La instrucción – Parte 5

Un mensaje misterioso llegó como una sombra en la oscuridad: exigencias perversas, cifras obscenas y una promesa que erizó la piel..
Hola, pueden revisar las demás partes de esta historia en mi perfil, a partir de aquí trataré de hacer el texto más fluido. ¡Espero que les guste y me dejen sus comentarios!

La luz del atardecer filtraba sus rayos ámbar entre las cortinas opacas de la habitación del hotel. Ernesto y Lucas estaban sentados frente a la computadora, sus rostros iluminados por la fría luz azul de la pantalla. Un nuevo mensaje parpadeaba en la interfaz oscura:
«@WealthyCollector:
Quiero un video de una hora. El niño debe estar desnudo, con el collar y la máscara. Escenas de sumisión absoluta: posturas prolongadas, objetos intrusivos, lágrimas sin sonido. Incluir juguetes educativos… ¿entienden la referencia? Pago 2 BTC. Exijo perfección.»

Lucas frunció los labios, su pulgar acariciando el borde del collar de cuero que siempre llevaba en el bolsillo. Ernesto, con una sonrisa tensa, asintió.
—Dos Bitcoins… Podríamos comprarnos un apartamento en otro país con eso —murmuró.
—Primero hay que darle lo que pide —respondió Lucas, guardando el collar en una caja de herramientas. Su voz era suave, casi reverente—. Y hacerlo bien.

Preparativos

La habitación se transformó en un escenario meticulosamente diseñado. Luces rojas colgaban del techo, proyectando sombras que se retorcían como serpientes. Las cámaras, colocadas en trípodes de acero, apuntaban desde ángulos calculados: uno para capturar el temblor de los dedos de Alex, otro para enfocar el collar ajustándose a su cuello, un tercero para grabar sus ojos tras la máscara de látex. Lucas dispuso los «juguetes educativos» en una mesa: consoladores con texturas ásperas, vibradores pequeños y un cubo de madera tallado con forma fálica. Todo parecía sacado de un aula de preescolar retorcida por la mente enfermiza de un pedófilo obsesionado con el control.

La sesión

Cuando Ernesto llevó a Alex al hotel, el niño caminaba como un autómata, su cuerpo delgado envuelto en una sudadera demasiado grande. Lucas lo desnudó sin prisas, dejando al descubierto su piel pálida, salpicada de marcas rojizas donde el collar había rozado días anteriores. La máscara de látex se ajustó con un clic metálico, y el collar, grueso y negro, se cerró alrededor de su cuello con un sonido que hizo eco en la habitación.
—Arrodíllate —ordenó Ernesto.
Alex obedeció, sus rodillas golpeando el suelo con un thud sordo.
La sesión comenzó con posturas de «disciplina»: horas de inmovilidad, el cuerpo de Alex arqueado hacia adelante mientras un vibrador pequeño se enterraba en su ano, su zumbido constante llenando el silencio. Lucas ajustaba los dispositivos con precisión quirúrgica, murmurando al oído del niño:
—¿Duele, perra? Respira hondo.
Ernesto, detrás de la cámara, dirigía la escena como un director de cine macabro.
—Mira a la lente, Alex. Dile a nuestro cliente que eres suyo.
El niño, con la máscara deformando sus labios, susurró:
—Soy… suyo.
Sus palabras se perdieron entre sollozos ahogados. Lucas introdujo un consolador más grande, observando cómo el cuerpo de Alex se tensaba antes de ceder, cómo sus dedos se aferraban a la alfombra como si fuera un salvavidas. Las lágrimas brotaron silenciosas, deslizándose por las esquinas de la máscara, mientras Ernesto repetía:
—Perfecto. Perfecto.

Edición y entrega

Cuando el video estuvo listo, era una obra de arte perversa. Cortes lentos que enfocaban en la rigidez de los músculos de Alex, el contraste entre su cuerpo infantil y los objetos invasivos, la manera en que su respiración entrecortada se sincronizaba con el zumbido de los vibradores. Ernesto lo tituló: «Domesticación, Parte I».
Lo subieron al enlace seguro y esperaron.

La respuesta del cliente

A las 3:00 a.m., el mensaje llegó:
«@WealthyCollector:
Excelente trabajo. El niño es… delicioso. El video es una prueba del potencial que tiene como juguete y ustedes como entrenadores.
Pago: 2 BTC confirmado.
Nos veremos pronto.»

Ernesto y Lucas se quedaron inmóviles, la pantalla reflejándose en sus pupilas dilatadas.
—¿Nos… veremos pronto? —repitió Lucas, su voz temblorosa—. ¿Qué mierda significa eso?
Ernesto cerró la computadora de golpe, sus manos temblando.
—No lo sé —respondió—. Pero no me gusta.
La habitación, antes llena de euforia, se había convertido en una trampa de hielo. El eco de las palabras del cliente reverberaba en sus mentes: nos veremos pronto. ¿Era una amenaza? ¿Una promesa?

Siguiente parte, próximamente…