Lucia y Mateo – Primera semana: un amor juvenil
Mateo (16) sale de vacaciones solo por primera vez y conoce a Lucia (27) una playa El dejará su inocencia en manos sombrías.
En el corazón del verano, en una playa coqueta del sur de Buenos Aires y bajo un cielo pintado de naranjas y violetas, se conocieron Lucía y Mateo. Ella, con su cabello como olas doradas que caían en cascada sobre sus hombros bronceados, enmarcando un rostro de una belleza angelical. Tenía 27 años y sus ojos, como esmeraldas brillantes, reflejaban la profundidad de su alma y la calidez de su espíritu. Su cuerpo, esbelto y curvilíneo, se movía con una gracia natural que hipnotizaba a todos a su alrededor. Lucía, vestida con un traje de baño azul que resaltaba sus curvas exuberantes, parecía una diosa del mar emergiendo de las olas. Era evidente que llevaba una vida relajada, sin problemas de dinero.
Mateo, con su sonrisa tímida y mirada profunda como el mar, era un músico callejero que componía melodías que reflejaban las emociones del alma. Tenía 17 años y era la primera vez que veraneaba solo. Había armado su carpa en el camping municipal y vivía con poco. Atraído por la belleza radiante de Lucía, se acercó con timidez para entablar conversación. En ese instante, una conexión invisible se tejió entre ellos. Conversaron durante horas, descubriendo un universo de intereses compartidos, sueños anhelados y pasiones que resonaban en sus corazones.
Los ojos de Mateo no podían evitar contemplar la belleza de Lucía, especialmente sus senos, que se movían con cada gesto y respiración. A pesar de su timidez, no podía evitar sentir una atracción irresistible hacia ella. Lucía, por su parte, también observaba con atención el cuerpo de Mateo, especialmente sus muslos y entrepierna, apreciando su forma atlética y su masculinidad. Disfrutaba de su mirada admirativa y se sentía halagada por su atención.
Sin embargo, en el corazón de Mateo albergaba una duda que lo atormentaba. Lucía era una mujer tan radiante, tan segura de sí misma, que intimidaba a Mateo. A pesar de la conexión que sentía con ella, no podía evitar pensar que él no era suficiente para ella. Todos los hombres se daban la vuelta para mirarla, y Mateo se sentía como una simple sombra comparado con ella.
Lucía, por el contrario, era consciente del poder de su belleza y lo disfrutaba plenamente. Le encantaba generar deseo en todas las personas que la rodeaban, tanto hombres como mujeres. Su seguridad en sí misma era inquebrantable y no le importaba la opinión de los demás.
Esta diferencia de personalidades creaba una tensión palpable entre ellos. Mateo se sentía atraído por la seguridad y el magnetismo de Lucía, pero al mismo tiempo se sentía inferior a ella. Lucía, por su parte, admiraba la sensibilidad y el talento de Mateo, y se aprovechaba de su timidez para menoscabarlo y mantenerlo a su disposición.
La picardía de Lucía era como un juego constante. Le encantaba coquetear con Mateo, provocarlo con miradas sugerentes y roces accidentales que lo dejaban sin aliento. Disfrutaba de su timidez y se divertía haciéndolo sentir incómodo. Un día, mientras caminaban por la playa, Lucía se detuvo y se dio la vuelta para mirarlo a los ojos. Su sonrisa era pícara y sus ojos brillaban con malicia. «¿Te gusta lo que ves?», le preguntó, dejando que su mirada recorriera su cuerpo. Mateo se sonrojó y tartamudeó una respuesta incoherente. Lucía se rió y continuó caminando, dejando a Mateo solo y con el corazón palpitando.
En otra ocasión, durante una fiesta, Lucía se acercó a Mateo y le susurró al oído: «Me muero por bailar contigo.» Mateo, emocionado, la siguió a la pista de baile. Mientras bailaban, Lucía se movía con sensualidad, rozando su cuerpo con el de él. Mateo estaba hipnotizado por su belleza y su aroma. Su corazón palpitaba como nunca y temía que su excitación fuera evidente. Sin embargo, cuando la música terminó, Lucía se alejó sin siquiera mirarlo, tomando de la mano a un desconocido que le doblaba la edad y subiéndose a su auto importado.
Lucía también disfrutaba de sonreír a otros hombres cuando estaba con Mateo. Le encantaba ver cómo su mirada se posaba en ella con deseo, y luego se dirigía a Mateo con una mirada de triunfo. Mateo se sentía celoso, pero también fascinado por la picardía de Lucía.
A pesar de sus juegos, Lucía también era capaz de mostrar una ternura inesperada. A veces, le tomaba la mano con suavidad, casi como una madre y le susurraba palabras de amor al oído. Estos momentos de intimidad eran como bálsamo para el corazón de Mateo, y lo hacían olvidar todas sus dudas.
Sin embargo, la picardía de Lucía era un enigma para Mateo. No entendía por qué lo provocaba y luego lo rechazaba. Eso también era parte de lo que lo atraía de ella. Era una mujer compleja e impredecible, y eso la hacía aún más irresistible.
Mientras tanto, el amor y el deseo eran cada vez más fuertes. En los paseos por bosques y playas, sus miradas cómplices se intensificaban. Las tardes de lectura bajo la sombra de los pinos se transformaban en momentos de tensión palpable, donde sus cuerpos se rozaban accidentalmente, provocando chispazos de atracción. Las noches de música y poesía bajo la luz tenue de la luna se convertían en escenarios perfectos para susurros sensuales y sugerencias indirectas que alimentaban su pasión, casi hasta la locura.
Un atardecer, mientras caminaban por la playa, el sol se despedía del horizonte pintando el cielo con tonos de fuego. Mateo, con el corazón rebosante, tomó la mano de Lucía y la miró a los ojos. En esa mirada profunda, encontró el reflejo de su propio sentimiento. Sin decir una palabra, se acercaron y sus labios se unieron en un beso tímido, pero lleno de promesas y anhelos. Fue un beso fugaz, apenas un roce de sus labios, pero suficiente para encender la chispa que ardía en sus corazones. A partir de ese momento, sus besos se volvieron más frecuentes y apasionados. Los robaban en rincones escondidos del parque, bajo la luz de las estrellas o en la intimidad del departamento de Lucía. Cada beso era una explosión de emociones, una danza de lenguas que expresaba sin palabras lo que sentían el uno por el otro. Se olvidaban de sus dudas e inseguridades, y solo existían ellos dos, unidos por una pasión que los consumía. Un beso en la frente como muestra de cariño. Un beso en la mejilla, como gesto de complicidad. Un beso en el cuello, una invitación a la pasión, una promesa… Un beso en los labios, una declaración de amor. Sus besos eran como un lenguaje secreto que solo se podía entender en la complicidad que los unía. Un lenguaje que les permitía comunicarse sin palabras, que les hablaba de sus deseos más profundos, de sus miedos y alegrías, de sus sueños y anhelos. Los besos de Lucía eran apasionados, llenos de fuego y deseo. Los besos de Mateo eran tiernos y románticos, llenos de amor y ternura.
Un día, mientras se besaban y anochecía a orillas del mar, Mateo se atrevió a susurrar al oído de Lucía: «Te amo.» Lucía, con los ojos llenos de fuego, le respondió: «Yo solo te deseo, Mateo.»… Y a pesar de la fresca brisa marina, el aire se cargaba de electricidad entre ellos, una tensión palpable que ninguno de los dos podía ignorar. Mateo, algo desconcertado por la respuesta, miraba furtivamente a Lucía, admirando la curva de su cuello y la suavidad de sus labios entreabiertos por el deseo. Cada vez que ella se movía, una oleada de calor recorría su cuerpo, provocando un nudo en su estómago y una notable erección en su entrepierna que era imposible de ignorar por ambos. Las hormonas de su virginal juventud podían más que el miedo y un halo de maldad recorrió su mirada que se posó en los senos de Lucia, apenas contenidos por una bikini blanca. Por su parte, Lucía sentía la intensa mirada de Mateo sobre ella, era un fuego abrasador que la consumía desde adentro., un chispazo de electricidad en su vientre, una carga de pasión que amenazaba hacerse visible en su minishort rojo, único complemento del bikini que contenía sus hermosas tetas.
Aunque el deseo era abrumador, ambos se resistían a dar rienda suelta a sus impulsos. Mateo se sentía inseguro de sí mismo, incluso de su virilidad, temeroso de no ser suficiente para Lucía y de lo que eso significaría para su relación. Lucía luchaba contra sus propios demonios internos, tratando de mantener el control sobre sus emociones y no dejarse llevar por la intensidad del momento.
Pero en esa noche mágica, bajo el hechizo de la luna y el susurro del mar, la tentación era demasiado fuerte para resistirla. Sin decir una palabra, Mateo se abalanzó sobre el bikini de Lucía, atrapando torpemente con su boca una parte de su pezón derecho, completamente erecto, e intentando comenzar a chuparlo, mientras apretaba a Lucia contra su cuerpo y le frotaba su erección, como un perrito en celo que goza con el cuerpo de su ama. Era un perrito virgen, derrotado por sus hormonas, dispuesto a cualquier cosa.
“Así no!” dijo Lucia y de un fuerte empujón se lo saco de encima casi un metro. Así estaban los dos, solos en la noche de una playa de mar calmo. Ella con el pelo desordenado, el corpiño del bikini corrido mostrando un seno y el minishort evidentemente húmedo. Ël, agitado y resoplando, con su pene duro, mojado y explícito como nunca, marcado sobre la malla adolescente que aún usaba. La miró con culpa, y bajando la cabeza le pidió perdón, casi como un niño que se sabe culpable…. Ella lo miró con ternura y, quizás por primera vez, con la lasciva tentación de educarlo. Dio un paso adelante, extendió su mano derecha y con el dedo índice levantó su mentón para que la vea a los ojos, mientras su mano izquierda en un rápido movimiento soltó el nudo del bikini en su espalda y lo dejó caer. Sus tetas perfectas, algo exuberantes, se lucieron a la luz de la luna, con sus pezones erectos coronando pequeñas y oscuras aureolas. Los ojos de Mateo se desorbitaban contemplando en vivo sus sueños más húmedos y Lucia tuvo que levantar nuevamente su mentón haciendo fuerza con su dedo índice, para que la mire a los ojos. Él lo hizo y ella se acercó más y lo besó. El temblaba y no respondía, ella se acercó y lo tomó de la cintura, lo trajo hacia ella, apoyó sus tetas en el pecho de él y su lengua abrió lentamente su boca. Él se dejó, tímido, dominado, con tanto miedo como excitación. Lucia se separó y mientras no dejaba de mirarlo a los ojos, con ternura, se sentó en la arena mirando el mar y desde el piso lo invitó con la palma de la mano dando golpecitos en la arena húmeda a sentarse al lado de ella. El obedeció al instante y antes que terminara de tocar el piso con su cola, ella tomó su cabeza y lo reclinó sobre su regazo. Allí estaba el casi acostado en posición fetal con la cabeza entre las piernas cruzadas de Lucia, mirándola a la cara. Ella acaricio su rostro con ternura maternal y lentamente tomó su seno derecho desde la base haciendo sobresalir aún más el pezón y lo acercó a la boca de Mateo “abrí la boca bebé“ le dijo, y apoyó el pezón en los labios de Mateo. El abrió la boca y como si fuera un niño, comenzó a mamarla con delicadeza. Su boca rápidamente recordó el reflejo de succión y movía levemente la cabeza hacia adelante mientras chupaba, con casi media teta dentro de su boca y la lengua, sin salir, jugando con el pezón. Lucia entregada a maternarlo, comenzó a gozar del trabajo y a cada pasada de lengua en su pezón soltaba pequeños gemidos, mientras acariciaba su rostro corriendo el pelo de su cara y le decia “así bebé, así “…
Ella sentía como sus jugos comenzaban a asomar por el minishort y con un suave movimiento lo cambió de teta. Mateo, abandonado a la primera experiencia de su vida, siguió haciendo, mientras sentía que su malla estallaba y sus huevos comenzaban a dolerle. Los ojos de Lucía se posaron sobre el bulto de Mateo y la lascivia nuevamente invadió su rostro…lo tenía entregado, podría hacer lo que quisiera con ese chico…esa sensación de poder la embriagó de tal manera que no pudo contener el orgasmo….simplemente apretó la cabeza de Mateo contra su seno tan fuerte, que el no podía seguir chupando, y bastó con que la lengua, dentro de la boca, rozara nuevamente el pezón, para que ella acabara como pocas veces lo había hecho, aunque casi sin hacer ruido, solo con un gemido final….lo despegó un poco y el inexperto chico siguió chupando… Los ojos de Lucia se enrojecieron de lujuria y lo dejó hacer mientras deslizó su mano hacia adentro de la malla. El chico estaba muy empalmado, su pene estaba muy duro al igual que sus huevos, pero el tamaño era algo decepcionante para el grado de lujuria que había alcanzado Lucía. Con delicadeza lo acarició desde la base, llegando a la cabeza que estaba completamente mojada, bajó hasta los huevos, duros, pequeños y muy pegados al cuerpo. Mateo comenzó a retorcerse como un perrito en celo, que apetece cualquier superficie que le de placer. Lucía lo miró a los ojos y con la cara más guarra que nunca tuvo su rostro, le preguntó “me vas a dar tu leche?” y fue demasiado para este virginal adolescente que empezó a soltar grandes chorros de blanco néctar sobre la mano de Lucia, adentro de su malla…avergonzado y sabiéndose poco viril al acabar tan rápido, siguió mamando su seno mientras sollozaba de placer y vergüenza…
Lucía sacó la mano llena de semen, la llevó a su boca, extendió el dedo índice y cual enfermera le dijo “shh mi bebé, es muy linda tu leche y quería sentirla ya…” luego con ternura, lamió su dedo y sonrió…el gusto del semen sacó su lado más oscuro, ese que a Mateo intrigaba y seducía, su cara se deformó y con tono autoritario le dijo “seguí chupando, suave y continuo ¿ok?” y mientras decía eso, volvió a colar su mano en dentro de la malla, para encontrar un mar de semen y un pene muy disminuido que reaccionó rápido al contacto de su mano. Lucía embadurnó tres dedos con semen mientras rozaba la cabeza del pene que recuperaba su erección. Sacó la mano de la malla y con el diablo en el rostro uso su mano para retirar la teta de la boca de Mateo. Sujetó con dos de los dedos mojados su aureola y con el central, embadurnó el pezón recién liberado. Cerró los ojos de placer mirando al cielo y poseída los abrió y simplemente colocó nuevamente la teta, con el pezón en punta, en los labios de Mateo, mientras que con la mano que sostenía su cabeza, como madre que amamanta, lo apretó contra su seno, mojando de semen sus labios mientras decía “ahora seguí chupando bebé, mamá no tiene leche, pero mi niño si y es hermosa, vamos ¡CHUPA! “y lo apretó contra el pezón.
Mateo se resistió un poco y mientras el semen le corría por la nariz y labios, ella usó sus dedos para abrirle la boca y colocarle el pezón dentro. El comenzó a succionarlo tenso y rápido y ella, hábil manipuladora le dijo “así no bebé, suave, como te acaricio la pija, así, suave, así” y deslizó su mano dentro de la malla y comenzó a pajearlo lentamente en ese aun mar de semen. Mateo respondió moderando su mamada y volviendo a lactar como un buen bebé, su propia leche. Ella sacaba los dedos de vez en vez y, nuevamente embadurnados de semen, los metía en la boca del adolescente, para que los chupara y luego volvía a su malla, para pajearlo lentamente. No tardó mucho en ver como se empezaba a retorcer de nuevo y temiendo que acabase, lo separó de su cuerpo, levantó las piernas, se sacó el minishort y antes de bajarlas hasta la arena, usándolas como tenazas, agarró su cabeza y lo obligó a sumergirse en su concha que rebozaba de lubricación. Sabía que esa pija no le iba a dar placer suficiente. Lo miró y “CHUPA” le dijo y entonces sí, comenzó a gemir y contorsionarse sin control. Mateo temeroso, levantó la cabeza para saber si hacía bien y ella solo lo apretó más contra su concha, usando las piernas como tenaza gritándole “HACEME ACABAR PENDEJO “y soltó un alarido mientras gozó un orgasmo como hacía mucho no tenía… Soltó a su mascota que la miraba algo tímido, empalmado debajo de su malla mojada de semen…Ella lo miró y rió… Y con esa picardía que lo extasiaba le dijo “no cojo con niños sucios…andá al mar, lavate bien y volvé que quizás falte lo mejor…” Mateo corrió al mar, como perrito tras una pelota, se metió hasta la cintura y comenzó a lavarse. Cuando se dio vuelta para salir del mar, vió como en la costanera, debajo del único farol prendido, Lucía se subía desnuda al mismo auto importado de la fiesta, el del hombre que la doblaba en edad…
Un viento frío le recorrió su cuerpo y achicharró su pene casi tanto como cuando se reían a sus espaldas, en el vestuario del club, por tener su pito chico…
Tomó la ropa de Lucía, la suya, y se marchó solo por la playa, hacia el camping, más confundido que nunca.
Continuará
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