Le pertenezco 24/ por amor (Segundo)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por servicial10.
Llegamos a casa y…………………
Les abrí las puertas del coche y mientras ellas subían a casa yo saqué su equipaje y tras ellas siempre nos encontramos los tres en el salón.
Mi Dueña y Laura se sentaron en el sofá……
– Mi esclavo lleva el equipaje de Laura a su habitación, lo pones todo bien en el armario y te esperamos aquí. ¡Vamos, a que esperas!.
Llevé su maleta a la habitación que habíamos preparado para ella, la abrí y fui colocando todo en los cajones, estanterías etc. Mi sorpresa y mi excitación fue al ver un tipo de ropa especial que traía: un corsé con portaligas negro, medias con aberturas, guantes de cuero, braguitas de encaje negras, botas y botines de tacón de unos doce centímetros etc. Cuando todo estuvo ordenado aún quedaba en su maleta una bolsa cerrada que no sabía aún que contenía. La abrí y disfruté con su contenido: un látigo corto de colas de cuero trenzadas, una paleta, un arnés doble, una braga de látex con un pene anal incorporado, una cadena con pinzas para los pezones, unas esposas y otros utensilios que desconocía su uso. Volví a cerrar la bolsa y la coloqué en el armario de su dormitorio antes de guardar su maleta. Todo estaba dispuesto y me fui hacia el salón donde ellas estaban.
– Ya está todo listo, mi Dueña.
– Bien, ve y vístete como ya sabes que me gusta. Y….¡ date prisa!.
– Si mi Dueña, enseguida.
Mientras me iba hacia nuestro dormitorio oí lo que se decían.
– ¿Cómo lo llevas vestido en casa?
– Siempre con el collar en el cuello que lleva mi nombre grabado en una placa y en ropa interior que yo misma le compro en su compañía. Te gustará, seguro. Hoy le he preparado una ropa especial para tu llegada.
– Ummmmmmm estoy impaciente, dame un beso.
Cuando llegué al dormitorio tenía preparado sobre la cama unas medias abiertas de rejilla, un sujetador, el collar y la correa. Me vestí rápidamente pues se que a mi Dueña no le gusta que le haga esperar, y me presenté en el comedor arrodillándome ante ella y ofreciéndole la correa que iba unida a mi collar.
– Bien, esclavo, vamos a enseñarle la casa a Laura. Por cierto, ¿como deseas que se dirija a ti?.
– Señora Laura.
– ¿Has entendido, perro?, te dirigirás a ella como Señora Laura, te comportarás y le obedecerás en todo lo que ella disponga para ti, y por supuesto la complacerás. De lo contrario sabes que puedo ser muy dura y estricta contigo.
– Si, mi Dueña.
Se levantaron y tirando de la correa fue enseñándole toda la casa. Antes, mi Señora Laura encendió un cigarrillo. Mientras le mostraba la casa le preguntó…
– ¿Dónde puedo echar la ceniza?.
Mi Dueña dio un tirón a la correa de mi cuello y rápidamente me puse de rodillas, abrí la boca y esperé a mi Señora Laura.
– Será desde ahora tu cenicero personal, no solo para la ceniza del cigarrillo cuando fumes, estés donde estés, sino para escupir y cualquier otra cosa que desees echar en ella. Es un cerdo asqueroso, y está para servirnos en lo que queramos.
– Es estupendo poder llevarlo conmigo donde quiera y así usarlo a mi antojo.
Depositó la ceniza del cigarrillo en mi boca y prosiguieron en sus pasos por la casa. Al llegar al dormitorio de mi Señora Laura le dijo que iba a ponerse cómoda.
– ¿Te quedas con él o me lo llevo?
– No, déjamelo si no te importa, le necesito, gracias.
Mi Dueña se marchó a cambiarse y mientras me dejó con ella. Laura comenzó a desvestirse mientras yo permanecía a cuatro patas ante ella.
– Abre la boca perro, se me va a caer la ceniza.
Me había convertido en su cenicero particular. Ya estaba completamente desnuda, pude ver su cuerpo bien formado y algo más opulento que el de mi Dueña. Sus pechos grandes con unas aureolas en sus pezones que impresionaban. Tomó del armario una bata y se la anudó a la cintura. No se había puesto ropa interior. Me tomó de la correa y nos dirigimos al baño.
– Túmbate perro, tengo unas ganas de mear que no me puedo aguantar más. Procura no desperdiciar ni una sola gota o se lo diré a tu Dueña.
– Si mi Señora Laura, no dejaré escapar ni una sola gota.
Me tumbé en el suelo del baño y abrí la boca para ella. Pude ver como ponía una pierna a cada lado de mi cuerpo, se soltaba el cinturón de la bata y se agachaba hasta poner su coño, totalmente rasurado sobre mi boca.
– Abre bien la boca, ya me va a salir.
Sentí como sus músculos se tensaban haciendo opresión sobre su vejiga y así soltar su orina en mi boca.
– Traga, perro, traga. Prueba la orina de tu Señora. Desde hoy reconocerás su sabor y su olor siempre.
Un chorro intenso de orina empezó a entrar en mi boca que sin respiro fui tragando sin dejar escapar nada. Cuando terminó de orinar siguió pegada a mi boca.
– Cuidado ahora, suelen salir unos pequeños chorritos intermitentes que deseo que aproveches también. Cuando termine me limpias bien con la lengua, ¿entendido?, asqueroso perro de mierda.
– Seguí bebiendo su orina que salía ya no tan intensamente de su coño hasta que dejó de hacerlo y entonces comencé a lamer con mi lengua limpiándole como si fuera su papel higiénico.
– Eres muy buen perro, entiendo ahora todo lo que me contaba tu Dueña, y se quedó corta. ¿Has terminado?.
– Si, mi Señora Laura.
– Bien, vamos con tu Dueña.
Tirando de la correa, yo detrás de ella siempre, fuimos al comedor.
– ¿Qué tal Laura?
– Muy bien. He de confesarte que nunca creí que todo lo que me contabas fuera realmente así. Acabo de usar a tu esclavo y es una maravilla de perro. Mira como me ha dejado el coño, cariño.
Soltándose la bata apartó con sus manos los labios y le acercó el coño a la boca de mi Dueña.
– Nadie podría decir que acabo de orinar. Huélelo.
Las manos de mi Dueña la tomaron por detrás y su boca se pegó a su coño oliéndolo y lamiéndolo por entero con glotonería, con deseo.
– Verdaderamente está limpio, Laura. Voy a hacer que recobre su olor y su sabor.
La lengua de mi Dueña empezó a pasar por su pubis rasurado a la vez que sus manos separaban sus glúteos. Todo el coño de la Señora Laura empezó a humedecerse y a emanar un olor muy característico. Los gemidos de ambas fueron en aumento e hicieron que ambas se acostaran en el sofá en posición del 69 comiéndose literalmente por enteras. Yo mientras permanecía arrodillado ante ellas, excitado, ansioso por poder participar.
– Ummmmm que rica estás, Laura. Déjame comerte, saborearte. Ummm.
– Sigue, sigue, no dejes el clítoris, lámelo, chúpalo, me voy a correr si sigues así.
Ambas comenzaron a tensar sus cuerpos, el orgasmo les estaba llegando, sus cabezas desaparecían entre las piernas de la otra como intentando adentrarse entre los labios de su coño y así poder titilar mejor su clítoris y alcanzar cotas de placer jamás sentidas por ninguna de ellas.
Cuando terminaron estaban exhaustas, extenuadas. Seguían abrazadas, sus cabezas se negaban a abondar ese rincón de la otra que hasta ese momento les pertenecía. Respiraban de forma entrecortada, fatigadas. Poco a poco, como a cámara lenta, sus cuerpos volvieron a ser dos cuerpos individuales aunque muy cercanos, cogidas de la mano, con sus coños chorreantes, brillantes por la mezcla de la saliva y flujo blanquecino y caliente que lentamente fluía de ellos. La Señora Laura me pidió un cigarrillo.
– Esclavo, enciéndeme un cigarrillo y dame de fumar.
Se lo encendí y lo acerqué a sus labios que mojados lo chuparon aspirando el humo y dejándolo salir por su nariz. El cigarrillo abandonó sus labios totalmente mojado. Olía a mi Dueña. Intenté fumar de él pero mi condición de esclavo no me lo permitió, necesitaba de su permiso para hacerlo. Ambas comenzaron a recobrarse de su fatiga. La Señora Laura me pidió que le diese el cigarrillo, pero que permaneciera muy cerca de ella para usarme como cenicero, no tenía fuerzas para levantarse y acercar el cigarrillo a mi boca para echar la ceniza en ella. Cuando lo terminó….
– Moja tu boca de saliva, he terminado de fumar.
No la había entendido, no sabía a que se refería ni porqué me había dicho eso. Pero pronto lo supe. Puso la colilla de su cigarro dentro de mi boca y como si mi lengua fuera un auténtico cenicero, con sus dos dedos lo aplastó sobre ella apagándolo.
– Trágalo.
Tras apagar el cigarrillo abrazó a mi Dueña y ambas se fundieron en besos y apretones de cuerpo. Se deseaban, tenían necesidad una de la otra. Mientras yo permanecía allí, como un mero objeto, humillado, usado y sin más misión que la que cualquiera de ellas pudiera disponer para mi.
– Tráenos algo de beber, esclavo. Dijo mi Dueña.
Me fui hacia la cocina y les preparé unos refrescos con limón a ambas. Al llevárselos estaban con las piernas abiertas, tocándose ambas sus cuerpos, sus pechos.
– Mientras nos tomamos esto, límpianos bien, perro.
Me arrodille, primero ante mi Dueña, y me dispuse a lamer y chupar bien su coño limpiándolo como ella me había ordenado. Después me desplacé hasta mi Señora Laura e hice lo mismo. Mientras lo hacía ella apretaba mi cabeza contra ella. Aún sentía placer al notar el roce de mi lengua con sus labios.
– Bien, déjanos un rato, vete……… (Continuará)
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