Me violan en una comisaría
Un policía me deja el culo destrozado… pero contento..
A seis cuadras de mi casa hay una comisaría. Y en esa comisaría hay tombos, obviamente. Una noche, como a las once y pico, pasé caminando por la puerta del lugar, algo distraído, y un policía que salía de la comisaría apuradamente, casi corriendo, se estrelló contra mí. Él, muy alto y voluminoso, no fit pero tampoco amorfo, y yo bastante más bajo que él, aunque no chato, y más bien delgado-formado. La cuestión es que con el golpe me lanzó como seis metros y caí sobre el cemento de la pista cual caca de paloma: todo despatarrado.
Él, amabilísimo, me ayudó a levantarme deshaciéndose en disculpas y me llevó casi cargado al tópico de dentro de la comisaría, el cual solía estar desierto en horario de oficina, imagínense a esa hora. Yo estaba muy golpeado y adolorido, así que el joven policía sacó dos pepas de un frasco, me dio un vaso con agua, y me separó dos pepas más para que lleve a mi casa. Yo estaba medio mareado, así que nos sentamos y tuvo la amabilidad de sentarse a mi lado para ver si yo necesitaba algo más que descanso. Tomé las pastillas y guardé las otras.
Él seguía conversándome y, conforme avanzaban los minutos, el aturdimiento se me fue bajando y pude observar mejor al policía. 1.85, más de 100 kilos, contextura gruesa con rollitos pero formado, mestizo de piel oscura y con una cara de macho alfa que te cagas, entre Erick Estrada y Charlie Sheen jóvenes. Tendría sus 30 años. “¿Estás mejor?”, preguntó. “Sí”, le dije; “¿Y sabe dónde puedo denunciar este atropello de autoridad?”, agregué riéndome, evidentemente en broma.
Él soltó una carcajada, dio un golpe en una mesa que estaba cerca y se rascó los huevos, con lo que mi atención se centró de golpe en el ultra mega paquetazo que tenía. Él debe haber visto mi cara de hambre de verga, y dijo: “voy a cerrar la puerta, porque hace aire, y me gustaría ver si no tienes algún moretón o herida; ¿podrías ponerte de pie y sacarte el polo?” Me lo dijo tan profesionalmente que no presentí nada extraordinario… me puse de pie y me quité el polo mientras él cerraba la puerta… con cerrojo. Luego se me acercó y me pidió que le dé la espalda. Una vez de espaldas a él, empezó a tocarme, digamos, de forma rara. “¿Dónde te duele”, preguntó; “espalda baja”, respondí con honestidad.
Primero puso ambas manos en mi cintura y de ahí empezó a sobarlas contra toda mi espalda baja “buscando algún abultamiento extraño”. Yo sentía que me estaba acariciando, pero según él, solo estaba viendo si tenía moretones. Me informaba según iba descubriendo hematomas. Luego, subió lentamente por mi espalda con la yema de sus dedos y de ahí a mi nuca. Empecé a sospechar porque sus dedos apenas me tocaban la piel, lo que me provocó la sensación como que una descarga eléctrica me recorrió de la cabeza a los pies, arrancándome un gemido. “Siéntate nuevamente y aprovechemos que estás sin polo para darte un masaje y relajarte las zonas golpeadas”, dijo y obedecí. Se puso detrás de mí y empezó a masajear mis hombros.
Su fuertes y enormes manos fueron lentamente de mis hombros hasta mi cuello, el cual estrujaron, y de ahí a mi cabeza, donde estuvieron un buen rato haciendo una riquísima presión. De ahí volvió a bajar hacia mis hombros y después a mi espalda. Eché el cuerpo hacia adelante, de tal forma que el pantalón ya no cubría el inicio de mi línea del culo. A esas alturas yo ya estaba salido de ganas y supongo que también gimiendo a lo loco. O a lo loca. Él seguía despacito en lo suyo; sus manos llegaron a mi espalda baja. Me preguntó cómo me sentía y le dije que “demasiado bien”. “Creo que necesito investigar más a fondo si está todo bien”, dijo y, sin darme tiempo a responder ni reaccionar, metió una mano entre mis nalgas y de ahí, casi de inmediato, un dedo en mi agujero anal.
Mi reacción fue otro gemido. Entonces el tombo, viendo que no me opuse a lo que acababa de hacer, me alzó hacia él con su otro brazo, puso mi espalda contra su pecho y empezó a lamer y morder mi cuello y mi oreja. “Aún quieres denunciarme por el atropello”, preguntó. “Preferiría denunciarlo por violación sexual, pero para eso necesito que me viole primero”, le respondí.
Sin pensarlo, me levantó aún más y, digamos, me lanzó sobre la mesa, haciendo que mi pecho quede sobre ella y mis piernas queden colgando. Mi culo estaba a su disposición, pues no sé cómo ni en qué momento logró bajarme el pantalón y el calzoncillo. Me quedé quieto en esa posición, con el culo al aire, en parte porque estaba bien adolorido. El tombo se abrió la bragueta y sacó su verga —no pude ver qué tamaño se manejaba—, se escupió una mano para ensalivarse la verga y la otra para ensalivar mi huequito, me tomó de las caderas de forma tan animal que me dejó sus dedos marcados y de ahí puso la cabeza de su pinga en la entrada de mi culito estrecho y ZÁS EL MUY BESTIA ME LA METIÓ DE UNAAAAAAAAA!!!
Solté un grito de dolor destemplado y el tombo me tapó la boca con su manazo. Volvió a empujármela hacia dentro una segunda vez y ahora sí su pubis quedó pegado a mis nalgas. Dejó caer su cuerpo sobre el mío, haciendo que el peso de su torso sobre mi espalda me presione el pecho contra la mesa, inmovilizándome, y sacó toda su verga de mi ano de un movimiento veloz, volvió a metérmela salvajemente hasta la raíz, volvió a sacarla veloz, volvió a metérmelala a lo bruto y se quedó ahí, presionando y moviendo en círculos su pubis contra mis nalgas, haciendo que su pene me raspe las paredes del esfínter por dentro. Luego volvió a sacarla toda de golpe, me cogió de los pelos y tiró demi cabeza hacia él de la manera más tosca posible mientras volvía a penetrarme demencialmente.
“Esto es lo que querías, ¿verdad putita?”, dijo mientras volvía a retirarse de mi cuerpo y volver a entrar. Yo apenas podía quejarme y gemir, aunque el dolor ya estaba dando paso al placer. Quise responderle pero como demoré, él levantó mi cabeza de los pelos y luego la estrelló contra la mesa con violencia. “Así que no hablas, perra de mierda. Ahora vas a saber qué es bueno”.
Volvió a cogerme de las caderas y empezó un frenético mete y saca, combinado con movimientos circularse de su pubis, sonoras nalgadas y de vez en cuando, otro golpe de mi frente contra la mesa. El tipo estaba desenfrenado: jadeaba, insultaba, me mordía la espalda a veces suave a veces demasiado fuerte. Nunca me habían maltratado así… y me estaba gustando. Mucho. Demasiado.
El policía me sacó la verga del culo, produciéndome un dolor muy fuerte, me cargó y prácticamente me tiró boca abajo contra el suelo. Luego él se dejó caer sobre mí con todo su peso, con lo que me quitó el aire del estómago. Y no pude recuperarme antes de que volviera a clavarme toda su verga. Y ya en el suelo, empezó una cachada un poco más normal, aunque siempre bruto, animal, salvaje, dominante. No tengo idea cuánto duramos así hasta que una última embestida, acompañada de resoplidos y mordidas en mi espalda, me anunció que se estaba deslechando dentro de mí. Esa última empalada coincidió con mi propia eyaculación; tuve un orgasmo brutal, a la altura del cachero de turno.
Y nada. Se quedó quieto medio minuto y me la sacó, sin más. Se puso de pie. Cogió papel higiénico para limpiarse la pinga y me dio un poco para limpiarme el culo. “¡Qué rico cache, carajo! ¡Qué culito apretado y calientito tienes!”, dijo. Yo… apenas podía sostenerme en pie. Él lo notó.
“¿Estás bien? Tú me dijiste que querías que te viole, pensé que hablabas en serio…”Apenas pude decirle: “nunca me habían violado, pero creo que cuando siente la denuncia pediré una minuciosa reconstrucción de los hechos”, le dije con una sonrisa.
Volvió a soltar una carcajada de macho dominante mientras se acomodaba la verga dentro del uniforme. “Bueno, si quieres vienes mañana”, dijo. “¡Ni en pedo!”, respondí. “Deja que me recupere unos días”.
Terminé de vestirme. Me dio su número y me dijo que lo llame como a esa hora cuando quiera otra violación.
Salimos del tópico. Los demás me miraban y se reían en voz baja. Alguno dijo algo así como “invita, pe’”. Yo estaba bien avergonzado, consciente de que mi violación y mis gritos/gemidos se escucharon por toda la comisaría. El camino hasta la salida se me hizo eterno. Antes de salir, mi tombo violador me agarró la nalga con fuerza, como dejando constancia de que me había hecho su hembra. Escuche risas detrás de nosotros hasta que terminamos de salir. Tuvo la amabilidad de embarcarme en un taxi. Antes de subir, me dio una palmada muy fuerte en la nalga y me guiñó el ojo. El taxista se cagó de risa.
Partimos y en el camino el taxista me hizo todas las preguntas posibles. Yo le respondía honestamente. “Sí, ese policía me hizo su hembra”. “Sí, me cogió dentro de la comisaría”. “No, no fue cariñoso, fue una bestia; me violó como un animal salvaje pero lo disfruté”. “No vi el tamaño su pinga, fue tan brutal todo que ni siquiera me dejó chupársela”
Antes de bajarme, el taxista me preguntó si no quería chupársela. No se veía nada mal, pero yo estaba destrozado, agotado, molido y ya no podía seguir sentado por el dolor de culo. Además, la leche se me estaba regresando.
Le di mi número al taxista y le dije que en quince días mi culito volvería a estar operativo.
Uf. Wiwwwwow