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Dominación Hombres, Fetichismo, Infidelidad

Mi amigo del gym

Mi amigo hetero del gym me coje con lenceria .
Empecé a ir al gym hace un año y ya me siento adaptado a la cultura. Estoy casado con una mujer dos años menor que yo. Ella no sabe que, en secreto, me gusta usar lencería y recibir verga por el ano, eso sí, siempre con protección.

Tengo en un escondite decenas de tangas, suspensorios, corpiños, medias, así como dildos, plugs y un sinfín de juguetes con los que entreno mi agujero.
Tenemos dos hermosos hijos y aún tenemos una activa vida sexual. Me considero heterosexual y homosexual al mismo tiempo. Algo… diferente de bisexual.

Voy al gym a las 6 a.m., antes del trabajo. En él conocí a Marco, un sujeto alto, bien peinado, delgado, moreno, con brazos anchos y hombros redondos. Nuestras rutinas suelen coincidir y nos topamos en algunos aparatos. Así nació nuestra amistad. Él tiene novia y sabe que estoy casado. Entre hombres, nada se sospecha. Supongo que ni él sospechaba algo de mí, ni yo de él, honestamente.

Un día, buscando en la app amarilla algún hombre bisexual al que le gustara un culo de macho en lencería de encaje, un perfil sin foto me escribió:

—A ver ese culito en tanga. Ese era el mensaje.

—A ver esa verga —respondí, determinado.

Mandó una verga café, gorda, peluda y con la cabeza brillante. Para ser un hombre alto y delgado, tenía la verga dura y maciza. Sentí cómo mi ano se contrajo.
Le respondí con algunas fotos mías: una donde se me ve el culo en pantalón de mezclilla, normal; y otra con una tanga de hilo atrapada entre mis labios anales.

—Quiero ver tu cara —le dije.

Me mandó una foto de cuerpo completo en un espacio que parecía el gimnasio.
Reconocí el mismo gimnasio al que voy y se aceleró mi corazón. Acababa de enviar la foto de mi hoyo con una tanga superputona a un desconocido del gimnasio que seguramente ya me había visto.

Sentí entre miedo de ser descubierto y calor en el esfínter. Riquísimo.

Le dije: —A ver tu cara. -Me imagino que estás guapo-. Me mandó su cara. Era él. Mauricio.

—Te toca, a ver tu rostro —dijo. Recordé que yo tampoco tenía foto de rostro y, a partir de ahí, no supe cómo reaccionar. Si le mandaba mi foto, ¿me reconocería? Se la mandé. La respuesta me dejó aún más nervioso.

—Sabía que eras tú. He visto ese culo tantas veces en el gimnasio que sentí una corazonada. ¿Ya fuiste al gym hoy?

—No, pensaba ir por la tarde.

—Vamos juntos. Llévate una tanguita, la más pequeña que tengas. Entrenamos y, al salir, vamos a cenar y luego a mi casa.

Me sorprendió su tono tan decidido, como si fuera una cita entre novios y no el primer encuentro entre dos desconocidos. Además, no había hecho ningún comentario en torno a reconocerme. ¿Acaso no me había reconocido? ¿O me reconoció y eso lo hizo ser más decidido?

—¿De qué color? —respondí.

—¿Tienes lila?

—Sí. Está hermosa.

—Más en tu hermoso culo.

Me sonrojé. A las 4 de la tarde pasó por mí. Yo me puse un short apretado, una playera de tirantes y debajo mi tanguita lila, solo de hilo, y del frente se transparenta.
Mauricio, con su ropa típica de gym, con el peinado impecable y… por primera vez reconocí su aroma a loción. ¿Se la había puesto por mí? Pensé que sí. Llegamos al gym; me tocaba pecho, pero quería hacer pierna para sentir sus miradas. Toda la rutina nos volteábamos a ver, pero no cruzamos ni una palabra. Él estuvo en los bancos de mancuernas todo el tiempo y después se fue a hacer cardio. Ahí lo perdí de vista.
Estaba buscándolo cuando me llegó un mensaje:

“Llevo todo este tiempo con la verga parada, por eso no me levantaba del banco. Te veo en media hora en la entrada.”

Sentí cómo mi puchita generaba un líquido, lista para recibir la gran verga de Mauricio.

Cuando salimos, muy calientes los dos, me dijo:
—Pensaba ir a comer primero, pero ¿qué te parece si vamos a comer después?

Le dije que no tenía hambre y nos fuimos a su departamento. Llegamos rápidamente; había que subir a un segundo piso. Me pidió ir adelante, y yo sonreí: sabía que quería verme las nalgas.

—Traje la tanguita que me pediste.

—Muy bien. Ahora veremos cómo te comportas.

Su tono había cambiado. Ya no sonaba coqueto amistoso sino directo, imperativo y serio. Llegamos; abrió la puerta y vi su sala, amplia e iluminada.

—Ponte cómodo —me dijo—. Voy rápido al baño.

Yo me senté en el sillón.

“Ponte cómodo quiere decir: desnúdate, dobla tu ropa y espérame aquí con el culito bien levantado.”

Me sorprendió su orden, pero no dudé. Inmediatamente me desnudé, doblé mi ropa, me acomodé la tanguita y esperé. A los pocos minutos regresó Mauricio, aún vestido.

—Muy bien, te ves hermosa.

Que mi gymbro me hablara en femenino me excitaba de una manera increíble. Nunca me había sentido así.

—¿Te gusta? —le dije mientras movía las nalgas coquetamente y lo veía con timidez.

—Tú dime, ¿crees que me gusta? —respondió mientras se sobaba la verga por encima del pantalón. Era tan grande y gorda que podía ver su forma perfectamente.

—¿Por dónde quieres comenzar?

—Primero te voy a ver. Para bien el culito. Muévelo.

Yo obedecía todas sus órdenes.

—Ábrete las nalgas. Eso. Enséñame el ano. Haz la tanguita a un lado. Qué rico, hermosa.
Aprieta el ano. Afloja. Otra vez. Muy bien, así vas a hacer cuando tengas mi verga metida.
Voltéate. Las patas al aire. Eso, mi amor.

Cuando me dijo “mi amor”, me ericé. ¿Así le decía a su novia?

—Gracias, amor —le respondí con nerviosismo.

—Estás riquísima, hoy vas a ser solo mía.

Cuando dijo eso, se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme. Sus besos eran entre románticos y muy sexuales, húmedos y violentos.

Yo solo solté un gemido y me dejé llevar.

Nos besamos un largo tiempo, hasta que me dolieron los labios. Después se acostó en la cama y me dijo:
—Vamos a ver de lo que eres capaz. Sorpréndeme.

A mí me encantó que me diera esa libertad. Desabroché su camisa para ver su pecho peludo. Besé su cuello, sus labios, su pecho con cuidado. Olfateé sus axilas sudadas tras salir del gym. Después bajé y retiré con cuidado sus tenis. Los calcetines blancos que llevaba estaban húmedos y calientes. Los olí y sentí ese riquísimo aroma. Después quité los calcetines y le besé los pies.

—No puedo creer que, después de haberte visto tantas veces en el gym, ahora te tenga aquí a mi servicio.

—Puedes tenerme las veces que quieras, Mauricio.

—Mientras estemos aquí, me llamarás Señor.

—Sí, señor.
Rápidamente entendí el juego y me entregué a él. Él era mi amo y yo su putita servicial. Para mí era un privilegio estar ahí para él y someterme.

—¿Puedo quitarle el pantalón, Señor?

—No todavía.

Mauricio prendió un cigarro y se quedó viendo al horizonte.

—Quiero seguir disfrutando —dijo.

Yo me entregué a él. Después de desnudarlo y besarlo, conseguí quitarle el pantalón y dejarlo solo con la truza blanca que tenía puesta. Un olor a verga invadió el cuarto.
Nuevamente mi ano palpitó; mi boca se llenó de saliva y le dije:

—Por favor, Señor, ya necesito sentir su verga.

Se puso de pie violentamente, apagó el cigarro a medio fumar, se bajó el calzón dejando ver una verga gorda y morena, húmeda de la cabeza, y me dijo:

—¿Ya te urge, perra? Trágatela.

Mamé su verga como nunca. Aunque no siempre he sido capaz de hacer garganta profunda, esta vez me forcé a hacerlo. Quería que viera que yo era la mejor de las putas.
Después de unos 15 minutos mi boca estaba ya dormida y él la usaba a su gusto. Saliva y precum escurrían a chorros de mi boca cada vez que me embestía.

Entonces, me detuvo. Me golpeó la cara con su trozo durísimo mientras lo miraba a los ojos.
Me levantó y me besó tiernamente. Me sentía como su novia, parado de puntitas para alcanzar su boca, mientras sus brazos me tomaban de la cintura y manoseaban mis nalgas.

—Ponte en cuatro.

Obedecí, y siguió una sesión de nalgadas. Primero una, luego la otra, luego las dos al mismo tiempo.

—Ábrete las nalgas, que se vea bien tu panochita.

Obedecí, y siguió una sesión de manotazos en mi ano. Esa sensación, dolorosa y nueva, me hizo sentir agradecido con Mauricio: este hombre que yo veía como algo imposible estaba ahora rendido ante mis curvas y yo ante él.

—Mami, te prometo que es la primera vez de muchas que te mamaré el culito.

A continuación siguió el beso negro más largo, húmedo y rico que he recibido. Mordía las arrugas de mi ano, succionaba, me besaba como si fuera la boca de su novia. Pero era mi ano, y mi ano respondía.
Empezó a abrirse poco a poco con el simple sentir de sus besos; su lengua entraba al fondo cada vez más, y mis gemidos empezaban a ser más fuertes.

De pronto se puso de pie, se alejó un poco y dijo:

—Con la tanguita de lado y el hoyo escurriendo… así te quiero, mi amor.

—Gracias, Señor. Estoy para usted.

—Vístete. Vamos a cenar.

Yo me quedé incrédulo por unos segundos. ¿Cómo? ¿Después de todo eso iba a dejar mi horto sin verga? Pero si lo estaba pidiendo a gritos.

—Pero…

—Vístete. Vamos a cenar —repitió aún más determinado.

—Ok, Señor.

—Ya puedes llamarme Mauricio; después de cenar continuaremos nuestro juego.

Me acomodó la tanga en medio de mis nalgas, me dio una última nalgada y un último beso mientras se vestía.

Cuando estábamos en su coche rumbo al restaurante en el que cenaríamos, yo sentía mi cola húmeda y me sentía agradecido. Volteé a verlo y sonreí.
Me devolvió la sonrisa y me dijo:

—¿Dónde habías estado escondido? Por cierto, invité a mi novia a cenar. Le dije que eres un compa del gym.

 

 

6 Lecturas/19 diciembre, 2025/0 Comentarios/por Olivier19
Etiquetas: amigo, baño, bisexual, culito, culo, heterosexual, putita, verga
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