Mi casera y su sobrina — Cap. 2
Una noche donde María, poco a poco, empezó a experimentar conmigo, siendo joven, era muy fácil que acepte experimentar sus más sucias fantasías y la de esa noche, fue de mis mejores experiencias con ella..
Luego de aquella noche de cumpleaños que tuvimos. María y yo éramos aún más cercanos, sin embargo, en presencia de Elisa, nuestros encuentros no pasaban de lo habitual. Saludarnos al vernos, platicar de nuestro día, que siguiera ayudando con las compras, el quehacer y las tareas de mantenimiento que, ocasionalmente, se presentaban en esa casa.
Sin embargo, en cuanto Elisa salía con sus amigas de compras, con sus compañeros a proyectos universitarios o con su novio a citas, la casa se volvía en el hotel perfecto para descargar la lujuria acumulada entre María y yo.
Mi vida sexual también seguía activa, sin embargo, sabiendo que sería habitual tener sexo con María, decidí tomar mis precauciones. Empecé a dejar de tener sexo con varias mujeres, de mis encuentros pasados me había hecho amigo con derechos de unas tres chicas, decidí ser exclusivo para ellas y no tener sexo con nadie más, además de María. Obvio, terminé eliminando mi perfil en Tinder para evitar recibir más matchs.
Cuando Maria sabía que Elisa no estaría en casa por toda la tarde o toda la noche, ella me enviaba a mi Telegram fotos en lencería con el pie de foto que decía frases como <Está noche seremos tu y yo, cualquier plan con tus amiguitas queda cancelado>.
Apesar de estar en su cuarta década de vida, su cuerpo se veía bastante joven, con apenas estrías, tenía una condición física que cualquier chica de veinte años envidiaría, su cintura y sus caderas hacían una perfecta figura de avispa. Siempre usaba una lencería de encaje color negro o rojo, con un liguero a juego y medias translúcidas que le llegaban a mitad del muslo. Siempre que llegaba de la universidad o de estar con mis amigos, ella me recibía en la sala de la casa, usando tacones negros altos, guantes que llegaban hasta sus codos, un labial rojo carmín y un fusta con el cual me daba una nalgada recriminado mi tardanza. Su paso firme, digno de la jefa de oficina que era, solo mostraba su autoridad como matriarca de la casa. Me trataba como rey, me servía de comer, me decia que era el hombre de la casa pero el precio era siempre exprimir hasta la última gota de mi juvenil semen.
Cuando terminaba de cenar, siempre me hacía ir al sofá para descansar mientras hacia sus labores de mujer, como ella decía. Cuando terminaba, se plantaba frente a mí en la sala, tomaba la fusta para azotarme el muslo e ir subiendo con el cuero del mismo por mi pecho hasta el cuello. Ahí, tomaba mi mentón, me robaba un beso lujurioso y, dependiendo su humor y apetito sexual ese día, me hacía darle un oral en su vagina mientras estaba acostada en la mesa de centro o se ponía de espaldas hacía mi, acercaba su trasero a mi rostro para hundirlo entre sus nalgas y comerle el ano, mientras azotaba su propio trasero con la fusta o me hacía acostarme en el suelo para sentarse en mi cara mientras sacaba mi pene erecto, masturbándome pero dándome azotes en los testículos con la fusta o con la mano, recordarme que como hombre de la casa, debía aguantar y no venirme antes que ella.
Después de ello, Maria, ya con su vagina o ano bien estimulados, me hacía penetrarla hasta darle un nuevo orgasmo, porque si, al hacerle sexo oral debía provocarle el primer orgasmo o, como mínimo, dejarla muy sensible para que, al penetrarla, en poco tiempo se corriera con mi pene dentro. Y hasta dejarle ese segundo orgasmo, yo no podía venirme o, de lo contrario, me tocaba una sesión de azotes en mi trasero mientras me recordaba lo mal hombre que era.
Los días que Elisa, por cualquier causa, saldría pero al poco rato estaría de vuelta y yo tenía cita con alguna de mis amigas con derecho, Maria siempre se colaba entre la mesa mientras comía, a cuatro patas, gateaba hasta mi silla, separando mis piernas, bajando el cierre del pantalón así como el boxer y sacando mi pene flácido el cual, con unas cuantas pajas, me lo ponía duro, listo para devorarlo hasta exprimirme el semen que tenía en mis testículos. Siempre mirándome con unos ojos de niña inocente mientras su boca me succionaba el pene hasta el alma, una vez me corría en su garganta, lentamente lo sacaba dejando que hilos de su saliva combinados con mi semen se formarán entre mi glande y sus labios, chupando sus dedos sin perder contacto visual conmigo y diciendo
— Ya puedes ir con tus amiguitas, será mejor que comas muuuuy bien, así ellas puedan saborear algo de esa deliciosa leche tuya.
Esa fue nuestra rutina en los cuatro meses siguentes a la fiesta de mi cumpleaños. Una tarde, mientras estaba saliendo de mi penúltima clase de la universidad me llegó un mensaje de María. Era una foto temporal, tenía texto que dice más o menos <Elisa se salió con su novio y su familia, no volverá hasta mañana en la noche, yo saldré por unas cosas y volveré algo tarde, la cena la dejaré lista para tu regreso pero, tengo órdenes claras: Cuando termines de cenar, lava tus trastes, te duchas y solo te quiero vestido con un boxer que te deje sobre la cama de tu habitación, cuando estes listo, vete al mío, ahí encontrarás una venta en mi cama, quiero que te la pongas en los ojos y, me esperes sentado en el piso>
La foto, era ella, vistiendo una tanga de látex, unas pezoneras en forma de corazón, unas medias de red, botas de tacón hasta las rodillas de cuero negro y una gabardina que cubría su cuerpo.
La petición era peculiar pero me había provocado una excitación que jamás había experimentado. Esa intriga de no saber que esperar y más con esas órdenes me mantuvo desconcentrado en la última clase, deseaba con todo mi ser saber que tenía en mente María para tal petición. Al terminar mi clase, me despedí de mis amigos y con la velocidad que me permitían mis piernas corrí hasta la parada del autobús que debía abordar para llegar a la casa. En unos 20 minutos ya estaba ahí. Entre, efectivamente, no había rastro ni de Elisa ni de María. Encendí la luz de la cocina y vi la cena. Seguí sus órdenes, me calenté la cena en el microondas y me la comí ahí mismo en la cocina, lave el plato que utilice y guardé el restante en el refrigerador. Fui a mi cuarto, ahí vi un boxer muy pequeño, era de color negro con detalle en un gris muy oscuro, parecía de látex o goma. Lo volví a dejar en la cama, me desvestí y desnudo, caminé por el pasillo hasta llegar al baño principal. Ahí me duche, lave mis dientes y me sequé. Volví a salir desnudo por el pasillo hasta mi cuarto, mi corazón estaba a mil, al pendiente de cualquier ruido que delatara que María hubiese vuelto. Tomé mi ropa sucia y la dejé en una silla que estaba en mi habitación, me senté en la cama, tomé el boxer y me lo puse, efectivamente, era apretado, al subirlo por completo, sentía como mi pene está apretado, me mire al espejo y, mi figura atlética, con mi abdomen marcado y mis pectorales definidos me hacían ver cómo modelo de catálogo. Vi mi entrepierna y parecía que mi pene en cualquier momento reventaba la tela, aunque, sentía que el bulto era mucho más grande que con mis boxers. Supongo que por lo apretado del mismo.
Salí de mi habitación y llegué a la de María la cual estaba a oscuras. Al encender la luz me di cuenta que María había reemplazó su foco por uno de tonos rojos muy tenues, su habitación olía a anís con un toque de canela y un aroma que, supongo hoy en día, era algún afrodisíaco. Era un aroma dulce pero que me empezó a calentar poco a poco, al llegar a la cama vi la venda que María mencionó en el mensaje. La tomé con ambas manos, mirándola fijamente, no me había percatado hasta ese momento pero María había dejado su tapete de yoga en el suelo, supuse que era ahí donde debía sentarme. Caminé hacia él, lentamente se puse de rodillas y recline mi trasero hasta mis talones, sin dejar de mirar la venda, mi corazón latía a mil, podía por mis latidos hacer eco en la habitación, sudaba un poco, era frío pero mi cuerpo estaba caliente, jadeos tenues escapaban de mis labios, después de unos minutos meditando, dirigí la venda a mi rostro, debe completamente a oscuras, no podía ver nada, mis manos se fueron a mi nuca solo para hacer el nudo de la venda y este quedará fijo en mi cabeza. Terminando el nudo, puse mis manos en mis rodillas y espere erguido a María, los minutos pasaron y eran eternos, no dejaba de jadear hasta que escuche la puerta principal abrirse. Era María, sin decir nada, cerró la puerta, puso llave, escuché como jalo una silla del comedor y, después de unos segundos, escuché sus tacones subir las escaleras, era un paso firme, dominante, al llegar la habitación escuché como se detuvo. Una risa de complacencia se escapó de su boca, caminó lentamente, sus tacones hacían eco en la habitación y, cuando estuvo parada frente a mi rio un poco.
María: — Bienvenido a casa mi hombre, se ve que seguiste mis indicaciones como el buen hombre que eres.
Yo: — S-si Maria, tal y como querías.
María: — Shhh (Ella se reclinó un poco hacia mi) Maria no, está noche me puedes llamar de dos nombres. Señora o maestra, tu elige.
Yo: — Sí maestra (Sinceramente no se porque elegí llamarla así esa noche)
María: (Riéndose con complacencia suspiró) — Bien, hoy no serás mi hombre, sino mi macho, mi zorrito macho así que quiero que camines a cuatro patas hacia la cama. (Dijo mientras sentía como se agachaba, tomaba mi cuello y ponía algo a su alrededor, el clic posterior lo delató, era un collar)
Sentí un tirón del collar lo cuál me hizo quedar en cuatro patas, Maria solo se reía complacida, sin dudar, empecé a caminar con cautela, a ciegas, era seguro que me golpearía si iba más rápido, cuando llegue a la cama, Maria tiro del collar y con su ayuda yo subí a su cama.
María: — Que macho tan obediente eres. (Dijo con una clara felicidad maliciosa) — Ahora, quiero que te acuestes boca arriba y entiendas tus brazos y piernas como una estrella de mar.
No sé porque lo hice, mi corazón latía como caballo desbocado, mis jadeos eran más fuertes, Maria caminó hacia mi mano izquierda y, con delicadeza me puso algo en la muñeca, nuevamente el clic delató que era, esposas, Maria había puesto esposas en mi mano izquierda y las había sujetado a la cabecera de su cama, lo mismo hizo con mi mano derecha y ambos pies. Al terminar, sentí como subió por la parte central de la cama matrimonial, el cuero frío de la fusta me provocó un choque eléctrico en mi pecho.
María: — Buen macho, haz sido tan bueno, sin embargo, estoy algo celosa si me preguntas. (Dijo mientras su mano recorría mi muslo derecho) — El otro día te vi con una chica yendo al motel, supongo que es una de tus muchísimas amiguitas ¿Verdad?
Yo: — No, solo son tres (Dije con la voz temblorosa por la excitación).
María: — Shhh, yo no dije que hables. (Dijo mientras ponía su dedo en mis labios) — Solo tienes permitido hablar cuando yo lo indique ¿Quedó claro?
Yo: (Asentí con la cabeza mientras un gemido salió de mi boca)
María: — Oh, que macho tan bueno tengo acá. (Sentí como la cama se hundió más por la zona de mi entrepierna) — Como decía, zorrito, estoy celosa, muuuuy celosa de que tu leche sea compartida por esas amiguitas tuyas, y hoy reclamaré algo que me pertenece desde hace meses.
En ese momento, sentí sus manos recorrer mi abdomen, sentí como sus dedos se deslizaron por debajo de la liga del boxer y lentamente lo fue bajando hasta llegar a la mitad de mis muslos, sentí mi pene liberarse, lo sentía hinchado y sentía que estaba más grande de lo normal, esa simple manipulación de mi boxer hizo que un gemido de placer saliera de mi boca mientras mi cuerpo se retorcía levemente, también sentí como un poco de líquido salió de mi glande y, al instante, sentía la mano de María apretar mi pene.
María: — ¿En serio te vas a regar ahora mismo? ¿No me digas que hoy serás algo precoz? ¿Dónde está ese macho que me folla como un toro salvaje?
Yo: — N-no maestra yo… (En ese momento sentía como María clavo ligeramente su uña en mi glande, por la zona de la uretra)
María: — ¿Qué dije de hablar sin mi permiso?
Yo: — Lo sien… AHHHHH (Fui nuevamente interrumpido por esa uña clavándose más en mi glande mientras mi pene estaba por estallar en las manos de María)
María: — Uy no, está noche me cambiaron de macho, el mío es muy obediente y sabe aguantar regarse, pero él de esta noche está a nada de desperdiciar su leche con una simple paja.
Ella siguió clavando la uña de mi glande mientras su otra mano me apretaba muy duro mi pene. Mis caderas se movían, como si buscarán embestir una vagina o un ano que no estaban. María solo reía con malicia y deseo, un poco de mi presemen salió de mi pene, Maria lo recogió con un dedo y lo acerco a mi boca indicando que abriera grande mientras chupaba dicho dedo. Mientras hacia eso, ella empezó a jalar mi pene, lo hacía lento, masajeando mi glande con sus dedos, mis ganas de venirme estaban por superarme, en cuanto saco su de mi boca, mis gritos de placer inundaron la habitación, entre los gritos sentí como María subía por un costado, sin dejar de atender mi pene con su mano. Luego sentí como su cuerpo estaba encima de mi rostro.
María: — ¿Derecha o izquierda?
Yo: — Iz… No… no, derecha, mejor derecha.
María: (Acercó su pecho derecho, poniendo su pezón cerca de mi boca) — Con tu boca chupa y quítame la pezonera.
Inmediatamente me concentre en la tarea, estaba chupando la pezonera mientras mi lengua buscaba la forma de quitarla, lentamente la fui desprendiendo hasta que salió y se quedó en mi boca, la escupí a un costado mientras María estaba complacida, indicando que ahora su pezón debía ser atendido.
Chupe su pezón por varios minutos que parecía una eternidad, su mano seguía jugando con mi pene, después de un rato se apartó así como dejo mi pene en paz, de momento, moviéndose por la cama se acomodó a modo de quedar en la posición del 69.
María: — Suficiente de chupar, es hora de que te rehidratas. (Sentí como su vagina caía en mi cara, sin dudar, empecé a lamer tus labios) — Buen macho, mientras tú te ocupas de mi coño, yo haré lo mismo con tu verga.
Yo: (Empecé a chupar con más ganas su vagina cuando sentí su boca caliente en mi pene, subiendo y bajando de mi tronco mientras sus manos jugaban con mis testículos)
María: — Que buenas bolas tienes acá, tan grandes y llenas de leche rica y caliente.
Sin embargo, también sentí que sus dedos bajaban a mi ano, el cual estimulaba con ellos, haciendo círculos en los pliegues con sus yemas, de repente, sentía como uno de esos dedos entraba a mi ano, gemí por la intrusión, sentía como me abría el trasero, como lo dilataba y me gustaba, un intruso más se abría paso, era gordo y frío, era un buttplug, el cuál María metió completo mientras yo estaba por venirme, en eso, ella se paró y fui directo a mi pene para meterlo en su vagina caliente.
María: — Cuenta hasta 10, después de 10 puedes venirte.
Yo: (Entre jadeos y gemidos de placer sintiendo como mi pene es apretado por sus paredes vaginales, empecé a contar) — 1… 2… 3… No puedo, necesito correrme ya… (Dije en un grito de placer y desesperación)
María: — Vamos mi zorrito, tu puedes, vuelve a iniciar y cuando llegues a 10 me puedes regar.
Yo: — 1… 2… 3… 4… 5… 6… (Empecé a gritar, sentía que me venía, mis caderas se movían y María puso su mano en mi abdomen empujandome hacia la cama)
María: — Nada de moverte, nuevamente, cuenta desde el inicio pero sin moverte ni gritar.
Yo: — 1… 2… 3… 4… 5… 6… 7… 7…
María: (Puso su mano en mi boca para callarme) — Nada de repetir números, deberes contar desde el inicio otra vez.
Yo: (Estaba al borde de las lágrimas, gritaba de placer pero también de frustración, tuve volver a contar desde el inicio) — 1… 2… 3… 4… 5… 6… 7… 8… 9… 10…
María: — Muy bien, macho mío, tienes tu premio, puedes regarme entera.
Sin pensarlo, me vení dentro de la vagina de María, sentía como bombeaba todo mi semen en su interior y, al terminar, sentí como ella empezó a cabalgar. Buscaba su placer, quería venirse, quería tener su orgasmo. Estaba usando mi pene como un dildo, lo tenía demasiado duro, no bajaba, ella se frotaba contra mi entrepierna sin dejar de penetrar su vagina y, luego de un rato ella se vino encima mío mientras yo volvía a venirme dentro de ella.
Puso sus manos en mi pecho, jadeando mientras mis muslos sentían la humedad producto de los fluidos de ambos.
Después de un rato, ella se enderezó, sin hablar, fue soltando mis manos y pies de las esposas pero tomando con firmeza la cadena que sujetaba mi collar.
María: — De pie pequeño zorrito. (Tiro de la cadena mientras intentaba ponerme de pie) — De pie ahora mismo.
Cómo pude, conseguí ponerme de pie en la cama, ella se había puesto en cuatro, y tiro de la cadena para pegarme a ella, ahí supe que estaba en cuatro. Con su mano libre, tomo mi pene y lo metió a su ano.
María: — Es hora de que me abras el culo
Yo: — Si maestra. (Respondía mientras mis caderas empezaban a moverse)
María: — Oh mierda, está más grande que antes… OH MIERDA, DAME MÁS DURO CARAJO
Yo: — No puedo sin ver nada, no se ni dónde estoy.
María: (Dándome un azote en el trasero con la fusta) — Puta mierda ¿Eres hombre o marica?
Yo: — Soy hombre. (Dije entre un grito de dolor por el azote)
María: — Actúa como tal entonces, rompeme el ojete y no te quejes de no poder ver.
En eso, como pude, me sujete de ella de lo que creí era su cintura, sin embargo, ella me ayudó a llegar ahí pues la había tomado del torso por debajo de sus pechos, sabiendo que estaba ya bien firme, no dude en darle más duro, mi escroto bailaba en cada embestida y golpean con fuerza su vagina mientras ella tiraba de mi cadena.
María: — OH SI, MIERDA, SIGUE… SIGUE ABRIENDO MI OJETE… JODETE CABRÓN, JODETE ROMPIENDO MI CULO Y DAME MÁS LECHE
Gritaba tanto que la habitación hacia eco y estoy seguro que hasta los vecinos escucharon pero, no nos importaba, el sonido de la cama rechinando y mis piernas haciendo rebotar sus grandes nalgas hacia que le quisiera dar más y más duro.
María: — OH ME RIEGO, SI, SI, ME RIEGO POR MI CULO, DAME MÁS ZORRITO, DALE A MAMI LA LECHE QUE ME PERTENECE, ARRUINA MIS TRIPAS CON TU ENORME VERGOTA Y TU LECHE ESPESA…
Yo, sin poder aguantar más, me vine en su trasero, dentro de él, seguía moviéndome hasta que ella gritó, al poco rato, sintiendo que se venía con fuerza, mojando las sábanas de su cama, al sentir la humedad, caí de espaldas en el colchón, habiendo sacando mi pene de su apretado ano, jadeaba casado y el pene ya flácido pero pegajoso. Sentí como se acostó a mi lado y, con delicadeza me quitó la venda de los ojos. Volvete mi rostro hacia ella y la besé.
María: — Buen trabajo mi macho, espero disfrutarás la sorpresa.
Yo: — No lo dudes maestra, espero que te haya complacido.
María: — Como siempre lo haz hecho zorrito.
Nos volvimos a besar y al poco rato nos quedmaos dormidos, desnudos, sobre su cama hasta el otro día que despertamos cerca de las 10 de la mañana. Dónde tuvimos que limpiar todo, yo no sé a qué hora pero terminé con el buttplug fuera de mi trasero y, para mí sorpresa, este tenía una cola de zorro pegada.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!