Laura y Luis
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por squidward.
Laura y Luis llevaban 6 años de casados, aún no tenían hijos, llevaban una buena vida. Aunque últimamente Laura notaba que su vida sexual no era como antes, las cosas parecían haberse “enfriado” por decirlo de una manera, sus encuentros eran cada vez más esporádicos y al menos Luis parecía haber perdido el entusiasmo que lo caracterizaba.
Laura no dudaba que él la amaba todavía, pero no podía evitar pensar que podría haber otra persona en su vida, sobre todo porque últimamente Luis pasaba mucho tiempo en la computadora de su estudio, cuando ella entraba parecía estar viendo alguna película o documental, o contestando mensajes de sus clientes, pero ¿y si en realidad estaba “chateando” con alguien más?
A ella no le gustaba revisar su computadora cuando él no estaba, no quería dejar que sus dudas superaran su confianza en él, además, él era ingeniero en sistemas informáticos, así que si en realidad tuviera algo que ocultar, sabría cómo hacerlo y no dejar rastros.
Sin embargo, un día después de que él se había ido al trabajo, Laura entró a su estudio para recoger la taza dónde había tomado su café, y vio que Luis había olvidado apagar su computadora, ella no pudo evitar ver el monitor y notó que había dejado abierta una ventana mostrando una gran cantidad de archivos de video, fue incapaz de vencer la curiosidad de saber que era lo que había estado viendo, la carpeta tenía un nombre que le pareció extraño “FEMDOM”.
Ella quedó boquiabierta al ver el contenido de los videos, horas de material erótico, específicamente de sadomasoquismo, de todos los niveles de intensidad, desde suave hasta increíblemente extremo, pero todos con la misma temática, hombres sumisos siendo dominados y castigados por bellas y sensuales mujeres dominantes.
“Así que esto es lo que te gusta…” Pensó, “¿Por qué no me lo contaste?” Pero entonces imaginó que si ella tuviera esa clase de fantasías, también le costaría algo de trabajo externarlas, de hecho ese era el caso, ella también había fantaseado en alguna ocasión con ser una “amazona dominante” y jamás se lo había confesado a su marido.
—Creo que iré al salón de belleza y luego de compras —se dijo a sí misma, recordó que tenía algo de dinero guardado para el cumpleaños de Luis que sería dentro de un par de meses, tal vez podría adelantarle su regalo.
§
Esa tarde cuando Luis regresaba del trabajo, no imaginaba la sorpresa que recibiría, cuando entró a su casa sus ojos se abrieron atónitos y su mandíbula casi se cayó de la impresión, por un instante creyó haberse equivocado de casa, le tomó unos segundos reconocer que esa impresionante exótica y sensual belleza era nada más y nada menos que su esposa de años.
Sentada en el sofá de la sala estaba Laura, se había teñido el cabello de un color rojo intenso, el cual llevaba impecablemente cepillado hacia atrás recogido en una cola de caballo que caía sobre su nuca hasta llegar al comienzo de su espalda, se había maquillado como nunca la había visto, con mucha sombra alrededor de sus ojos, sus párpados delineados de una manera que los hacía parecer felinos, los labios rojos como sangre. Todo lo que llevaba puesto era nuevo, al menos él jamás había visto esas prendas antes, vestía un corsé color negro, ajustadísimo, parecía estar hecho de piel, reducía tanto su cintura, que la hacía parecer un auténtico reloj de arena, llevaba un conjunto de sostén y tanga que aparentemente eran también de piel del mismo color, el corsé tenía ligueros que mantenían un par de medias negras de red en su lugar, y hasta abajo, unos zapatos negros de charol con tacón de aguja, los más altos que jamás había contemplado en esos divinos y pequeños pies. También llevaba guantes negros, brillantes de satén que llegaban arriba de los codos, y con ambas manos sostenía un fuete de montar, con el cual jugaba doblándolo hasta formar una “U” invertida, que luego enderezaba de nuevo una y otra vez.
—Al fin llegas, comenzaba a perder la paciencia —dijo ella con voz autoritativa. El no pudo contener su excitación, toda su sangre disponible se dirigió inmediatamente a su pene provocándole la más intensa erección que había tenido en años, sintió la urgencia de poseer, de coger como nunca a esa belleza pelirroja que se encontraba ante él, se apresuró hacia ella sin pensar.
—¡ALTO AHÍ! —ordenó ella, y levantó una pierna, poniendo el pie sobre su estómago, clavando ese tacón de aguja debajo del ombligo para detenerlo en seco—, ¿quién soy? —inquirió ella, dejándolo atónito.
—¿Quién eres? Eres Laura…
WHACK! Tronó el fuete al darle un fuerte azote en el muslo izquierdo.
—¡Aaaa! —exclamó Luis llevándose la mano a la zona golpeada frotándola.
—Respuesta incorrecta, ¿quién soy?
—Eres mi esposa, mi mujer…
WHACK! Otro azote ahora en el muslo derecho.
—Mal de nuevo, inténtalo mejor.
—Eres… ¿mi ama?
—CORRECTO —afirmó ella bajando de nuevo el pie al suelo—, soy tu Ama, tu Diosa, tu Dueña y Señora, y como tal me debes de respetar, venerar y adorar, ¿acaso pretendías tocarme con esas manos y ese cuerpo sucio? ¡Ve inmediatamente a tomar una ducha! ¡PERO YA! Cuando termines te tendré listo lo que vas a vestir el resto de la noche.
Luis se dirigió al cuarto de baño sin dudar ni rechistar, no podía creer lo que estaba pasando, ¿qué le había sucedido a Laura?, ¿qué la había transformado en esa dura y feroz dominatrix? No lo sabía ni lo imaginaba siquiera, ¿estaría soñando?, tal vez, pero si era eso no quería despertar.
Se duchó con agua fría, pero ni así pudo bajar su imponente erección. Cuando salió de la regadera vio que Laura le había dejado unas cosas sobre el tocador, un collar de perro con un anillo cromado al frente, el anillo llevaba una pequeña placa con forma de hueso que decía “Nombre: Luis – Propiedad de: Laura”, dos muñequeras de cuero también con un anillo de acero cada una, las tres piezas tenían en las hebillas un espacio para un pequeño candado que una vez cerrado haría imposible quitárselo sin la llave, a menos de destruirlo completamente. También había una botella de colonia y… nada más. Ni una prenda de vestir.
Luis se puso las muñequeras lo más ajustadamente posible y cerró los candados, ahora no podría quitárselos a menos que ella le proporcionara la llave, cada hebilla y cada candado que cerraba lo hacía excitarse más y más. Luego se puso el collar, y ayudándose con el espejo logró colocar el candado y cerrarlo, se puso colonia en todo el cuerpo y salió en busca de su Ama.
§
Ella lo estaba esperando en la sala, al verlo se puso de pie y caminó lentamente hacia él, parecía complacida con su apariencia, dio una vuelta alrededor de él muy despacio, observándolo de pies a cabeza, deslizando su mano izquierda sobre su pecho, hombros y espalda mientras lo hacía.
—Muy bien, veo que te has puesto lo que te proporcioné, de ahora en adelante serás mi perro, así que ¡AL SUELO! Rápido, en cuatro patas. —Él se postró ante ella sin pensarlo dos veces. —Y nada de hablar, ya no eres un hombre, eres mi mascota, sólo podrás hablar si yo te doy permiso de hacerlo. ¿ENTENDISTE? —Al decir la última palabra le dio un azote en las nalgas con el fuete.
El azote ardió como un aguijonazo de fuego, quiso gritar del dolor, pero recordó que ya no era Luis el esposo, era el perro de Laura, la idea le fascinaba, aceptó esa posición como un regalo del cielo, así que únicamente emitió una especie de gruñido y asintió con la cabeza.
—Bien —dijo ella, mostrándole una pelota de hule—, vamos a jugar un juego, voy a lanzar la pelota y tú me la traerás, obviamente está prohibido que camines normalmente, y tampoco puedes usar las manos, me la traerás con la boca, más bien, con el hocico, y para hacerlo más interesante, por cada segundo que tardes te voy a dar un azote.
Dicho esto lanzó la pelota al otro extremo de la sala, y comenzó a contar.
—Uno… dos… tres…—
Y ya estaba Luis de vuelta con la pelota.
—Muy bien, tres segundos. —Y le propinó la misma cantidad de azotes en las nalgas y muslos. —Otra vez, ve por ella.
Lanzó la pelota otra vez, Luis corrió detrás de ella, pero ésta rebotó en una pared y tuvo que cambiar de dirección para alcanzarla.
Cuando volvió Laura había contado hasta ocho. Ocho ígneos y dulces azotes después, la pelota salió de nuevo. Esta vez rodó debajo de un sofá. Luis trataba de sacarla con una mano, más bien, con una “pata”, pero no la alcanzaba. Se movió al otro lado, pero tampoco podía llegar a ella, pudo escuchar a Laura cómo reía, mientras decía “doce” esa risa burlona lo excitó aún más. Luis tuvo que mover el sofá empujándolo con el hombro, al fin pudo sacar la pelota y volver con su Ama.
—Pobre mascotita —dijo Laura con tono lastimero—, dieciséis azotes, reglas son reglas.
Luis contaba los azotes mentalmente, ardían muchísimo, quería que se detuviera, no mentira, no quería que terminara jamás, era lo que había deseado desde que podía recordar, dolor, humillación, sumisión, sentía que había nacido para eso.
El juego continuó por varios minutos, a veces volvía pronto y recibía sólo un par de golpes, a veces la pelota rebotaba fuera de su vista y no la encontraba, tenía que buscarla por todos los rincones de la sala entre burlas y risas de su dueña, y los azotes a veces superaban la veintena.
§
—Luis estaba bañado en sudor, le ardían las rodillas, le temblaban los brazas del cansancio, pero sobre todo el trasero y los muslos le punzaban como jamás lo había imaginado, las marcas durarían días en desaparecer, le dolería por mucho tiempo, y esa idea le gustaba, sería como un constante y vívido recuerdo de su experiencia como mascota de su esposa.
—Bien perrito, me he divertido mucho jugando contigo, pero verte correr desnudo y azotarte ese lindo culito me ha puesto muy caliente, así que como mi mascota y juguete personal es tu obligación darme el placer que merezco.
Se puso de pie y contoneándose de un lado a otro lentamente, deslizó su tanga hasta las rodillas, se la había puesto sobre los ligueros, así que no hubo necesidad de desabrocharlos, ahora Luis tenía una hermosa visión de su ama, se había depilado cuidadosamente todo el vello, mostraba generosamente su suave carne.
—Bien perrito, usa esos dientes y ayuda a tu Ama.
Luis mordió la humedecida prenda, comprobó que en efecto, era de piel auténtica, ese olor, combinado con el aroma de la intimidad de su mujer lo hizo sentir en el cielo. Lentamente deslizó la prenda hasta el suelo.
—No creas que te lo voy a poner tan fácil, no quiero que uses tus manos para nada, quiero sentir únicamente esa boca y lengua tuyas, manos atrás.
Luis puso sus manos tras su espalda, y Laura unió las muñequeras con un candado.
—Ahora sí perrito, dame gusto —dijo ella mientras ponía un pie sobre el asiento del sofá para darle un mejor acceso.
Luis se abalanzó sobre la entrepierna de Laura con desespero, llevaba todo el tiempo desde que llegó a casa queriendo devorar a su mujer, por momentos olvidaba que estaba atado y trataba de alcanzar esas piernas, esos muslos y ese culo y apretarlos pero no podía, lo volvía loco de desesperación no poder tocarla. Pero no dejaba de lamer laboriosamente esos labios íntimos, ese coño suave y sensible.
Laura lo tomó de la cabeza y presionaba su cara contra ella, jadeaba y gemía, también a ella le habían excitado en abundancia las “actividades” de esa noche, tuvo que apoyarse contra la pared cuando sintió su primer orgasmo, las piernas le comenzaron a temblar, así que se sentó sobre el borde del asiento, con las piernas muy, MUY abiertas, Luis siguió su labor incansablemente, hasta que Laura tuvo otro y después otro orgasmo.
§
—Muy bien perrito —dijo mientras retiraba suavemente la cabeza de Luis de su pubis—. Has estado muy bien, creo que llegó la hora de chupar una verga bien gorda.
Luis abrió los ojos de la sorpresa, la idea le hizo sentir escalofríos en todo el cuerpo, la anticipación llenó todos sus sentidos.
—Quédate de rodillas y cierra los ojos, no los abras hasta que yo lo ordene.
Laura se levantó y se alejó. Luis esperó obedientemente como ella lo mandó. Después de unos segundos escuchó sus tacones acercarse de nuevo.
—¡Qué obediente! Así me gusta, ya puedes abrir los ojos.
Ésta noche las sorpresas no parecían terminar, definitivamente no esperaba eso, frente a él estaba Laura parada en una pose muy sensual, con las manos en la cintura, con una sonrisa de lo más coqueta, seguía sin pantaletas, pero en su lugar, se había colocado una especie de arnés con varias correas que pasaban alrededor de su cintura y pasaban entre sus piernas y que sostenían un enorme dildo en el mismo lugar en el que estaría el pene en un hombre.
—¡JA JA JA! No es lo que esperabas verdad, recuerda que esta noche eres mi esclavo, mi perro, ¿en verdad creías que te iba a dar placer así como así?
Aun cuando lo que estaba pasando no era lo que tenía en mente, en verdad no le desagradó la idea, esto sería tan humillante, tan emasculante, tanto como lo había soñado y deseado en secreto por tanto tiempo.
—¡Abre ya esa boca! —Ordenó.
Luis abrió la boca e inmediatamente sintió el falo de silicón entrar en ella. Laura imitaba el movimiento que normalmente hacía un hombre al penetrar a alguien más, entraba y salía lentamente, mirando hacia abajo, hacia el rostro sorprendido de Luis.
—¿Te gusta, eh? Ya no eres un perro, eres más bien una perra, una puta —dijo Laura emitiendo una sonora carcajada—. Eres una putita barata, una callejera cualquiera. ¡Vamos! ¡Chúpalo, con ganas!
Los insultos y burlas únicamente lograban hacer crecer su deseo y su erección, no sabía por qué, pero lo estaba disfrutando tanto. Comenzó a chuparlo con más fuerza, a mover su cabeza en un vaivén hacia adelante y atrás.
Laura lo tomó de la cabeza comenzó a meter el dildo en su boca con más fuerza, cada vez un poco más adentro, hasta que comenzó a producirle arcadas, pero no se detuvo, siguió violando su boca por varios minutos más, sin dejar de burlarse y reírse de él, incluso le propinaba bofetadas cada cuando, hasta que creyó que era suficiente.
—Muy bien perrita, no me has decepcionado, tienes suerte de que esté algo cansada, si no, quién sabe lo que haría con tu culito con ésta verga que ahora tengo.
Aunque la idea de ser sodomizado por su mujer no le pareció nada desagradable, la verdad Luis no creía que semejante falo pudiera entrar por su puerta trasera, era muy grande y él era “virgen” en esa zona, tal vez si fuera algo más pequeño si lo podría intentar, pero Laura ya había descartado esa posibilidad.
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Laura fue a la recámara, volvió con unas llaves y una cadena, enganchó la cadena al collar de Luis y abrió el candado que mantenía sus manos tras su espalda.
—Vamos perrito, a la recámara. —Se dirigió a la habitación tirando de la cadena, Luis obedientemente la seguía a cuatro patas.
Llegando a la habitación, le ordenó que se recostara en la cama boca arriba. Él lo hizo de inmediato, ella tomó sus manos y las colocó sobre su cabeza, y con el mismo candado, unió sus manos ahora a la cabecera de la cama, no podría ir a ninguna parte, claro, no deseaba estar en ningún otro sitio.
—Creo que esto es lo que has estado deseando desde hace rato ¿verdad? —dijo ella frotando suavemente su vagina con los dedos—. Dímelo, puedes hablar.
—S-S-SÍ, eso es lo que quiero, más que nada en la puta vida.
—Bien, creo que te mereces un poco —le contestó, mientras ponía los dedos sobre sus labios, los cuales él lamió con desesperación.
Se quitó el arnés que llevaba sobre las caderas, también el sostén de piel y los guantes, pero se dejó puestos el corsé, las medias y los zapatos. Y se montó sobre él, lentamente introdujo el miembro ansioso y palpitante dentro de su cálido vientre. Luis sentía que el alma abandonaba su cuerpo, la sensación era apoteósica. Ella comenzó a mecerse lentamente, suavemente, se soltó el cabello, sacudió la cabeza para que éste callera suelto sobre sus hombros como cascada de fuego. Con sus propias manos acarició sus pechos suavemente. Cómo deseaba él poder hacerlo, pero sus manos estaban inmóviles sujetas a la cabecera de la cama, no tenía ningún control sobre la situación, y le fascinaba.
Con los años, ella había aprendido a reconocer las expresiones y gestos de su esposo cuando hacían el amor, así que podía notar exactamente cuando él se acercaba al clímax, y cuando esto sucedía, ella bajaba el ritmo, así logró mantenerlo durante varios minutos, que a él le parecieron horas de tortura y placer mezclados. Cuando vio en su rostro que ya estaba a punto de estallar y no habría manera de alargar más su agonía, se levantó de golpe, luego se recostó junto a él en la cama.
Luis abrió los ojos con una mezcla de sorpresa, desesperación e incredulidad. Le habían negado la entrada al cielo justo frente a la puerta.
—Dije que te merecías un poco, no TODO, tendrás que hacer muchos méritos para que te deje terminar, es más, te vas a quedar así, atado a la cama toda la noche, cuando se te pase la erección, jugaré con tu amiguito otra vez hasta dejarte al límite y te negaré el final, cuantas veces como yo quiera, será muy divertido. Si quieres ir al baño, te dejaré ir, pero iré contigo para vigilarte que no te vayas a satisfacer tú mismo.
Luis no pudo ni contestar, la idea le aterraba pero emocionaba al mismo tiempo, Laura lo había sentenciado a una noche de la más dulce y cruel tortura imaginable.
—Es más, ordené por Internet un nuevo juguete, es una jaula de metal para tu “pajarito”, aprisiona todo el paquete y no deja espacio para que puedas ni siquiera tocarlo, con ese dispositivo puesto no habrá manera de que puedas darte nada de placer aun cuando no esté yo para vigilarte, el fabricante dice que puede usarse las 24 horas del día y que no se nota con la ropa puesta, así que lo llevarás todo el tiempo, solamente yo tendré la llave y podré hacer uso de ti cuando yo quiera y como yo quiera, ¿entendiste?
—Sí Lau… sí Ama. —Fue lo único que él pudo decir, su mente estaba tan sobrecargada de emociones que no podía pensar.
—Por cierto, pedí envío exprés, estará aquí a más tardar en dos días, así que disfruta de los últimos momentos en que podrás tocar a tu amiguito, claro, si es que te suelto.
Luis estaba en la gloria, sus fantasías se habían hecho realidad, su mujer, a quien él más quería se había convertido en la diosa con quien siempre había soñado, su vida se había vuelto perfecta en un instante.
Por su parte, Laura cumplió la amenaza de torturarlo hasta el amanecer.
FIN?
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