Mi Pequeña Sofía – Parte 6
Una fiesta de cumpleaños muy especial.
Pronto sería el cumpleaños de mi pequeña. Estaba ya en el último año del colegio, llevaba muy buenas notas en todas las materias y realmente ameritaba darle un buen regalo. No quería que fuese algo solamente material esta vez; sabiendo lo que ella me había contado aquella vez en que expresó abiertamente todas las fantasías que deseaba experimentar, tenía en mente regalarle una experiencia que jamás iba a olvidar.
Estando a poco más de una semana y media del cumpleaños de Sofía, decidí ir al centro de la ciudad, más precisamente al sex shop, para comprarle algo. Luego, al volver a casa, abrí mi laptop, busqué una página web de anuncios personales y redacté lo siguiente:
«Una fiesta de cumpleaños muy especial.
Si deseas participar en un cumpleaños muy especial y cumples con los requisitos que están detallados a continuación, por favor envíame un mensaje por privado a través de esta página:
– Hombre de entre 30 y 50 años de edad, de mente muy abierta, morboso, pervertido, sin prejuicios ni tabúes; de buena presencia (enviar foto), estéril, con exámenes médicos máximo de una semana de antigüedad, sobre todo exámenes de sangre para prevención de ETS.
Escríbeme para saber más detalles.»
Estuve revisando las respuestas a ese anuncio varias veces al día, todos los días antes del cumpleaños de Sofía. Varios hombres me habían escrito, pero no todos contaban con los requisitos. La búsqueda fue intensa, pero resultó como esperaba.
Había llegado el día, un domingo de Septiembre. El clima estaba perfecto: cielo despejado, totalmente azul, temperatura de unos veintiséis grados centígrados, y las aves anunciaban una maravillosa jornada. Cerca de las ocho de la mañana, fui hasta la habitación de Sofía, quien dormía plácidamente.
La noche anterior sólo habíamos visto una película, cenamos y cada quien se había ido a dormir a su habitación, aún cuando ella insistió varias veces en querer que pasáramos la noche teniendo sexo. Le había dicho que estaba muy cansado y que prefería dormir, aunque en realidad quería aguantarme las ganas para darle la sorpresa al día siguiente.
– Buenos días, preciosa – le susurré a Sofía, dándole luego un beso en la mejilla, – feliz cumpleaños -. Mi hija se desperezó y respondió: – buenos días, papi, muchas gracias pero, ¿por qué me despiertas tan temprano? -. Decidí adelantarle un poco el día que le esperaba: – Es que tengo preparadas unas sorpresas para ti, bebé – y continué: – No preguntes más por ahora, sólo necesito que te des una buena ducha; iremos a varios lugares hoy -. Noté que Sofía contuvo su impulso por preguntar más. Le dije que me avisara apenas se terminara de duchar y me fui a la cocina.
Pasaron unos minutos, cuando escuché la voz de mi hija proveniente desde su habitación: – ¡Papi, ya terminé de ducharme! -. Dejé listo el desayuno y subí hasta su habitación, llevando una bolsita con algo adentro. Sofía había dejado la puerta abierta así que sólo entré, encontrándola desnuda y seleccionando la ropa que se iba a poner. Me senté al borde de la cama, sin dejar de admirar su joven y esbelto cuerpo de niña. – Ven un momento – le dije, dándole golpecitos a la cama con mi mano. Ella cerró el clóset y, con una sonrisa de oreja a oreja, se subió rápidamente a su cama, ubicándose a mi lado. – Toma, ábrelo – le indiqué tras entregarle la bolsita con su regalo. Dio una risita de la emoción que tenía, y sacó de la bolsita una caja blanca, sin etiquetas ni marca alguna. Al abrirla, encontró un objeto pequeño con forma de óvalo color fucsia , algo más grande que el huevo de codorniz, y otro objeto que tenía botones.
– ¿Para qué sirve esto, papi? – preguntó intrigada. – Esto es un vibrador a control remoto – le expliqué – Sirve para estimular tu área genital, y sólo quien tiene el control remoto puede hacerlo vibrar a la intensidad que lo desee -. Ella respondió: – ¡es genial, papi, muchas gracias! – dijo, abrazándome muy fuerte – ya quiero probarlo. Tomé el control remoto y me lo guardé diciendo: – lo sé, bebé, pero tendrás que ser paciente. Además, yo tendré el control, así que por ahora sólo quiero que hagas lo siguiente: toma suficiente lubricante e introduce el vibrador en tu vagina, y no te lo vayas a quitar a menos que yo te lo ordene, ¿está claro? -. Visiblemente emocionada, respondió: – sí, papi, haré lo que órdenes -. Me levanté de la cama y le dije: – ok, bebé, apenas termines baja a desayunar, y no olvides de llevar tu bikini -. Luego de darle las instrucciones, bajé y esperé a que Sofía se colocara el vibrador y se vistiera para desayunar.
Mi pequeña había bajado de la habitación y se había sentado conmigo en el comedor para desayunar. Llevaba puesto un top negro corto a modo de brasier, un suéter blanco corto con botones que dejaba ver discretamente su ombligo, una falda a cuadros blancos y negros apenas unos cuantos centímetros por debajo de sus nalgas, tenis blancos y medias negras con dos rayas blancas en la parte superior. Además, llevaba una pequeña mochila negra, donde seguramente llevaba su bikini y algún que otro objeto personal. Tras haber terminado de desayunar, nos subimos al auto y nos dirigimos hacia la ciudad.
Como de costumbre, Sofía me acompañaba en el asiento de copiloto, y levantaba los pies, apoyando los tenis sobre el tablero del auto. – Sofi, ¿qué es lo que te digo cuando pones los pies sobre el tablero del auto? – le pregunté, con paciencia y amor, a lo que ella respondió: – que los baje porque si no, dejaré rayas en el tablero -. Ella estaba sonriente, tratando de jugar conmigo. – Así es, bebé, así que bájalos, por favor – le ordené con calma. Ella me siguió mirando sonriente y me dijo en tono desafiante a la vez que juguetón: – ¿Y si no quiero? ¿qué harás conmigo, papi? -. No respondí inmediatamente, sino que, en silencio, llevé mi mano al bolsillo y, sin quitarla, la moví para poder coger algo que llevaba ahí. De repente, Sofía dio un gemido y tembló por una fracción de segundo, sorprendida, bajando los pies del tablero en un instante, pues no sabía que el vibrador en su vagina se iba a activar de pronto cuando presioné el botón del control remoto que llevaba en mi bolsillo. Ella abrió bien grande la boca y los ojos, expresando sorpresa, mirándome sin decir nada. – Así es, bebé, así se siente tu nuevo regalo, y sólo yo lo activaré cuando quiera – la miré sonriente y a la vez, con un leve gesto autoritario. Sofía dio una risita algo nerviosa, porque sabía lo que le esperaría a lo largo del día.
Primero visitamos el centro comercial, paseando por tiendas de ropa donde ella eligió diferentes prendas: tops, chaquetas, faldas, shorts cortos, leggings, y ropa interior muy sugerente. Mientras estaba en el vestier probándose la ropa, yo activaba el vibrador por momentos, y podía escuchar a mi hija dando gemidos cortos, a veces sin tener tiempo de poder taparse la boca. Algunas personas miraban hacia la puerta del vestier donde estaba Sofía, preguntándose qué le ocurriría. Incluso una de las empleadas de la tienda se acercó a la puerta y le preguntó si estaba todo bien; mi hija sólo le dijo que sí, que tenía un poco de resfriado pero que estaba bien.
Continuamos paseando por el centro comercial, tomándonos de la mano mientras llevábamos las bolsas con ropa nueva. Ella quiso ir a la sala de videojuegos, donde además había carritos chocones. Fuimos a jugar un rato, y, al igual que en la tienda de ropa, yo le activaba el vibrador cuando menos lo esperaba. Era gracioso, divertido y a la vez excitante, ver cómo mi pequeña tenía esos temblores repentinos, presionando su entrepierna con sus muslos y tratando de contener sus gemidos, ya sea estando parada jugando en esas máquinas de videojuegos o en los carritos chocones. Cada vez que lo sentía vibrar, ella me buscaba con la mirada, sonriendo y a veces mirándome como si me pidiera que me detuviera. A veces, presionaba el botón del control remoto por varios segundos, tal como lo hice cuando ella se montó en esa estructura con forma de motocicleta en un videojuego de carreras. Allí, ella se inclinó sobre la motocicleta, presionando sus piernas alrededor del asiento, haciendo un esfuerzo enorme para contener su excitación. Adoraba tener el control sobre mi hija.
Cerca de la una de la tarde, fuimos a comer hamburguesas, y para entonces la dejé descansar de los súbitos impulsos del vibrador. De allí nos fuimos a una playa cercana. Yo me eché sobre una reposera, quedando sólo en shorts, mientras que mi pequeña, tras haberse puesto su bikini color verde agua muy bonito y sexy, fue corriendo a la parte baja de la playa para mojarse hasta la cintura y jugar con una pelota de playa, cerca de otras niñas. Cada tanto, le activaba el vibrador y me encantaba ver sus expresiones. Una de las niñas que estaba cerca de ella parece haberse acercado para preguntarle si le pasaba algo, pero al parecer, mi hija le contestó algo que fue suficiente para hacer que no le prestara atención a lo que le pasaba a su cuerpo, como cuando alguien explica que tiene tics o movimientos involuntarios por alguna condición o enfermedad. La niña pareció no darle relevancia a los movimientos impulsivos de Sofía; por el contrario, segundos después, las vi jugando en el agua con la pelota de playa. Sofía estuvo todo el rato tratando de aguantarse los gemidos mientras jugaba en la playa.
El sol se estaba ocultando y, ya cansada de tanto jugar, mi hija se echó sobre mí, abrazándome y descansando. No pude evitarlo, y mientras la abrazaba yo también, mantuve el vibrador activado por intervalos de un minuto. Ella temblaba y respiraba entrecortadamente, dando suaves gemidos. Cualquiera que nos hubiera visto al pasar, habría pensado que mi hija sólo tenía frío por tanto tiempo que estuvo en el agua.
Al caer la noche, nos subimos al auto y conduje hasta la zona norte de la ciudad. Llegamos a una zona de bodegas, de esas que se alquilan por un tiempo determinado para guardar cualquier cosa. Era una zona bastante oscura y totalmente solitaria. Para prepararla, le dije a Sofía que debía colocarle una venda en los ojos. Emocionada, ella obedeció. Conduje unos cuantos metros más hasta llegar a una bodega, y fuera de ella había algunas motos y autos parqueados. Ambos bajamos del auto, y guié a Sofía por un pasillo entre dos bodegas. Abrí la puerta de una de ellas, y llevé a la pequeña hacia adentro, cerrando la puerta con llave detrás de mí.
Una suave música de jazz a volumen moderado ambientaba el interior de la bodega, iluminada con apenas una lámpara en el centro, dejando todo alrededor en penumbras. Debajo de la lámpara sólo se vislumbraba una camilla de enfermería. llevé a Sofía hasta la camilla, la levanté e hice que se sentara en el borde. – Papi, ¿qué..? – comenzó a preguntar con mucha intriga, pero le dije «shhh» suavemente para que no continuara preguntando. – ¿Confías en mí, preciosa? – le pregunté, con un tono calmado, y ella dijo: – Sí, papi -. Le di un suave beso en sus pequeños labios y comencé a desvestirla. Primero le quité el suéter, luego continué con su falda, sus tenis y sus medias, para después terminar con su top negro y sus panties, dejándola completamente desnuda. La ayudé a acostarse en la camilla, abrí sus piernas y le quité el vibrador de su ya mojada vagina. Me fui alejando lentamente para ubicarme en las penumbras de la bodega, dejando sola a Sofía en el medio, bajo la lámpara.
De entre las penumbras, salió un grupo de doce hombres de diversos aspectos: piel negra piel blanca, cabellos rubios, café o negro, todos de buen cuerpo, aunque no necesariamente musculosos. Con sus penes erectos, se acercaron y rodearon la camilla donde estaba Sofía, y entre murmullos, sus manos, bocas y penes comenzaron a rozar cada parte de su pequeño cuerpo. Aunque perpleja al sentir la presencia de varios desconocidos, ella no tardó en relajarse y dejar que todo fluyera. Dos de los sujetos se habían acercado directamente a sus incipientes pechos y comenzaron a chuparlos y a lamerlos. Otros dos, tomaron las piernas de mi hija y, manteniéndolas abiertas, las sobaron con sus manos y penes. Uno de ellos se ubicó sin demora delante de Sofía, inclinó su cara sobre su entrepierna y comenzó a lamer sus flujos. Dos hombres más acercaron tanto sus penes a la mejilla de mi pequeña, quien seguía con los ojos vendados. Al sentir esos cálidos miembros, Sofía sostuvo cada uno con una mano y comenzó a sobarlos, mientras gemía por aquel hombre que se estaba deleitando con su pequeña vulva. Poco después, llevó uno de esos penes a su boca y lo chupó con ganas, para luego ir cambiando hacia el otro pene cercano.
Mientras los hombres ya estaban disfrutando del cálido y sensual cuerpecito de mi hija, yo me había desnudado, había tomado mi celular y comenzado a filmar tan lujuriosa escena. Además de la música suave, el ambiente se llenó de murmullos y gemidos masculinos, a veces con frases o palabras que lograban entenderse, como por ejemplo «pequeña puta» o «te gusta ser fornicada por nosotros, ¿cierto?». El gemido de mi pequeña comenzó a distinguirse cuando dejó de chupar penes, al sentir que uno de los hombres había comenzado a penetrarla, mientras los demás seguían tocando cada parte de su cuerpo y se masturbaban a su alrededor. Los hombres iban turnándose para penetrarla y tocarla, y el indicador de cambio de turno era cuando cada uno lograba darle un orgasmo.
Luego del quinto orgasmo, Sofía se quitó las vendas, dejándolas alrededor de su cuello. Se excitó más al ver la cantidad de hombres mayores que estaban allí para darle placer. Miró a cada uno de ellos con intensa lujuria, hasta que uno de los sujetos la hizo a un lado, se acostó en su lugar y le ordenó que lo montara. Ella, con toda obediencia, se subió sobre ese hombre grandote, metió su pene en su vagina y comenzó a subir y a bajar. Otro sujeto se ubicó detrás de Sofía, hizo que se inclinara sobre el sujeto que estaba debajo de ella, para ponerla en posición de perrito. Tras lubricar bien su miembro, ese sujeto fue metiéndolo poco a poco en el ano de mi pequeña, quien ya estaba volando de placer. Varios de los que estaban alrededor se amontonaron para hacer que ella les chupara el pene a cada uno, mientras recibía doble penetración. La niña tuvo su sexto orgasmo al poco tiempo, y los demás hombres fueron cambiando de lugar para penetrarla también.
Era una escena demasiado sucia y pervertida. Una pequeña de su edad siendo usada por varios hombres para obtener placer era una cinta digna del mejor porno amateur. Noté que mi hija estaba llegando a un estado de agotamiento de tantos orgasmos que había tenido, así que les ordené a todos los hombres que me dejaran espacio delante de ella y se ubicaran a su alrededor, dándole el celular a uno de ellos para que nos filmara. Todo se desarrolló en un tiempo de aproximadamente una hora, y en el tramo final de la orgía, penetré a mi hija con tantas ganas delante de esos hombres, que en su agotamiento encontró el decimotercer orgasmo, acompañado por el gruñido de todos los sujetos que comenzaron a eyacular sobre su cuerpo, llenándola de semen por todos lados, mientras que yo había llenado su vagina.
Ella se quedó acostada en la camilla por un rato, jadeando y con los ojos cerrados. Tras una señal mía, los hombres volvieron a desaparecer entre la penumbra, donde se vistieron y se fueron pronto, dejándonos solos a mí y a mi hija. Terminé de filmar con mucho detalle el cuerpo embardunado de Sofía. Ver a mi hija cumpliendo su fantasía de tener sexo con varios hombres al mismo tiempo me excitó demasiado, y verla allí, desnuda, jadeante, con algunas marcas en su cuerpo, usada, hasta ultrajada, abrió en mí un perverso placer que no pensé que tendría hasta ese momento.
Mi sueño que papa me lo regalara amos 8 años
Si hubiera sido tu papá, te hubiera hecho este regalo.
Una intensa experiencia, de verdad que es excitante pensar que un padre puede entregar a su hija al placer de otros hombres.
Sí, es demasiado excitante e intenso.