Mi primer levante en la calle
volver a sentir un hombre detrás de mí era una sensación especial, aunque parezca raro me generaba cierta seguridad y placer, sentí sus besos en mis nalgas, las abrió, lleno de saliva mi ano y arrimó su pene duro iniciando una muy suave penetración.
Yo rondaba los 28 años, usaba ropa femenina cuando podía, alguna vez compraba algo, no importaba de donde provenía, pero sentía una necesidad de hacerlo cada tanto, he escondido ropa y desechado muchas veces, pero el sexo con hombres se acabó por otros tres años aquella vez.
No salía a cazar, pero digamos que mis radares estaban siempre prendidos. Fue así que un día, haciendo un trabajo en el centro de la ciudad tengo que ir a comprar unos materiales a una zona un poco más alejada, al salir del negocio pasa un hombre apenas más grande que yo y me mira fijamente, quizás tenía cierto porte afeminado, pero nada que sea demasiado evidente, me subí al auto y miré qué hacía, él también me miró, fue entonces cuando decidí seguirlo despacio desde la distancia, obvio que se dio cuenta que lo hacía y las dos cuadras que nos llevaron hasta su pensión fueron de adrenalina pura que retornaba a mí para iniciar un nuevo camino, el intercambio de miradas constantes lo hizo demostrar una posición pasiva que me atraía aún más, digamos que se le notaba que era puto ahora, y eso me atrajo especialmente. Entró a la pensión y yo paré el auto unos pocos metros más atrás, expectante, viendo que haría ese morocho atractivo; y se asomó hasta la puerta, me vio e hizo una seña con la cabeza que respondí igual al mismo tiempo que bajaba del auto con mi corazón casi taquicárdico, por primera vez levantaba un desconocido en la calle e iba a tener sexo.
Sólo lo seguí por el pasillo hasta su habitación, entré, cerró la puerta con llave detrás de mí y me preguntó mi nombre y yo el suyo, se acercó y nos besamos, al principio fueron suaves como viendo la reacción del otro, pero casi de inmediato nos apasionamos más aún y nuestra ropa desapareció como por arte de magia encontrándonos en su cama desnudos reconociendo nuestros cuerpos con las caricias sobre la piel caliente. Él totalmente lampiño y de piel oscura olía a hombre cuidado y deseoso de otro hombre, yo peludo de piel muy blanca olía a sexo y eso lo calentaba mucho según veía, ya que ni hablábamos, gemíamos pasión, chupé sus pezones, mi lengua recorrió su cuerpo y pubis, tragué un pene duro y grande, sus huevos eran deliciosos y enseguida entregó su cola que empecé a saborear; con el ano abierto, me rogó que lo penetre, obvio que lo hice, despacio, como buscando aceptación en cada centímetro que ingresaba en él, hasta que mi cuerpo acarició sus nalgas y entonces inicié un rítmico bombeo que lo hacía gemir de forma que nos deben haber escuchado los vecinos, y al cabo de unos pocos minutos me llevó derecho a explotar y derramar mi semen en su interior; ahí me quedé, encima suyo, besando su espalda, acariciando su piel excitante, sintiéndolo. No sé cuanto tiempo estuvimos así, no mucho, quizás apenas un minuto, pero para mí fue un momento imborrable; me senté al borde de la cama:
– ¿Te gustó? ¿Estás bien? Preguntó delicadamente
-Sí, la verdad que lo pasé muy bien.
-Bárbaro, porque me gustaría que vuelvas. Dijo mientras me acariciaba lo que hizo que yo también lo haga con él e iniciamos un nuevo franeleo, abrazos y besos de lengua que calentaban a cualquiera nos llevaron a acostarnos y esta vez quien exponía la cola era yo; volver a sentir un hombre detrás de mí era una sensación especial, aunque parezca raro me generaba cierta seguridad y placer, sentí sus besos en mis nalgas, las abrió, lleno de saliva mi ano y arrimó su pene duro iniciando una muy suave penetración mientras alababa mi cuerpo y lo bien que me entregaba al sexo, cuando sentí su pubis sobre mis glúteos con un “¡¡¡así!!!” le di el visto bueno para que me bombee con ganas, no creo que haya pasado más de 10 minutos hasta que sentí su semen en mi cola, pero era tanto que se derramaba por mi raja hacia los huevos. Él se recostó encima de mí y besaba mi cuello:
-Hacía mucho que no acababa en una hermosa cola como la tuya, sos muy bueno, me gustás.
-A mí también me gustó mucho, volveré seguro. ¿A qué te dedicás?
-Enfermero, tengo muchos días libres.
Entonces nos levantamos, nos cambiamos y me acompañó hasta la puerta, al subir al auto nos miramos y con un delicado movimiento de cabeza nos saludamos sabiendo que pronto nos veríamos.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!