. Estaba atónito. No hablé con nadie. Perdí el apetito. Las clases terminaron y me fui a casa. Di muchas vueltas antes de atreverme a entrar en el vecindario. Pensaba que me estaría esperando la policía o los padres de Itzel. Finalmente me atreví. Llegué y todo parecía normal. Claro que mamá estaba preocupada por mi tardanza. -Me quedé adelantando un poco de tarea en la biblioteca- le dije. Me habían esperado para comer. La mesa estaba puesta como siempre. Ni Itzel ni yo hablamos. Yo evité mirarla pero casi al terminar nos miramos un segundo.
Ella tenía en su rostro un semblante de picardía, complicidad y hasta perversión. Esa mirada lo cambió todo. Como por arte de magia el miedo desapareció y dejo el camino libre para toda la emoción que me provocó su piel. Ella terminó su comida, bebió agua, llevó sus trastos a la cocina. Dijo gracias y se fue a cepillar los dientes como acostumbraba. Volvió a la mesa y dijo a mamá -voy al cuarto de Armando-. Se dio vuelta y se fue meneando sus pequeñas caderas, haciendo bailar su faldita azul.
¿Qué podía pensar ahora si no en volver a tocarla? Traté de mantener la calma. Terminé, recogí y me cepillé, para después irme a mi habitación. Cuando entré, desde luego que a propósito, ella estaba como siempre: sobre mi cama y boca abajo, recargada sobre sus codos leyendo una revista, su cabello perfectamente restirado y una cola de caballo. Esta vez, adornado con una dona con encaje blanco. Su faldita del uniforme sobre el culito redondo y paradito, apenas tapando un poco de sus muslos. El resto de sus piernas desnudas. Las pantorrillas, que subía y bajaba una después de la otra, cubiertas por unas calcetas blancas bien ajustadas. Aunque esta vez hubo una diferencia: se había sacado el chaleco para dejarse solo la camisa del uniforme que era blanca de manga corta. Era una tela delgada, pues se podía ver su corpiño blanco que contrastaba con su piel morena. Apenas la vi, pene se erectó y mi corazón comenzó a latir fuerte.
Fui al closet, tomé ropa y me fui al baño a sacarme la ropa que había llevado a la universidad. Cuando volví a mi habitación me senté frente a la computadora a gozar de la vista que ella me ofrecía mientras me masturbaba discretamente y pensaba que hacer para tocarla una vez más. No pasaron muchos minutos cuando ella se dio vuelta y se sentó sobre los pies de la cama, se inclinó hacia adelante con esa mirada pícara y me preguntó ¿Hoy también me ayudarás con mi tarea? -Claro- le respondí.
Se paró y caminó despacio hacia el sillón donde yo estaba. Yo me recargué hasta el fondo y abrí las piernas como el día anterior. Mientras se sentaba yo tomé su falda de las orillas para levantarla. Ella entendió bien lo que yo estaba haciendo. Se sentó pegando muy bien sus nalguitas a mi verga, que erecta ya no hice por disimular. Con mi mano y brazo derechos le tomé la cintura y la pegué aún más. Comenzamos otra vez.
Después de oler su cabello, fui a besar y lamer su cuello. También fui a su orejita derecha y metí mi lengua. Mientras tanto mi mano derecha acariciaba sus piernas. La textura de su calceta comprimiendo su pantorrilla me excitaba también, después subí mi mano al muslo que recorría despacio y suave con una caricia para terminar en su vagina sobre su calzoncito donde me quedaba varios segundos, para después hacer lo mismo con la otra pierna. Mi mano izquierda, por su parte, se escabulló debajo de su blusa que no quise desabotonar. Acaricié su pancita y después sus pequeños senos, primero encima y después debajo del corpiño. Parecían pequeños volcanes que desaparecían cuando los acariciaba y apretaba.
No veía su rostro pero estoy seguro que tenía sus ojitos cerrados. Comenzó a gemir. Al oído le dije, como ayer, que no hiciera ruido. Unos gemidos los ahogaba, y cuando no resistía gemía quedito. Todo su cuerpo era de piel suave y tersa: su cuello, su pancita, sus senos, sus piernas. Sus pompis no dejaban de untarse y moverse sobre mi pene. Su calzoncito se había humedecido. Sus piernas me parecían cada vez más irresistibles.
No podía resistir por mucho tiempo más sin venirme. Pero esta vez no podía hacerlo como ayer encima de ella. Nos iban a descubrir. Le dije al oído: «Tengo que ir al baño a venirme, porque ya no aguanto». No entendió o no escuchó, porque siguió como si nada, gimiendo quedito y moviendo sus pompis sobre mi pene. Yo traté de resistir un poco más. Esta vez le dije al oído: «Se me va a salir la leche como ayer, debo ir al baño para no ensuciarte ¿o te la quieres tomar?».
-Me la quiero tomar- me dijo quedito. Solo con escuchar eso casi me vengo, pero logré evitarlo. La puse de pie y la llevé a la cama. La acosté boca arriba pegada a la orilla. Me aseguré de que recargara su cabeza en la almohada. Con mi mano derecha le acariciaba su vagina húmeda y con la izquierda sostenía mi pene en su boca. Le dije -Ahí viene-.
Nunca olvidaré su cola de caballo por un lado, su carita morena, sus ojitos rasgados, y su boquita bien abierta… cuando exploté. Mi pene hizo dos descargas grandes y dos o tres pequeñas de semen.
No lo había tragado y quizá sintió que se ahogaba. Pegó un trago como reflejo, después dio un trago más, mientras un poco de mi semen se escurría por las comisuras de sus labios. Alcancé una camiseta mía y le limpié la boca. Aunque yo había terminado seguía excitadísimo. Me monté en la cama. Tomé sus piernas, las flexiones y metí mi cabeza entre sus piernas. Por primera vez hice a un lado su calzoncito, blanco y húmedo, con un par de mis dedos, y unté mi boca y mi nariz en el pubis de Itzel. Ya tenía bello púbico. Saqué mi lengua y lamí sin control su vagina, con las manos levanté más sus piernas y pude chupar también su ano. Iba y venía con mi lengua, de su vagina a su ano y de regreso.
Temí que no pudiéramos hacer más silencio y me reincorporé. Sin haberlo pensado, ni deseado, me acerqué a ella y le di un beso. En mi boca tenía el jugo de su vagina, su ano y su sudor. En la de ella mi semen. El beso fue delicioso.
Me arranqué de mi mismo y me levanté. Traté de acomodarme la ropa y ella me imitó arreglándose el uniforme. Sin mirarla para no ser presa nuevamente de la excitación, me senté a la orilla de la cama junto a ella. Después de un momento de silencio, en el que solo se escuchaba nuestra agitada respiración, le pregunté: ¿Habías hecho algo como esto antes? No dijo nada, la miré y me estaba diciendo que no con la cabeza. Su carita estaba roja como un tomate y su mirada no disimulaba su emoción. ¿Quieres que sigamos haciendo esto? le pregunté. Me dijo que sí. Le dije entonces que lo más importante era no decirle absolutamente a nadie. Ni siquiera a una amiga. Le expliqué que aunque nos gustaba hacer esto, no era algo bueno, le dije que nos podía ir muy mal si alguien se enteraba. La hice prometer que sería nuestro secreto.
Parecía que podíamos salir de mi cuarto sin que se nos notara algo raro. Le dije que se quedara un rato más dentro. Yo fui a la cocina y le traje agua. Descubrí que mamá estaba en el teléfono en una llamada ¿Quién sabe cuanto tiempo llevaba hablando? Pues acostumbraba hacer largas llamadas con amigas, comadres y familiares. Cuando volví a la habitación Itzel estaba guardando sus cosas en su mochila. Yo me senté a mirarla como cualquier hombre mira a una mujer que desea y es suya. Terminó y se giró para decirme: ¿vas a meter tu pene en mi vagina?
«Si tu quieres, si», le dije. Se dibujó en su rostro una sonrisa morbosa y se fue a la sala. Yo me quedé en mi cuarto. Al poco rato llegaron por ella. Esta vez no salí a despedirme.
Oye muy bien por el relato pero te estás tardando demasiado Itzel te pide a gritos que le metas la verga si te tardas más cuando quieras ya no podras mi estimado las oportunidades son una tomala y le das verga
…ya está la cuarta parte del relato!