Lo que comencé como un juego con mi hijo, lo llevé hasta las ultimas consecuencias del poder.
Una madre le demuestra a su hijo que es ella la que manda en la casa, obligándolo a que la obedezca cabalmente en todo lo que ella le ordena…. .
Desde que me quedé viuda, tuve que además de ser la proveedora de la casa, dedicarme no tan solo a administrar, sino también a supervisar a mi hijo, ya que, al morir su padre, se había querido convertirse en un rebelde sin causa.
A las pocas semanas de la muerte de mi esposo, mi hijo le dio por comenzar a llegar tarde, y como tengo un carácter muy fuerte, de inmediato se lo reclamé, lo gracioso fue que mi hijo, trató de salirme machito, es decir creyó que, con sus dieciocho años, con levantar su voz bastaría para que yo lo dejase en paz.
Pero se equivocó, ya que él no se esperaba que yo le diera una fuerte bofetada, es cierto que la mano me quedo ardiendo, pero él de inmediato se calló la boca, y mientras se sobaba el cachete, se me quedó viendo con sus ojos, como preguntándome. ¿Y yo que hice?
No sé si fue la manera en que mi hijo se me quedo viendo, la cara que puso, o el hecho que yo le sonara esa tremenda bofetada, lo que hizo que yo, en lugar de arrepentirme por haberle pegado, le dijera. “Desde ahora en adelante, no se te ocurra llevarme la contraria, o la vas a pasar mal.”
Eso bastó, y sobró para que mi hijo, bajara el rostro, y apenas le escuché decirme. “Como tú digas mamá.” de inmediato sentí algo raro que recorría todo mi cuerpo, una excitación que nunca antes había sentido.
Le dije que se fuera a su habitación, que luego le llamaría, para hablar con él, y como perrito regañado, con el rabo entre las piernas, me obedeció, y sin decir nada más, se fue a su habitación.
Yo tras servirme un buen trago de ron, me fui a mi habitación, y comencé a desvestirme al mismo tiempo que me daba uno que otro trago de ron, pero al verme en el espejo, tras darme un trago, me dije a mi misma. “Has sido un poco fuerte con el chico.”
De momento me acordé que mi difunto esposo, guardaba un fuete de montar, entre sus cosas, y la primera idea que me vino a la cabeza, fue regalárselo a mi hijo, bueno al fin, y al cabo era parte de la herencia que le había dejado su padre.
Así que agarré el fuete y tal como me encontraba, en pantis, y con la blusa del conjunto que tenía puestos, me fui a la sala y llamé a mi hijo, quien de inmediato se presentó ante mí, únicamente con sus interiores puestos, al parecer se encontraba quitándose su ropa para darse una ducha.
Quizás fue el verlo así, que la idea de entregarle aquel fuete, desapareció de mi mente, y lo que me provocó fue después de darme otro trago, ver que tan obediente podía a llegar a ser mi hijo.
Sin soltar el fuete, y golpeándolo ocasionalmente contra la palma de mi mano, le fui diciendo las nuevas reglas de la casa, que segundos antes se me habían ocurrido.
Pero en cierto momento, lo pillé que se estaba distrayendo viendo no sé qué cosa, por lo que, amenazándolo con el fuete, de inmediato le ordené que se arrodillase frente a mí.
No pueden creer la satisfacción tan enorme que sentí cuando, sin chistar mi hijo me obedeció sumisamente, por lo que yo continué, con lo que para mí en esos momentos era una especie de juego de poder.
Así que, caminando frente a él, le fui diciendo quien era la que mandaba en la casa, y cuál era su lugar, a todas estas mi hijo ni tan siquiera se atrevía a levantar la vista del piso.
Aunque me di cuenta que ocasionalmente me miraba de una manera extraña, quizás por andar medio desnuda frente a él, fue después de darme otro trago, se me ocurrió preguntarle, en el mismo tono demandante con que le había estado hablando, que me dijera que le parecía mi cuerpo.
Mi hijo, al principio se quedó callado, pero luego tartamudeó, tragó en seco, y finalmente me dijo, lo que yo anhelaba escuchar de sus labios. “Mamá tú tienes un hermoso cuerpo.”
No conforme con ello, luego de servirme y darme otro trago de ron, le seguí preguntando. “¿Seguramente te gustaría tocarlo?” al parecer no pensaba responderme, pero justo en ese mismo instante, lo soné por la espalda, ligeramente con el fuete, diciéndole que me respondiera.
Tartamudeando más aun mi hijo me respondió, que sí, y cosa rara en mí, comencé a quitarme la blusa y bajar el sostén hasta que mis tetas quedaron por completo al aire.
En ese instante le volví a preguntar a mi hijo si deseaba tocar mi cuerpo, pero al ver su rostro reflejado el miedo y la confusión, lo tomé del cabello, y aprovechando que se encontraba de rodillas, hice que pegase su rostro a mis tetas, ordenándole que me las mamase.
La cara de miedo, y confusión que mi hijo tenía, lejos de hacerme sentir mal, como que me dieron más ánimos de continuar con mi juego, así que, por un buen rato, lo obligué a que me mamase las tetas.
A pesar de miedo que él tenía, ni por un segundo se atrevió a dejar de mamar mis tetas, lo que me produjo el gran placer de sentir que dominaba completamente, a mi hijo.
Hasta que de momento se me ocurrió decirle que me bajase los pantis, con los dientes, cosa que hizo, no sin antes vacilar por unos segundos, pero nada más bastó que yo nuevamente le mostrase el fuete que tenía entre mis manos, para que él de inmediato y sin chistar, me obedeciera.
Así que cuando estuve de pie ante él, con todo mi peludo coño frente a su cara, pasé varias veces el fuete que tenía entre mis manos, por mi coño, llegando en cierto momento a introducir su mango dentro de mí, y luego pasarlo por las narices de mi hijo, ordenándole que lo oliera.
Mi hijo, no dejaba de verme como preguntándome ¿Qué es lo que pasa? Pero sin atreverse a decir una sola palabra realmente, así que de momento lo que me provocó fue restregar su rostro contra mi coño, ordenándole que me lo mamase, chupase, lamiera, y besara.
Cosa que al principio mi hijo, comenzó a realizar de manera algo torpe, pero a medida que comenzó a chupar todo mi coño, coloqué una de mis manos sobre su cabeza, y comencé a restregar su rostro contra todo mi peludo y caliente coño, hasta que después de un buen rato me hizo disfrutar de un salvaje orgasmo, como hacía muchos años que no disfrutaba.
Después de lo cual, y tras descansar por un corto momento, lo que me provocó fue sentir su verga dentro de mí, pero con lo asustado y temeroso que mi hijo se encontraba, la única manera de hacer que su miembro se pusiera en las condiciones que yo deseaba era poniéndome a mamar su verga.
Así que, sin soltar el fuete, le ordené que se pusiera de pie, mientras que yo me arrodillé, y llevándome su verga a mi boca, comencé a mamársela hasta que estuvo en condiciones.
Ya una vez bien dura y parada, mientras yo me puse en cuatro patas, le ordené a mi hijo que me penetrase, fue cuando sentí como aquel duro, y tieso pedazo de mi propia carne, se abría camino dentro de mi coño.
Por ser aquella la primera vez que mi propio hijo me penetraba, lo disfruté al máximo, quizás por lo morbosa de la situación, por aquello que él estaba haciendo todo lo que yo le ordenaba, sin chistar.
Eventualmente mi hijo, fue poco a poco mejorando, aunque aún de vez en cuando le doy uno que otro azote, con el fuete, para que no se le olvide quien es la que manda, en nuestra relación…
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