Mario 19 de 22 El abuelo y mamá
“Sentía su nervuda polla, ahora dura y tiesa como el hierro, meterse entre mis piernas, me hacía daño en los huevos y no podía moverme. A pesar de su delgadez, casi esquelética, su fuerza era enorme. Luché hasta que apuntó el glande de su negra verga en mi culo y de un golpe seco consiguió vencer la.
Gracias y espero que sigan comunicando sus impresiones.
Después del viaje de Guillermo y Peru a Japón la vida se estabilizó. Guillermo había cumplido con su obligación de visitar a su familia y comprobar que estaban bien, y aprovechó para traer ideas de mejoras para sus negocios.
No quería darse cuenta de que su hijo y su familia tenían allí la familia de ella que les atendían. Indudablemente Guillermo extrañaba a su hijo, tanto que ni él mismo se daba cuenta.
Guillermo continuaba amando a su hijo más que a si mismo, y ahora lo hacía extensivo a toda su familia, la defendería a toda costa ante cualquier problema que surgiera. Peru me llamaba después de su vuelta y yo evitaba encontrarnos, lo estaba deseando pero mi relación con Guillermo me retenía y aun podía controlar a duras penas mis deseos, en lo sexual Guillermo me daba lo que necesitaba pero en lo afectivo y como amigo echaba en falta a Peru.
La enfermedad del abuelo parecía haberse detenido o, al menos ralentizado con los tratamientos médicos y una fuerte medicación. Guillermo había cogido la responsabilidad de ocuparse de él y ahora le atendían sus médicos.
Dos veces al mes Rodolfo lo recogía para llevarlo a la consulta por orden de su jefe, le agradecía que hubiera tomado esa iniciativa, lo que para él resultaba fácil suponía para mi una enorme esfuerzo, mientras que el abuelo no se oponía a lo que don Guillermo ordenara o quisiera.
Cuando se lo agradecí la respuesta que me dio fue escueta.
-¡Gracias! Guille, sin tu ayuda no hubiera podido sacar adelante lo de mi abuelo.
-No te preocupes, de alguna manera tengo que pagar mis deudas. -y ahí se quedó todo.
El abuelo continuaba acudiendo al gimnasio y pasaba allí mucho tiempo. Por la vigilancia de Aldo, o por otros motivos que desconocía, había dejado el juego pero continuaba bebiendo. A veces llegaba solo y otras Aldo le acompañaba hasta la casa a las noches.
Ese día ya estaba anocheciendo y empezaba a preocuparme porque el abuelo no llegaba, me asomaba a la ventana de vez en cuando, nervioso y sin saber que decisión tomar, luego volvía a mis libros extendidos sobre la mesa de la cocina y, cuando veía que no podía concentrarme en lo que estudiaba, otra vez a la ventana.
Suspiré relajándome cuando observé que se acercaban tres personas caminando por la acera, dos de ellas eran Aldo que llevaba a mi abuelo ayudándole a caminar y la tercera figura resultaba de configuración delicada al lado de ellos, indudablemente era una mujer.
Abrí la puerta antes de que ellos llegaran, como sospechaba mi abuelo venía bebido, entendía que Aldo no podía estarlo vigilando todo el día, ni era esa su responsabilidad, pero había llegado a confiar tanto en él que me sentí molesto.
-¿Cómo has permitido que beba hasta este extremo?
-No le he visto en todo el tiempo que estuve en el gym, lo siento Marito, hoy no acudió como los demás días, estuve buscándole sin resultado hasta que…, ya ves, lo encontré en este estado. -el bueno de Aldo no levantaba la vista del suelo y me sentí ruin.
-¿Me ayudas a meterlo en la cama? -levantó la cabeza con una sonrisa de reconocimiento cuando vio que le hablaba normal, sin aspereza.
Mi amigo estaba mejorando, y mucho, no solamente en su cuerpo que se había convertido en un espléndido y varonil ejemplar de hombre, le habían desparecido los granos que le afeaban la cara, y sin ser una belleza, resultaba deseable para cualquiera.
-No te preocupes, ya me encargo yo. -cargó con el abuelo como si no le pesara y lo llevó a su habitación, le seguí intentando ayudar pero no era necesario, una vez de tenderlo en la cama lo desnudó con energía no exenta de delicadeza, lo dejó con su bóxer puesto y le cubrió con la sábana.
-Cuando despierte estará mejor. -recogió la ropa que le había quitado y me la entregó.
-Será mejor que la laves, estaba tirado en el suelo cuando lo encontramos. -no me pasó desapercibido el plural que empleó y recordé a la persona que los acompañaba.
-¿Quién os acompañaba?, me pareció la figura de una mujer. -a Aldo se le había puesto la cara de un rojo a vino aguado y me miraba intentando evitar mis ojos.
-Era Elena.
-¿Elena?
-Una chica que va también al gimnasio.
-¿Solo eso? ¿Y te acompaña a recoger viejos borrachos por la calle? ¡La buena samaritana!
-¡Por favor Marito!, no te burles.
-Pues dime la verdad de una vez.
-Me gusta. -era algo que sospechaba desde mi primera pregunta y me aproximé abrazándome a aquel cuerpo gigante, le hice que bajara la cabeza para besarle los labios.
-¡Oh Aldo! Me alegro tanto, y parece que tu también le interesas. -El muchacho ahora se me abrazaba y besaba mi cabeza.
-Creo que si Marito, hice lo que me dijiste y este es el resultado. -durante unos minutos Aldo me contó como habían terminado por hablarse, y resultaba que la chica estaba colada por él desde hacía tiempo.
-Entonces, a partir de ahora, tendré que olvidarme de esto. -en actitud de broma le cogí el bulto de la entrepierna y me pegué cariñoso y coqueto, a su cuerpo.
-Marito no juegues, eres una tentación y sabes lo que tu me gustas a pesar de que ahora esté Elena.
-De acuerdo, dejemos de jugar pero me has dado una alegría. -Aldo parecía también muy contento.
Fue en Junio, había terminado los exámenes y estaba eufórico, mis notas habían sido excelentes en el examen final, y para celebrarlo salí con Migue para tomar unas cervezas, a solas con él y poder hablar.
Migue tampoco tenía demasiado tiempo libre, con cinco tiendas que tenían abiertas en la ciudad Loren pensó que no había más mercado para ellos, había estudiado la posibilidad de expandirse a otras ciudades y esa labor llevaba mucho esfuerzo y tiempo.
Mi amigo le había pedido pasar a ser su socio, era cierto que Loren apreciaba su trabajo y le pagaba muy bien, pero Migue aprovechó la oferta de una gran cadena que lo deseaba para ella y le puso entre la espada y la pared. O eran socios o se marchaba.
Ahora iniciaba una nueva etapa en su vida y claramente sabía lo que deseaba hacer y a donde quería llegar, mi amigo, al final, estaba resultando ser más inteligente que yo.
No estuvimos mucho tiempo y quedamos en establecer, al menos un día a la semana para reunirnos, después veríamos que no teníamos tanto tiempo.
Quería volver pronto a casa, más que nada para vigilar que mi abuelo llegaba bien, dentro de que su enfermedad parecía estancada, tenía días mejores que otros. Se había perdido dos veces y una tuve que recurrir a la policía para localizarle. En estas ocasiones Aldo se desquiciaba al no saber encontrarle.
Cuando llegué a casa ya se encontraba allí, sentado ante la televisión apagada, la habitación de mamá con la luz encendida y él mirando el marco de la puerta, como si fuera una pantalla y allí hubiera algo que solo él viera.
Sin hablar preparé la cena y volví a la sala a buscarle, se había marchado a su habitación y estaba tendido sobre la cama vestido.
-He preparado la cena, vamos abu. -no se movió de su lugar y me acerqué pensando que algo le había pasado.
-No quiero comer nada. -se sentó y empezó a desnudarse, tenía dificultad para desabotonar la camisa.
-Deja abu, ya te hago yo. -le quité la camisa, el pantalón y el resto de la ropa, luego le tapé para dejarle solo.
-Buenas noches abu. -cené solo, o intenté cenar, ya que recogí la comida y la guardé en la nevera para el día siguiente.
Marchaba ya a mi habitación cuando le escuché quejarse.
-¡Maldita sea! -abrí su habitación y estaba de pie delante de la ventana corriendo las cortinas, a luz de la calle que iluminaba tenuemente la habitación le podía ver completamente desnudo.
-Necesito algo de luz. Ayúdame.
-¿Qué buscas abu?
-Quiero ir al aseo, tengo que mear. -parecía hablar entre sueños, como delirando. -le sujeté de la cintura y le encaminé al baño, estaba tremendamente delgado pero muy duro y sus tendones se le marcaban en todo el cuerpo.
Le situé delante del inodoro pero él no hacía nada, le empuje para ponerle delante del retrete y seguía sin moverse, le miré su larga y negra polla, no me asombró su tamaño porque se la había visto muchas veces, pero ahora me disponía a sujetarla en mi mano y dirigirla a la taza del inodoro para que meara.
Agarré con precaución aquella manguera blanda y negra, el glande se veía muy gordo y estaba cubierto por la piel del prepucio, sus gordos testículos le colgaban exageradamente y rozaban con mi mano que le sujetaba la polla, los vellos eran largos, lisos, y muchos de ellos eran blancos, la dirigí y pude sentir la orina que corría por su conducto hasta aparecer por la punta cayendo en el agua, el enorme chorro de orina que tiraba hacía un sonido burbujeante al chocar en el agua y la loza, cuando le cogí la verga la sentía suave como terciopelo, la tenía fría y ahora el calor de la orina la calentaba.
Tiraba un largo chorro de abundante orín color amarillo oro y demasiado oloroso por la bebida que había ingerido, estaba terminando y el chorro diminuía hasta salirle las últimas gotas, me di cuenta de que su manguera empezaba a hincharse, a ponerse dura en mi mano, con un pedazo de papel higiénico le limpie la punta.
-Ya está abu, ahora a la camita a dormir. -sin responderme, y sin mi ayuda, emprendió el regreso él solo mientras yo tiraba de la bomba para que el agua se llevara su meada.
Me quedé dormido rápidamente.
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-¡Párate ya Robert! Estate quieto -le sentía en mi espalda, empujando mi cadera para que me tumbara boca abajo.
-¡Por favor otra vez en el coche no! -hacía mucha fuerza e introdujo una pierna entre las mías haciéndose hueco.
Iba a volver a protestar cuando me tapó la boca con la mano.
-Soy yo, no hagas ruido.
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Abrí asustado los ojos, la habitación estaba a oscuras, iluminada solamente por la luz que le llegaba de las farolas de la calle. Estaba en mi habitación, en la cama, con alguien pegado a mi espalda, forzándome con movimientos bruscos e incontrolados, apretando en mi cadera y con una pierna metida entre las mías empujando. No se trataba de Robert como le sentía en mi sueño.
-Abu ¿qué haces? -no podía tratarse de otra persona y era su jadeo y su olor el que sentía como suyos, hablaba con dificultad por la mano que tenía intentando taparme la boca.
-Calla, que ella no nos oiga y ábrete. -cerró más su mano dejando que respirara solamente por la nariz, con la otra mano tiraba con fuerza de mi pantaloncito intentando quitármelo.
Rápidamente entendí lo que pretendía, ¡forzarme!, mi abuelo estaba queriendo violarme.
-¡No abu, tu no, por favor! -pero las palabras no podían salir de mi boca cerrada a la fuerza por su mano.
Había logrado bajarme el pantalón y su rodilla me lastimaba entre mis piernas queriendo obligarme a que me abriera, a pesar de mi resistencia lentamente conseguía su objetivo y separaba mis piernas.
Sentía su nervuda polla, ahora dura y tiesa como el hierro, meterse entre mis piernas, me hacía daño en los huevos y no podía moverme. A pesar de su delgadez, casi esquelética, su fuerza era enorme. Luché hasta que apuntó el glande de su negra verga en mi culo y de un golpe seco consiguió vencer la resistencia de mi ano.
De mi garganta salió un alarido de dolor a pesar de tenerla cubierta con su mano.
-Calla puta, bien que lo pasas con otros y te lo buscas…
Sabía que lo difícil ya estaba hecho, que ahora le sería fácil penetrarme con otro fuerte empujón de sus caderas, y entonces comencé a llorar.
Amargas lágrimas corrían por mi cara y empapaban las blancas sábanas, sentía un dolor agudo y penetrante, mi culo palpitaba dolorido, me había introducido media polla en mi culito y continuaba empujando con fuerza, no recordaba otra que me hubiera dañado tanto, sin prepararme en lo más mínimo me había obligado a recibirle entero y sentía sus testículos apretados a mi culo.
Me bombeaba en silencio, lo único que se escuchaba era el jadeo de su respiración en mi nuca y mis sollozos contenidos por su mano.
-Relájate puta, estas muy estrecha y así no te jodo bien. -más que hablarme, susurraba las palabras que me trasmitía vía ósea.
Mi instinto me dispuso a aceptar lo que ya no tenía solución e intenté seguir sus instrucciones, relajé el culo lo que podía, el dolor persistente y aguado no me dejaba actuar como debiera.
-Así, así, buena chica. -había dejado de llorar intentado que me hiciera el menor daño posible, su gran chorizo me entraba profundamente, no había duda de que mi abuelo estaba muy bien dotado.
Había ido aflojando la mano con la que tapaba mi boca y ahora respiraba entre sus dedos, jadeando del dolor y las penetraciones tan fuertes que me daba.
-¿Te gusta pequeña?, ahora estas bien abierta para recibir mi verga.
Empecé a verter lágrimas de humillación cuando sentí el primer conato de placer que mi abuelo me daba. Me sentía tan sucio, tan monstruoso y aberrante con mis sentimientos, y sin embargo así era. Estaba siendo violado por un anciano, mi abuelo, pero mi culo solo reconocía una dura y potente verga que lo abría, que le perforaba dándole placer.
-¡Ummm! ¡Ummm! ¡Ummm! ¡Ummm! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!. -gemía suavemente sin poder evitarlo, mi cuerpo traicionaba a mi mente. Y me rendía a aquel gusto y gozo que mi culito sentía, mi instinto de hembra podía mas que mi orgullo y ya actuaba por instinto.
Estuvo largos minutos follándome y él notó como yo no me resistía y me entregaba, sintió que me había hecho suyo, o suya como decía él, ya no le preocupaba taparme la boca aunque no retiraba la mano de mi barbilla, precavido por si se me ocurría gritar o protestar.
Todo terminó cuando cayó sobre mi espalda con su larga y gorda verga enterrada en mi cuerpo, clavada en mis entrañas y entre gritos eyaculaba llenándome el culo de semen.
No llegué a correrme aunque estuve en un punto de casi no retorno, y después de aplacar su respiración salió de mi y de mi cama.
Quedé tendido en la misma posición durante largos minutos, sintiendo el calor del semen que salía de mi culo y se iba derramando por los huevos hasta caer en la sábana.
No deseaba pensar en nada mas, inexorablemente, los recuerdos se atropellaban por salir de mi subconsciente, los rechazaba de plano, me interesaba más asimilar de alguna manera lógica lo que había sucedido esta noche y no pensar en el pasado. A mi pesar las imágenes se iban formado, a veces sin sentido, montadas unas sobre otras y poco a poco haciéndose nítidas…
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Dejé las pinturas a un lado y escuché atentamente, no entendía las palabras, solamente los gritos sofocados de mamá, el abuelo me había dicho que no saliera de la habitación y que pintara en mi cuaderno y eso estaba intentando hacer, pero lo que escuchaba, sin quererlo, me angustiaba.
Tenía miedo y no quería desobedecer, sabía que el castigo serían unos duros y fuertes azotes en mi culo sobre las piernas del abuelo, que me dejarían el culo rojo y dolorido durante mucho tiempo.
A la vez la curiosidad y el desasosiego por los gritos de mamá me impelían a salir desobedeciendo las órdenes recibidas, a arriesgarme a que me vieran, pero esta razón de malsano fisgoneo, vencía sobre el miedo.
Salí de la habitación y los murmullos que ahora se escuchaban venían del cuarto de mamá, temblando de miedo me acerqué a la puerta, estaba entornada y miré hacia el interior.
Lo primero que pude ver fue al abuelo, desnudo, su cuerpo grande y peludo estaba sobre el de mamá, su blanca piel contrastaba con la morena, negra en las partes donde tenía más pelos del abuelo, tenía la boca sobre la nuca de ella, la rubia cabellera, igual a la mía se desparramaba tapándole la cara, y las manos con las que se cubría el rostro.
-No, otra vez no papá, por favor.
-Por el culo no hay peligro, ahora usaremos este agujerito, no volveré a dejarte preñada.
-Pero no quiero papá.
-Vas a hacerme enfadar. ¿Quieres que me enfade?
-No papá, por favor, no. Vas a hacerme daño.
-Solo será un poco, luego te va a gustar. -el abuelo se desmontó de mamá y sujetándole de la cintura la elevó las caderas y el pecho de la cama, los pequeños senos quedaron apuntando los puntiagudos pezones hacia abajo, vencidos por su peso y la gravedad, le abrió las nalgas y empezó a lamerle el culo, así unos minutos hasta que escuché como mamá se lamentaba o gemía.
Yo estaba paralizado, mirando asombrado la escena que se desarrollaba delante de mi, luego vi al abuelo cogiéndose el pito, mil veces más grande que el mío, inmensamente gordo y largo, golpeó con él las nalgas de mamá y lo colocó en la entrada de su culo.
-Te va a doler un poco, resiste porque no voy a detenerme hasta meterla entera.
Salía de su boca un grito horripilante a la vez que giró la cabeza haciendo un remolino con el pelo y nuestros ojos se encontraron, asustado retrocedí dos pasos pero continué mirando incapaz de moverme, mamá volvió la cabeza y dejé de ver sus lindos ojos anegados en lágrimas.
El abuelo seguía incrustando su larga lanza de carne en el culo de mamá, de pronto la sacó entera, estaba cubierta de hilos de sangre y líquidos que le escurrían de la punta.
Sujetó su pequeño cuerpo por las caderas y la dio la vuelta tumbándola mirando al techo, se colocó las piernas sobre los hombros y apuntó la verga de nuevo en el ano, el rubio vello que cubría su pubis y tapaba como un velo la vagina, estaba manchado de sangre, detrás del vello conseguía ver el rosa suave de la carne tierna.
Cuando el abuelo se empujó para volver a meter su polla en mamá el agudo grito que le salió me hizo reaccionar, me di la vuelta y corrí para encerrarme en mi cuarto, allí me cubrí la cabeza con los brazos tapándome las orejas, aún retumbaba en mis oídos el último aullido de dolor que escuché a mi madre.
Estuve muchos días sin poder asimilar lo que había presenciado, era un niño de cinco, como máximo seis años, no sabía si lo que vi era bueno o malo, pero si tenía la certeza de que era terriblemente doloroso. Lentamente, creo que por propia voluntad, fui enterrando aquel recuerdo, olvidándolo en el tiempo.
De aquello solamente permaneció el rechazo que mamá sentía hacía mi desde entonces, evitaba encontrarse a mi lado, huía de sus recuerdos, de sus obligaciones y dejó de hablarme, nos convertimos en extraños.
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Nació Swan, segundo hijo de Shizu y Robert, y último. El embarazo había sido delicado y peligroso, en el parto estuvieron a punto de perder la vida madre e hijo. Los médicos recomendaron su esterilidad para evitar que quedara otra vez embarazada por el peligro que representaría. Fijaron su residencia definitiva en Japón para sentirse arropados por su familia.
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Transcurrieron más de dos años desde que Swan llegó a la vida, en ese tiempo algunas cosas había sucedido pero sin demasiada importancia, vivíamos inmersos en la monótona rutina.
Terminé mi carrera con una buena media en las notas, sabía bastante bien el inglés, como para defenderme sin problemas, y en el alemán era peor, había adquirido los conocimientos suficiente para poder desempeñar mis funciones en las empresas de Guillermo y me daba por contento.
Guillermo y yo no habíamos hablado sobre nuestro acuerdo que, tácitamente, se prorrogaba indefinidamente. Ninguno de los dos deseaba hablar al respecto y dejamos que nuestras vidas siguieran como habían estado los últimos cinco años, él no quería que lo nuestro terminara y yo tampoco, me sentía a gusto en esa situación y habíamos llegado a ser más amigos que amantes.
El abuelo estaba ahora en una residencia donde lo ingresó Guillermo. Se mantuvo en su casa hasta el último momento, cuando ya no se reconocía si se miraba al espejo, no podía valerse por si mismo y se había convertido en dependiente para todo.
Durante muchos meses continuó con sus visitas nocturnas a mi habitación, siempre era lo mismo, llegue a pensar que podía ser sonámbulo, que actuaba dormido siguiendo unos patrones que le mandaban actuar de una manera concreta.
Después no se acordaba de nada, y nunca hablaba de lo que sucedía. No le guardo rencor por lo ocurrido, y en parte me considero culpable. Llegué a admitir como normal que se metiera en mi cama si eso le mantenía calmado, y muy en mi intimidad debía reconocer que me gustaba verme sometido por él.
Sus visitas no llevaban una pauta marcada, funcionaba aleatoriamente y podían ser dos veces a la semana, o una vez al mes. Se introducía en la cama, me colocaba la mano en la boca y yo sabía como tenía que actuar. A veces mi perversión era tanta que cuando no acertaba a encontrar mi ano, era yo quien sujetaba su acerada y nervuda verga y la llevaba a mi entrada.
Aldo me ayudo mucho durante esos últimos meses, continuaba con Elena y claramente estaban enamorados. Mi primo Marcos, al contrario, se desligó de su obligación. Pero de quien más ayuda obtuve fue de Guillermo
Aquel domingo había quedado con Peru, por dos motivos, primero: que hacía mucho tiempo que no teníamos un encuentro, y el principal era que como ya había terminado mi carrera, Guillermo me había dado el trabajo que en su día acordamos y quería consultárselo.
…
Gracias por llegar hasta el final de este capítulo.
Espero les haya gustado y habrá más, ya solo faltan tres capítulos de la historia.
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