Me aproveché de un niño de 9 años mientras dormía 2
“Engullí su pequeña verguita y comencé una mamada que le estaba arrancando sonoros gemidos. Su voz infantil rebotaba en las paredes y me ponía cada vez más caliente”.
Puse saliva en uno de mis dedos y raudo encontré su cavidad por primera vez. Cuando palpé aquel agujero húmedo y liso por primera vez, sentí el placer más llenador que hubiera sentido jamás.
Lo iba a hacer. Ese culito sería mío a como de lugar, y todo iba a ocurrir aquella noche…
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Buenas, queridos lectores. Les dejo la continuación del relato «Me aproveché de un niño de nueve años mientras dormía».
Recuerden que si quieren más, pueden dejar sus comentarios para saber si les gusta o no esta historia.
También pueden encontrar más relatos y la primera parte de éste en mi perfil.
Besos.
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Su agujero era una cosita pequeña, diminuta y muy cerrada. Pese a haber puesto abundante saliva en mi dedo índice, este no conseguía abrirse espacio entre sus paredes. Sus pequeños ronquidos se acentuaron. Dormía tan profundamente que no reaccionaba en lo más mínimo a la presión que estaba ejerciendo en su virginal cavidad.
Lo puse boca abajo y encendí la lámpara de noche para poder ver con más detalle el hermoso culito de mi pequeño amigo. Sentía mi verga explotar por tan hermosa vista: un hoyito totalmente cerrado, lampiño y con un leve color rosado. Levanté sus caderas solo un poco para poder apreciar mejor. Abrí su rajita y sin poder resistir más, comencé a comerle el culo a Gasti.
Ahí estaba yo, con el rostro hundido en la tierna retaguardia de un pequeño de 9 años que dormía plácidamente después de haberle dado un sexo oral que seguramente no olvidaría jamás.
Mientras mi lengua buscaba abrirse hueco, con mis manos acariciaba todo su cuerpo. Era un chiquillo hermoso. Lo deseaba tanto que no quería dejar un sólo rincón de su cuerpo sin explorar. Así, profundamente dormido, estaba a mi total disposición y aproveché de hacer y deshacer con su bello cuerpecito lo que mi mente imaginaba hace tanto tiempo.
Levanté la parte de arriba de su pijama y lo volví a girar para besar y dar lamidas en su abdomen, ombligo y sus diminutos pezones. Estar utilizando a mi Gasti se sentía tan prohibido y excitante que no me podía detener y, de alguna manera, me ponía más y más caliente a medida que seguía en mi faena.
Todo su cuerpo olía a limpio. Sus axilas, pies, manos… Todo fue ultrajado por mis labios y lengua; cada centímetro de su piel ahora era mío. Subí por su cuello y comencé a besarlo con intensidad. No había respuesta de su parte esta vez, pero me parecía incluso más excitante sentir su boca y lengua dormida mientras buscaba un beso cada vez más profundo. Saboreaba su saliva infantil y disfrutaba la calidez de su aliento mientras seguía manoseando su culito. Pasaron unos 5 minutos y decidí cambiar; bajé hasta su entrepierna y devoré su tierna intimidad que permaneció flácida un buen tiempo hasta que logró una semi erección. Chupaba sus huevos uno a la vez, luego ambos y luego me metía todo a la boca. Intenté bajar el pellejito de su verga, pero sin éxito. Levanté un poco sus piernas y comencé a pasar la lengua por toda la extensión de su rajita. Uff, el aroma, el sabor, todo era increíble. Mi tierno amante seguía durmiendo, parecía un muñequito de goma que no se resistía a ningún movimiento, sin reacción alguna más que su profunda y pesada respiración.
Continúe el mismo vaivén un par de veces y, separando sus mejillas, volví a la carga para intentar penetrar su agujero. Sentía mi respiración entrecortada, los ojos pesados y un leve hormigueo en mi rostro producto de la excitación. No podía creer que estuviera en esa circunstancia con el pequeño al que tanto deseaba.
Después de intentar un largo rato, su entrada cedió y la punta de mi lengua logró entrar. Sentí un calor abrumador en su interior y comencé a desear más y más. Empujé con fuerza y podía sentir cómo pese a la blandez de mi lengua sus cavidades parecían rajarse a su paso. Cuando metí más de la mitad, comencé a hacer círculos en su interior y sin tocarme, pasados unos segundos, comencé a eyacular. Me apresuré en cubrir la cama para no dejar evidencia y el liquido era abundante, demasiado. Tomé unas toallas húmedas, me limpié y ni bien terminé de hacerlo, mi verga ya estaba como una roca de nuevo. Jamás me había sentido tan caliente como en ese momento. Era una mezcla de adrenalina, de acceder a lo prohibido, de placer, lujuria y, si me apuran, amor. Me sentía completamente loco, enamorado de Gasti. Había perdido la cabeza por ese niño hacían meses y en una situación así el juicio no estaba siendo el suficiente. Con mi palo completamente erecto, me incorporé sobre su tierno cuerpo, levanté sus piernas y apunté hacia su ano.
Mi corazón latía con fuerza. Sabía que no habría vuelta atrás: si llegaba a despertar o algo todo terminaría para mí, pero el deseo era más grande que cualquier otra sensación de culpa o miedo. Comencé a presionar su entrada con delicadeza pero decidido. Cuando entró la cabeza por completo sentí una profunda succión y el mismo calor que había disfrutado con la lengua ahora invadía la punta de mi verga. ¿Tan mal estaría citar a Dios en un momento así? Me sentí en las nubes, en el paraíso. Estaba accediendo al más prohibido de los frutos del creador y lo estaba disfrutando de una manera que no se puede describir. Su agujerito apretaba de manera salvaje y mi pene se habría paso centímetro a centímetro, sintiendo como sus paredes se expandían, como si se estuviera rajando. Estaba partiendo en dos a mi tierno amante y, pese a que deseaba protegerlo siempre y le tenía un cariño inconmensurable, en aquel instante solo quería estar en su interior por completo y a cualquier costo.
Su cuerpo se removía de vez en cuando, pero seguía durmiendo, lo que me daba seguridad para seguir avanzando. Sin darme cuenta, en cosas de minutos ya estaba por completo en su interior. La diferencia de tamaño era abismal, una desproporción que daba miedo, pero se sentía tan rico que no di marcha atrás. Como pude alcancé sus dulces labios y, mientras lentamente comenzaba a sacar mi verga, lo besé.
Procuré hacerlo con calma, no me quería volver a correr y esta vez en su interior. Cuando la mitad ya estuvo fuera, volví a entrar con un poco más de fuerza. Repetí ese movimiento lentamente. Su culito palpitaba y ahorcaba mi entrepierna con fiereza mientras mis labios abusaban de su boca dormida. Cuando aumenté el ritmo de la embestida comenzó a revolverse incómodo, aún con los ojos cerrados pero haciendo muecas de dolor, así que me detuve sólo unos segundos hasta que se relajó y volví a la carga. Su ano ofrecía cada vez menos resistencia y mi verga entraba y salía con mayor facilidad. Se sentía delicioso estar en su interior, ser consciente de que lo estaba penetrando y lo estaba haciendo mío. Sería siempre el primero en estrenar su tierno culito, y quizás él no se enteraría jamás, pero yo sí lo sabría y con eso bastaba. Continúe besándolo mientras lo embestía con más fuerza. Desaté mis instintos, abrí su pequeña boquita con mi pulgar y escupí en su interior una, dos y tres veces. El chiquillo no reaccionaba y eso me tenía encendido y con rienda suelta para hacer las mayores guarradas que se me pudieran ocurrir. Devoraba su boca como un salvaje con besos violentos. Cuando sentí que me iba a correr, salí de su interior y me posicioné sobre su abdomen y en cosa de segundos, tras masturbarme con fiereza, los chorros de leche espesa y caliente cayeron en su pecho, rostro y los últimos en su boca. Mi cabeza rozaba sus labios que recibían el líquido sin darse cuenta directo en su garganta. Dormido se tragó todo y lo que había en su rostro pronto fue a parar al interior de su cálida boquita con ayuda de mis dedos. Limpié el resto con una toalla y lo besé intensamente una vez más. El sabor de mi semen se mezclaba con el de sus labios. Su lengua inerte no hacía más que enredarse en la mía intercambiando los fluidos y haciéndome sentir en el paraíso. Me gustaba mucho la forma de sus labios, su sabor dulce y textura suave. Podía haberlo estado besando toda la noche, deseaba tanto que ese momento fuera eterno, pero al ver el reloj ya eran casi más 4 de la madrugada…
Limpié el desastre mientras mi tierno niño seguía durmiendo plácidamente, con su intimidad al aire y su agujero abierto. En una media hora volví a la cama, le puse su ropa no sin antes examinar su agujero. Estaba rojo, un poco irritado y abierto. Me asusté un tanto, pero se veía tan exquisito que decidí jugar un rato más con mi lengua que ahora entraba con facilidad y se revolvía en su interior como si lo conociera de toda la vida. Mientras seguía lamiendo su trasero masturbaba su pitito que se puso duro en cosa de segundos y comenzó a palpitar fuertemente. Comprendí que seguramente sería una de esas veces que no se despertaba para orinar y que me había comentado su madre. No perdí tiempo y sin dudarlo engullí su verguita esperando el néctar salado. Me daba un morbo gigante recibir su orina, y no es que fuera un fetiche, para nada. Jamás me resultó excitante ni lo quise probar antes. Sin embargo todo en Gasti me parecía tan perfecto, puro, impoluto y exquisito que su orina era casi una extensión más. Nada en el me podría causar rechazo jamás.
Recibí su líquido caliente por unos 15 o 20 segundos y tragué todo sin una pisca de asco. Aprovechando su erección, bajé su prepucio y limpié su glande con suavidad. Estaba de un color rosa intenso, casi rojo. Lo apretaba de la base haciendo que escurrieran las ultimas gotas de orina y cuando pasé mi lengua un par de veces por el agujerito, se removió bruscamente y decidí detenerme. Ahora sí, ya había finalizado.
La siguiente media hora me dediqué a besar sus labios tiernos mientras acariciaba toda la extensión de su cuerpo. En mi interior solo quería seguir y seguir dándole amor porque sabía que no volvería a tener una oportunidad así, pero pronto el cansancio me venció. Lo abracé tiernamente por la espalda. Metí mi mano por debajo de su camiseta y acaricié su abdomen hasta que el sueño llegó a mi. Exhausto, comencé a pensar que iría a pasar cuando despertara e ideé un plan para no ser descubierto. En solo unos minutos me quedé completamente dormido, abrazado a mi hermoso amante de 9 años y si el plan resultaba tal y como esperaba, entonces tendría al menos un día más para echar rienda suelta a mis más impuros deseos.
Siguiente día:
Desperté con una pesadez gigante en el cuerpo y toda la culpa me cayó de golpe. Gasti dormía todavía en la misma posición en la que estaba la noche anterior, eran cerca de las 7 AM, pronto su madre se iría a trabajar, Gastón y la pequeña a sus colegios y yo a mis labores de entrenador.
Nervioso comencé a mover el brazo de Gastón hasta que despertó. Noté cómo le costó abrir los ojos y apenas lo hizo, una mueca de dolor se dibujó en su rostro. Carajo.
– Hola dormilón — lo saludé con normalidad.
– Buenos días — contestó con voz somnolienta y una sonrisita forzada. Dios, ese chiquillo me traía loco.
Acaricié su cabello unos segundos. Él solo me veía con sus ojos grandes. No sabía qué tanto recordaba de la noche anterior y si realmente estaba dormido mientras le había hecho todo lo demás, así que esperé a que dijera alguna otra cosa, una señal o algo, pero nada.
– ¿Dormiste bien? – solté.
Una sonrisa traviesa apareció en su rostro.
– Después de esa mamada que me diste, claro que sí.
Ca-ra-jo. Al menos esa parte la recordaba, y bien que le había gustado, al menos eso parecía. «Maldito niño calenturiento», pensé. No pude evitar ponerme rojo cuando, además, me recordó que me había bebido su orina y me llamó puerco por hacerlo. Soltó una risotada y luego una mueca de dolor.
– Siento que me arde la cola — dijo.
Era el momento para echar a andar el plan. Le mentí descaradamente y le dije que después de que hicimos lo que hicimos y seguramente por comer tantas golosinas durante el día, se levantó en dos ocasiones al baño, que estaba casi dormido y que yo lo ayudé. Que había hecho popó muy líquida y que seguro le había agarrado una diarrea. Abrió los ojos grandes y creyó cada palabra. ¿Me sentí mal por mentirle? Sí, pero mi pellejo estaba en juego y si se enteraba de lo que había hecho muy seguramente me iba a delatar. Sí me llamó la atención que la noche anterior me haya besado y todo, pero tenía muy claro que joto el chiquillo no era, así que podía sentir su orgullo pasado a llevar o algo. Lo anterior le había gustado porque para él era placentero y punto.
– Sí sabes que debemos mantener lo ‘otro’ en secreto, ¿Verdad Gasti?
Nuevamente una sonrisa pícara. Asintió con la cabeza y por fin pude respirar.
– Tengo un plan para que podamos seguir jugando hoy los dos a solas, ¿Quieres? — Pregunté. Su rostro se iluminó con la propuesta y de inmediato dijo que sí. «Está bien, sígueme la corriente».
Pasados unos minutos entró su madre al cuarto. Gastón se hizo el dormido mientras yo le explicaba que se había levantado varias veces al baño durante la noche y que se sentía mal del estómago. Se preocupó, aunque la tranquilicé haciéndole ver que no tenía fiebre y que seguramente había sido producto de las golosinas. Comentó que tendría que avisar a la abuela de Gastón a ver si podía cuidarlo y fue entonces cuando me ofrecí. Luego de unos minutos en los que hasta dinero me ofreció por cuidarlo, la convencí de que no era ningún inconveniente para mí, que estuviera tranquila y que cualquier cosa que ocurriera yo se la iba a comunicar inmediatamente. Me dejó el contacto de un par de familiares en caso de emergencia y dándole un beso en el cachete a Gasti (que había actuado perfectamente) se marchó con la niña.
Estaríamos completamente solos hasta las 6 de la tarde que era cuando retornaba Larissa del trabajo. Ni bien salió, Gasti abrió los ojos y se abalanzó sobre mí para besarme. Lo hacía de manera torpe e intensa, me intentaba meter la lengua en la boca, cosas que le impedí en un comienzo para que se tranquilizara. Cuando bajó el ritmo, en un movimiento engullí su pequeña lengua y luego con besos largos e intensos masajeaba su carnosidad con ternura y pasión. Su respiración estaba casi tan agitada como la mía y pronto sentí su pequeña herramienta erecta rozando mi abdomen. Llevé mis manos a su culo, pero al igual que el día anterior, las retiró. Seguía con los ojos cerrados cuando puse la palma de mi mano derecha en su pecho y comencé a bajar. Cuando iba cerca de su ombligo, instintivamente levantó un poco las caderas, gesto que me permitió deslizar mis dedos por debajo de su pijama para sentir su húmeda intimidad. Emanaba mucho calor y estaba dura como una piedra. Un pequeño gemido se escapó de sus labios y cuando me soltó del agarre, lo tomé con ambas manos desde las caderas y me llevé su entrepierna a la cara. El pijama se había vuelto a subir y se apreciaba una carpa apetecible por sobre la tela que pronto me llevé a la boca. Así estuvimos jugando unos minutos: mordía su glande por sobre el pijama, chupaba y daba lamidas, tanto que pronto se dibujó un charco de humedad y entonces bajé la tela para dejar al descubierto su erección. Empujó sus caderas y su punta tocó mis labios. Inspiré profundo, quería guardar ese tierno aroma a sudor infantil, orina y jabón que se mezclaba en su pubis. Engullí su pequeña verguita y comencé una mamada que le estaba arrancando sonoros gemidos. Su voz infantil rebotaba en las paredes y me ponía cada vez más caliente. Avisó que tenía ganas de orinar así que me detuve. Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero inmediatamente le pedí que se desvistiera. Yo hice lo mismo y nos fuimos a la ducha, que era bastante amplia. Puse el agua tibia. Gasti solo seguía mis movimientos pero sin entender qué ocurría. Con el agua cayendo en nuestros cuerpos volví a la carga. De rodillas y levantando un poco sus caderas engullí su herramienta nuevamente y ni bien pasaron dos minutos el chorro comenzó a salir. Me aparté y estirando mi brazo derecho para sujetar su verguita, apunté hacia mi boca, rostro y pecho para recibir líquido caliente. Dios. Me sentía un guarro, un morboso, pero de alguna manera sentir que Gasti orinaba sobre mí me daba un placer indescriptible. Él solo miraba el espectáculo con la boca abierta. Pronto el agua se llevó todo rastro y no pude evitar sonreír.
Tal vez la sensación de sentirme dominado por un niño era lo que me encendía. O saber que ese niño era un machín que solo quería que le comieran el pito y disfrutar, y que pese a aquello, había devorado y desvirgado su culito la noche anterior sin que se diera cuenta.
– ¿No te dió asco? — preguntó inocentemente sacándome de mi ensoñación.
– Nada en ti me daría asco, bebé — respondí
Noté el rubor en sus mejillas por lo de «bebé».
– Dime, Gasti. ¿Me quieres, verdad?
– Si, eres mi hermano y te quiero mucho — se apresuró a responder.
Me enterneció su respuesta, pero no como para dar marcha atrás. El remordimiento ya no habitaba en mí. Con esa pregunta y un poco de labia, logré convencerlo de que me dejara darle besitos — y solo besitos — en su culito. Le expliqué que eso era algo que me gustaba mucho y se apresuró en decir que eso era de «gays». Le expliqué también que todo lo que habíamos hecho era de «gays», pero que no teníamos por qué serlo, que solo éramos dos personas que se querían y gustaban mucho, y que ambos lo estábamos pasando bien así que no tenía por qué ser algo malo para nosotros.
– ¿Te gusta lo que hacemos, Gasti?
– Si — dijo pícaro
– ¿Y lo disfrutas?
Asintió con una sonrisa en los labios.
Lo besé un par de segundos, lo acorralé contra la pared y lo puse de espaldas. Bajo el agua su tierno culito se veía todavía más hermoso. Aprecié la vista largamente mientras masajeaba la blandez de sus posaderas. Gasti miraba hacia atrás de vez en cuando, entre curioso e incómodo. Se veía que realmente no era algo que disfrutara, no todavía.
Comencé a depositar suaves besos en su trasero. Su cuerpo se estremecía con cada uno y soltaba un pequeño respingo de vez en cuando. Por puro instinto, pasé mi lengua por la extensión de su rajita. Se quiso girar pero lo sujetaba firme por las caderas. Su mirada encontró la mía, severa.
– Vamos, Gasti. Sólo será un ratito — No era una pregunta o petición: era un aviso.
Agachó la cabeza y se resignó. Hundí mi nariz en su cavidad e inspiré profundo su aroma, su tierno, tierno aroma…
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