Me metí tan profundamente en mi personaje, que terminé dándole el culo y mamándole la verga a tres viejos.
Un estudiante de teatro, después de criticas negativas, llegó a meterse tanto en el personaje de un homosexual que representaba en la obra la jaula de las locas, que al salir de un ensayo tres viejos lo abordaron para tener sexo y él acepto gustoso..
Me metí tan profundamente en mi personaje homosexual, que terminé dándole el culo, y manándole la verga a tres viejos.
En el teatro de la universidad, la obra es la Jaula de las locas, yo le daba vida al personaje del sirviente homosexual, o mejor dicho de la mucama, que es una loquita, sin ningún tipo de pudor.
Pero según el director, a pesar de todo lo buen actor que soy, modestia aparte, no podía comunicar la realidad del personaje, ya que según él, parecía una graciosa caricatura de un gracioso mariconcito, simplemente porque no había querido meterme profundamente dentro de mi personaje.
Los ensayos fueron dándose, uno tras otro, y un día uno de los actores principales, me dijo a manera de consejo. “No logras entrar en el personaje, porque tienes miedo. ¿Miedo a qué?” le pregunté yo, y él me respondió. “Miedo a que te guste, convertirte en maricón.”
Sus palabras me impactaron, ya que en el fondo yo temía que eso fuera cierto, después me dijo. “Tú mismo sabes que la actuación que haces, no te convence ni a ti mismo, y mientras, no te puedas convencer a ti mismo, no podrás convencer a nadie, por muy buen actor que seas.”
Así que tomé la decisión, de meterme por completo dentro del personaje de Lulu la mucama, ese día durante el ensayo, me vestí únicamente con el muy apretado, y cortito pantalón y la ajustada blusa amarrada, por encima de mi barriga, me maquillé, y procuré en todo momento, antes de decir, o hacer algo, detenerme a pensar, como realmente lo haría si fuera una loquita degenerada y pervertida.
Esa tarde todos me felicitaron, por la manera en que proyecté el personaje de la mucama durante el ensayo.
Pero antes de salir el actor, que le tocó realizar el papel de George, uno de los dos personajes principales de la obra, me invitó a su casa, para que continuásemos ensayando.
Yo me pensaba cambiar de ropa, pero él en un tono bien profesional me dijo. “Atrévete a salir a sí vestido a la calle, para que puedas sentir lo que las personas pensarán de ti al verte así vestido, aparte de que un muy buen ejercicio de actuación.”
Yo realmente, aunque me avergonzaba caminar vestido de esa manera tan particular, y estrafalaria, me armé de valor y salí con él del teatro, hasta que a pie llegamos a su apartamento a pocas calles de ahí.
A medida que íbamos caminando, podía ver en la mirada que me daban algunas personas, de que, por mi manera de andar, y de vestir, no les debía quedar la menor duda de que yo era un homosexual, o mejor dicho toda una loca.
Lo que en medio de todo me hiso sentir de lo mejor, por lo que apenas llegamos a su apartamento, y me invitó un trago para celebrarlo.
Lo acepté gustoso sin salir del personaje, ensayamos por un largo rato, hasta que, en un momento de descanso, me hiso notar que ya mis piernas, axilas, y otras partes de mi cuerpo, necesitaban ser depiladas.
Sin salirme del personaje de la loquita mucama, o sirvienta de Albín la pareja de George en la obra de teatro, le dije que no lo había hecho por falta de dinero, a lo que él cortésmente me propuso, que lo podía hacer en ese mismo instante, ya que él tenía una crema ideal para eso, y que además me saldría gratis.
Y como toda loquita, pícaramente le respondí, que estaba de acuerdo, siempre y cuando me ayudase.
Cuando me dijo que me quitase la ropa, yo lo hice como si realmente fuera un mariconcito deseoso de que lo depilasen, para tratar de seducir al dueño de la casa.
Así apenas me desnudé por completo, con toda intención como lo haría una loquita, le dejé ver mis apretadas nalgas, casi ofreciéndoselas en bandeja de plata, pero en el fondo, mi intención era solamente continuar en el papel de la sirvienta.
Él personalmente comenzó a pasarme la crema de la que tanto me había hablado, olía a naranja, y apenas me embadurnó mi piernas, muslos, y nalgas, con una placa pequeña de plástico comenzó a retirarla, y los pocos vellos desaparecieron, y así continuamos, hasta que depiló por completo todo mi cuerpo.
Al terminar me indicó que podía darme una buena ducha, y al regresar a su dormitorio, me acosté boca abajo en su cama, y fue cuando después de pensar como actuaría mi personaje ante una situación como esa, le pregunté, seductoramente. “¿De qué manera podía pagarle tan gran favor?”
Él se me quedó viendo las nalgas, y me dijo. “Bueno si me permites que te dé un masaje, no me pongo bravo.”
Al principio no entendí, pero cuando vi que se bajó su pantalón, y emergió su erecto miembro, supe de inmediato a que se refería.
Fue cuando pensé en detenerlo, me dije a mi mismo esto se salió de control, pero al mismo tiempo me dije.
Pero si fuera una verdadera loquita, estaría súper contenta de que continuase, y finalmente me clavase por el culo.
Él continuó avanzando, con su erecta verga entre una de sus manos, mientras que, con la otra, me untó algo de vaselina entre mis nalgas.
Siguiendo su consejo, procuré relajarme lo más que pude, y comencé a sentir como su caliente verga, me partía el culo, en dos.
Lo cierto es que sí sentí dolor, pero a los pocos segundos de que comenzó a penétrame, yo como si fuera un verdadero maricón, comencé a gemir de placer al mismo tiempo que movia mis nalgas apasionadamente.
No conforme con eso, cuando él a medida que continuaba clavándome su verga por el culo, me preguntaba, si me gustaba tener una buena verga entre mis nalgas, yo con aflautada voz, le respondía que sí, sin dejar de mover mis caderas.
Hasta que finalmente derramó toda su leche muy adentro de mis nalgas.
Yo en esos momentos, penas sacó su verga de mi culo, me dije a mi mismo que todo había sido parte de meterme en el personaje.
Y sin decir nada me levanté y me dirigí al baño para expulsar lo que, momentos antes había dejado dentro de mi cuerpo.
Yo estaba sentado en el bidet, lavándome, cuando él se dedicó a lavar su verga en el lavamanos, y después de que se quitó todo el jabón y se la volvió a enjuagar con bastante agua, se paró frente a mí, preguntándome. “¿Te gustaría darme una buena mamada?”
Tuve la intención de responderle que no, pero eso no es lo que hubiera hecho la loquita de la mucama a la que yo interpretaba, así que delicadamente, al tiempo que todavía sentía el caliente chorro de agua que salía del bidé, chocando con mi enjabonado esfínter, agarré su miembro con mis dedos, y lentamente me lo he llevado frente a mi boca.
Comencé por besar su glande, para luego continuar pasándole mi lengua, desde sus testículos hasta la cabeza de su verga, la que a los pocos segundos comenzó a crecer prácticamente entre mis labios.
Ya había terminado de limpiarme, pero no de mamar, y así estuve, mama que mama hasta que logré que nuevamente se viniera, pero en esa segunda ocasión dentro de mi boca.
Al terminar en lugar de escupir todo su semen, me tragué gran parte, cuando me preguntó si me había gustado, al tiempo que me dio una ardiente nalgada.
Después de eso, él mismo me dijo. “Ya veo que, si has entrado plenamente en tu personaje, la cosa es que ahora no se te quede dentro.”
Yo le respondí, usando mi tono normal de voz, que fue toda una tremenda experiencia, pero que no se preocupase que, si bien lo había disfrutado en parte, estaba bien consciente de que eso no era realmente lo mío, y actuando sin los manierismos del personaje, me despedí del, y me encaminé a mi auto que había dejado en el estacionamiento del teatro.
Pero justo al salir del ascensor, continué caminado, y actuando como la loquita que había descubierto dentro de mí, ya estaba por montarme en mi auto, cuando tres vejetes entre cincuenta, y tantos años, y sesenta y tantos se me acercaron, y mientras uno de ellos se paró al lado, y agarrando descaradamente mis nalgas, me preguntó. “¿Mi reina, te gustaría pasar un buen rato con nosotros?”
Aunque para mí era más que evidente, que, debido a mi manera de andar, de estar vestido, y de comportarme, esos tres tipos pensaron que yo era un verdadero mariconcito buscando fiesta.
Al sonreírme seductoramente, cuando él me agarró las nalgas, le dio mi respuesta, casualmente los cuatro nos fuimos caminando, nuevamente al mismo edificio del que yo había salido, pero entramos a otro apartamento.
Toda la noche, y gran parte de la madrugada, esos tres viejos, me estuvieron tratando como si yo fuera una chica, aparte de que me comiendo el culo divinamente, clavándome sus gruesas vergas en repetidas ocasiones, cuando no era que yo gustosamente me dedicaba a mamárselas.
Esa noche la pasé tan y tan bien, que cuando los tres me fueron a pagar, lo que ellos consideraban que era lo justo, al principio no quise aceptar su dinero, pero insistieron tanto que finalmente lo acepté.
En cuanto a la obra de teatro, les diré que fue todo un éxito, alabada por todos los críticos, y mi personaje el de un mariconcito que trabaja de mucama, no dejó lugar a duda que había sido una tremenda interpretación.
Ahora que ya terminó, no sé cómo deshacerme del personaje, al que yo cariñosamente le sigo llamando Lulú.
Ya que, aunque llevo varios meses en el montaje de otra obra de teatro, pero ocasionalmente recurro a Lulú, cuando quiero liberar algo de estrés y divertirme profundamente.
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