METAMORFOSIS 256
Alusión.
Fernanda estaba arrimada a un palmar muy pensativa y había elegido ese apartado lugar para estar sola con sus pensamientos mirando jugar a lo lejos a sus dos hijos Cayetana y Mateo Fulgencio a quienes lo acompañaba Dionisio que había sido invitado por tratarse de ser amiguito de sus hijos, para el muchacho fue grato recibir la invitación, sólo que había sido influenciada su presencia por Fulgencio Arichabala, además, con ellos se encontraba divirtiéndose en el mar Daniel Nicolás Arichabala Pérez, cuyos padres perdió en un accidente saliendo vivo milagrosamente al cubrirle su madre con su cuerpo, la mujer miraba jugar a los niños sumida en sus pensamientos, sus cabellos largos se extendían al viento cubriéndole el rostro, pensaba en su futuro, pensaba en su relación con su esposo, escuchaba el ruido de las gaviotas y albatros que revoloteaban el ambiente junto a los pelicanos, pasaba su mano por el vientre, sonreía mirando el paso de su mano por el vientre, se recostó cerrando los ojos respirando profundo, tiempo después sintió que se estaban dando unos pasos sobre la húmeda arena, al abrir los ojos observa la presencia de Serafín, quiere levantarse pero su peso corporal le impide, el hombre la detuvo sentándose a su lado, se miran fijamente a los ojos, existe una expresión tensa en sus rostros, desde hace mucho tiempo no se habían visto, el hombre barbado le tomó de la mano que estaba sobre su vientre, se miraron fijamente, “¡veo que estás esperando un hijo!” sonrió, ella movía afirmativamente la cabeza sin articular palabra, “¡será tu cuarto hijo!” “¿verdad?” se arrimó a la palma junto a ella sin dejar de soltarle la mano, ella lo afirmaba, “¡sin duda tus hijos son muy bonitos!” “¡y el que viene lo será aún más!” la miró “¡fue hecho con mucho años!” ella asentía, se lo hacía conocer a través de su expresión facial, era muy consciente de lo importante de tener ese ser en su vientre, sobre todo para su esposo el prestante hombre de negocios y uno de los hombres más ricos del país a esa época del siglo XX en el país de la canela, la mano se deslizaba sobre la otra, “¡aun así te veo preocupada!” “¿pasa algo con tu gestación?” ella movía negativamente el rostro sin decir palabra, hicieron silencio viendo el mar, desde aquel lugar apartado se observaba a los niños que se lanzaban arena y corrían a lanzarse al agua, la mirada de Fernanda estaba puesta en el más pequeño de todos, Mateo Fulgencio su tercer hijo hasta ahora, afortunadamente estaba Dionisio el de mayor edad entre los niños para cuidarle, el hombre le señaló aquel lugar cuasi un mirador entre palmas donde se podía divisar de mejor forma el paisaje, ella aceptó acompañarle, desde allí se podía conversar de mejor forma, uno de los niños los vio adentrase en aquel camino, mientras tanto Dionisio sentado hacía castillos de arena con Mateo Fulgencio, la mujer se dejó llevar al sentarse junto a Agustín el hombre barbado, “¡han pasado muchas cosas desde la última vez que nos vimos!” le miró tomándole la mano “¿te acuerdas de nuestra despedida?” la mano se le puso temblorosa, estaba cabizbaja, pensativa, sí, lo recordaba, aquella despedida, fue en aquella noche, la última de tantas noches de apasionados encuentros, con él desfogaba lo que con su marido Mateo Arichabala no podía hacerle sentir mujer, una hembra fogosa de pasión sexual, Agustín había sido su desfogue, cómo entonces poder olvidar esa despedida, entrelazaron las manos, “¡me da mucho gusto saber que eres feliz con tu esposo y le darás un hijo que cubra la ausencia de su hijo fallecido en ese accidente de tránsito!” ella asentía, era verdad, lo habían planeado juntos, era una imperiosa necesidad, al saber de su alumbramiento empezaron todos sus cuidados, el visitar la playa era uno de los consejos médicos, “¡vas a tener un hijo muy bonito!” “¡como ellos!” sus miradas se centraban en Cayetana y Mateo, “¡son el fruto del amor de tu difunto esposo!” le miró y para sorpresa de él vio lágrimas en el rostro de ella, se asusta por la actitud de la mujer, “¡tranquila!” “¡todo está bien!”, le frotaba las manos, “¡si dije algo incorrecto, discúlpame!” ella movía negativamente la cabeza diciéndole “¡no es eso, no lo pienses así!”, se cruzaron las miradas, hubo un corto silencio, “¡sólo recordaba aquella despedida!” el hombre le pasó la mano por el rostro apartándole las lágrimas que brotaban de nuevo, “¡fui muy feliz contigo!” “¡a la vez yo sabía que estabas con ella!” “¡con Justin!” “¡ella sin saber de nuestra relación me contaba su romance contigo!” “¡me decía que había encontrado al hombre ideal!” “¡que la hacía sentir mujer realizada!” hizo una pausa silenciosa “¡… y que deseaba tener un hijo contigo!” “¡esa era su máxima ilusión!” las manos de Agustín rozaban el rostro de Fernanda que continuaba expresándose “¡sólo que había un problema… el esposo y su suegro!” “¡temía por tu seguridad!” “¡ya habían ciertos comentarios en los corrillos de los sirvientes!” “¡ella daba cuenta de aquello!” “¡me dijo sus temores!” “¡sin embrago… lo hizo!” “¡tuvo un hermoso varón!” “¡no lleva tu nombre ni apellido, ni es facialmente muy parecido a ti pero se ve el ánimo de caminar y reír!”, el hombre cerró los ojos “¡es verdad lo que dices Fernanda!” “¡Daniel Nicolás es mi hijo!” “¡ya lo sabe!” “¡su madre le confirmó al morir!” ella estaba tranquila ahora sabiendo esa verdad, “¡qué bueno que así sea!”, “¡cuida a tu hijo… tenlo muy cerca de ti!”, “¡sé lo peligroso que es teniendo como amenaza a don Fulgencio Arichabala!”, el hombre asentía, “¡es verdad… por su culpa casi me matan!” “¡por su culpa me involucraron en un crimen que nunca hice!” “¡él sabe de la existencia de mi paternidad con Daniel Nicolás!”, “¡me veo con mi hijo a solas!” “¡por su edad seguramente no me recuerda!” “¡por eso uso barba desde que salí de la cárcel!” al sentirse seguros en ese lugar la mujer manifestaba “¡ese señor ha destrozado mi vida!” “¡por conveniencia económica me lio a mi actual esposo!” “¡estaba muy seguro de sus negocios!” “¡sólo que en realidad he visto en mi esposo un ser excepcional!”, Agustín se puso cabizbajo al escuchar esas sentidas palabras emitidas por Fernanda, ella le rozaba su mano en la mejilla, “¡me hiciste una mujer dichosa y te lo agradezco!” “¡dejaste muchos recuerdos maravillosos en mí!” “¡Como cuando tú Agustín tuviste 11 años, en 1949, hicimos el amor por primera vez en el cuarto bodega de vinos!” “¿te acuerdas?” él quedaba cabizbajo de sólo recordar esos momentos vividos, ante la expresión de Fernanda alzó el rostro, “¡mira!” al levantar la cabeza vio a los niños, con su dedo ella le señalaba en especial, la miró sorprendido “¿qué dices Fernanda?” ahora él estaba tembloroso, “¡observa!” “¡tiene casi la misma edad!” “¡con un mes tan sólo de diferencia en su nacimiento!”, el temblor en su cuerpo aumentaba así como sus pulsaciones cardiacas, “¡entonces… entonces!” la miró extrañado “¡quiere decir que… quiere decir que!” ella le tomó las mejillas con sus manos y con una leve sonrisa llena de llanto “¡sí!” “¡sí!” “¡Cayetana!” “¡Cayetana!” “¡es tu hija!” “¡tú hija!”, el hombre se cubrió el rostro con las manos, se notaba lo tembloroso de su estado, “¡quiere decir entonces que….!” “¡Daniel Nicolás y Cayetana no son primos!” “¡son hermanos de padre!” ella le acariciaba el rostro al verle inclinado en su delante, “¡sí… son medios hermanos!” el hombre suspiraba profundamente, “¡ahora entiendo ese gran apego de hermandad!”, “¡oh!” “¡Fernanda!” le dio besos repetidos en las mejillas y en las manos “¡me haces muy feliz!”, ella otra vez lloraba, “¡es mi hija!” “¡mi hija!” le dio besos en la mejilla, “¡te lo iba a decir!” “¡pero Justin confesó que esperaba un hijo tuyo!” “¡te imaginas!” “¡sería un caos familiar!” “¡pensé que te habías ido al saberlo!” “¡pensé que sería mucha carga para tí!” “¡pero ahora que me lo dices, sí, seguramente don Fulgencio lo sabía y lo sabe ahora!” “¡sabe que Daniel Nicolás no es su nieto y guarda las apariencias!” ella tomó aire para seguir “¡sé que también está enterado de que Cayetana no es su nieta… me lo insinuaba!” Fernanda continuaba “¡tampoco Mateo Fulgencio es su nieto!” al escuchar Agustín esa expresión de Fernanda quedó atónito “¿a qué te refieres Fernanda?” ella tomó una boconada de aire “¡meses antes de morir Mateo yo tuve relaciones sentimentales con el doctor de cabecera de nuestra hija que había nacido con debilidades!” “¡al irte tú y al no ser tocada por mi esposo sentía desaliento y desamor ante su indiferencia!” “¡me entregué a los brazos de Vito Cota Berlingieri!” “¡por mucho tiempo fui feliz!” “¡supe que esperaba un hijo de él al mes de fallecido mi esposo!” “¡al nacer el niño llevaba el apellido de la familia de mi esposo!” “¡al igual que a nuestra hija, al niño le impusieron esos nombres para aparentar realce en la tradición de la familia Arichabala – Peñalba!”, Agustín estaba pensativo, no articulaba palabra, había mucha sensación de asombro, Fernanda continuaba, “¡mañana en la noche mi esposo vendrá por nosotros!” hizo una pausa “¡la semana próxima viajaremos a la ciudad luz!”, “¡quiere que su futuro hijo nazca en el mismo lugar donde su primogénito nació!”, “¡allá en aquel país!” “¡es cuestión de tradición familiar ancestral!” Agustín se puso cabizbajo “¡no sé en qué tiempo permaneceremos allí!” “¡no sé si residiremos de forma definitiva!” “¡sólo los negocios dispondrán de sus decisiones!” Agustín alzó la cara, estaba llorando, “¿me llamaste para decirme la verdad?” ella lo miró tiernamente “¡sí, no deseaba irme sin decírtelo!” “¡tienes otra hija!” “¡Danielito tiene una hermanita!” “¡en algún momento de la vida se lo dirás!” “¡cuando sea la oportunidad!”, el hombre asentía mucho, “¡haré lo que me pides… se lo diré!” “¡cuando sea el momento!”, entrelazaron las manos, él le dio un beso en la frente, lo que los dos adultos no dieron cuenta que muy cercanos a ellos Daniel Nicolás había escuchado la conversación de su padre Agustín con Fernanda la madre de la que creía hace poco como su prima Cayetana, el niño corrió evitando ser visto llegando a donde estaban jugando los niños, se acercó a abrazar sentidamente a Cayetana, al hacerlo entendía que desde el uso de razón ese cariño tan sincero lo era realmente ahora para su hermana, ella correspondía como siempre al abrazo, lejos estaba de saber que realmente estaba abrazando a su medio hermano de padre, a cierta distancia de allí también estaban abrazados dentro del agua de mar Dionisio levantando por detrás al pequeño Mateo Fulgencio que fruncía los ojos, había sido mandado a ese viaje a la playa por sugerencia de Fulgencio Arichabala padre del pequeño, lo tenía abrazado por detrás al pequeño, el agua cubría al pene erecto que punteaba el culito del niño sintiendo cierta molestia, unían las mejillas “¡tranquilo!” “¡deja que juegue!” “¡déjalo jugar en tu potito!” “¡tranquilo bebé!” “¡tranquilo!” “¡siente que te lo meto!” el niño continuaba frunciendo el rostro, se limitaba a gemir, sentía el glande en la entrada de su culito, las trusas estaban a la altura de los muslos, el pene de trece años rozaba el culito de cinco años, puso la mejilla sobre el humedecido pelo con agua de mar, “¡eres mi mujercita!” Dionisio miraba a todos lados en especial a Cayetana y a Daniel Nicolás que muy animadamente jugaban a hacer castillos de arena debajo del palmar ellos dos estaban muy atentos a sus juegos, Dionisio acomodó la ropa de él y del niño, la nariz rozaba su oreja, “¡ven!” “¡vamos a jugar!” “¡allá!”, sabía que la madre del niño estaba cerca, decidió nadar presurosamente por la playa dejándose llevar por la leve corriente de agua en un lugar muy apartado entre vegetación y palmeras, calculó el tiempo, al llegar a estar bajo las sombras de la tupida vegetación y al verse apartados y a solas de las miradas lo primero que hizo fue acostarle al niño de cara al suelo, luego deslizarle la trusa que tenía puesta, se mostraba así el contraste entre la piel blanca del culito descubierto y el resto de la piel bronceada de su cuerpito, él se deslizó la trusa y al acostarse sobre el cuerpo del pequeño le decía “¡te voy a hacer mi mujer!” el peso de su cuerpo sobre el del niño le hacía pujar, le besaba el cuello y la nuca “¡vas a sentir lo que es un macho!” se arrodilló junto al niño y abrió los glúteos lo más que pudo con una mano mientras que con la otra se ajustaba el pene entallándole en el culito, el prepucio se desliza mostrándose ese glande que entraba en el culito haciendo gemir al pequeño Mateo Fulgencio, “¡recuérdalo siempre… eres mi mujer!” “¡mi mujer!” esas palabras golpeaban como eco su mente, las llevaría siempre, “¡recuerda que tu culo es mío!” “¡mío!” empujó un poco la pelvis rozando con el culito del nene, “¡rico!” “¡rico!” finalmente el pene se deslizaba entre la separación de los glúteos, luego le hizo girar el cuerpo sobre la arena, “¡ahora vas a sentir más rico!” “¡así como te gusta!”, se apartó del pequeño caminando desnudo por los alrededores asegurándose de no ser vistos desde aquel lugar, el pene se agitaba al viento mientras corría, de ello pudo dar cuenta Mateo Fulgencio que estaba acostado en la arena pasándose la mano por detrás del culito, Dionisio se acercó al pequeño, le tomó de las piernas haciendo que la espalda quede sobre la arena húmeda, los talones del nene de cinco años quedaron a la altura de los hombros de Dionisio, le deslizó el cuerpito hasta que la espaldita se posara sobre los muslos, estando así el niño en esa posición le hizo abrir las piernas, la nariz y lengua rozaban la entrada del culito, empezó a lamerle y a chuparle el culito lo al niño le hacía delirar, el pene erecto empezaba a rozar el culito lampiño, los pies se agitaban al viento, los deditos de los pies se estiraban ante la sensación que los labios y lengua provocaban en ese culito de niño precioso, “¡ves que te gusta!” ahora el rostro rozaba el penecito erecto, encorvó un poco el cuerpo para pasar su rostro por el penecito “¡está hermoso!” “¡bien paradito!” lo chupaba ensalivándole, “¡que fina textura!” “¡está muy bonito!” “¡cómo me gusta!”, “¡tiesito!” lo tocaba suave con los dedos y seguía luego chupándole “¡tiesito!” al terminar de chupar y lamer ese penecito lampiño le deslizó el cuerpo poniendo sus pies en los hombros, lo sujetó de las caderas, así inclinado su cuerpo sobre el de Dionisio tenía las piernas bien abiertas con los piecitos agitados al viento, “¡te voy a hacer mi mujer!” el pene entraba en ese culito “¡por aquí!” entraba más haciéndole gemir “¡por aquí!” sentía que lo estaba cogiendo bien, “¡por aquí te hago mi mujer!”, la pelvis se acercaban más, el niño gemía intensamente, ya el pene está queriendo penetrar más, el niño desesperado empezó a llorar pues sentía molestia de dolor en su culito, el llanto se incrementaba, es que le estaba doliendo mucho, a los trece años Dionisio sin mucha experiencia sexual consideraba que lo había desvirgado, en realidad sólo le había dilatado el traserito, pero para él sentir ese leve deslizamiento es como habérselo hecho, sin embrago el pene seguía punteando el culito, estaba muy tenso y bien agarrado, el llanto se incrementaba, se preocupó por el sonido, lentamente le fue apartando, las piernas abiertas quedaron junto a las muslos del muchacho de trece años, luego éste se acostó sobre la húmeda arena llevando a acostar al niño sobre su cuerpo haciendo que la carita del niño se pose sobre su pecho, con sus manos le rozaba la piel de la espalda y costillas dándole un sentimiento de tranquilidad, “¡ya está!” “¡ya terminamos de jugar!” “¡cálmate!” “¡descansa!” el llanto del niño se diluía y pasa a ser un largo silencio que fue interrumpido por los movimientos de esos cuerpos sobre la arena, vinieron las cosquillas y las risas, el nene se sentó delante de Dionisio también sentándose en su delante con las piernas bien abiertas mostrándose su pene erecto, “¡mírale!” “¡le gusta estar en tu culito!” lo agitaba en tono desafiante “¡mírale!” con amplia risa le dijo al pequeño “¡te va a extrañar en su ausencia!” “¡mírale fijamente!” “¡no lo olvides!” Dionisio se acostó en la arena abriéndose de piernas y pidiéndole al niño que se siente con su culo de cinco años sobre la pelvis de trece años, las manitos se apoyaban ahora en los muslos, las manos hacían círculos en la espalda del pequeño, le alzó de las caderas arreglando el glande del pene en la entrada del ano haciéndole bajar las caderas para que el pene cale en el culito de Mateo Fulgencio de nuevo el niño gemía, se intensificaba las manos agarradas sobre las piernas de Dionisio que al sentir esas puntadas de pene en el culito le decía al pequeño “¡quiero recordarte y sentirte así!” “¡así!” “¡mi amor!” “¡así!” “¡mi amor!” “¡así!”, le sujetaba de los muslos deslizándole las caderas haciendo ahora que el pene roce el penecito y los testículos lampiños, “¡quiero recordarte así que te lo meto!” “¡quiero recordarte así haciéndote mi mujer!” “¡mi mujer!” el pene se deslizaba y le miraba el rostro fruncido al nene aprovechando de ese momento para decirle “¡no olvides este juego!” “¡no lo olvides!” “¡te gusta que te prendan!” “¡te gusta que te lo ensarte!” “¡y es porque eres una hembrita rica!” “¡que te gusta que te lo den por ese culito que es mío!” “¡sólo mío!” “¡no lo olvides!” “¡recuérdame cogiéndote así!” “¡así!” “¡haciéndote sentir mi mujer!” “¡no olvides este día en este lugar!” “¡mi amor!” “¡mi amor!” el pene rozaba el culito y en ese preciso instante el semen choca con la piel del niño que siente cómo ese líquido se desliza, lo aparta y vieron el semen en parte de los glúteos y en el tronco del pene, los vellitos tenían deslizado el líquido de color blanquecino, “¡mira!” “¡con esto te hice mi mujer!” agitaba el pene deslizándose el semen por el tronco y testículo velludos “¡mi mujer!” “¡mi mujer!” posteriormente el niño y el muchacho lograron hacer giros uniéndose los cuerpos sobre la arena a manera de jugar a las luchitas, unieron las frentes y se dieron muchos besos, se pusieron en pie “¡déjame ponerte la trusa!” los piecitos se alzaban de uno y antes que la trusa ingrese llegando a las caderas del niño le sostenía por detrás de las caderas chupándole el culito, lo encorvaba para chupárselo mejor y así ya ensalivado le pasaba el grueso pene por entre los glúteos, “¡qué rico lo tienes mi amor!” “¡muy rico!” “¡muy rico!” le decía a ojos cerrados sintiendo el roce de la piel del pene en esa piel suave de ese maravilloso traserito, se apartaron para luego abrazarle y marcarle dándose besos, se pusieron en pie mirándose sonrientes, le ayudó a subirse la trusa y de nuevo se besaron, “¡besas muy rico mi amor!” le pasó el dedo pulgar por la frente del nene “¡eres muy bonito!” “¡ahora tú ayúdame a ponerla!” las manitos de Mateo colocaban la trusa, le marcó llevándole presuroso al mar, de allí nadando por la orilla uniéndose a los otros niños que no dieron mucha cuenta de su ausencia, Mateo Fulgencio estaba acostado de pecho sobre la arena, se mostraba el culito voluminoso por donde antes el pene de Dionisio había punteado, el muchacho creía ser el primero en hacerle esos “jueguitos” en sus encuentros a solas y no se equivocaba él había generado esa metamorfosis en el pequeño, para disimular su apetito y atracción sexual con el niño hacían juegos de luchitas cubriendo su cuerpo de arena yendo al mar para sacársela, allí aprovechaba de esas cuasi tranquilas aguas para abrazarle al niño por detrás, deslizarse las trusas haciendo que el pene se deslice por el traserito a lo que el pequeño sentía y escuchaba de Dionisio “¡nunca me olvides!” “¡recuerda siempre nuestro jueguito!” abría los glúteos y apuntaba el pene en la entrada del ano, “¡recuerda esto!” “¡recuérdalo mi amor!” “¡mi amor!” desde la playa Fernanda indicaba a los niños para ir a casa de playa, dentro del agua se arreglaba las trusas, salían evitando mostrarse los penes erectos, Dionisio caminaba detrás del niño viéndole ese culito que había sido suyo, sólo suyo en esa oportunidad, de aquello le informaría a don Fulgencio Arichabala para justificar el por qué le había enviado, la mujer tomaba de la mano a sus dos hijos, Daniel Nicolás entrelazó los dedos de sus manitos con los de su hermana Cayetana, caminaba feliz de manos de quien ahora sería más aún ligada por una sangre diferente a la que hasta ahora se tenía pensado, Cayetana era su medio hermana y eso era lo que importa, guardaría el secreto, se lo había prometido él mismo, de lejos en un lugar apartado entre palmeras un hombre en pie lloraba emitiendo bendiciones a la mujer llevada de la mano por los niños, se preguntaba si la volvería a ver de nuevo o sí ésta sería la despedida para siempre en este ante último sábado octubrino de 1963.
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“El calendario marcaba jueves 20 de julio de 1899, la comarca celebraba el acontecimiento histórico de la fecha, nadie se dedicaba a labores campestres, amos, patrones, jefes, caporales, peones y campesinos por igual se dedicaban al festejo, a libar, en cualquier espacio de tierra se podía apreciar ese júbilo que por cada año en esa fecha se daba, los asados de fina carne con su condimento ancestral transitaba al viento con sus olores típicos, los patrones sentados esperando el potaje lo hacían con un poco de brandy, un muchacho ya de veinte años cumplidos estaba entre el grupo de patrones, era hijo de uno de ellos, estaba huraño como siempre, le aburrían ese tipo de conversa, para él no tenía sentido “divertirse” en esa fecha con raras conversaciones de negocios que bien podían esperar al los días siguientes ser tratadas en sus oficinas, sentía que la diversión era otra, que la plática era otra, por ser distante su propiedad los amigos de colegiatura no llegaron, lamentaba por la no presencia de entre sus amigos de alguien muy especial, hizo muecas de sólo pensar que no estaría a su lado, de sólo pensar en lo que había hecho por si venía, pero él tampoco vino, se puso colérico, temblaba del deseo, le molestaba que no estuviesen con él, trataba de comprender pues seguramente porque era jueves, despacio se levantó de la silla con pretexto de ir por más bebida, a su edad gustaba mucho catar vinos, pensó para no aburrirse mejor dedicarse a clasificarlos, esa tarea llevaba tiempo y así no estaría tan aburrido, tomó algunas botellas poniéndolas en la mesa apegada a una ventana que daba hacia la casona donde se podía ver desde allí al lago, vio la llegada de ese matrimonio con sus hijos, un hombre clave para el negocio de sus padres, los niños de inmediato jugaban en la grama, uno de nombre Patricio tenía nueve años y su hermanita Corina ya cumplía los cuatro años, se los veía muy alegres jugando, aquel muchacho de veinte años los miraba con atención, de manera especial a aquel niño que sin duda alguna era muy precioso, de piel blanca, pelo lacio castaño muy claro, descendiente de noble familia europea, su piel resaltaba de blancura y de lo bien cuidado que estaba, ya se habían tratado antes, al muchacho le llamaba la atención el amaneramiento del niño al caminar, eso lo turbaba viéndolo desde ese lugar, quería llamarle para estar cerca de él, pero su hermanita lo seguiría, sólo a distancia se vieron y se saludaron agitando las manos, a más que por la bodega llegaban esporádicamente los empleados a ver botellas de ron y de vino, él les indicaba qué llevar para tomen los ilustres visitantes, vio a lo lejos desde allí que el culito del niño se ponía empinado al jugar con canicas, vestía de pantaloncito corto, se notaba la línea del calzoncillo que llevaba puesto para la ocasión, sus manitos estaban sucias igual que las de su hermanita, fueron a lavarse cerca de la bodega y de esa forma el muchacho se acerca a saludarles, el niño muy feliz no sólo le da la mano sino que lo abraza mostrándole la confianza, tiempo después los tres juegan con un balón a vista de los patrones invitados a la fiesta, de vez en cuando el muchacho lo abrazaba por detrás al niño en la disputa del balón, en cada roce el pene se iba poniendo más erecto, sus manos sentían esa piel de aquel niño bonito de nueve años, se notaba que había sido criado muy engreído por sus padres al saber ser el primogénito varón quien heredará su fortuna y la administración de los negocios como lo decía a viva voz el padre, tocaba de comer todos en la mesa, junto al muchacho se sentó Patricio, los roces de manos en los muslos del pequeño eran insinuaciones para estar a solas, ya antes lo había tocado y percibía que a ese niño ese roce de dedos en los muslos por debajo de la mesa le gustaba mucho, lo pudo comprobar en las visitas a la casa del niño que frecuentaba cuando su madre Matilde Peñalba lo llevaba a esa casona cuyo letrero grande anunciaba el apellido italiano Berlingieri, en la mesa continuaba pasando la mano por el muslo, al niño le gustaba porque se quedaba quietecito, con amaneramientos tomaba el cubierto lo cual le hacía excitar más al muchacho, tenía un gran acercamiento así que disimuladamente se rozaban las manos y de vez en cuando sus mejillas se rozaban al pasarse los alimentos, vino e tiempo de la tertulia, del descanso, los mozos y empleados arreglaban el lugar, otros limpiaban el sitio del convite, las mujeres por un lado conversaban ante los hombres por otro en donde el ambiente era de humo de tabaco e ingesta de alcohol, la pequeña Corina estaba dormida en brazos de su madre, Matilde le ofreció una de las habitaciones de arriba para que la acueste, la mujer llamó a su hijo para que la marque y la lleve a dormir, lo acompañaría aquel muchacho de veinte años, subieron a la habitación a dejar dormida a Corina, le abrazó por detrás, el niño se deja, lo inclina sobre el extremo de la cama poniendo su pelvis vestida sobre el culito vestido, alza y baja las caderas, el niño se siente sorprendido de aquello, no hay palabras, sólo movimientos de manos, roces entre sí, el nene siente los besos en el cuello, es para relajarse, lo vira, unen sus frentes mientras las pelvis vestidas se unen, se escucha ruidos, voces de sirvientas que están haciendo el aseo se miraron de forma cómplice, se apartaron de inmediato para no ser vistos, el niño salió primero un tanto cabizbajo, el muchacho se manoseaba el pene vestido ya muy erecto, tragaba saliva, sentía que debería ser suyo, había comprobado que le gustaba “eso” que hace instantes lo hicieron, sale de la habitación y se dirige por la puerta de atrás de la casona de estancia victoriana hecha por ingeniero inglés, sale a respirar aire profundamente, ingresa a la bodega saliendo con una botella de ron, toma bastantes sorbos, ve a lo lejos al niño jugando con el balón, el muchacho camina por la rivera del lago con botella en mano a medio contenido de ron, se sienta a verle al pequeño a cierta distancia, da otros sorbos, de a poco se acerca al muchacho en cada patada de balón, el lugar es apartado, deja la botella en el piso y sale a encontrarse, el muchacho se siente seguro de que no lo están viendo, el pequeño Patricio se siente sorprendido al recibir besos con sabor a ron en sus labios y en su boca, lo abraza con engaños adentrándose en el monte, el niño siente que su desabotonado pantaloncito corto se desliza al igual que el calzoncillo, había arena y piedras en esa orilla, el alto monte era cortina para que no se pueda ver que el muchacho se baja el pantalón y el calzoncillo, el pene erecto sale como resorte siendo liberado de esa tela del calzoncillo, le hace acostar, le hace gemir, de su boca sale ese tufo de ron que el niño huele, sus mejillas están ensalivadas por el pase de lengua de aquel muchacho, siente el pesado cuerpo por el que puja, siente que el pene entra más y le hace aumentar su gemido, su fruncida de rostro, su mordida de labios, su apertura de boca por donde le sale saliva, y un grito muy fuerte que es rápidamente ahogado por la mano de aquel muchacho, el niño se quería liberar, deseaba sacarse de encima aquel cuerpo, aquel pene que ya estaba haciendo estragos en su culito, aquel pene al que certeramente había ingresado en su ano, el nene bufaba sintiendo roto su esfínter, de sus ojos salían lágrimas, su piel ahora era rozagante de tanto puje, de tanto dolor, pero en vez de detenerse continuó alzando y bajando las caderas, el mete y saca se hizo brutal, el pene ensangrentado entraba y salía de forma inmisericorde, el niño bufaba, sus ojos estaban llenos de lágrimas igual que sus mejillas, el muchacho cerraba los ojos lleno de satisfacción, es que lo había logrado, había desvirgado a Patricio, al inquieto y alegre Patricio Berlingieri, allí quedó acostado de cara a la arena y piedras del lugar el cuerpo tembloroso de aquel hermoso niño con su culo voluminoso al viento y por el que le salía hilillos de sangre con semen, con alta respiración y sudor estaba sentado aquel muchacho, se miraba a piernas abiertas el pene descubierto, estaba con sangre y contenía restos de excremento, pensó que se lo había mandado a guardar todo a fondo de ese ano delicioso ya desvirgado, al verse así ya estaba un poco aturdido, le vino el sentir de su conciencia, reaccionó de lo que había hecho, se sentó al lado de aquel cuerpo mancillado por la violación, pero más pudo el deseo cuando sus dedos recorrían esos glúteos de nueve años expuestos al aire, expuestos a su vista, expuestos a su lujuria, el niño temblaba, lloraba, constipaba, sus manitos se aferraban al suelo, sus piecitos descalzos estiraban la arena, no daba acción a querer levantarse e irse de allí, sintió que el calzoncillo era pasado por el culito liberándole de la sangre con semen mientras que el niño sólo se limitaba a llorar, de inmediato sintió de nuevo ese peso corporal de aquel muchacho sobre su cuerpo, otra vez bufaba, suplicaba, jadeaba, gemía, fruncía el ceño, estaba bien agarrado por el muchacho que continuaba con su sadismo, estaba penetrándole de nuevo, no le importaba lo que pasaría luego, sólo le importaba el momento, el sentirse dueño sexual de ese cuerpito de niño descendiente de criollos y europeos, de ese niño de piel blanca, de dedos alargados, ese cuerpo de niño mimado, afeminado, de ese cuerpo de aquel niño que a fondo gustaba de esos roces y que ahora probaba de algo más, la pelvis velluda se rozaba con los muslos y con los glúteos, tenía un gran movimiento, el pene entraba y salía, la boca era tapada por el niño, deseaba disfrutar eternamente de ese cuerpito de piernas gruesitas y cadera adecuada al sexo, estaba muy concentrado penetrándole de tal manera que sus ojos estaban bien cerrados y no dio cuenta la aparición de la figura de su madre quien lo apartó del niño agarrándole de los cabellos, lo abofeteaba al rostro, le increpaba, estaba loca de ira pegándole en el suelo mientras el niño tembloroso trataba de ponerse en pie, los golpes eran de una brutalidad manifiesta, al ver a doña Matilde pegarle a su hijo, Patricio como pudo se vistió y trataba de caminar pero sus piernas no le obedecían mucho, la iracunda mujer empujó al niño con la intención que no camine pero lamentablemente resbala y cae sobre una gran roca dándose con el filo en su cerebelo, fue tan grande el impacto que se escuchó a distancia, la mujer iracunda sorprendida de aquello tomó el cuerpo del niño ahogándole por si acaso, vieron cómo flotaba en el río, salieron presurosos del lugar, la madre había dejado el compartir de sus amigas para ver si estaba bien cuidada la preciosa Corina, había subido las escaleras y desde la alta ventana los vio adentrarse en la espesura, le llamó la atención de que su hijo le iba manoseando el culito a ese niño bonito, su inquietud le hizo seguirles para encontrase con ese lamentable hecho, tiempo después una asustada madre buscaba a su hijo de nueve años, la fiesta terminó, era necesario emprender la búsqueda, todos con candiles en la lúgubre noche los buscaban, yo me uní a la búsqueda, yo que había sido testigo de aquello tenía mucho miedo y callaba, me limitaba a seguir a los adultos, a veces por senderos incorrectos, hasta que pudo hallarse al niño flotando en el agua junto a la maleza, los gritos de horros, espanto e impotencia retumbaban la montaña, se dieron muchas versiones, nadie culpó al muchacho, se dijo por cuenta de los atemorizados empleados que se lo encontró borracho en la bodega ya que allí había estado la mayoría del tiempo, el crimen continuó de forma investigativa sin resultados, sólo se especuló que el niño había sido interceptado, golpeado, violado y lanzado al agua por algunos malos hombres, Corina, así fueron los hechos, así asesinaron a tu hermano, lamento que ahora lo sepas mediante este papel, perdóname, perdóname, Jairo”; las manos férreas de la mujer al papel no daba crédito a lo que leía de la escritura de su difunto amigo Jairo Arciniegas quien se ahorcó al saber que su hija esperaba un hijo no de su esposo el militar Pozzo sino de su propio sobrino, evitando así su vergüenza a más de saberse que Fulgencio Arichabala fue su padre y a la vez quien lo desvirgó siendo muy pequeño, pese a que ese papel de declaratoria lo había leído muchas veces no salía de su asombro y su cólera aumentaba, como el resentimiento y la ira de impotencia, para la atenta Corina se confirmaba entonces que aquel muchacho de veinte años no era nadie más que Fulgencio Arichabala Peñalba quien violó a su hermano Patricio Berlingieri, todo encaja con los relatos hechos y que su madre era la asesina de su hermano, lo que Corina desconocía aún es que cuando madre e hijo trataban de ese caso Fulgencio siempre estaba airado coléricamente y le enrostraba a su madre el origen de su debilidad por el mismo sexo, aquella tapada debilidad bisexual ocurrida en todos estos años, aquella debilidad que condujo a un asesinato, Fulgencio le recordó a su madre con detalles aquella noche lúgubre en la que apenas siendo él un niño se encontraba plácidamente dormido hasta sentir en su espalda una tibia mano que lo rozaba, que se deslizaba entre la tela del pantalón de pijama y manoseaba sus tiernos glúteos, luego del sobresalto vio ese rostro familiar el cual estaba muy sonriente y que le pedía silencio en gestos, estaban solos los dos en aquel cuarto, fue acariciado y olía el tufo del licor salido de aquel adulto, ese hombre tan conocido y tan querido le dijo al entonces pequeño Fulgencio que ésta era su noche, se acostó junto a él oliendo el característico tufo de libación, las caricias lo relajaban menguando en algo su temor, ya antes habían insinuaciones y roces pero no como ahora que se sentían piel a piel, luego el momento cumbre de aquel momento el pene rozando e introduciéndose en el trasero ante los gritos del niño en que sólo eran escuchados por su iniciador, para Corina estaba claro la muerte de su hermano, quedaba el pendiente de quien fue ese familiar que le desvirgo a Fulgencio Arichabala y además cómo conseguiría vengarse del asesinato de su hermano, apareció la angustia de que su nieto biológico Mateo Fulgencio hijo del médico Vito Cota Berlingieri, estaba cerca de ese hombre quien sabía que el niño no era su nieto, ese niño se parecía mucho a su difunto hermano Patricio Berlingieri, archivó ese papel, tomó el teléfono, del otro lado de la línea se escuchó lugar y hora, Corina ordenó al chófer que la llevase a tal lugar, el diálogo con ese hombre era muy cordial, se forma una alianza, en algunos detalles ya estaba preparado para cuando se presente la ocasión.
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La ayuda que Estefanía brindó desde hace un mes en la casona Buonanote fue de gran significado para la mejora del nonagenario terrateniente nacido el 24 de junio en 1870 hijo ilegítimo de un noble Romanov, la mujer de treinta años había sido de gran utilidad en sus cuidados, nunca desatendiendo una obligación, anteriormente había sido empleada de la casa de Noelia, cuidó al pequeño Emilio José, desde siempre ella tenía atracción por Luis Izaguirre, a los 17 años que lo conoció a Luis por vez primera en la estancia de Noelia en 1950, era una mujer que acudía al llamado de quien necesitase su ayuda, así era su vida, ahora estaba cuidando a Fernanda la esposa del hombre de negocios Saúl André Francisco Alfonso Alzogaray Dampierre, de treinta y seis años, le tentaba el alto coste de sus honorarios como dama de compañía y no dudó de inmediato de asistir a Fernanda con quien de inmediato hubo una muy sincera relación amistosa, se había ganado la confianza de los patrones, los primeros días entraba en la mañana y salía en la tarde, así lo hizo por un tiempo hasta que el patrón decidió que esté perenne puertas adentro, Estefanía cuidaba a los pequeños Cayetana y Mateo hijos de Fernanda, los quería mucho y ellos respondían de igual modo, en un descanso sentada sobre una silla debajo de unas enredaderas tupidas se cubría del sol, estaba tejiendo y recordando lo vivido en la estancia de don Rodolfo Buonanote, recordaba esa noche, sí, aquella noche que sería tormentosa, aquella noche en que se encontraba sentada suministrándole los remedio y estaba muy feliz al ver la recuperación progresiva de don Rodolfo, la fiel Amacilia pidió que vaya a acostarse pues ella estaría de vigilia junto al patrón y en la mañana ella tomaría la posta, de ese modo Estefanía caminaba lentamente por el entablado de esa vieja casona victoriana del siglo XIX, chirriaba la madera ante su paso, le llamó la atención aun encendida de luz la habitación del joven Luis como solía llamarle, se arrimó a la puerta que estaba entreabierta y para su sorpresa lo vio allí sentado pensativo puesto solamente el calzoncillo y una botella de coñac en su mano bebiendo sorbo a sorbo, se lo veía pensativo viendo por el balcón cuya brisa nocturna pegaba en su rostro, la mujer se retiró del lugar con el deseo de seguirle viendo, Luis estaba pensativo tras la última visita que hizo al monte palomar propiedad de su difunto padre biológico Aparicio, esa propiedad de Amarilis su supuesta media hermana estaba arrendada a una pareja de jóvenes esposos que tenían un niño al que precisamente Luis había conocido y que en realidad era el motivo de sus periódicas visitas como pretexto de visitar a su abuelo, Luis pensativo respiraba hondo, pensaba en ese niño precioso, los labios entreabiertos mencionaban sus nombres “¡Bruno… Sebastián!” cerraba los ojos pensando en que hace poco lo vio con su padre en el río pescando, estaba acuclillado mostrándose el voluminoso culito, estaba descalzo con su pelito humedecido por el agua y tenía rastros de arena, salía emocionado llevando pejes, al sentarse se notaba el penecito en parte salido por una manga del short que solamente llevaba puesto, eso lo excitaba más a Luis, era la primera vez que veía ese penecito y parte de esos lampiños testículos, el nene como sin darse cuenta continuaba moviéndose manipulando a los pejes en el balde, luego ingresaba al agua, sus piecitos se movían al nadar, ese maravilloso niño ahora era la atención de Luis por aquel tiempo, a sus treinta años no había tenido tanta atracción hacia él como a otro nene, aquel niño nacido el 9 de marzo de 1955 era sin lugar a dudas el centro de atención de Luis, era un ser muy atrayente por su sonrisa y forma de actuar, por su inocencia y humildad que cautivaban a la persona a quien la podía tener cerca, había nacido con amor, había nacido perfecto, bonito, deseable y esto último rescataba Luis en sus pensamientos, eso lo tenía turbado, pensaba en cómo nadaba y cómo se deslizaba ese short a medio talle de la raya del culito voluminoso, su mente se concentraba fotográficamente en esa escena, en ese culito humedecido, en ese penecito, en esa voz suave cautivadora, deseaba poseerlo, pero cómo, ese era el dilema, cómo acercarse más a él, cerraba los ojos alucinando, se imaginaba estar desnudos en la cama, se imaginaba el ceño fruncido sintiendo ser penetrado, se imaginaba tenerlo así. Así, con el pene adentro, se imaginaba escucharle gemir, Luis continuaba bebiendo copiosamente, seguía recordando esa imagen, sus ojos ya estaban entreabiertos, no vio que detrás suyo una puerta se abría dando paso a unos pies descalzos de piernas firmes y bien formadas, se puso detrás muy cerca de Luis, las manos lentamente se acercaron a la piel de sus hombros, Luis abrió los ojos poniéndose en pie para ver de quien se trataba, era ella, con su camisón de dormir, estaba decidida, se había vestido así para atraerle, estaba a la entrega, se notaba a través de ese camisón los pezones voluminosos, él estaba sorprendido, ella fue la de hacer una franca iniciativa, estaba muy deseosa, él poco a poco tras sentir ese paso de manos en su pectoral se iba excitando, unieron los cuerpos para besarse y abrazarse, se transformaban en torbellinos de pasión, el camisón transparente se iba deslizando por el cuerpo de la mujer, le era más atrayente así, los besos correspondidos eran muy apasionados, los dos se tumbaron en la cama, ella se acostaba sobre él a besarle los labios, el cuello, las tetillas, el abdomen, en la mente de Luis la imagen del rostro de ella se diluía para dar paso a la imagen del precioso niño, ella le lamía y chupaba el pene ensalivándolo bien, Luis pensaba que era ese precioso niño quien se lo hacía el sexo oral, así animado Luis penetraba la vagina de la hermosa mujer de treinta años, su pene se encontraba rozando los fluidos vaginales producto de la excitación, su vagina húmeda recibía ese erecto pene grueso, venoso y velludo, los testículos se movían, ella gemía desaforadamente, la cama se movía y sonaban aquellos resortes, Luis la encorvó pensando que le hacía al pequeño, su mente turbada estaba centrada en la imagen de ese niño bonito, la agarró de las caderas y así ella se encorvó más, él se inclinó haciendo que el pene entre en su totalidad dejando semen dentro de la vagina de la mujer, ella estaba con su vagina húmeda, su sueño se hizo realidad, se había entregado al único hombre que amaba en silencio, desde hace trece años se enamoró sinceramente, para ella Luis era su hombre ideal, a distancia prudente veía sus movimientos, aquella vez vio su pene grueso y de él se enamoró más, así que esa noche se consolida su deseo, Luis quedó acostado sobre ella aun con el pene dentro, ella estaba feliz, la había pasado bien, sentir su pecho, su sudor, su pelvis, sus manos recorrer sus piernas, era para ella lo más maravilloso en ese momento, quedaron acostados desnudos viendo el techo con las manos entrelazadas, luego de un tiempo lentamente la mujer deslizó la mano de Luis que se había quedado dormido, lo miraba con detenimiento, unió su mejilla a la de Luis, olía su perfume varonil, miraba el pene, estaba humedecido, pasó su nariz por ese miembro viril comprobando el olor de sus fluidos y el semen del hombre a quien se había entregado, en realidad para ella no era su primer hombre, a él ya lo había conocido como una mujer con experiencia sexual, ahora ella posaba su cara sobre el pecho velludo, escuchaba el latido del corazón, le dio muchos besos en la frente, en las mejillas, en el cuello y en los labios, así quedaba ella acostada un rato, tiempo después se veía una figura femenina que se ponía el camisón fino de tela, la puerta se cerraba, en la mañana el encuentro entre ellos fue normal, Luis no daba por enterado, eso lo entendió ella seguramente por el alto estado etílico, pensó ella, que mejor así, fue una simple aventura, lo tomó así, la vida continuaba, sentía un cariño hacia él, le admiró recibir tanto semen en su vagina, seguramente él estaba ansioso pensando en alguna mujer, ella lo entendió así, al pasar las semanas recibió noticias de su predisposición para trabajar con un eminente hombre de negocios con un buen sueldo, a los pocos días ya estaba presente en su nuevo trabajo, ahora su atención estaba en la propuesta que le hizo el patrón y lo estaba esperando sentada allí tejiendo, Fernanda se acercó a ver los trabajos que estaba elaborando su empleada, le dijo que se acercaba el día de partir, ella se puso pensativa al escuchar de su patrona, seguía tejiendo, en eso se escucha el ruido de un automotor, el patrón baja del vehículo, se acerca a saludar a su esposa y le extiende unos papeles a la empleada, ella los miraba con detenimiento mostrándose un rostro de felicidad, se confirmaba así la legalidad de su viaje a la ciudad luz acompañando a Fernanda y a sus hijos, fue a su habitación a guardarlos como si fuesen un tesoro, mientras tanto el esposo le daba un beso a Fernanda y se iba a dar una buena ducha, pasó mimosamente su mano por el vientre de su mujer, su cara se acercó para darle un beso al vientre, la forma daba a entender que esperarían un varoncito, ello era comentario de las amistades que se sentían seguros de su dictamen y desde ya los felicitaban, ella quedaba pensativa sobre la gran silla, su hija Cayetana se acerca, la abraza y le da mimos a la preciosa niña, lagrimas salidas de sus ojos recorren las mejillas, se las quita antes de que las vea su hija, la marcó poniendo su cara sobre el pelito suave y delicado de Cayetana, se irían lejos del país de la canela, quien sabe si en buen tiempo alguna vez regresarán, le miró a los ojos y a esa hermosa sonrisa que le recordaba a él, pues Cayetana le había heredado esa inconfundible sonrisa a aquel hombre que tiempo atrás siendo aún un niño le hizo el amor y con esa sonrisa la cautivo, de ese idilio secreto nació Cayetana, le tomó del rostro a su hija y le dio besos en su mejilla, la abrazó tiernamente poniendo la carita en el pecho, no pudo contener el llorar, y así abrazar muy fuerte a su hija, en silencio le pedía perdón por callar su verdadero origen, además de separarle de su verdadero padre; los días pasaron, los niños estaban felices al hacer el viaje, iban bien vestidos a supervisión de Estefanía que iba muy feliz viendo las calles capitalinas del país de la canela, se divisaba lo lejos los aviones, en uno de ellos viajarían hacia la ciudad luz del viejo continente, para Estefanía era la primera vez, así que al volar en su estómago sintió algunos estragos, el avión viajaba en el firmamento, muy lejos de allí un hombre lloraba desconsoladamente a la orilla del mar, miraba el paisaje de su alrededor, se lamentaba, mucho, la brisa del mar movía las mejillas de su rostro, sabía que hoy era la partida de ella con su hija, su única hija mujer, a la cual sin saberlo la había cuidado y la había mimado mucho, ahora estarían viajando, él lo sabía, lo había leído en el periódico, sintió de alguien que se sentó junto a él, era su hijo amado, Daniel Nicolás, “¡sé por qué está triste!” “¡lo lamento!” le miró a los ojos, mientras le deslizaba sus dedos en el rostro sacándole las lágrimas le dijo a su padre “¡mi hermanita estará bien!” “¡ten fe!” el asombrado hombre miró extrañado a su hijo “¿cómo lo sabes?” el niño con sonrisa leve dijo “¡los escuché aquel día!” le abrazó, “¡pude escuchar todo!” el hombre le dio un beso en el pelo “¡perdóname hijo!”, “¡tranquilo… te entiendo!” “¡mi tía Fernanda te quiso mucho como mi madre Justin!” le abrazó con fuerza, Daniel decía “¡estoy feliz!” “¡tengo una hermanita!” “¡mi hermanita Cayetana!” “¡la quiero mucho!” “¡hace poco me despedí de ella!” “¡sé que regresará!” “¡debemos tener fe!” Agustín abrazaba muy sentidamente a su hijo, “¡tranquilo!”, le dijo el niño estimulándole emocionalmente, “¡me tienes a mí!”, “¡papá!”, el sólo escuchar esa única palabra “papá” era como un bálsamo de quietud y paz en su conciencia, abrazó a su hijo mirando juntos el ocaso que se avecinaba por el horizonte del mar llenos de fe y esperanza en cada día venidero.
FIN DEL DUCENTÉSIMO QUINCUAGÉSIMO SEXTO EPISODIO
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