Mi cita en el cine. Parte 2
Chica sexy, olor a palomitas y cogida de tetas..
La tomé con fuerza de la muñeca y aparte su mano. Me levanté de mi asiento. Me paré frente a ella.
Con una mano le agarré la cabeza, con la otra tomé mi verga desde la base, se la metí en la boca y se la hundí hasta el fondo de un solo empujón.
La primera embestida fué sorpresa pura.
Los ojos se le abrieron como platos, sin tiempo ni para respirar.
La saqué casi entera y se la clavé otra vez, más fuerte.
Sus ojos se humedecieron y un poco de baba espesa le escapó por la comisura.
Se la volví a empujar y la garganta se le tensó. Intentó empujarme con las manos abiertas, quiso hablar… solo salió un glok-glok húmedo que me encendió más.
La saqué un poco, apenas y pudo tomar un poco de aire cuando se la volví a empujar.
Tosió, los ojos suplicantes, lágrimas rodando.
Empujó desesperada por aire.
No la dejé.
La sujeté por la nuca con las dos manos y se la volví a enterrar. Se estaba rindiendo.
La volví a sacar casi completa y se la volví a empujar hasta el fondo, mis huevos chocaron contra su barbilla.
Se la clavé entera y me quedé ahí,.
Un par de segundos…
Su garganta palpitando alrededor, luchando.
La baba cayéndole a chorros por la barbilla, empapándole el cuello, le goteaba hasta las tetas, metiéndosele por dentro del top.
Todo su cuerpo temblaba, las manos arañando sin fuerza mis muslos.
—Mírame —ordené.
Alzó los ojos perdidos.
—¡Esto es lo que te mereces por provocarme, hija de la chingada!
Y solo entonces la saqué, despacio.
Hilos de baba quedaron colgando de la punta hasta su boca abierta que brillaban claramente en la penumbra de la sala.
Respiró con desesperación, en shock.
La tomé del brazo y la levanté de un tirón.
Sin palabras.
Con la otra mano agarré el borde del top y tiré hacia abajo.
La tela cedió. Sus tetas salieron de golpe, pesadas, rebotando libres bajo la luz azulada.
Me lancé sobre ellas.
Las agarré desde abajo, sintiendo cómo la carne caliente se desbordaba entre mis dedos.
Las apreté despacio, viendo la piel hundirse y volver.
Los pezones duros contra mis pulgares.
—Espera… —susurró.
No esperé.
Enterré la cara, respiré su olor a perfume dulce.
Lamí, chupé, mordí cada pezón hasta que soltó un gemido ahogado.
No era suficiente.
Necesitaba más…
La empujé hacia abajo.
Se dejó caer de rodillas, aturdida, el top arrugado bajo las tetas como una bandera de rendición.
La miré desde arriba.
Con esa expresión de incertidumbre. El maquillaje corrido, los ojos brillosos y la boca entreabierta.
Me bajé los pantalones hasta los tobillos, me senté y la jalé hacia mí.
Sus tetas quedaron a la altura perfecta.
—Hazlo con las tetas —dije seco.
Tragó saliva, tembló… y obedeció.
Las juntó con las dos manos, las levantó, las apretó alrededor de mi verga y empezó.
Primero despacio, con miedo.
Subía y bajaba, mirándome de reojo, casi como preguntando si lo hacía bien.
El calor, el peso, la baba que todavía le goteaba del cuello… todo era perfecto.
—¡Más fuerte!
Apretó más, aceleró.
Las tetas temblaron, rebotaron contra mis muslos, el sonido húmedo llenó la sala.
Yo solo la miraba, disfrutaba cada segundo de su obediencia.
La detuve de golpe.
No era suficiente.
Necesitaba hacerlo a mi modo.
Me levanté.
Nuevamente tomé mi verga y rocé su pezón con ella, toda la aureola y después el otro. Sentí sus pezones duros solo con mi punta y ella me miró suplicante.
Agarré sus tetas con las dos manos.
Las levanté despacio, las junté con fuerza y escupí directo en medio.
Un chorro largo que avanzó lento entre la carne.
Y ahí coloqué la verga.
Primero la punta, rozando contra la piel húmeda.
Después empujé despacio, centímetro a centímetro, viendo cómo desaparecía entre ellas.
Empecé a moverme.
Lento al principio.
Un viaje largo de abajo hacia arriba, sintiendo cada pliegue.
Una y otra vez. Cada embestida más profunda, más húmeda.
—¡Ya, cabrón! ¡Nos van a ver! —susurró asustada.
No contesté, solo la miré fijo, dejé caer otro escupitajo y aceleré.
Las tetas temblaban, rebotaban contra mis manos.
El sonido. Chapoteo puro: piel contra piel, baba, sudor. Mi verga deslizándose, brillando de saliva y líquido preseminal.
La miraba desde arriba mientras la cogía así.
Sus ojos fijos en mí.
Me detuve.
—¡Escúpele!
Dudó, miró hacia la entrada.
—Nos van a ver… —me dijo con un tono nervioso.
—¡Que entren y vean cómo me estoy cogiendo tus deliciosas tetas! ¡Escupe!
Le dije mientras apretaba los dientes.
Estaba jodidamente caliente. La sangre me hervía en las sienes.
Y ella no tuvo opción. Escupió.
—¿¡Te gusta presumir tus tetas, no cabrona!? ¿¡Te gusta provocar!?
Embestí otra vez, con furia, apretándolas como si quisiera reventarlas.
—¡Otra vez!
Volvió a escupir. Un chorro grande que empapó todo.
Eso fue el detonante.
Empecé a cogérmelas como loco.
Con rabia.
Ella temblaba, bajaba la mirada, veía cómo mi verga entraba y salía brillante entre su carne.
—¡Míralo, cabrona! ¡Mira cómo te cojo las tetas!
Alzó los ojos vidriosos, la boca abierta, perdida.
Comencé a perderme, a elevarme.
Estaba llegando al borde.
Su mirada.
Ese delicioso sonido de piel contra piel.
Cada rebote.
Estaba hipnotizado.
Ya no pude más.
Me clavé hasta el fondo y me vine con un maldito rugido que retumbó en la sala.
El primer chorro le pegó en la barbilla y le bajó hasta el cuello.
El segundo le llenó el escote.
El tercero, el cuarto, el quinto… cayendo pesados, mezclándose con la baba, chorreando por los lados, manchando el top arrugado, resbalando hasta su ombligo.
Me quedé temblando, la verga latiendo entre su carne empapada.
La miré.
La leche le cubría el pecho, le goteaba de la cara, brillaba bajo la luz de la pantalla.
—¡Están deliciosas, cabrona! —le dije jadeante.
Ahora sabes lo que puede pasar si vuelves a provocarme…
Me dejé caer en la butaca, jadeando, y con la verga todavía ardiendo.
Nicole se quedó un segundo de rodillas, temblando, la cara y el pecho chorreando leche.
Se levantó despacio, agarró las servilletas del combo y se limpió lo que alcanzó: barbilla, cuello, entre las tetas… pero seguía brillando. Se subió el top como pudo (todo estirado y manchado), tomó su chamarra y se cubrió tratando de ocultar lo que aún se veía.
Y se volvió a acomodar.
Silencio total.
La película seguía, pero ninguno miraba la pantalla.
Solo se oía nuestra respiración pesada y los sonidos de la sala.
Me subí el cierre.
Diez minutos.
Quince como mucho.
Me puse de pie.
—Nos vamos.
Ella asintió sin mirarme, y me siguió.
Salimos del cine sin hablar.
Afuera ya era noche, el aire fresco nos pegó en la cara sudada.
Caminamos hasta el carro.
Subimos en silencio.
Arranqué, puse música baja. Miré el tablero: 10:30 pm. La película creo que iba a la mitad y nunca le pusimos atención.
La miré de reojo: iba con la chamarra cerrada hasta arriba, el pelo revuelto, oliendo a sexo y palomitas.
Después de unos minutos le pregunté seco:
—¿A dónde te dejo?
Me dio la dirección.
Llegamos.
Paré el carro frente a su casa.
La miré fijo.
—Si quieres que esto se repita, mándame mensaje.
Si no lo haces, lo entiendo y no te vuelvo a buscar.
Silencio dos segundos…
Agregué, casi sonriendo:
—Pero ya viste lo que puede pasar.
Ella apretó los labios, abrió la puerta, bajó.
Antes de cerrar, me miró un segundo y cerró.
Esperé a que entrara.
Arranqué y me fui.
Mientras conducía a mi casa, seguía pensando en todo lo que le hice y creo que si me pasé, pero ella se lo buscó por calentarme y dejarme así.
2:27 a.m. Mi teléfono sonó.
«No puedo dormir y estoy empapada.
Todavía siento tus manos apretándome las tetas, tu leche secándose en mi piel y ya me estoy tocando otra vez.
La próxima vez no vas a hacer nada…
yo te voy a sentar, te voy a sacar esa verga y te voy a coger con mis tetas, voy a apretarlas, escupirlas, rebotarlas encima de ti hasta que me supliques que pare, hasta que me las llenes de leche caliente otra vez.
Quiero ver cómo te retuerces mientras te ordeño con ellas y te hago venir como el perro que eres.
Solo dime cuándo y dónde.
La próxima vez mando yo.
Nicole.»
Sonreí en la oscuridad, la verga se me puso dura otra vez.
«Viernes y trae aceite» le contesté.
Esto apenas empieza.


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