Masaje compartido, placer escondido a centímetros de mi esposa
Fui a una sesión de masajes con mi esposa en la misma sala. La masajista, sin decir nada, usó mi mano para darse placer. A centímetros de mi esposa, viví uno de los momentos más intensos y secretos de mi vida. Volví por más… y fue aún mejor..
Fui con mi esposa a un centro de masajes donde atienden a ambos al mismo tiempo, en la misma sala, cada uno con su masajista. No hay cortinas ni separaciones, simplemente dos camillas, una al lado de la otra. Era la primera vez que íbamos juntos y todo parecía normal, hasta que algo inesperado ocurrió y me marcó desde lo más profundo.
Durante esa primera sesión, mientras yo estaba boca abajo y completamente desnudo bajo una toalla, la masajista comenzó a acercarse demasiado. En cierto momento, su zona íntima —con ropa— empezó a rozarse suavemente contra mi mano. Al principio pensé que era casualidad, pero lo hizo más de una vez, con movimientos lentos, claros y perfectamente dirigidos. Sentía el calor de su entrepierna apretarse contra mis dedos mientras sus manos recorrían mi espalda. No dije nada. No me atreví a moverme. Pero mi cuerpo reaccionó al instante: mi pene se endureció completamente y sentí una oleada de excitación intensa. No por ella… sino por la situación. Por el morbo de estar con mi esposa presente a centímetros de distancia, sin que tuviera idea de lo que estaba ocurriendo.
Pasaron meses desde aquella vez, y la experiencia quedó rondando en mi cabeza como una fantasía persistente. Ayer decidimos volver. Mismo lugar, mismos masajistas, misma sala compartida. Desde el primer contacto, supe que algo diferente iba a pasar. Esta vez, ella se movía con otra energía, como si supiera que yo estaba esperando algo más. Mientras masajeaba mis piernas, sus manos se deslizaban cada vez más cerca de mi ingle, hasta llegar a rozar mis testículos con suavidad, en repetidas ocasiones. Yo fingía estar relajado, pero por dentro ardía.
En un momento, tomó mi mano con decisión y la llevó entre sus piernas, por encima de su pantalón. Comenzó a frotarse lentamente, haciendo movimientos rítmicos con su pelvis mientras mi mano sentía cómo su vulva se presionaba contra mí. Estaba húmeda, incluso a través de la tela. Mi verga latía completamente erecta bajo la toalla. Entonces, ella subió una pierna a la camilla, guiando mi mano hacia su culo y su sexo, buscando más contacto. Luego, con total naturalidad, deslizó su propia mano bajo la toalla y me agarró los huevos sin dudarlo.
Todo ocurrió en silencio. Yo estaba completamente entregado, sintiendo cómo el morbo y el miedo a ser descubierto me ponían al borde. A mi lado, mi esposa seguía en su propio mundo, sin saber que su marido estaba viviendo una de las situaciones más intensas de su vida. No hubo penetración, pero no fue necesario. La tensión, el atrevimiento, el fuego contenido… todo fue demasiado.
Esa noche, al llegar a casa, no pude evitar masturbarme varias veces, reviviendo cada detalle. No por amor, no por belleza, sino por lo que significó: ser deseado, ser utilizado, sentirme completamente vivo por unos minutos. No sé si volveré. Tal vez una o dos veces más. Solo para grabar su cuerpo en mi mano como ella quedó tatuada en mi mente.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!