JOVEN DE 18 AÑOS ES SEDUCIDO POR TRES POLICÍAS MADUROS EN UN ESTACIONAMIENTO ABANDONADO (CREADO CON IA)
En un estacionamiento abandonado, un joven de 18 años se encuentra con tres policías maduros. ¿Qué secretos y deseos se revelarán en la oscuridad de la noche? Una experiencia que cambiará su vida para siempre..
El estacionamiento abandonado se extendía como un desierto de asfalto, iluminado solo por la luz mortecina de una farola que parpadeaba al ritmo de un viento frío y cortante. Era una noche típica de otoño en la ciudad, con un cielo nublado que amenazaba lluvia pero no cumplía su promesa. Braulio, de apenas 18 años, caminaba con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta, su respiración formando nubecillas de vapor en el aire frío. Había quedado con un amigo para encontrarse allí, pero el amigo no había aparecido. Ahora, solo y rodeado de silencio, Braulio se preguntaba si había sido una mala idea venir.
De repente, el sonido de una sirena rompió la tranquilidad de la noche. Braulio se giró, su corazón acelerándose al ver un coche patrulla que se acercaba lentamente. El vehículo se detuvo a pocos metros de él, y tres figuras emergieron de su interior. Eran policías, todos maduros, con uniformes que les quedaban como una segunda piel. El primero, Anselmo, era alto y robusto, con una mirada penetrante que parecía ver más allá de la superficie. Manuel, el segundo, tenía una sonrisa pícara y unos ojos que brillaban con una mezcla de autoridad y algo más que Braulio no podía identificar. El tercero, Enrique, era más bajo y musculoso, con una presencia que irradiaba una calma inquietante.
—¿Qué hace un joven como tú en un lugar como este a estas horas? —preguntó Anselmo, su voz grave y autoritaria resonando en el silencio.
Braulio tragó saliva, sintiendo cómo el miedo y la curiosidad se mezclaban en su interior. —Estaba esperando a un amigo, pero no ha venido —respondió, intentando mantener la voz firme.
Manuel se acercó, su sonrisa ampliándose. —¿Y no te parece peligroso estar solo aquí? Podría pasarte cualquier cosa.
Braulio sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero también algo más, algo que no podía explicar. —Supongo que sí —murmuró, bajando la mirada.
Enrique se colocó a su lado, su presencia física casi abrumadora. —Deberías tener más cuidado, joven. La noche está llena de peligros.
Braulio asintió, pero en lugar de sentirse intimidado, notó cómo su cuerpo respondía de una manera que no esperaba. Su corazón latía con fuerza, y una cálida sensación se extendía por su abdomen. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Manuel, que lo observaban con una intensidad que lo hizo ruborizar.
—¿Sabes? —dijo Manuel, acercándose aún más—. A veces, los peligros no son lo que parecen. A veces, pueden ser… tentadores.
Braulio sintió cómo su respiración se aceleraba. No entendía lo que estaba sucediendo, pero algo en su interior le decía que no quería que terminara. Anselmo se colocó detrás de él, su aliento caliente en la nuca de Braulio. —¿Te gustaría descubrirlo? —susurró, su voz ronca y seductora.
Braulio cerró los ojos, sintiendo cómo las manos de Enrique se posaban en sus hombros, firmes pero suaves. —No sé… —murmuró, su voz temblorosa.
—No tienes que saber —dijo Manuel, su aliento caliente en el oído de Braulio—. Solo tienes que sentir.
Antes de que Braulio pudiera responder, Manuel lo atrajo hacia sí, sus labios encontrando los del joven en un beso profundo y apasionado. Braulio se dejó llevar, sus manos subiéndose instintivamente al pecho de Manuel, sintiendo la firmeza de su cuerpo a través del uniforme. Anselmo se movió, sus manos deslizándose por los lados de Braulio, levantando su camiseta y acariciando su piel cálida y suave.
Enrique se colocó frente a Braulio, desabrochando lentamente los botones de su camisa. —Eres tan joven, tan inocente —murmuró, sus ojos brillando con deseo—. Pero podemos enseñarte muchas cosas.
Braulio abrió los ojos, mirando a Enrique con una mezcla de miedo y excitación. —¿Qué… qué van a hacerme? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Enrique sonrió, su mano deslizándose por el pecho de Braulio, bajando hasta su cintura y desabrochando el cinturón de sus pantalones. —Lo que quieras —respondió, su voz baja y seductora—. Lo que necesites.
Manuel rompió el beso, mirando a Braulio con intensidad. —¿Quieres saber lo que se siente al estar con hombres como nosotros? —preguntó, su aliento caliente en la cara de Braulio.
Braulio asintió, su cuerpo temblando de anticipación. —Sí —murmuró, su voz llena de deseo.
Anselmo lo giró, presionando su cuerpo contra el frío asfalto del estacionamiento. —Entonces, déjate llevar —dijo, su voz autoritaria pero llena de promesa.
Las manos de los tres policías se movieron con experiencia, despojando a Braulio de su ropa con una eficiencia que lo dejó expuesto y vulnerable. El aire frío de la noche acarició su piel desnuda, pero el calor que emanaba de los cuerpos de los hombres a su alrededor lo mantenía caliente. Enrique se arrodilló frente a él, sus manos deslizándose por las piernas de Braulio, subiéndolas hasta su cintura y bajando sus pantalones y ropa interior en un solo movimiento fluido.
—Eres perfecto —murmuró Enrique, su aliento caliente en la erección de Braulio.
Braulio cerró los ojos, sintiendo cómo la boca de Enrique lo envolvía, cálida y húmeda, su lengua deslizándose por la longitud de su miembro con una habilidad que lo hizo gemir de placer. Anselmo se colocó detrás de él, sus manos firme en las caderas de Braulio, guiándolo hacia adelante mientras Manuel se arrodillaba frente a él, sus labios encontrando los de Braulio en otro beso profundo.
—Relájate —susurró Manuel, su voz ronca de deseo—. Déjate llevar por nosotros.
Braulio hizo lo que le pidieron, su cuerpo abandonándose al placer que los tres hombres le estaban dando. Las manos de Anselmo lo sostenían con firmeza, mientras la boca de Enrique lo llevaba al borde del éxtasis. Manuel rompió el beso, sus manos deslizándose por el pecho de Braulio, bajando hasta su erección y uniéndose a Enrique en una sincronización perfecta.
El mundo de Braulio se redujo a las sensaciones que lo inundaban: la calidez de las bocas de Enrique y Manuel, la firmeza de las manos de Anselmo, el frío del asfalto contra su pecho. Sintió cómo su cuerpo se tensaba, cómo el placer lo consumía, y luego, con un grito ahogado, se dejó llevar, su semen estallando en las bocas de los dos hombres que lo atendían.
Cuando terminó, Braulio cayó hacia adelante, su cuerpo tembloroso y exhausto. Anselmo lo sostuvo, sus brazos fuertes y reconfortantes. —¿Estás bien? —preguntó, su voz suave y preocupada.
Braulio asintió, su respiración aún entrecortada. —Sí… —murmuró, mirando a los tres hombres con una mezcla de gratitud y asombro.
Manuel sonrió, su mano acariciando la mejilla de Braulio. —Solo es el principio —dijo, su voz llena de promesa—. Todavía tenemos mucho que enseñarte.
Braulio sintió un escalofrío de anticipación recorrer su espalda. No sabía qué le deparaba el futuro, pero en ese momento, rodeado por los tres policías maduros en el estacionamiento abandonado, sabía que había descubierto algo que cambiaría su vida para siempre.
La noche continuó, y el estacionamiento, que antes parecía un lugar desolado y frío, se convirtió en el escenario de una iniciación que Braulio nunca olvidaría. Mientras las estrellas comenzaban a asomarse entre las nubes, y el viento susurraba secretos en el aire, Braulio se dejó llevar por los tres hombres, sabiendo que, aunque el mundo fuera caótico y lleno de peligros, en ese momento, estaba exactamente donde debía estar.
Y en la quietud de la noche, mientras los gemidos y susurros se mezclaban con el sonido lejano de la ciudad, Braulio se preguntó si algún día entendería completamente lo que había comenzado esa noche. Pero por ahora, solo sabía que quería más, que deseaba explorar cada rincón de este nuevo mundo que se había abierto ante él.
Con una sonrisa en los labios y el corazón lleno de una mezcla de emoción y wonder, Braulio se dejó llevar por la corriente, sabiendo que, fuera lo que fuese lo que viniera, estaría listo para enfrentarlo.
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