MENTES PERVERSAS II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Bruno vivía caliente y me obligaba a masturbarlo mínimo tres veces al día.
Su pene blanco crecía en mis manos y se hinchaba caliente cada vez que lo tocaba.
Él era muy sexual y no perdía el tiempo.
Me ordenaba que le besara las axilas y me pasaba largos minutos besando su cuerpo mientras su pene expulsaba gota tras gota de semen.
En clases me manoseaba bajo la mesa hasta que no podía más y expulsaba todo mi semen y luego iba con los pantalones manchados intentando disimular mis vergüenzas.
Me tironeaba los vellos y apretaba mis testículos como si fuera un juguete.
Bruno me prohibió acercarme a su hermano y entendí que él lo quería solo para él.
Desde que Bruno había obligado a su hermano mayor a practicarle sexo, este había cambiado para siempre.
Cuando vi a Esteban, ya estaba rapado, y vestía como lo que era, un demente SKINHEAD.
Supuse que quería ocultar a como diera lugar el hecho de que era homosexual y su hermanito lo había descubierto por él.
Sus amigos estaban locos y si se enteraban que tenía sexo con uno de su mismo sexo, seguramente iban a matarlo no sin antes, torturarlo sin piedad.
Yo me mantuve a una distancia prudente, pero de nada servía.
Esteban me miraba con un odio inconmensurable, quien sabe lo que pensaba hacerme.
Arrancarme los testículos y hacer que me los devorase, sería poco.
Pasaron unos meses desde que decidimos secuestrar a Santiago, el chico de 5to.
Él no nos miraba cuando nos cruzábamos por los pasillos del colegio, estaba avergonzado.
Con Bruno pensamos seguirlo a su casa, para saber el camino que hacía desde el colegio a su casa y así podríamos encontrar un punto en donde no hubiera posibles testigos.
Él desaparecería y la noticia se volvería algo grande, teníamos que tener cuidado absoluto.
Una vez que dimos con cada paso que daba Santiago, nos hicimos un mapa y entendimos que era posible subirlo a un auto, en cuestión de segundos, en una de las calles menos transitadas.
Sería Esteban, quien con unos amigos, lo subirían a un auto robado y se lo llevarían a la propiedad alejada de la familia de Bruno.
Esteban nos había dicho que con los secuestros era simple, solo necesitabas un auto ajeno y la fuerza para meterlo sin hacer ruido y lo más rápido posible.
Esto sucede siempre, y mientras no dejes rastros a los policías, todo saldría a la perfección.
No habría llamadas a la familia pidiendo rescate, ni sospechosos, absolutamente nada, lo cual nos facilitaría el anonimato.
Él día había llegado, en diciembre cerca del fin de curso, todo transcurrió de forma normal.
Tras la tarde la noticia corrió de boca en boca, hasta dar con los medios.
Santiago había desaparecido y nadie sabía de él.
Con Bruno tendríamos que esperar hasta unos días después para ir a ver a Santiago.
Era miércoles y no lo veríamos hasta el fin de semana.
Todos hablaban del tema en clases, en el colegio, en los medios, en mi casa.
Todos estaban asustados y desconcertados.
Y para nuestro alivio, no había ningún alumno ni amigo del círculo de Santiago que nos mirara raro y con sospechas.
Bruno y yo no éramos nadie en la vida de Santiago.
El sábado ya en casa de Bruno, me quedaría a dormir según lo había acordado con mis padres, pero los planes eran otros.
Esteban nos esperaba en el garaje, con Bruno saldríamos de casa escondidos en el auto sin que ningún vecino nos viera salir jamás.
Una vez cerca de los bosques, pudimos salir del maletero.
Era emocionante y nuestros corazones retumbaban con fuerza, finalmente veríamos a Santiago.
La casa era grande y ostentosa.
Allí en el sótano yacía en la completa oscuridad, un muchacho de ojos verdes, desnudo y lastimado.
Una vez dentro, bajamos directo por unas escaleras hacia el sótano de la casa.
Encendimos las luces y vimos el horror.
Santiago estaba desnudo, arrinconando contra la pared, con los ojos vendados y una cadena en el cuello.
Sus manos atadas y amoratadas.
Tenía el rostro irreconocible por los golpes que había recibido de Esteban y sus amigos.
Con manchas de sangre por todo el cuerpo y hasta los huesos.
Más adelante nos enteraríamos de las aberraciones que le habían hecho.
Ya el primer día lo habían golpeado sin piedad.
Uno de ellos lo había desvirgado con un fierro sin piedad alguna.
Y Esteban, cuando sus amigos se habían marchado, lo había violado y torturado.
Curioso de estos locos que odian a los homosexuales se habrían entregado al placer de torturarlo sexualmente.
Bruno no dijo nada, estaba mudo y pude ver la ira en sus ojos.
Entendí de inmediato que Esteban pagaría caro por su traición.
Santiago era nuestro y solo nuestro, nadie más tenía derecho a tocarlo.
Pagarían con sangre.
Bruno me dio la orden de limpiarlo, de vestirlo y de no decir ni una palabra.
Él hablaría con su hermano arriba.
No escuche nada proveniente de la sala principal, y me dedique a Santiago, quien no paraba de llorar, de preguntar quién era, cuantos días habían pasado y de suplicarme que lo liberara.
Todo su cuerpo estaba adolorido, y parecía que sufría en cada movimiento que daba.
Lo limpie con un trapo húmedo, con cuidado.
Minutos después bajaría Bruno.
—Mi nombre es Bruno y el del que te limpió como pudo es Mateo.
Seguro que ya te imaginaras quienes somos.
—¿Ustedes… el colegio? ¡Pero son solo unos niños!
—En tu cuello, lo que te rodea y sostiene la cadena, hay un dispositivo que puede darte descargas eléctricas.
Si das un movimiento en falso, lo vas a lamentar.
Bruno me mostró un control en donde había dos botones, uno para leves descargas eléctricas y el otro para dejarlo inconsciente.
—Vas a estar un tiempo acá encerrado, si coperas no vas a morir.
Lo que queremos es simple, sexo.
Estamos locos, sí.
Incluso más de lo que están mi hermano y sus patéticos amigos.
Pero no vamos a torturarte más.
Solo queremos pasarla bien, de la forma más morbosa posible.
Ya veremos.
Le quite los amarres de las manos y el vendaje de los ojos.
Apenas podía vernos con claridad.
—Hay una cama, un cuarto de baño cerca.
Ropa limpia y pronto, comida.
La cadena te permite moverte por todo el cuarto.
No intentes romperla, es imposible.
Santiago estaba aturdido.
—Mi padre es un militar retirado, tiene todo tipo de armas, dispositivos y artefactos que no querrás ver ni en tus sueños.
Esta casa está alejada de todo y nadie va a escucharte jamás, no hay manera de que puedas escapar si no es con nuestro consentimiento, así que no queda de otra que obedecer.
Estarás a cuidado de mi hermano, quien prometió no tocarte.
Y a nosotros nos veras los fines de semana hasta que terminen las clases.
Adiós.
No dije nada y seguí a Bruno.
Arriba no encontramos a Esteban que apenas podía mirarnos a la cara.
Parecía un perrito asustado.
Nos iríamos de regreso a casa de Bruno, no podíamos hacer nada con Santiago así lastimado como estaba.
Esteban desinfectaría las heridas y para la otra semana estaría en condiciones de arrancar con nuestros planes.
En casa de Bruno, vi la escena que nunca hubiese esperado.
Bruno durmió a su hermano y para cuando este despertó ya estaba atado y amordazado en su cuarto.
—¿Así que, skinhead? —dijo Bruno, quitándole las mordazas.
—¿Qué vas a hacerme hermanito? Ya te pedí disculpas.
Con Bruno nos sentamos en uno de los sillones.
Era cuestión de esperar.
Pronto, sentí los pasos de alguien que se acercaba al cuarto.
El padre, militar retirado, entró al cuarto.
Esteban no creía, yo no articulaba palabra, Bruno sonreía.
El señor se desvistió frente a nosotros.
Sus músculos trabajados toda una vida relucían impecables.
Llevaba tatuajes en alusión a su vocación.
Su grueso pene erecto como un mástil dejaba escurrir unas gotas de semen.
Era alto, esbelto y musculoso.
De cabellos grises y la mirada más ruda.
Sus manos grandes y pesadas se cerraban para darle unos cuantos puñetazos.
—Date la vuelta, ya.
Un patético Esteban entre lágrimas se dio la vuelta ofreciéndole el culo.
—Por favor papa, ¡no!
Escuchamos los gritos de súplica.
Lloraba y todavía no lo había tocado.
El padre lo tomo de los pelos y le metió la verga de un solo empujón y no se detuvo por nada, Le dio duro y no se corría, su pene entraba y salía y se desplomaba dentro del culo de su hijo, quien lloraba.
Era su primera vez.
Esteban intentaba que nadie viera que su pene estaba duro como una roca.
Los testículos redondos del señor golpeaban y rebotaban.
El vello blanco de su verga transpiraba toda su imponente virilidad.
El glande rojo y húmedo empezaba a escurrir su semen, y le ordeno a su hijo a abrir la boca y a metérselo entre arcadas y lágrimas.
Todo el semen entró y lo que vomitó tuvo que tragárselo de nuevo.
Esteban lloraba y su padre le dijo que su hermano Bruno jamás hubiese llorado como él, le dijo que era el peor de los maricas y se fue.
—Espero que hayas entendido que no estoy solo, nunca —dijo Bruno—.
No creas que acá se termina todo.
Espera y verás.
Bruno me contó que su padre también estaba amenazado.
Toda su fortuna estaba manchada por el delito.
NOTA: OTROS RELATOS.
MENTES PERVERSAS I
http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-37125.html
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