John recibe su castigo (1)
el jovencito John se rebela y recibe 10 latigazos hasta que aprende que hay que acatar las órdenes de un mayor.
El ritual que había hecho con los hermanos Mohamed e Ibrahim no tenía que hacerlo con el resto de chicos de la isla, que se criaban aquí acostumbrados a tener sexo entre ellos. Me limitaba a hacerlo con los chicos que la Organización secuestraba y que traía del resto del mundo, ya que normalmente eran heterosexuales y necesitaban un periodo de adaptación o transición para acostumbrarse a los penes y al placer anal, y olvidarse de las chicas. Con Abdul, el hermano mayor de los tres, el tiempo de adaptación y transformación de aquel chico hetero en gay me costó más, porque ya había tenido experiencias sexuales con mujeres (y por eso lo separé y lo tenía recluido en otra habitación independiente). Sin embargo, con sus hermanos menores, la transformación anal fue más sencilla ya que nunca habían tenido relaciones sexuales con nadie a sus 15 y 11 años.
Si bien la primera vez que Ibrahim se folló a su hermano pequeño Mohamed fue porque lo provoqué yo con los supositorios, las veces siguientes ambos muchachos lo perseguían y lo vieron como un juego y algo normal. Así que Moha se dejaba ser follado cuando Ibra quería. Ya lo había transformado y todo su placer sexual venía de las pollas.
Habían pasado meses e Ibrahim ya estaba acostumbrado al ritual de la isla: tener sexo con chicos y ser follado. Así que lo dejé salir del apartamento.
En la Isla todo iba bien si eras sumiso, pero si te rebelabas eras llevado al centro de reeducación que estaba en los subterráneos de ‘El Complejo’. John era un niño rubito de apenas 15 años. Había sido un chico muy malo porque se negó a hacer caso a un superior que le había ordenado que se sentase en cuclillas sobre un dildo que John consideró muy grande para su tierno culito. No acataba el orden establecido, así que fue detenido por dos agentes y trasladado al centro de reeducación. Una vez allí le metieron en un vestuario de azulejos donde le despojaron de su pantalón que le desgarraron, dejándole desnudo. Los guardias le agarraron uno de cada brazo y le llevaron a una sala contigua, una especie de celda, donde había una especie de potro de tortura.
–Soltaaddmeeee! Cabrones! –gritó John
Pero los guardias no hicieron caso a sus gritos. Ni se inmutaron.
Colocaron a John a lo perrito. John estaba de rodillas, con las manos apoyadas en el suelo, la espalda al cielo, y el culo expuesto.
Los guardias le ataron con unas cinchas a la especie de potro de tortura contra el que apoyaba su pecho exponiendo su culo. Una vez le ataron por la cintura y por debajo de los hombros, John ya no se podía mover. Aún así le ataron los brazos a ambos reposabrazos, y luego le procedieron a atar las piernas por detrás de las rodillas y por los tobillos. John estaba completamente inmovilizado. La camilla le dejaba con el culo expuesto a lo perro. Los brazos atados y el pecho contra la camilla. Tom no podía ver nada de lo que le iban a hacer sus agresores lo cual le empezó a aterrar.
Un guardia cogió una vara de bambú y se la pasó a John por delante de los ojos para intimidarle.
–¿No has querido meterte el dildo cuando te lo han ordenado? 10 latigazos.
–zas. uno –John, con el culo expuesto, sollozó intentando soltarse pero era imposible
-zaass. dos.
John cerró los ojos y empezó a gritar intentando rebelarse pensando que si gritaba mucho lograría su fin.
Zaasssss. Tres
Zaaassss. Cuatro.
–Zassssss. Cinco
John hacía gestos de sentir daño y empezaba a darse cuenta que por mucho que gritase nada podía hacer. Estaba totalmente expuesto. El guardia cogió más impulso y le arreó con todas sus fuerzas
–Zaaaaaaaasss. Seis.
A John se le escapó una lagrimita, pero aún no escarmentaba y el guardia quiso que se doblegara así que se empleó con más fuerza y giró la vara a lo alto para coger más velocidad y fuerza y le arreó un varazo que la marca quedó roja en el curo de John
–Zaaaaaaaaaaaaaaaas. ¡Siete!!
–Diossssss -gritó John. Pare por favor. Ya he aprendido. No lo volveré a hacer.
El guardia quedó satisfecho con la súplica de John.
–Ya veo que has aprendido, pero aún te quedan tres, y te los tengo que dar, para concluir tu castigo.
–Zassss ocho. Zas nueve. Zas diez.
John lloraba con el culo rojo.
Los guardias se pusieron a ambos lados y empezaron a soltarle las cinchas que le ataban a la camilla-potro de tortura.
Una vez John estuvo liberado le dieron tiempo a que se pusiera de pie.
Una vez se reincorporó le llevaron a la habitación contigua donde había un dildo de 21 centímetros como el que había rechazado meterse antes del castigo.
–Bueno, veamos si has aprendido o no la lección. -dijo uno de los guardias.
–Ahí lo tienes: uno similar al que te has negado. Ya sabes lo que tienes que hacer. Ponte sobre él, en cuclillas, y métetelo.
John lo hizo sin rechistar. Puso un pie a cada lado del dildo y poco a poco se lo metió hasta su interior, hasta que con el culo dolorido sus nalgas tocaron el suelo. Pero no se quejó, no dio la más mínima muestra de queja. Sabía lo que le esperaba si lo hacía.
_Muy bien chico. Vemos que ya has aprendido. Vamos a soltarte.
(continuará)
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