• Registrate
  • Entrar
ATENCION: Contenido para adultos (+18), si eres menor de edad abandona este sitio.
Sexo Sin Tabues 3.0
  • Inicio
  • Relatos Eróticos
    • Publicar un relato erótico
    • Últimos relatos
    • Categorías de relatos eróticos
    • Buscar relatos
    • Relatos mas leidos
    • Relatos mas votados
    • Relatos favoritos
    • Mis relatos
    • Cómo escribir un relato erótico
  • Menú Menú
1 estrella2 estrellas3 estrellas4 estrellas5 estrellas (1 votos)
Cargando...
Dominación Hombres, Sado Bondage Mujer, Sexo con Madur@s

Mi padrastro descubre porno de sadismo, sumisión y sexo no consentido

Desde que mi padrastro descubrió el sadismo por internet a través de videos porno, sus pensamientos habían comenzado a circular alrededor de la idea del control, de la sumisión, del sexo no consentido.
Desde que mi padrastro descubrió el sadismo por internet a través de videos porno, sus pensamientos habían comenzado a circular alrededor de la idea del control, de la sumisión, del sexo no consentido, de la belleza erótica del poder sexual sobre la sumisión.

Él estaba sentado en el sofá junto a mi mama, platicando tonterías, pero él se encontraba absorto en sus pensamientos eróticos, sumido en esos turbios y pervertidos pensamientos.

Y en ese momento, como si el universo hubiera decidido motivarlo, la puerta de la calle se abrió y yo entre luciendo la belleza cautivadora, erótica y super cachonda de mis 16.

Entre sin saber estaba siendo observada con total lujuria y pensamientos pervertidos por parte de mi padrastro.

Mi cabello negro, lacio y brillante, caía como una cascada sedosa hasta la mitad de mi espalda descubierta. Mis senos casi saliéndose de mi pequeño top mostrando mis pezones parados a todo lo que daban.

Mis largas, pero bien torneadas piernas lucían esplendorosas. Las nalgas redondas y paraditas, apenas se disimulaban por el pequeño y apretado short, que, sin querer, mostraban la rajadita de mi sexo ufff.

La imagen que proyectaba, estaba cargada de total erotismo, con una mezcla de inocencia, belleza y juventud casi infantil, que casi provocaba infartos entre los mayores.

Mi padrastro, apenas se pudo contener, empezando a respirar agitadamente, no es que no me hubiera visto antes así, sino que ahora, debido a los pensamientos pervertidos que lo acosaban últimamente, me miro como si fuera la primera vez, y si, era la primera vez que me veía con total lujuria y perversión, a saber, que clase de pensamientos impuros invadían su mente.

Mi Padrastro contuvo la respiración al pasar frente a él, murmurando un «hola, papi» antes de meterme a la cocina en busca de algún refrigerio.

El me miraba sin decir palabra, pero en su mente, la imagen mía que el proyectaba en su mente enferma, era totalmente distinta.

Yo, desnuda (aunque en verdad él nunca me había visto así, solo se imaginaba), de rodillas frente a él, vendada de los ojos, con las muñecas atadas detrás de la espalda, yo sintiendo una mezcla de temor y excitación, a punto de mamársela.

Me imaginó entregada, totalmente sumisa, gimiendo su nombre, suplicando ser follada.

—Eva está cada día más linda —le decía mi padrastro a mi mama, forzando su voz tratando de parecer casual mientras mi mama asentía con orgullo.

—Sí, ya es toda una mujer —respondió Marta, sin notar el fuego que ardía en la mirada de su hermano—. Aunque a veces todavía parece una niña.

Pablo no respondió. En su cabeza, los escenarios se multiplicaban: cuerdas alrededor de sus tobillos, su boca sellada con cinta, su piel temblorosa bajo sus manos. Sabía que era peligroso, que estaba cruzando una línea invisible, pero la tentación era demasiado dulce.

Cuando Eva regresó, llevando una bandeja con galletas recién horneadas, Pablo se inclinó hacia adelante con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

—¿Qué has estado haciendo, princesa? —preguntó, usando ese tono condescendiente mezcla de amabilidad y erotismo.

—Estudiando —respondió ella, arrugando la nariz—. Los finales están a la vuelta de la esquina.

—Tendrás que tomarte un descanso pronto —dijo él, y aunque las palabras eran inocentes, había una promesa oculta en ellas, una que solo él entendía.

—Creo que debo volver a estudiar —dijo la joven, ajustándose una hebra de cabello detrás de la oreja con un gesto que denotaba cierta timidez.

Pablo, reclinado en su silla con las piernas estiradas, esbozó una sonrisa paternal, pero con un dejo de picardía.

—No deberías estudiar tanto, apenas tienes dieciocho años —respondió, su voz grave pero cálida, como si intentara convencerla de que la vida era más que libros y responsabilidades.

Eva le devolvió la sonrisa, y en ese momento, sus ojos brillaron con una mezcla de madurez y esa inocencia que aún no abandonaba por completo su expresión.

—Ya soy mayor, papi —dijo, jugueteando con el borde de su blusa—. Y como mujer adulta, debo ser responsable.

—Para premiar el que seas responsable, ¿qué te parece si hago unos cuantos bocadillos y nos tomamos unos buenos vinos? —propuso, con un guiño que delataba su entusiasmo por la idea.

Mi mama, quien hasta entonces había estado escuchando en silencio mientras revisaba su teléfono, alzó la vista y negó con la cabeza, aunque con una sonrisa de resignación.

—Me encantaría, Pablo, pero tengo el turno de noche en el hospital esta semana —explicó, levantándose de su asiento con movimientos rápidos, como si el tiempo siempre le persiguiera—. Pero ustedes pueden disfrutar.

Pablo asintió, fingiendo decepción, pero en realidad, su mente ya estaba trazando otro camino. Sus ojos se posaron de nuevo en Eva, estudiando su reacción.

—¿Te gustaría, Eva? —preguntó, su voz bajando un tono, casi como si la invitación fuera un secreto entre ellos.

Eva lo miró, y por un instante, pareció dudar. Luego, sus labios se curvaron en una sonrisa coqueta.

—Sí, pero… prefiero el vodka —confesó, con un tono juguetón que hizo que Pablo soltara otra risa, esta vez más íntima.

Mi padrastro sabía que mi mama trabajaría toda la noche, y aunque no lo mencionó en voz alta, ese detalle no escapó a sus pensamientos.

Él había pensado en tomar vino, pero ahora, con la mención del vodka, la velada tomaba un giro diferente. —Vodka, entonces —aceptó Pablo, levantándose de su asiento con una elegancia que contrastaba con su complexión robusta—. Pero no te quejes si mañana tienes tremenda cruda bb.

—Soy una mujer adulta, recuerda —respondí, desafiante, pero con esa dulzura que hacía imposible tomarme completamente en serio.

—No la emborraches demasiado —murmuró mi mama, solo lo suficiente para que él la escuchara.

—¿Yo? Jamás —respondió mi padrastro, pero había un brillo libidinoso en sus ojos que tal vez delataba más de lo que hubiera querido.

Mi mama se despidió con un movimiento de cabeza y se marchó, dejándonos solos en el patio, donde el aire comenzaba a enfriarse y las sombras se alargaban.

—¿De verdad vas a cocinar? —pregunte.

—Claro que sí —dijo, su voz baja, casi un susurro—. Pero primero, el vodka.

—Perfecto —respondí.

Mi padrastro fue al super por las provisiones y el vodka. También agarró unas latas de bebida energizante, recordando cómo me gustaba mezclarlas, creando un cóctel burbujeante que me animaba y, con suerte, me relajaría lo suficiente para lo que él tenía planeado.

Luego paso por la farmacia y compro algo para excitarme y algo mas para drogarme.

Pero fue en la ferretería donde su pulso se aceleró levemente. Las sogas, gruesas y resistentes, las eligió con cuidado, imaginando cómo se verían contra mi piel pálida. La fusta, escondida entre otros artículos menores, la tomó casi con reverencia, pasando los dedos por el cuero suave mientras una sonrisa maquiavélica, casi imperceptible se dibujaba en sus labios.

Todo esto lo guardó en una bolsa aparte, lejos de los ingredientes de cocina, como si separar los objetos pudiera también dividir sus intenciones en compartimentos moralmente aceptables.

—Listo —murmuró para sí mismo al salir del supermercado, cargando las bolsas hacia su auto.

De vuelta en casa, Marta ya se preparaba para irse al hospital, ajustándose el uniforme mientras revisaba su bolso en busca de las llaves.

Mi padrastro recordó que mi mama le recomendó—Cuida a Eva, ¿eh? No la dejes tomar demasiado —advirtió, aunque su tono era más rutinario que preocupado.

—No te preocupes, solo será una cena tranquila —mintió él, desviando sus pensamientos a lo que acababa de comprar.

Marta se despidió con un beso en la mejilla y se marchó, dejando la casa en un silencio que a Pablo le pareció cargado de posibilidades.

Mientras mi padrastro preparaba las botana y las copas, yo aparecí en el umbral de la cocina, vestida con un short negro ajustado que destacaba mis piernas delgadas pero bien formadas, y un suéter holgado del mismo color que, sin embargo, no lograba ocultar completamente la forma de mis pequeños pero firmes pechos.

—Huele bien —comente, apoyándome inocente pero coqueta contra el marco de la puerta.

Mi padrastro no pudo evitar dejar que su mirada recorriera mi figura con cierta lujuria en la mirada.

—¿Necesitas ayuda? —pregunte.

—Podrías prepararnos unos tragos —sugirió, señalando el vodka y las energizantes que había dejado a un lado—. Pero no te pases, eh.

—Aguanto más de lo que crees —respondí un poco en doble sentido soltando una risita maliciosa.

Mi padrastro observó cómo yo preparaba las copas, pero no tomó nada para sí mismo. Prefería mantener la mente clara, cada sorbo que yo daba era un paso más hacia donde él quería llevarme

—¿No tomas? —pregunte.

—Prefiero esperar a que la comida esté lista —mintió nuevamente, revolviendo la salsa que ahora burbujeaba en la estufa.

Me encogí de hombros y tomé otro sorbo, más largo esta vez. Mi padrastro excitado, notó cómo mis mejillas comenzaban a sonrojarse levemente, y supo que el alcohol me empezaba a hacer efecto.

-Sabes que ahora estoy estudiando algo? —me dijo como anticipando a donde me llevaría con su conversación.

—¿Ah, ¿sí? Pregunte curiosa.

—Cosas acerca de diferentes tipos de Nudos —respondió

—Sabias que existen muchos tipos, cada uno con su propósito —explicó mi padrastro y entonces, con una calma que contrastaba con el fuego que empezaba a arder en su mirada, añadió—: ¿Quieres que te muestre?

—¡Sí! —respondí.

Emocionado y excitado, mi padrastro se levantó de la mesa con movimientos deliberadamente pausados, como si cada gesto estuviera cuidadosamente calculado para no despertar sospechas.

—Espera aquí —dijo, y se dirigió hacia el rincón donde había dejado la bolsa del supermercado, esa que contenía lo necesario para desarrollar sus planes.

—Ponte de pie —ordenó, y aunque su voz aún sonaba amable, había una firmeza nueva en ella, una autoridad que no admitía discusión.

Yo obedeció curiosa pero sin cuestionar, levantándome de la silla con esa gracia juvenil que tanto lo atraía.

—¿Así? —pregunte.

—Así —confirmó, y entonces, mi Padrastro, sin más explicaciones, comenzó a desarrollar su elaborado plan.

—Esto es un nudo espiral —dijo, mientras sus manos, hábiles y seguras, envolvían la soga alrededor de mis muñecas.

El continuó con su tarea, enrollando la soga con una precisión que delataba práctica, llevando mis manos hacia atrás, atándolas firmemente contra la espalda. El nudo era perfecto, diseñado para inmovilizar sin lastimar, al menos no físicamente.

Mi padrastro terminó de ajustar el nudo y luego, con un movimiento firme, le ordenó: —Arrodíllate.

—¿Qué?  —pregunte algo sorprendida y un tanto empezando a preocuparme, pero sin aun llegar a comprender lo pervertido de sus intenciones

—Dije que te arrodilles —repitió autoritario y esta vez su voz no dejaba espacio para dudas. Era una orden, no una sugerencia.

Lentamente, obedecí doblando las rodillas hasta que estas tocaron el suelo, me arrodillé frente a él, con las manos aún atadas a la espalda.

Mi padrastro me observó desde arriba, y en ese momento, sintió cómo su propio cuerpo respondía a la escena. Su miembro, que hasta entonces había permanecido en un discreto silencio, comenzó a ajustarse contra el tejido de su pantalón, una reacción involuntaria pero profundamente satisfactoria.

Completamente sometida, gire la vista hacia él, mire su enorme bulto que empezaba a formarse y en mis ojos comenzaba a formarse una pregunta, una comprensión tardía de que aquella noche no terminaría como yo hubiera imaginado. Pero para entonces, ya era tarde, demasiado tarde.

La habitación estaba sumida en un silencio pesado, solo roto por el sonido irregular de mi respiración entrecortada, nerviosa. La soga, hábilmente enrollada alrededor de mis muñecas, había dejado marcas rojas en mi piel pálida. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras alargadas sobre las paredes, como si el ambiente mismo estuviera conspirando para mantener ocultos los detalles más íntimos de lo que estaba sucediendo.

Mi padrastro se inclinó ligeramente hacia adelante, colocando una mano bajo mi barbilla para levantarme el rostro y obligarme a mirarlo directamente.

Misus ojos, antes llenos de curiosidad inocente, ahora reflejaban una mezcla de confusión y algo más, algo que él reconocía como el primer asomo de sumisión.

—Con los nudos se puede jugar al juego del botoncito —dijo, su voz baja pero cargada de una intención que no dejaba lugar a dudas.

La forma en que mi cuerpo se tensó al escuchar sus palabras, para él fue suficiente para confirmarle que, en algún nivel, yo ya sabía lo que vendría.

Me empezó a manosear, metiendo mano entre mis piernas, disfrutando la redondez de mis senos, recorriendo la espalda y mis nalgas.

—No… —Apenas se escuchó como un susurro—. No lo hagas… eres mi papa.

El, en lugar de detenerse, sonrió con una mezcla de paciencia y condescendencia, como si sus palabras fueran las de una niña caprichosa que no entendía lo que realmente quería.

—Alguna vez te ha tocado un hombre de 65 años? —preguntó, mientras sus dedos, ahora libres de cualquier obstáculo, comenzaban a explorar con una precisión calculada.

Negue con la cabeza, apretando los párpados como si intentara bloquear la realidad de lo que estaba sucediendo. Su sonrisa se ensanchó, como si esa confesión fuera exactamente lo que quería escuchar.

—Los hombres mayores sabemos cómo tratar a las putitas calientes como tu —dijo, y esta vez no hubo rastro de humor en su tono, solo una certeza absoluta de lo que el estaba totalmente seguro que iba a suceder.

Yo iba a protestar, pero antes de que pudiera articular una sola palabra, los dedos de mi padrastro encontraron mi clítoris, y lo que iba a ser una queja se convirtió en un gemido de placer ahogado, un sonido que surgió desde algún lugar profundo dentro de mí, incontrolable e instintivo.

—Un ahhhh… —escapó de mis labios, y aunque intente morderme el labio inferior para silenciarlo, ya era demasiado tarde.

Mi padrastro no necesitó más invitación. Continuó con su tarea, alternando entre caricias suaves y presión firme, estudiando cada reacción mía como un científico analizando un experimento.

Yo trate de resistir, intentando mantener algún vestigio de dignidad, pero mi cuerpo, traicionero, comenzó a responder de maneras que mi mente no podía controlar.

—Parece que alguien está disfrutando más de lo que quiere admitir —decía mi padrastro con voz excitada y libidinosa, notando con extremo placer cómo la humedad de mi sexo comenzaba a empapar mis pantaletas, que aún colgaban entre mis caderas.

Yo no respondí. No podía. Cada movimiento de los dedos de mi padrastro enviaba ondas de placer a través de su cuerpo, una sensación que me abrumaba y me avergonzaba en igual medida.

Y entonces, inesperadamente, totalmente sin previo aviso, llegó. Un espasmo, una ola de calor que me recorrió de pies a cabeza, dejándome jadeando y sin aliento y, finalmente, salpicando sus manos y dejándolo con la evidencia física innegable de mi propio éxtasis, debido a la tremenda venida que el muy desgraciado había logrado provocarme, a pesar mío, que, a pesar de haberme querido aguantar, fue tanta la excitación que me provoco, que fue imposible evitar tan tremendos orgasmos.

Mi padrastro observó sonriendo malicioso el resultado de su trabajo con gran satisfacción, retirando lentamente su mano mientras yo, ahora jadeante, sudorosa y con los ojos vidriosos, me derrumbaba levemente hacia adelante, como si mis fuerzas me hubieran abandonado por completo.

—Eso es solo el comienzo, bb y ya me confirmaste lo puta caliente que eres. —dijo, acariciando mis mejillas con cara de total satisfacción.

— Los nudos tienen muchos más usos bb y esta noche, los aprenderás todos—

—Ahora ya levántate —ordenó, con voz grave y autoritaria, mientras tiraba de la soga que mantenía ms muñecas atadas, forzándome a ponerme de pie.

Con las piernas temblorosas, apenas logre mantenerme erguida.

—Papa, por favor… —suplique, pero mi voz sonaba débil, como si ya supiera que las palabras no cambiarían nada.

Él no respondió. Me empujo sobre la mesa donde minutos antes habíamos cenado, empujándome con firmeza hasta que mi torso quedó sobre la superficie fría de la madera.

—Quietecita bb—murmuró, mientras comenzaba a atar mis tobillos a las patas de la mesa, separándolos lo suficiente para que no tuviera espacio para cerrar las piernas.

—¡No! ¡Detente! —grite, pero mi Padrastro solo sonrió, disfrutando de mi débil lucha.

—Las putitas calientes no hablan sin permiso —dijo, y antes de que pudiera responder, su mano se alzó y cayó con fuerza sobre mis sus nalgas, ahora desnudas, dejando una marca roja en mi piel.

El sonido de la nalgada resonó en la habitación, seguido por un gemido ahogado que apenas se escuchó. Pero no era solo de dolor. Algo en la forma en que mi cuerpo se arqueó, en cómo mi respiración se aceleró, le dijo a mi Padrastro que, aunque yo no quisiera admitirlo, cada azote, cada insulto, cada palabra humillante, me super excitaba más y más.

—Así me gusta —murmuró mi padrastro, pasando una mano por la zona enrojecida acariciándome las nalgas antes de continuar con su sádico trabajo.

Tomó otra soga, esta vez enredándola en mi largo cabello negro, tirando de él hacia atrás para atar el otro extremo a mis muñecas, forzándome a mantener la cabeza levantada, los senos erguidos. Ahora, ya no podía moverme, no podía esconder mi rostro lleno de vergüenza, por no poder esconder mi excitación, ya no podía hacer nada más que aceptar lo que él decidiera hacerme.

—Por favor papa, ya no—volví a suplicar, pero mi voz sonaba como diciendo, sigue, sigue, hazme tuya, hazme tu puta papi.

Mi padrastro tomo unas tijeras y rompió mi suéter, que ya, prácticamente era lo único que me cubría,  revelando poco a poco la piel debajo, dejando mis caderas y  nalgas al descubierto a su entera disposición.

Ahora, me encontraba completamente desnuda sobre la mesa, la piel erizada por el frío y la vergüenza, mi cuerpo totalmente expuesto sin piedad.

—Mírate… —susurró mi padrastro, pasando una mano por mi espalda y disfrutando mis nalgas—. Tan perfecta, tan puta, tan caliente, tan sumisa.

No respondí. Pero mi cuerpo hablaba por mí: el temblor de mis muslos, la humedad entre mis piernas, la forma en que mis senos se elevaban con cada respiración agitada…excitada

En eso, mi padrastro tomó la fusta y me empezó a golpear. Yo gritaba de dolor, suplicando que parara, que no me hiciera daño, eso dolía terriblemente.

—Voy a detenerme… —dijo, acariciando mi piel con el látigo, frotándome el sexo con el— cuando me pidas que te meta la verga.

No logre entender del todo, pero no tuve tiempo de pensar. El primer azote cayó, marcando su piel con una línea roja.

—¡Ah! —grite, arqueándome de dolo.

El segundo llegó inmediatamente después, luego el tercero, el cuarto… el no tenía prisa. Cada golpe era calculado, alternando entre mis nalgas, los muslos, la espalda.

Yo lloraba suplicante, pero entre los gemidos de dolor, había otros sonidos, pequeños jadeos que delataban mi excitación.

Para el azote número doce, las nalgas estaban enrojecidas, ardientes, pero también lo estaba el resto de mi cuerpo. Para el quince, los muslos temblaban incontrolablemente. Para el veinte, ya no gritaba, solo jadeaba, mi cuerpo empapado en sudor y placer.

Y entonces, en el azote número veintidós, cuando el dolor y el éxtasis se mezclaban en un límite indistinto, finalmente grite suplicando:

—¡Ya papa! ¡Por favor! ¡Ya métemela! ¡Cógeme, dame verga, lo necesito!

Al escuchar eso, mi padrastro detuvo el látigo en el aire, sonriendo.

—Eso es todo lo que tenías que decir putita —.

—Esto es lo que realmente querías, ¿verdad? —

Yo no respondí, pero el gemido que escapó de mis labios cuando los dedos de mi padrastro se deslizaron entre mis piernas rozando mi sexo, fue más elocuente que cualquier palabra. Estaba empapada, mi cuerpo me traicionaba, a pesar de la tremenda culpa y vergüenza que nublaba mi mente.

Mi padrastro no tenía prisa, sabia que mi mama regresaría ya muy tarde. Se desabrochó el pantalón con movimientos lentos, liberando su enorme erección, su gran verga palpitaba con una emisión que delataba años de fantasías reprimidas.

—¿Nerviosa? —preguntó, acariciando el interior de mis muslos mientras se posicionaba detrás de mí—. No deberías estarlo… después de todo, esto es lo que pediste.

Intente negar con la cabeza, pero la soga atada a su cabello le impedía moverla.

—No… no lo pedí… —susurré apenas, aunque mi voz sonaba quebrada, insegura.

Mi padrastro solo sonrió y, sin aviso, presionó la punta de su miembro contra mi entrada, disfrutando de cómo me se estremecía de excitación al contacto.

—Mentirosa —dijo, y con un empuje lento pero firme, comenzó a metérmela.

La sensación fue abrumadora para ambos. Yo estaba increíblemente ajustada, como si mi cuerpo nunca hubiera sido realmente explorado, y cada centímetro que mi padrastro me metía, era batalla entre la resistencia y la entrega.

—Dios… —jadeó él, cerrando los ojos por un momento—. Eres más estrecha de lo que imaginé.

—Mírame —ordenó—. Quiero ver tu cara mientras te lleno.

Yo obedecí, mis ojos brillando con lágrimas que no se atrevían a caer. Entonces el comenzó a moverse, retirándose casi por completo antes de hundirse de nuevo, cada embestida más profunda que la anterior.

—Así… así es como se siente un hombre de verdad —murmuró, agarrando sus caderas con fuerza—. No esos niños con los que salías.

Intente protestar, pero las palabras se convirtieron en un gemido cargado de excitación cuando mi padrastro toco un punto dentro de mí que hizo que mis piernas se estremecieran.

—¿Ves? —continuó él, acelerando el ritmo—. Tu cuerpo lo sabe. Ninguno de esos imbéciles te hizo sentir así, ¿verdad?

Eva negó con la cabeza, pero era inútil. Uno de mis ex novios había estado bien dotado, pero nunca me había hecho sentir esta mezcla de dolor, placer y vergüenza que ahora me consumía.

—No… —gemí ya más excitada, pero mi voz era apenas un susurro, que enorme placer me estaba provocando mi padrastro

Él se inclinó sobre mí, su aliento caliente en su oído.

—Dilo —exigió, clavándome más hondo—. Dime que nunca te han follado así.

Yo sacudí la cabeza negando, pero el no cedió.

—¡Dilo! —repitió, azotándome una nalga con la palma de la mano y acelerando las tremendas metidas de verga que me estaba dando y que hacían que se me salieran los jugos.

—¡No, nunca, nadie me ha dado verga de esta manera! —finalmente admití, con voz quebrada por el placer—. ¡Nunca nadie me había hecho sentir esto!

Mi padrastro solo gruñó satisfecho y redobló sus embestidas, ahora más rápidas, más duras. La mesa crujía bajo su peso, mi sexo salpicaba la mesa con cada movimiento.

—Por eso las putitas calientes como tú necesitan hombres como yo —dijo, hundiendo los dedos en la carne de mis nalgas—. Para enseñarles su lugar.

Yo ya no podía pensar. La culpa por estar disfrutándolo tanto, por estar siendo tomada por el esposo de mi madre, se mezclaba con el placer hasta volverse indistinguible. Cada empuje de su tremenda verga me llevaba cada vez más y más cerca del orgasmo, y aunque intente resistirme, mi cuerpo ya no aguantaba mas

—Papa, ¡¡ahhhh!!—gemí, con voz tan débil que apenas se escuchaba.

Él entendió. Con una mano, se deslizó entre mis piernas, encontrando mi clítoris hinchado y sensible, palpitando de éxtasis, de inmenso placer.

—Vamos, hija —murmuró, frotándome en círculos precisos—. Cómete toda mi verga como la buena puta que eres.

Esa fue la gota que derramó el vaso. Con un grito ahogado, llegue al clímax, mi cuerpo convulsionándose por la tremenda cogida de mi Padrastro, que no tardó en seguirme, derramándose dentro de mi viniéndose tremendo y lanzando un gruñido animal.

Por un momento, solo hubo silencio, roto por nuestras respiraciones agitadas.

—Eso… eso estuvo mal— murmure después, pero incluso mis palabras sonaban falsas, como si ni yo misma las creyera.

Todavía estando todita ensartada, mi padrastro solo se, sonrió.

—Pero no negaras que estuvo muy divertido, je je—.

Minutos después, mi padrastro con movimientos lentos y calculados, comenzó a desatar las cuerdas que me mantenían sujeta, liberando primero los tobillos, luego las muñecas, y finalmente el nudo que mantenía mi cabello tirante. Cada liberación era acompañada por un pequeño gemido, y cuerpo adolorido apenas respondía después de la intensidad de lo vivido.

—Levántate ya—me ordenó, su voz ahora más suave pero aún cargada de autoridad.

Obedecí en silencio, sintiendo cómo los muslos me temblaban como bambi al hacer contacto con el suelo frío. No hice ningún intento por cubrirme, a pesar de estar completamente desnuda, a pesar de sentir cómo los fluidos de mi padrastro se resbalaban por mis piernas.

Algo dentro de mi había cambiado, algo que ni siquiera yo entendía en ese momento.

—Ordena la mesa —dijo Pablo, señalando los platos rotos y los restos de comida esparcidos por el suelo—. Y limpia este desastre.

Obedecí sumisa, ya sin importarme casi nada. Cada movimiento me recordaba lo que acababa de suceder, cada pequeño dolor en las muñecas marcadas o en mis nalgas enrojecidas era un recordatorio de mi insólita sumisión. Seguí limpiando, sintiendo como si mi cuerpo ya no me perteneciera, algo me decía que desde ya, ahora le pertenecía a él.

Pablo la observó en silencio, cruzado de brazos, disfrutando de la vista de su hija, desnuda y vulnerable, cumpliendo sus órdenes sin cuestionarlas. Cuando terminó, se acercó a ella, colocando una mano bajo su mentón para levantar su rostro.

—Hoy has sido una buena chica —murmuró, antes de inclinarse y prenderse sus labios en un beso profundo, casi posesivo.

Yo permanecí quieta, sintiendo el sabor de su boca, un sabor que ya no me era ajeno ni desconocido.

—Ahora ve a descansar — me ordenó separándose de mi con una sonrisa—. Y quédate desnuda. No pregunte, simplemente obedecí y me marche a mi habitación sintiendo la mirada ardiente de mi macho, de mi amo, clavada en mis nalgas marcadas, con la humedad que aún brillaba entre mis piernas.

Ya a solas, enfurecida conmigo misma, solo me preguntaba repetidamente.

—¿Por qué? —susurraba escondiendo el rostro entre las manos—. ¿Por qué me gustó tanto?

Venta de contenido

[email protected]

58 Lecturas/14 agosto, 2025/0 Comentarios/por Melany
Etiquetas: hermano, hija, madre, mama, mayor, mayores, papa, sexo
Compartir esta entrada
  • Compartir en Facebook
  • Compartir en X
  • Share on X
  • Compartir en WhatsApp
  • Compartir por correo
Quizás te interese
Vacaciones inolvidables parte 03 (final)
Desvirginando a una niña de 13 años
Secretos húmedos con papa
Modelo de Webcam y Dos Niños Jóvencitos II
Mi gorda madre
El alcohol nos orillo a tener sexo
0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.

Buscar Relatos

Search Search

Categorías

  • Bisexual (1.162)
  • Dominación Hombres (3.551)
  • Dominación Mujeres (2.690)
  • Fantasías / Parodias (2.832)
  • Fetichismo (2.407)
  • Gays (21.008)
  • Heterosexual (7.502)
  • Incestos en Familia (16.959)
  • Infidelidad (4.188)
  • Intercambios / Trios (2.877)
  • Lesbiana (1.096)
  • Masturbacion Femenina (807)
  • Masturbacion Masculina (1.660)
  • Orgias (1.821)
  • Sado Bondage Hombre (419)
  • Sado Bondage Mujer (160)
  • Sexo con Madur@s (3.832)
  • Sexo Virtual (232)
  • Travestis / Transexuales (2.294)
  • Voyeur / Exhibicionismo (2.263)
  • Zoofilia Hombre (2.083)
  • Zoofilia Mujer (1.619)
© Copyright - Sexo Sin Tabues 3.0
  • Aviso Legal
  • Política de privacidad
  • Normas de la Comunidad
  • Contáctanos
Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba Desplazarse hacia arriba