Los 3 hermanos árabes (parte 3) IBRAHIM
(parte 3 de «Los tres hermanos árabes») Mientras, en otra habitación tenía encerrados al hermano de 15 años de Abdul, Ibrahim (Ibra) al que también había secuestrado, y en otra estancia separada, al hermano pequeño, de 11 años, Mohamed (Moha). Iba a convertirlos a todos en nenes que se iban a olvi.
IBRA
Mientras el hermano mayor Abdul, de 17 años, había empezado a adaptarse a su nueva vida en la isla –Abdul vivía ahora en aquella estancia (mi apartamento de invitados), donde le había tenido los primeros días encerrado como si fuera una cárcel blanca y lujosa–. Ahora, tras haber sido desflorado por mí, Abdul podía salir y entrar de su estancia (que pasó a ser su casa), cuando quisiera, y recorrer, con su nuevo calzón o desnudo, todas las instalaciones de la isla.
Estableció amistad con varios muchachos, empezó a ir al comedor comunal e ir a las piscinas. Se apuntó al equipo de lucha. Tuvo algún calentón y se folló a algún joven de 15 años… pero siempre volvía a su habitación, donde habíamos tenido aquel primer encuentro pasional, a dormir. Allí a veces le iba a ver de visita, y Abdul me abrazaba como si fuese su verdadero padre, aquel que nunca conoció porque cuando murió a sus 11 años, él era aún un niño y ahora, seis años después, no le recordaba, porque su infancia había sido dura teniendo que mendigar en la calle para comer y dar de comer a sus hermanos.
El único placer que había tenido en su perra vida miserable llena de mugre y de pobreza en aquel arrabal de las afueras de la masificada ciudad árabe, fue cuando, como muchos de sus compañeros de barrio, se la metió a Irina. Pero nada comparable como follarse a un limpio culo joven de un guapo muchachito tierno de la isla. Abdul fue descubriendo el placer anal y se olvidó que en un mundo, en un tiempo, fue macho. Meter su pinga por una sucia concha no era ni comparable con el placer que le daba una boquita de uno de aquellos jóvenes angelitos en su pene. Así que, pasados los meses, Abdul se había acomodado e integrado perfectamente en la isla, olvidándose completamente de su pasado.
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Mientras, en otra habitación tenía encerrados al hermano de 15 años de Abdul, Ibrahim (Ibra) al que también había secuestrado, y en otra estancia separada, al hermano pequeño, de 11 años, Mohamed (Moha). Iba a convertirlos a todos en nenes que se iban a olvidar en qué era ser macho.
IBRAHIM
Acababa de dejar a su hermano el primer día de su estancia en la isla en aquella cárcel blanca que iba a ser su apartamento, llamándome maricón. No tardaría en calmarse, porque en la cena le había vertido un somnífero potente. Cuando hubiera cenado y el somnífero hecho efecto, le volvería a visitar untando por su ano, pene, perineo y tetas mi crema hipersensibilizante, en una y otra sesión, jornada tras jornada, hasta que lo hiciese mío. Pero ahora estaba con el hermano del medio, al que tenía tumbado boca arriba en una camilla, con su pene gordito y gordos cojones mirando al techo. Me puse entre sus piernas y le comí su pollita y sus huevos al nene, e Ibra gimió de placer. Un placer como nunca le habían dado.
La ventaja que tenía con Ibrahim, dos años menor que Abdul, su hermano mayor, era que este aún no se había follado a nadie: no había experimentado placer con ninguna chica –sólo se había cascado pajas– por lo que sería más fácil cambiarle su modo de pensar… y sus puntos de placer.
El nene se dejó hacer. Acaricié su pelo ensortijado y le dí un besito en sus labios, y volví a comerle los huevos dándole placer.
–Cuchi, cuchi, cuchi, cuchi… le hacía cosquillas jugando con él y con su hermano menor, en aquella estancia, un distante apartamento de donde recluía a Abdul, donde había encarcelado (sin que fueran conscientes de ello) a los dos hermanos pequeños del adolescente árabe.
Ibrahim y Mohamed habían compartido cuarto desde que llegaron a la isla. Habían jugado en aquella lujosa habitación casi carente de muebles, pero elegante, blanca, moderna, limpia… Donde les servían de comer mis sirvientes, y disfrutaban de un sofá, videojuegos, un televisor y mis visitas.
Les había dicho que en su ciudad había habido un terremoto, y que yo, turista, les había salvado de la catástrofe, y que les iba a adoptar como mis nenes dándoles una nueva vida llena de lujos sin complicaciones.
El primer día tuve separados a Ibrahim de Mohamed. Pero una vez hube entablado confianza con el hermano mayor, le hube lavado en la ducha del apartamento quitado su mugre, besado, dedeado, acariciado su pene, primero sutilmente mientras le enjabonaba con la esponja desde detrás pero luego más explícitamente, les junté. Tras amoldar al hermano mayor pensé que era lo mejor para ambos hermanos. Aún así les mantuve separados los primeros días diciéndole a Ibra que Mohamed había sufrido una lesión, un golpe en la cabeza, en el terremoto, y que estaba en el hospital de mi ciudad, pero que no se preocupase, que pronto lo iríamos a ver.
Esos días aproveché para ducharme con él, lavarle el pene, el culete… arrancándole placer al tocarle sus partes, convenciéndole que era lo normal que estuviese con él, aunque le dejase ratos solo porque ‘me marchaba a trabajar’ (el culo y la mente de su hermano mayor Abdul ¡ja ja ja ja!!).
Soy tu papá adoptivo, y los papis cuidan de sus hijos –le inculqué–, y los bañan cada día y les jabonan su barriguita…
–Papi. Te quiero. Gracias por darme esta oportunidad.
Le di un besito en los labios y salimos de la ducha. El primer día no me había atrevido más que a enjabonarle la espalda y el culo, pero hoy ya le había enjabonado la pilila y me había recreado dándole placer en su miembrecito a la vez que lo besé en sus labios como un papi muestra cariño, en un beso casto, a sus nenes, antes de dormir. Pero su pililita se erectó de placer y se empalmó.
Hice como si no lo hubiera notado, le sequé con una toalla de felpa blanca muy suave, recreándome en su cuerpecito, y le puse un slip ajustadito blanco.
–¡¡Vamos a cenar Ibra!! –le dije con cariño. Y me senté junto a él y ambos cenamos los platos que nos habían traído mi servicio. El de Ibra iba aliñado con una sustancia narcotizante, por lo que cuando acabó de cenar sus ojitos se le hicieron pesados, y yo, sin darle importancia, para no levantar sospechas, le dije.
–Mi nene está cansadito ¡¡Vamos a la cama!! –y le acosté en una blandita, mullidita, cama blanca dándole un besito en la frente.
–Buenas noches mi hijo.
No pasaron dos segundos que el nene estaba completamente dormido. Lo cual aproveché para sacar mi botiquín, y de él una crema relajante y estimulante anal, que tras bajarle el calzoncillito blanco que le puse para cenar tras ducharlo, apliqué en su cuevita.
Ibra sotó un remitido de placer en sueños al notar mi dedo en su ano.
Me jacté pasando mi dedo, empapado de cremita, en su ano. Una vez que esta crema se absorbiera iba a hacer que su nueva área de placer fuese la anal, y disfrutase de cualquier objeto que le metiesen en su ano.
Cuando estuvo bien lubricado le metí un supositorio de los que hacían adicto al semen, como todos los que recibían anualmente todos los niños de la isla, haciéndoles dependientes a chupar semen.
Repetí esta operación –duchita, cena, crema anal y supositorio–, con el hermano pequeño en la habitación de al lado durante dos días. Mohamed al ser pequeñito (11 años) era más fácilmente doblegable, y ya estaba preparado para creencontrarse con su hermano mediano, que cuando al día siguiente lo vio aparecer en su apartamento para desayunar, le dio un gran abrazo.
ME COMO SU CULO
Desayunamos los tres. Su nuevo padre y los dos nenes (Ibra, de 15 años, y Moha, de 11). Moha andaba encueradito por el cuarto cuando Ibra y yo aún comíamos una tostada más y apurábamos el vaso de leche donde yo esa mañana había echado una sustancia euforizante que vi que empezaba a hacer efecto en Ibrahim. Su hermano Mohamed no era consciente y seguía jugando con un cochecito de juguete alrededor del sofá del salón, pero Moha en su leche también había recibido una sustancia sedante que poco a poco hizo que empezase a tener sueño.
Llevé a Moha a la cama y le dejé allí dormido mientras iba a jugar a los doctores con Ibrahim, al que besé en los labios.
Ibra estaba como en otro mundo por efectos de la droga que le había echado en la leche al desayunar. Así que se dejaba hacer.
–Papi… me siento raro.
–Hummmm. le besé de nuevo, y le toqué la frente.
–Parece que tienes fiebre, hijito.
Fui al baño por el botiquín y traje un termómetro.
–Ibra, vamos a medir si tienes fiebre, igual te has resfriado.
–Vale papi. –me dijo confiado.
Ibra notaba todo mucho más amplificado. Todas las sensaciones se multiplicaban en su cuerpo quinceañera por cien.
Le giré sobre la cama y le puse el termómetro en el culo, lo cual le sorprendió, porque era la primera vez que le metían algo por el ano… pero drogado como estaba se dejó hacer.
–A veces se mete en la boquita, nene, pero en el ano la medición es mejor, más exacta, le expliqué.
Él confiaba en mí y en mis explicaciones, y no dijo nada ni se opuso. Y aunque la entrada del termómetro le pilló de improviso, se sintió bien. Le había dado un gustirrinin. y lo disfrutó.
Se lo saqué de repente dejando su culo vacío, y lo miré.
–Pues sí! Tienes un poquito de fiebre, mi nene. Nada grave. Igual te has resfriado. Pero no te preocupes, tengo un supositorio para la fiebre…
Y saqué un supo de los que usaba para someter a los nenes de la isla y hacerles adictos al semen, de un blister, y se lo empecé a meter en su cavidad anal.
Su pene se empalmó aunque yo hice como que no me percataba.
–¡¡Vaya!! No quiere entrar. ¡¡Claro!! No estás dilatado. Espera, que voy por un poco de cremita, y te lo aplico para que pueda entrar.
Abrí la crema hipersensibilizante y embadurné mi dedo y empecé a frotar en círculos alrededor de su ojete llegando al centro, embadurnando la estrellita nunca penetrada, en la que me recreé hasta que se lubricó tanto e hizo su efecto relajante, que Ibrahim ya no notó cuando traspasé su esfínter con mi dedo.
Cogí el supositorio y se lo inserté.
–Hale ¡¡ya está!! A ver si hace efecto. Si no te pongo otro después de comer.
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