La isla 2. cap 4. Martín descubre los cubículos
El tierno Martín va ascendiendo de nivel, y descubre cubículos con dildos dentro.
Las primeras lecciones en el jardín de infancia era aprender a tomar leche directa de polla de un adulto y distinguir el rango (había tres) de quien mandaba en la isla. Y es que todo el mundo empezaba en el nivel cero, pero podía ascender, según dejase ser follado, a nivel 1 y nivel 2, siendo estos los más expertos y que más privilegios tenían… aunque yo estaba por encima de todos: tenía a todos a mi disposición. Y podía interrumpir a dos muchachos cuando estuvieran follando entre ellos, o follarme al que follaba al chaval haciendo un trenecito, o inyectarle con jeringuilla o supositorios a traes de dildos, drogas que hacían que durase más tiempo la penetración (azul), o blanca (para que se desvaneciesen y se dejasen follar por mí o por quien yo dispusiera). Podía dejar que follasen entre ellos y toda la isla se controlase sola, o podía intervenir cambiando la configuración de lo que quisiera para que todos necesitasen ser penetrados más a menudo por un consolador (podía volverles esclavos dependientes de los dildos o liberarles para que no necesitasen autopenetrarse todos los días… pero me molaba verlos, a través de las cámaras del complejo, que yo controlaba desde mi sala de control, cómo se ponían todos en cuclillas metiéndose aquellos falos que salían del suelo, de diferentes tamaños, autoinsertándose mis dildos, cada vez más gordos y largos, en aquellos cubículos en los que ellos creían tenían intimidad.)
Martín siguió en el jardín de infancia, aprendiendo estas lecciones de vida, y empezando a mamar penes. Había observado que en su aula había nenes con panty beige, y también como él, con calzón naranja. Y comprendió que todos los de calzón naranja chupaban penes. Sus amiguitos hacían lo mismo que él, con otros mayores. Y cuando estaba solos en la habitación, compartían experiencias de lo que habían disfrutado mamando un pene gordo y largo.
De hecho a esta edad los nenes ya no dependían del gel anal, sino de mamar semen, cosa que tenían que hacer, como mínimo, una vez al mes, porque les habían educado que para crecer y desarrollarse, los niños necesitan lechita de hombre, y que es bueno mamar penes.
A Martin no le había visto desde que le inicié en este arte. Había mamado, mes tras mes, penes de otras personas que se habían corrido en su boca. Martin era ya todo un experto mamador, dependiente del semen. Y en esta fase de iniciación era la segunda para amaestrarlos. Para ello se les prohibía mamar penes, cuando ya se habían convertido adictos a ellos, y se les explicaba que otra forma de obtener su lechita era vía anal.
En la sala de vestuarios, donde los niños se cambiaban el bañador mojado de la piscina por uno seco, tras las duchas, había unos cuartitos individuales llamados cubículos. Martin lo descubrió hablando con sus compañeros de clase, pues había notado que entre ellos a parte de speedo beige y naranja había niños que llevaban un bañador amarillo, y que estos eran los que estaban en lo más alto del escalafón de su área.
Daniel era otro rubito, quizás de algo más edad, que llevaba calzón amarillo. Se había hecho amigo de Martin porque entrenaban en el mismo equipo de fútbol, y coincidían en los vestuarios.
–Martin, sí. –le dijo aquel día tras acabar el entreno en el vestuario número cero, cuando ya todos sus compañeros se habían cambiado.
–Detrás de las duchas hay cubículos individuales, con un pequeño dildo tamaño bolígrafo de cuatro colores en el suelo. Puedes obtener tu ración del mes de semen sentándote, en cuclillas, encima de uno de ellos, hasta que se entierre en tu ano. Una vez lo tengas todo dentro, del dildo brotará en el interior de tu culo, semen.
Martin, que le había escuchado ojiplático, se fue detrás de las duchas mientras Daniel abandonó el vestuario hacia la zona exterior para tumbarse a tomar el sol en el césped.
Martincito había crecido y evolucionado. Y él quería ser superior y no depender de mamar penes. Y lo de los dildos le pareció muy bien, así que, desnudito como estaba, se dirigió detrás de las duchas comunes, y pudo comprobar cómo había un montón de puertas, una junto a otra. Aquello serían los cubículos individuales de los que le había hablado Daniel.
Ni corto ni perezoso abrió una de aquellas puertas. El silencio reinaba en la estancia. Los chavales se habían ido del vestuario tras ducharse, y no quedaba nadie allí. Lo que le envalentonó e hizo superar cualquier verguenza.
Al abrir la portezuela observó aquella estancia como una cabina de ducha individual, toda azulejada de blanco, de suelo a techo, en mitad de la cual había un aparato en forma de pene emergiendo del suelo. No era muy grande, ni tampoco muy gordo (con el tiempo Martin iría descubriendo que los había de todos los tamaños, más gordos y más largos)… Para iniciarse aquello estaba bien. Mediría 13 centímetros de largo y era de gordo como un boli de aquellos que recordaba haber visto de niño, de cuatro colores. De hecho el aparato era similar, de plástico duro. Y parecía tener un agujero en la punta, como para salir el color que seleccionaras… pero Daniel le había dicho que de allí saldría semen que absorbería su ano.
Martin de hecho llevaba un mes sin pene. Ningún mayor se lo había querido dar de mamar. Y Martín tenía mono de semen. Le habían hecho creer que necesitaban semen una vez al mes y que dependían del semen, lo que provocó ansiedad y que Martin quisiera meterse eso en su culo y que le diese semen. De hecho los adultos lo habían hecho adrede para provocarle esta ansiedad.
Yo observaba desde mi despacho, a través de una cámara oculta, cómo Martin se había metido en aquel cubiculo.
Martin cerró la puerta, por temor a que alguien pudiera entrar en los vestuarios y le encontrase en aquella postura comprometida. De que cerró el pestillo se acercó al centro de la habitación, que era un cubículo de apenas un metro por un metro, y se posicionó con una pierna a cada lado del dildo… Y se fue poniendo de cuclillas hasta que la punta rozó su ano.
Cogió un dedo y se lo ensalivó, untándose en anito para lubricarlo, y ahora sí, dejó que la puntita del consolador rozase su ano. Nunca, excepto el dedo de Albert, había tocado su cavidad anal.
Martin no se lo pensó dos veces. Iba determinado. Su necesidad de semen lo había llevado a aquella situación.
Martin recordaba que cuando yo le metí el dedo no parecía tan malo. ¡Y es más! ¡Le daba placer! Así que no se lo pensó dos veces y se dejó caer de cuclillas autopenetrándose los 13 centímetros de consolador, hasta que sus nalgas se posaron sobre el suelo, lo cual le hizo respirar con alivio, porque estar de cuclillas le estaba cansando.
Ufff! exclamó Martin entre mezcla de alivio y placer
Tenía algo dentro de su ano… un dispositivo de plástico con una abertura en su boca de arriba… ¡¡y se sentía bien!!
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