lengua amarga
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wastedLalo.
Oigo el cadencioso repiqueteo de unos tacones.
Puedo distinguir por el ritmo de quien se trata.
Luisa , la guardiana, se da cuenta de mi excitación, se me acerca y me atiza un latigazo en la espalda.
Gimo y hundo la cara entre sus botas.
—Tranquilo, Wiz, tranquilo… cálmate.
A la señora no le gusta verte tan excitado – me dice Anabela.
El olor a cuero y el latigazo me tranquilizan de inmediato.
Luisa se aleja dejándome en el suelo.
Tengo frío.
Aquí abajo siempre hace frío y tenemos que estar siempre desnudos.
El taconeo se ha detenido.
Luisa abre la puerta y regresa al interior de las celdas.
Rezo para que entre en la mía y mis pregarias son escuchadas.
Anabela me ciñe la correa al collar y tira con fuerza.
La sigo.
Abandonamos el sótano y veo los pies de la señora.
Llegamos hasta donde se halla y dejo de gatear.
Ahora puedo ver sus zapatos brillantes.
Son negros, de salón, clásicos.
No lleva medias lo cual me deja al borde del coma.
No puedo besarle los pies hasta que ella me autorice.
A veces me aventuro a refregar mi cara contra sus piernas y si está de buen humor me lo consiente pero no puedo besarle los pies, mi mayor deseo, si ella no me autoriza.
Puedo pedírselo sin hablar, gimiendo mientras doy vueltas a su alrededor pero no siempre me lo permite.
Tanto ella como su hija se divierten llevándome al máximo de mi excitación.
Espero que me dé permiso para dar ni que sea un lengüetazo a sus zapatos pero de repente siento un tirón en el cuello y ella echa a andar.
La sigo a cuatro patas, intentando ganar el terreno que me ha tomado en la salida y evitar así los dolorosos tirones en el cuello.
Subimos por la escalera que comunica el sótano con la casa.
Es difícil subir los empinados escalones a gatas.
Debo andarme con cuidado para evitar que me pise la mano derecha.
Siempre debo caminar con mi brazo derecho pegado a su pierna izquierda lo cual significa que al menor descuido siento una intensa punzada de dolor si me pisa con el tacón de su zapato.
Llegamos al salón donde desemboca la escalera.
La señora toma asiento frente a su secreter.
Al parecer tiene correspondencia que contestar y me hace una señal con su índice extendido señalando el suelo.
Conozco las reglas y todas las señas y me tiendo de espaldas en el suelo, con las piernas recogidas y los muslos separados.
Mis manos cuelgan fláccidas en el extremo de mis brazos extendidos.
La postura de la cucaracha o de la tortuga, la llaman ellas por la semejanza de estos bichos cuando tienen la desgracia de quedar panza arriba.
Mi pene y mis testículos están ahora a su disposición.
La señora dobla un papel y lo mete en un sobre.
Me acerca el extremo de la solapa para que la humedezca con mi lengua y luego la cierra.
La señora se descalza uno de los zapatos y lo coloca sobre mi pecho.
No puede caer.
Su equilibrio es bastante inestable pero no debo permitir que el zapato vuelque.
Para que su pie no toque el frío mármol bajo una de mis manos al suelo, y ella apoya su cálida planta sobre la palma abierta y mirando al cielo.
Ladeo la cabeza y me fijo en las uñas de su pie.
Rojas y brillantes.
Siento la tibieza de su planta en la palma de mi mano.
De repente gira sobre su silloncito y se encara hacia mí.
Se descalza el otro zapato y lo deja apoyado sobre mi vientre como ha hecho con el primero.
Ahora apoya ambos pies descalzos sobre mí, uno sobre la palma de mi mano y el otro sobre mi cadera.
—Te han ordeñado hoy? – me pregunta de repente.
Niego con la cabeza a la vez que emito quejumbrosos gemidos que indican negación.
La mano de mi ama acaricia mi pene que hasta ahora se ha mantenido encogido a causa del tratamiento.
Pero el simple contacto de su mano puede con todo y me pene se hace grande en segundos ante su sonrisa.
—Te ha dado las descargas?
Aúllo un largo ladrido y asiento con la cabeza.
Ella con los dedos recorre mi verga erecta.
Sé que no debo eyacular pero me es imposible impedir que una gota preseminal aparezca en la punta.
Mi señora la toma en la yema de su dedo índice y la restriega con el pulgar.
—Bien, Wiz, bien… muy bien – me dice el ama mientras se limpia el dedo en el escroto.
– Seguro que te ha dolido, pero es imprescindible que aprendas a controlar tus eyaculaciones.
Luego te permitiré que me huelas los pies, pero no podrás besármelos, sólo olerlos.
Entendido?
Mi ladrido va acompañado de jadeos que denotan mi alegría.
Mi señora tiene cerca de 30 años y es hermosa.
Una bellísima mujer de la que soy esclavo.
Hace tres meses me compró a mi antigua ama.
Pensé que no lo podría soportar.
Separarme de la que había sido mi dueña durante los últimos 5 años resultó muy duro, mucho… pensé que no lograría superar la angustia que se apoderó de mí, pero ahora soy extremadamente feliz con mi nueva señora.
La señora Victoria, mi antigua ama, solía pegarme mucho.
Me hacía mucho daño pero no me importaba.
Ser esclavo comporta que tu amo te pegue si le da la gana, por tanto lo aceptaba como algo consustancial a mi condición.
A pesar de los castigos que me infligía la amaba con todo mi ser.
Cuando entré al servicio de la señora Amy, mi actual propietaria incluso llegué a echar en falta los castigos, pues ella no era partidaria de usar esos métodos que calificaba de crueles y bárbaros.
Me contaba que muchas amas se excedían con los castigos provocando lesiones irreversibles en los esclavos y que ella prefería no recurrir a ellos salvo que fuera estrictamente necesario, como en el caso de intentos de fuga o de desobediencia manifiesta.
Lo único que me hacía sufrir eran las descargas en mis genitales, descargas electricas que me aplicaba a diario luisa con el fin de ayudarme a controlar mis propias descargas de fluidos seminales.
La primera vez que estuve frente a mi señora y besé sus pies sufrí una eyaculación.
Pensé que me iba a matar a palos.
En lugar de eso me prescribió las descargas.
Desde que las sufro que soy capaz de emitir unicamente gotas seminales y a demanda.
Hoy ha sido el primer día que sólo he logrado emitir una cuando la mano de mi ama me ha acariciado el miembro.
La señora ha llamado a Ashley para que le calzara los zapatos y me llevara con ella para ayudar en las tareas de la casa.
—Mañana llega la señorita perla – oigo que la señora le cuenta a Ashley mientras ésta la calza – cuando hayas acabado de usar a Wiz lo llevas a la celda de Dirty para que le explique las cosas que le agradan a mi hija.
Ashley me lleva de la correa.
Voy gateando pegado a sus altas botas.
Lo que acabo de oír me ha dejado inquieto.
Desconozco que mi ama tenga una hija.
Tampoco en los tres meses que llevo aquí he podido hablar con los dos esclavos que ocupan las otras celdas de la mazmorra.
Sólo sé que se trata de una muchacha, Dirty, y de un chico un poco retrasado al que llaman Tarado.
Cuando Ashley me introduce en la cocina y me enseña la pila de platos para fregar me siento agobiado.
Comienzo a restregarme contra las botas de Anabela para que me permita hablarle.
Anabela ejerce de guardiana.
Aunque es esclava goza de privilegios y de cierto poder.
—Tienes que fregar todo esto en una hora.
Luego vendré a buscarte – me dice.
Aullo y vuelvo a restregarme contra las altas perneras de sus botas pero Anabela me aparta de una patada en el bajo vientre que hace que me doble.
Se marcha tarareando una cancioncilla y me quedo allí, en el suelo.
Una hora después sigo en el suelo, postrado, esperando que venga a recogerme.
La vajilla está ya lavada, secada y recogida.
—¡Bien, Wiz , muy bien… serías una criada excelente, lástima que te quieran sólo para perro!
En mi postura habitual, de rodillas, la cara en el suelo y el culo en pompa, me desplazo hasta llegar a los pies de Anabela que contempla lo bien que he dejado la cocina.
Apoyo el mentón sobre sus pies y me quedo quieto.
Al principio, acostumbrado a mi antigua ama, cuando me hallaba en presencia de un ama besaba sus pies, pero en mi nuevo hogar me está prohibido.
Sólo puedo besar los pies de los amos si estos me autorizan.
El olor del cuero de las botas de Ashley me relaja.
Estoy quieto.
Antes he dado vueltas y me he restregado contra sus piernas para que me permitiera besarle los pies sin éxito y decido cambiar de estrategia.
Da resultado.
—Quieres besarme los pies, Wiz? – me pregunta.
Aúllo y asiento a la vez, nervioso.
—Está bien… pero sólo un beso – me concede.
Apoyo mis labios en sus recién lustradas botas y me quedo quieto hasta que recibo una nalgada fuerte con su mano.
Ashley me coge de la correa y me lleva de vuelta al sótano.
La celda de Tarado está vacía pero no la de Dirty.
Anabel me hace entrar en la de mi compañera.
Es la primera vez que estamos juntos.
—Ponle al día sobre lo que le gusta a la señorita perla , Dirty – le dice Anabel y nos deja allí encerrados.
Dirty me mira con desprecio.
No me habla.
Me acerco a ella.
Ahora no soy un perro, puedo hablar.
Ella está sentada en su camastro con las piernas recogidas e intento tocarle el muslo con suavidad, una caricia.
Dirty se recoge todavía más y me suelta un bufido.
—Qué tengo que saber?
—Para qué lo quieres saber?
—No lo sé, lo desconozco.
La señora le ha dicho a Anabel que mañana llega su hija y que tú me pongas al corriente sobre sus gustos.
—Vas a ser su esclavo?
—No lo sé.
Hace tres meses que estoy aquí y sólo he recibido descargas en mis genitales y cada día me han llevado ante la señora para que probara mi resistencia a eyacular.
Ni una palabra.
Ni siquiera me han pegado.
No sé nada.
Hoy es la primera vez que he oído a la señora hablar de mí para otra cosa diferente que darle instrucciones a Anabela de que continuara con las descargas.
—Yo soy la esclava de la señorita perla No voy a contarte nada.
Seguro que quieres ocupar mi puesto… y yo no quiero dejar de ser su esclava.
—Eres su perra?
—No, sólo su esclava… doncella, mucama, criada… pero su perra no.
No he sido adiestrada como perra…
—Yo sí.
Mi antigua señora, con la que estuve diez años, me instruyó como perro desde pequeñito.
Sabes que no puedo ponerme derecho?
—¡Qué dices…! Pero si tienes piernas… cómo no vas a poder ponerte de pie…
—Me han hecho lavar los platos esta tarde.
He tenido que acercar una silla de la cocina y subirme de rodillas en ella para poder fregarlos.
Tengo las piernas atrofiadas.
En los tres meses que llevo he seguido haciendo de perro pero se han dedicado en exclusiva a que aprenda a controlar mis eyaculaciones.
Hoy, después de que la señora me acariciara el pene con su mano he logrado soltar una sola gota y parece que mi adiestramiento en este sentido ha terminado.
Tengo la impresión de que me va a regalar a la señorita perla .
No sé, supongo que como perro, por lo que no deberías temer nada de mí… no creo que vaya a usurpar tu sitio.
Me vas a contar algo que yo deba saber?
Dirty se sintió más segura después de escuchar al esclavo… y habló.
Habló durante dos horas, contándole características especiales de su joven ama.
Nada que no pudiera escuchar de otra joven ama de la misma índole: caprichosa, voluble, fácilmente irritable y como la mayoría de jóvenes de su edad el látigo de montar se había convertido en una extensión de su mano derecha.
No permitía que ningún esclavo la mirase a la cara, no se le podía hablar sin que previamente ella se hubiera dirigido al esclavo en cuestión y sumamente exigente en relación al cumplimiento de sus órdenes.
Cuando daba una orden quería que se cumpliera al instante.
—Por lo demás, como todas.
Yo soy la única que puede vulnerar esas normas sin que le pase nada.
Soy su esclava desde hace tantos años que creo que me tiene afecto.
No obstante hay días en que ni yo puedo saltarme las normas… depende de su humor.
Al día siguiente Ashley se me lleva al patio de detrás de la casa.
Me hace desnudar y me quedo de rodillas en el suelo.
Se trata de un espacio protegido por dos paredes formando angulo de 90 grados.
En el suelo de cemento hay un sumidero.
Cuando menos me lo espero recibo una descarga de agua helada a presión que me tira al suelo.
El agua está más que helada.
Parecen cuchillos que se clavan en mi piel.
Cierra el grifo de la manguera y me arroja una pastilla de jabón.
Me froto durante media hora.
Estoy amoratado de frío.
Me castañean los dientes.
Ashley finalmente me saca de allí y me lleva a una caseta donde me puedo secar con una toalla limpia y entrar un poco en calor.
Ashley me obliga a colocar mis pocas ropas en una pira y las tengo que quemar.
Me dice que nunca más vestiré ropa alguna… al menos de momento.
Luego con una maquinilla de afeitar me deja la cabeza pelada, al cero, como una bola de billar.
Después me pasa la maquinilla por todo el cuerpo para que no me quede un solo pelo.
Al mediodía me sube Ashley al piso superior.
Yo gateo al lado evitando que me pise la mano, pero estoy tan nervioso que me desconcentro un par de veces y el dolor cuando me pilla el dedo meñique bajo el tacón de su bota me obliga a resituarme mentalmente.
Entramos en una habitación.
Nunca he estado en el piso superior.
Está claro que es donde están las estancias privadas de la señora y de su hija.
Todo es muy lujoso, como el resto de la casa que ya conozco.
Ashley me da una ligera patada con el costado de la bota y me pongo en posición: barbilla apoyada en el suelo, manos delante, culo en pompa.
A la altura del suelo que es lo que alcanzo a ver diviso a un par de metros por delante unos pies calzados con sandalias rojas, de finas tirillas que se cruzan por delante de los dedos de uñas pintadas del mismo color intenso y brillante y una tira que sujeta las sandalias al tobillo.
El tacón es de una pulgada, perfecto.
Ambos pies están cruzados, uno apoyado plano en el suelo y el otro cruzado por detrás y apoyado por la punta.
La oigo hablar con Ashley y por su voz deduzco que debe rondar los veinte años, quizás dieciocho o diecinueve.
Su voz es cortante pero su timbre es agradable.
Por delante de mis ojos veo pasar a Dirty.
La esclava de la señorita se para delante de mí y me acaricia la cabeza.
—¡Jajajajaja…! has visto qué lindo está tan pelón, mi señora?
—Sí, quiero usar su cabeza de reposapiés… ¡Anabela…! Controla las eyaculaciones?
—Sí mi señora.
—Acércamelo, Dirty… y descálzame… quiero probar su cabezota…
Dirty camina hasta mí.
Sus pies descalzos se detienen junto a mis labios y su olor me llega diáfano.
Me excito.
Dirty tiene los pies bonitos a pesar de que no están cuidados.
Tira de mi correa y me desplazo sin levantar la cabeza, con los codos y las rodillas.
Luego Dirty descalza a la señorita de sus lindas sandalias y ésta me apoya los pies en mi calva cabeza.
Me estremezco de placer al contacto de sus cálidas plantas.
—Es muy justo.
Necesitaré otro perro.
¡Ashley…! ¿tenemos algún otro disponible?
—Sí mi señora… está clams.
—No lo querrá mamá, verdad? – se interesa perla
—No… que yo sepa, claro.
Pero imagino que no.
Ayer la oí hablar con una amiga y creo que quieren comprar un par más de esclavos.
—Bien, pues rapa al cero a clams y súbemelo.
Y átale las manos a la espalda… a los dos, a clams y a éste… – me señala.
Media hora después clams adopta la misma postura que yo, con la barbilla pegada al suelo y el culo en pompa.
La señora nos ha dejado un zapato a cada uno que Dirty ha colocado delante de nuestros labios.
Perla descansa sus pies sobre nuestras calvas cabezas.
Por un momento había pensado que tendría a Dirty por compañera y resulta que voy a pasar mis años de esclavitud como perro y con la compañía de clams.
-WastedLalo
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