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Dominación Hombres, Gays

Los Hermanos de la Caseta (4) El menor en mi oficina

Ahora cubro el turno nocturno y vaya forma de mantenerme despierto .

La oficina estaba casi vacía, solo la luz tenue del monitor iluminaba el lugar, y el reloj marcaba la medianoche. El silencio era absoluto, hasta que la puerta se abrió despacio y ahí estaba él, el menor de los hermanos, con esa sonrisa traviesa que siempre me desarma.

—No podía dejar que trabajes toda la noche sin una visita —dijo mientras se acercaba, sus ojos brillando con esa mezcla de picardía y deseo que ya conozco bien.

Sentí el aire cambiar, se volvió más denso, más pesado. Su presencia me llenó el espacio y el corazón empezó a latirme rápido.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de que mi voz sonara firme, aunque por dentro me derretía.

—Lo que tú quieras —respondió, acercándose más hasta quedar a solo centímetros de mí.

Apoyó una mano en el escritorio, justo al lado de mi brazo, y me miró directo a los ojos, desafiándome, invitándome a rendirme.

Su aliento cálido rozó mis labios cuando inclinó la cabeza, y no pude evitar cerrar los ojos cuando sus labios se posaron sobre los míos en un beso suave pero cargado de intensidad.

Mis manos lo buscaron, abrazando su cintura, sintiendo su cuerpo pegado al mío, el calor que empezaba a recorrerme.

—He pensado en ti desde aquella noche —susurró entre besos, su voz grave y tentadora—. Y no puedo esperar más.

Me empujó suavemente hacia atrás, recargándome contra la silla, mientras sus manos exploraban mi pecho bajo la camisa. La tensión crecía y yo solo quería dejarme llevar, perderme en ese instante, en él.

La penumbra de la oficina hacía que cada pequeño roce se sintiera amplificado. Su mano bajó lentamente por mi torso, desabrochando con cuidado el botón superior de mi camisa, dejando al descubierto mi piel tibia bajo la luz tenue. Sus dedos recorrieron la curva de mi cuello, mientras sus labios se posaban con suavidad sobre mi clavícula, provocando un escalofrío que me recorrió entero.

No necesitábamos palabras; cada mirada, cada suspiro, era un acuerdo silencioso para perdernos el uno en el otro esa noche.

Sentí cómo me empujaba con delicadeza pero con firmeza contra el respaldo de mi silla. Él se inclinó más cerca, sus manos aferrando mi camisa mientras me devoraba con besos lentos y profundos. Su lengua jugueteaba con la mía, una danza íntima y sin prisas, mientras mis manos exploraban su espalda, dibujando cada músculo bajo su uniforme.

Los sonidos de la ciudad quedaban lejos, solo existíamos él y yo en ese cuarto pequeño, donde el tiempo parecía detenerse.

Su aliento caliente rozaba mi oído cuando me susurró:

—Te he deseado más de lo que imaginé, y esta noche voy a demostrarte por qué.

Con esa promesa, sus manos se deslizaron con seguridad, quitándome la camisa, dejando al descubierto mi pecho palpitante. La electricidad entre nosotros crecía con cada segundo, y yo sabía que esa noche no habría vuelta atrás.

Su cuerpo se acercó aún más, sus labios bajaron lentamente por mi cuello, dejando un rastro de besos cálidos y suaves que me hicieron perder la noción del tiempo. Sentí sus manos firmes pero delicadas recorrer mi espalda, bajando hacia la cintura, deslizándose bajo mi camiseta, acariciando mi piel desnuda.

Respiré hondo mientras su lengua rozaba la parte más sensible de mi cuello, provocando un cosquilluis que se extendía por todo mi cuerpo. Me perdí en ese instante, en su cercanía, en ese contacto que me hacía sentir vivo y deseado.

Con un movimiento ágil, deshizo el cinturón de mis pantalones y comenzó a bajar la cremallera, mientras sus ojos no perdían detalle de cada reacción mía.

—Eres todo lo que imaginé —me dijo con una sonrisa que me hizo temblar— y más.

Cuando su mano finalmente encontró lo que buscaba, me apretó con suavidad, provocando un gemido que escapó sin querer de mis labios. Su mirada se clavó en la mía, profunda, llena de deseo y ternura.

—¿Quieres que te lleve otra vez al cielo? —susurró, su aliento cálido mezclándose con el mío.

Asentí, incapaz de decir palabra, dejándome llevar por la intensidad del momento.

Su boca bajó más, besando cada centímetro de mi torso, hasta llegar al punto donde mis pantalones ya no eran un obstáculo. Sus dedos se deslizaron con cuidado, acariciando, explorando, preparando el terreno para el placer que sabíamos que venía.

Sentí su respiración agitarse contra mi piel mientras su mano se movía con ritmo seguro y experto. Todo en él era confianza y deseo, y yo me rendía por completo a esa combinación perfecta.

Sentí su aliento cálido en mi piel mientras sus dedos seguían explorando con delicadeza y firmeza a la vez, cada movimiento diseñado para encenderme más. Su boca volvió a buscar la mía, esta vez con una urgencia contenida, y nos perdimos en un beso profundo, donde nuestras lenguas danzaban al ritmo del deseo que nos consumía.

Su mano me guió con seguridad, bajando con suavidad mi pantalón y mi ropa interior, liberando mi cuerpo para que pudiera sentirlo en toda su intensidad. La piel se erizaba con cada roce, cada caricia, y yo me entregaba sin reservas.

Cuando sus labios finalmente encontraron lo que tanto anhelaba, un gemido escapó de mis labios. Su boca era experta, su lengua hábil y provocadora, llevándome a un lugar donde solo existía placer y conexión.

—Eres increíble —susurró entre besos—, cada parte de ti me vuelve loco.

Me aferré a su cabello, sintiendo la electricidad que nos recorría. Todo en ese momento era fuego, deseo y ternura entrelazados.

Entonces, sin dejar de besarme, sintió mi necesidad, y con un movimiento firme y decidido, me invitó a recostarme. Su cuerpo se acercó para cubrir el mío, sus manos recorriendo cada curva, cada línea, cada centímetro que quería memorizar.

—Esta noche es solo nuestra —dijo con voz ronca—, y voy a hacer que nunca la olvides.

Y así, entre susurros, caricias y gemidos, nos dejamos llevar por el placer y la pasión, encerrados en ese pequeño universo que solo nosotros compartíamos.

Sentí cómo su cuerpo se acercaba más, sus manos firmes pero cuidadosas explorando cada parte de mí mientras me recostaba lentamente sobre el escritorio. La superficie fría contrastaba con el calor que él irradiaba, y eso me excitaba aún más.

Sus labios descendieron con paciencia, besando mi cuello, mi pecho, cada centímetro que tenía a su alcance, dejando un rastro de fuego a su paso. Mis dedos se enredaron en su cabello, tirando suavemente mientras mi respiración se aceleraba.

Con cada movimiento, sus manos se volvían más audaces, deslizándose con confianza, explorando, dominando el espacio entre nosotros. El roce de su piel contra la mía, la mezcla de nuestra respiración entrecortada, todo era un torbellino de sensaciones.

Entonces, sentí su aliento en mi oído, cálido y profundo, mientras sus palabras me envolvían en un hechizo de deseo.

—Eres mío esta noche, y voy a demostrarte lo que eso significa.

Sus manos buscaron la abertura de mis pantalones, liberando lo que él deseaba tocar y besar. El contacto fue eléctrico, y no pude evitar gemir bajo su toque experto.

Su boca siguió un camino descendente, besando, lamiendo, explorando con una pasión que me hacía perder la razón. Cada movimiento suyo despertaba en mí una mezcla de placer y necesidad que solo él sabía provocar.

—Déjame hacerte sentir todo lo que te mereces —susurró, mientras su lengua jugaba con mi piel sensible.

Me abandoné a esa sensación, dejando que él me llevara a lugares que solo habíamos imaginado. La noche avanzaba, pero para nosotros el tiempo se había detenido, encerrados en ese universo privado y ardiente que solo existía cuando estábamos juntos. Sentí cómo su cuerpo se posicionaba junto al mío, sus manos firmes sosteniéndome con seguridad y ternura a la vez. Sus ojos me buscaron, buscando permiso, deseo, una señal mía para seguir adelante, y se la di sin palabras, con solo mirarlo y abrirme a él.

Con calma, su mano me guió para que me acomodara mejor, mientras él me acariciaba suavemente, preparándome con paciencia, con cuidado. Sentí ese calor y presión que anunciaban lo que venía, una mezcla de nervios y excitación que me hizo temblar.

Cuando por fin me penetró, fue una sensación intensa, profunda, como si nos uniéramos de una manera que iba más allá de lo físico. Sus movimientos fueron lentos al principio, con la intención de que sintiera cada parte de él, de que disfrutáramos juntos de cada instante.

Nuestros cuerpos se acoplaron perfectamente, y mientras él se movía dentro de mí, sentí cómo el placer comenzaba a crecer y expandirse, llenándome por completo.

Sus manos se aferraban a mi cadera, su respiración se mezclaba con la mía, y el mundo entero parecía haberse reducido a ese espacio, a ese momento en el que solo existíamos nosotros dos.

—Eres perfecto —me dijo entre gemidos, su voz ronca y llena de deseo—. Me tienes loco.

Sentí una oleada de calor recorrer mi cuerpo mientras sus movimientos se volvían más rápidos y apasionados. Cada embestida nos acercaba más al límite, y yo no quería que ese momento terminara nunca.

Nos perdimos en el placer, en el deseo, en esa conexión intensa que solo él y yo podíamos compartir.

Nuestros cuerpos se movían al unísono, cada embestida una declaración silenciosa de deseo y necesidad contenida. Sentía el calor de su piel contra la mía, el latido acelerado de su corazón que se mezclaba con el mío, creando una melodía perfecta que solo nosotros entendíamos.

Sus manos apretaban mis caderas con firmeza, pero también con cuidado, como queriendo sostenerme no solo físicamente, sino en ese momento tan vulnerable y sagrado.

La respiración se hizo más pesada, los gemidos se escapaban con más frecuencia, y el placer se acumulaba como una ola que crecía sin control, arrastrándonos hacia un clímax inevitable.

Cuando finalmente sentí esa explosión de sensaciones recorrer todo mi cuerpo, supe que no estaba solo. Él también se entregaba, sus movimientos se hicieron más intensos, sus labios buscaron los míos con desesperación y ternura al mismo tiempo.

Nos aferramos el uno al otro, temblando y jadeando, compartiendo esa mezcla perfecta de agotamiento y felicidad.

En ese silencio después de la tormenta, nuestras miradas se encontraron y supe que algo más profundo había nacido entre nosotros, algo que iba más allá del deseo.

Me susurró al oído con una sonrisa:

—Esto es solo el comienzo, Leo

Y mientras nuestras manos se entrelazaban, supe que tendría que enfrentar muchas cosas, pero que con él, todo valdría la pena.

72 Lecturas/28 junio, 2025/0 Comentarios/por SexualBoy23
Etiquetas: culo, desnuda, hermanos, menor, metro
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