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Bisexual, Dominación Hombres, Gays

Mi primo Josué y yo en nuestras experiencias de adolescencia (PT2)

Está historia es de como yo y un primo siendo adolescentes de 15 y 14 años, tuvimos sexo y nos volvimos adictos..
Qué onda, plebes.

Aquí ando otra vez, de regreso para seguir con el relato de mi primo. La vez pasada solo les conté los primeros tres encuentros, pero hoy vengo a contarles otros más y así nos iremos por partes.
Si no han leído la parte uno, vayan a leerla.
https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/gays/mi-primo-josue-y-yo-en-nuestras-experiencias-de-adolescencia/
Varios de ustedes también me han preguntado sobre si está historia es real o me la estoy imaginando JAJAJA, y la verdad es que pues es real, es 100% real.
La verdad no es como que yo tenga una mente tan grande y me este imaginando una historia con tantos detalles como lo estoy haciendo.
Yo sé que pues, cualquiera pueden pensar que es fake ya que es una historia muy hot y llena de muchas escenas sexuales y chidas.
Así que para responderles esa duda, SI es real y cada cosa que les conté y estoy a punto de contar han pasado en realidad.
También me percate de que sin querer, en el anterior tuve varias faltas de ortografía y mandé el relato sin separar los textos, lo cual, les pido una disculpa.
Trataré de ponerme más atento con las faltas ortográficas y separar los textos para que no se pierdan y lo entiendan mejor, así que, sin decir más, aya vamos.
Después del último encuentro en la fiesta de cumpleaños de mi tía, ocurrió el cuarto a la semana siguiente.
Era domingo y mi familia ese día acostumbraban a juntarse en casa de mi tío para pasar el día conviviendo en familia.
Ah eso de la 1 de la tarde yo y mis papás llegamos a la casa y todos mis tíos, tias y primos incluyendo a Josué ya se encontraban ahí.
Pasamos y saludamos, llegué a dónde estaba mi primo Josué y subimos a la habitación de otro de nuestros primos para irnos a poner un short ya que íbamos a ir al río a refrescarnos un rato, era tiempo de lluvias por lo que el río acostumbraba a llevar más agua, por ende estaba más profundo y mi primo y yo aprovechabamos para ir a disfrutar unas cuantas horas.
Mientras nos cambiábamos, el roce de nuestros brazos, sudorosos por el calor, me ponía la piel chinita.
Cada vez que Josué se inclinaba pa’ quitarse la ropa, su respiración pesada me llegaba como un golpe, haciéndome sentir un cosquilleo que no podía ignorar. Hablábamos de pendejadas, pero yo notaba cómo me echaba miradas de reojo, con esos ojos que decían más de lo que su boca soltaba.
Era como si los dos supiéramos que algo se estaba cocinando, aunque ninguno lo decía.
Estando ya listos, decidimos salir por la puerta trasera de la casa, conteniendo las risas pa’ que ningún primo nos cachara.
Si se daban cuenta de que íbamos al río, seguro se querían apuntar, y eso no estaba en el plan.
Queríamos estar solos.
Salimos en silencio, con esa adrenalina de hacer algo a escondidas, como si el plan del río escondiera algo más, algo que los dos sentíamos pero no nombrábamos.
Yo tenía claro que este rol al río no iba a ser como las veces que íbamos con los demás primos, a echarnos clavados y cotorrear.
No, esto era diferente.
Había un fuego en el aire, como si el pretexto de “vamos a bañarnos” fuera solo la carnada pa’ estar solos.
No sabía si buscábamos el agua fría o solo la oportunidad de perdernos juntos.
Josué y yo teníamos un lugar chido, bien escondido entre peñascos, matorrales y árboles que hacían casi imposible que alguien nos encontrara.
Con las lluvias recientes, el río estaba crecido, y la gente evitaba ir, así que era el spot perfecto pa’ hacer lo que quisiéramos sin pedos.
Nos quitamos las playeras y los tenis, quedándonos en shorts, cotorreando de cualquier cosa pa’ disimular la emoción que nos traía.
Pero las bromas se fueron poniendo físicas: jalones de cabeza, fingiendo ahogarnos, abrazos para hundirnos juntos en el agua.
Los juegos empezaron a sentirse distintos, cargados de una tensión que no decíamos, pero que los dos entendíamos clarito.
Seguimos con esos juegos un buen rato.
Hasta que de pronto todo cambió.
Nos quedamos quietos en el agua, frente a frente, con el río corriendo suave a nuestro alrededor.
Nos miramos a los ojos, y esos segundos de silencio se sintieron eternos, un poco incómodos, pero con un fuego que me hacía latir el corazón a mil.
Sabía que algo estaba a punto de romperse.
Sin pensarlo mucho, me lancé contra él, chocando nuestros pechos con fuerza, mis brazos rodeando sus hombros y cuello.
Lo agarré por la espalda y lo hundí bajo el agua, riendo, pero con el pulso acelerado. Cuando emergimos, todavía riendo, limpiándome el agua de los ojos, bajé la guardia.
Josué aprovechó y se me vino encima, dándome la vuelta pa’ abrazarme por detrás.
Su verga, dura bajo los shorts mojados, se pegó a mi culo, y el contacto me prendió como gasolina.
Intenté zafarme, agarrándole la verga y los huevos con fuerza, apretando pa’ que me soltara, pero el cabrón me apretó más, como si quisiera tenerme ahí para siempre.
Eché las manos para atrás, buscando sus costillas para hacerle cosquillas, y logré safarme.
Pero no me quedé quieto: me lancé de nuevo, agarrándolo entre la verga y el ombligo, jalándolo hacia mí con fuerza.
Mi verga, ya parada, se apretó contra su culo, y empecé a moverme, simulando que se la metía, con un vaivén lento pero firme. Josué no se resistió; al contrario, se dejó llevar, girando la cabeza pa’ mirarme con una sonrisa de “sigue, wey”.
Me calenté tanto que mi verga estaba a reventar.
Le dije, con la voz medio cortada: “Salgamos del agua, wey, vamos a la casita esa que armamos.”
Él asintió, con esa mirada de que ya sabe lo que viene.
Salimos del río, empapados, y nos fuimos a la casita de palos y ramas que habíamos hecho antes, un refugio chido entre la vegetación.
Antes de entrar, checamos que no hubiera moros en la costa, porque aunque el lugar era escondido, el nervio de que alguien nos cachara seguía ahí.
Entramos, y sin decir nada, nos quitamos los shorts y los bóxers, dejándolos colgados en un tronco.
Me senté encima de la ropa pa’ no sentir la madera rasposa, y Josué se hincó frente a mí.
Agarró mi verga con una mano, jalándola despacito, mientras me miraba fijo a los ojos, como retándome.
Luego, lento, acercó su boca a la punta, rozándola apenas, hasta que la cubrió por completo con un calor húmedo que me hizo cerrar los ojos.
Agarró mis huevos con suavidad, y empezó a mamar, lento pero con tanta saliva que todo resbalaba.
Yo nomás me recargué en una rama, dejando que el placer me llevara, gimiendo bajito pa’ no hacer ruido.
Josué aceleró, chupando más rápido, y con los dedos llenos de saliva, empezó a acariciarme los pezones, mandando chispas por todo mi cuerpo.
Agarré su cabeza con las dos manos, empujándolo pa’ que se la metiera más profundo, hasta que sentí la punta de mi verga rozar su garganta.
Soltó un quejido, medio ahogado, y se apartó pa’ respirar, riéndose un poco.
Pero volvió a meterse mi verga en la boca, mamando con una intensidad que me tenía al borde de venirme.
Después de un rato, cuando ya estaba a punto pero no me había venido, me levanté.
 — Sientate wey — le dije.
Y él se sentó en el tronco.
Me hincé frente a él, agarrando su verga con una mano, jalándola mientras con la otra le acariciaba el abdomen, duro por el fut.
Me incliné y le chupé un huevo, jugando con la lengua, y vi cómo se le ponía la piel chinita.
Después de unos minutos, me decidí, me metí su verga en la boca, empezando por la cabecita, lamiendo de un lado a otro, mirando cómo Josué cerraba los ojos de puro gusto.
Poco a poco, me la fui metiendo entera, centímetro por centímetro, hasta llegar a sus huevos.
Jugué con ellos un rato más, chupando y lamiendo, antes de volver a su verga, mamando más rápido mientras con la mano jalaba pa’ dejar la punta bien expuesta.
Me encantaba sentir su cabecita en mi lengua, suave y caliente.
Los dos estábamos a nada de explotar.
Me aparté de su verga, y nos pusimos de pie, juntando nuestras vergas.
Nos la jalamos juntos, con las manos resbalosas.
Nos acariciábamos el abdomen, el cuello, las piernas, hasta rozarnos el culo, riendo bajito.
Cuando llegó el momento, juntamos nuestras vergas y acabamos, con la leche de los dos mezclándose, caliente y pegajosa, cubriéndonos la verga.
Fue una pinche locura ver eso, y los dos seguíamos aún muy calientes.
— ¿Otra, wey? — le dije.
Con una sonrisa.
Josué acepto, y nos sentamos otra vez en el tronco.
Yo agarré su verga, y él la mía, y empezamos a jalarnos, con nuestras manos resbalosas por la leche de los dos.
Nos jalábamos rápido, con la mezcla de saliva haciendo todo más intenso.
Cuando volvimos a acabar, con más chorros que nos dejaron hechos un desastre.
Nos quedamos jugando un rato con la leche, riéndonos, y al final, como si fuera lo más normal, probamos un poco cada uno, él la mía, yo la suya, con risas de;
“qué pinche loco está esto”.
Antes de salir, nos limpiamos comiéndonos la leche mutuamente, riendo como pendejos por el momento.
Nos pusimos los shorts y los bóxers, y volvimos al río pa’ echarnos un clavado y disimular.
Jugamos un rato más, como si nada, y luego nos fuimos de regreso a la casa de mi tío, con el corazón todavía acelerado y una sonrisa de primos que saben que la neta se queda entre ellos.
Más tarde, eran como las ocho de la noche y seguíamos en la casa de mi tío, con el ambiente bien prendido.
Los tíos, incluido mi papá, estaban en el patio tomando algo de alcohol y jugando baraja.
Mientras, mi mamá y las tías andaban adentro jugando lotería, con risas que se oían hasta afuera.
El aire olía a tierra húmeda y a corral, típico en los ranchos después de la lluvia.
Josué, yo y los demás primos nos lanzamos al patio trasero pa’ jugar a las escondidas.
Estaba tan oscuro que apenas se veía, y el lugar era perfecto, el tío tenía un rancho más o menos grande, con gallinas, cabras, caballos, vacas, borregos, toros y hasta patos.
Había un chingo de rincones pa’ esconderse.
Corrales, montones de paja y árboles. Hicimos el sorteo para ver quién contaba, y por pura suerte, Josué y yo nos salvamos. Mientras los primos corrían a esconderse entre los corrales, nosotros nos fuimos a una esquina bien oscura, detrás de los borregos, donde la luz de los postes no llegaba.
Había una barda de piedras grandes y unos árboles que hacían el lugar como una cueva secreta.
Nos sentamos en unas rocas, callados, tratando de escuchar si alguien se acercaba para salvarnos.
Nos asomábamos por los lados de la barda, pero la pinche oscuridad era tan densa que no se veía ni madres.
Todo parecía tranqui, como si fuéramos los únicos en el mundo.
Volvimos a sentarnos, pero esta vez más cerca, yo un poco más arriba en la roca, con mis piernas en short a la altura de sus manos.
El silencio estaba pesado, pero se sentía un calor en el aire, como si los dos supiéramos que algo iba a pasar.
De repente, Josué empezó a hacerla de pedo, acariciándome las piernas.
Metió una mano por debajo de mi short, rozándome las nalgas con los dedos, y yo me cagué de risa porque me hacía cosquillas.
Le di un madrazo en el hombro, susurrando:
— Parale cabrón, nos van a encontrar —.
Pero la neta es que no quería que parara.
Él se calmó un segundo, sacó su iPhone y se puso a ver unos videos, recargando la cabeza en mis piernas, justo donde mi verga empezaba a despertar.
No dije nada, solo lo miraba, y por puro impulso, mezcla de cariño y calentura, empecé a rascarle el pelo suave.
Él reaccionó al instante, subiendo la mano otra vez por mi pierna, desde las rodillas hasta arriba, apretando con esa intención que no disimula nada.
Me prendí como lumbre.
Mi verga se puso dura, y Josué lo sintió, porque su cabeza estaba justo ahí.
Se levantó apagó el celular, lo guardó en el short, y me jaló del brazo pa’ que me levantará.
Me puse de pie, y sin decir nada, se acercó y empezó a lamerme el cuello, lento, con la lengua caliente rozándome la piel.
Yo nomás lo abracé, cerrando los ojos, dejando que el wey tomara el control.
La calentura me ganó: bajé las manos a su culo, agarrando sus glúteos con fuerza, dándoles nalgadas suaves pero firmes.
Nos separamos un segundo, y le hice una seña para que se recargara en la barda.
Él obedeció, pegando las manos y el pecho a las rocas, dándome la espalda con ese culo que se veía perfecto en la oscuridad. Me acerqué, me hincé, y le bajé el short y el bóxer de un jalón, dejando sus glúteos al descubierto, blancos y suaves bajo la poca luz.
Agarré cada nalga con las manos, dándoles pequeños golpes que resonaban bajito, y me acerqué hasta que mis labios tocaron su piel.
Empecé con mordidas suaves, saboreando cada centímetro, y luego, con las manos, abrí su culo pa’ que mi lengua llegara a su ano.
El calor y el olor me volvieron loco; mi boca se llenó de saliva, y empecé a lamer como si no hubiera mañana, metiendo la cara entre sus glúteos, con la nariz y la lengua perdidas en él.
Josué dejó escapar un gemido bajito, y eso me prendió más, haciéndome lamer más rápido, abriendo su culo con las manos para ir más profundo.
Estuvimos así un buen rato, con él gimiendo quedito y yo perdido en el placer, hasta que escuchamos gritos lejanos. Habían encontrado a todos los primos y solo faltábamos nosotros.
En la siguiente ronda, nos volvimos a salvar de contar, y corrimos como viles al mismo rincón oscuro.
Apenas llegamos, Josué se puso frente a mí, con esa mirada de:
“ya sabes qué sigue”.
Se agachó, bajándome el short y el bóxer hasta las rodillas, y sin pedos, agarró mi verga con las dos manos, jalándola suave, de arriba pa’ abajo, hasta que se me puso dura como fierro.
Acercó su boca con una calma que me hacía hervir la sangre.
Pero siguió chupando, con la lengua dando vueltas que me ponían al mil.
Yo estaba tan caliente que no aguanté: con las dos manos le agarré la cabeza y empujé, metiéndosela entera.
Él no dijo ni madres, solo se dejó, recibiendo cada embate mientras mis huevos chocaban en su barbilla.
Intenté no gemir fuerte, porque el miedo a que los primos nos cacharan estaba ahí, mezclado con el placer cabrón de sentir mi verga rozar su garganta.
Cada movimiento era puro fuego, y el nervio de que alguien apareciera lo hacía más intenso.
No aguanté mucho. La presión me ganó, y le dije:
“Para wey, párate.”
Saqué mi verga de su boca, y él se levantó, pero no soltó: empezó a jalármela con la mano, resbalosa por la saliva, mientras apoyábamos nuestras frentes, hombro contra hombro, jadeando como si hubiéramos corrido.
El sonido de su mano, el calor de su aliento en mi cara, y el olor a corral alrededor nos tenían en otro mundo.
Me vine rápido, con tres chorros que le dejaron la mano empapada.
Y eso, fue lo último que paso es día, pero…
A la semana siguiente, había partido de fut a las ocho de la noche, pero yo, bien prevenido, quise llegar con tiempo pa’ no andar corriendo como loco a última hora. Me lancé al parque deportivo como a las siete, con el cielo todavía nublado.
Me fui directo a la cancha, pensando que iba a ser el único wey ahí, porque, pues, faltaba una pinche hora pa’l partido.
Bajé a las gradas esas que están medio hundidas, como cueva, sin poner mucha atención, y de pronto, ¡zas! Ahí estaba mi primo.
Nos saludamos chocando las manos como siempre, con un “qué rollo wey”.
Me senté a su lado, y empezamos a platicar.
Todo para no quedarnos callados, nomás echando el palique.
Pero en una de esas, mi primo, el muy cabrón, cambió el rollo.
Sacó el tema sexual, como si nada. Mientras hablaba, su mano se fue deslizando, sobándome la pierna, lento, como si estuviera midiendo hasta dónde podía llegar.
Sus dedos apretaban suavecito, subiendo cada vez más, y el calor no ayudaba, porque ya sentía un cosquilleo cabrón en todo el cuerpo.
Yo, que traía la calentura a mil, no puse ni un pedo de resistencia.
Me recosté contra la pared de las gradas, con el concreto frío en la nuca, y le clavé una mirada con una sonrisa.
Y sin decir ni madres, puse mi mano en su pierna, apretándole el muslo, pero los dos sabíamos que el ambiente ya estaba cargado de calor.
Mis dedos se clavaron un poco, sintiendo el calor de su piel bajo los shorts, y el wey nomás me siguió el juego, con esa cara de “vamos a ver quién se raja primero”.
Yo, con la voz medio ronca, le solté:
— Y entonces, ¿qué quieres hacer, wey? —.
Josué, con esa sonrisa que siempre trae, me contestó:
— Pues al chile, no sé wey, ¿Y tú? —.
— Pos no sé, wey, pero hagamos lo que tú quieras — le dije giñandole un ojo.
Como retándolo a que se aventara el tiro.
Él se rió.
— ¿Y si nos la jalamos aquí, o qué? Total, podemos estar al tiro por si viene alguien y paramos para que no nos cachen, jajaja. —
—Arre, pues, we — le contesté.
Y en un segundo, los dos nos bajamos los shorts hasta las rodillas, con el corazón a mil y el nervio de que cualquier compa podía aparecer por las gradas.
Pero ese miedo nomás hacía que el momento se sintiera más cabrón.
Los shorts nos colgaban en las rodillas, y el aire fresco de la noche empezó a pegarnos en la piel, pero el calor que traíamos nosotros era otra onda.
Estábamos sentados en las gradas, medio escondidos por la sombra de la barda, con el corazón a mil por el miedo a que algún compa apareciera y nos cachara en plena paja.
Josué me miró con esa sonrisa repetitiva, y sin decir nada, agarró mi verga con una mano, jalándola despacito, como si quisiera hacerme rogar.
Yo no me quedé atrás.
Le agarré la suya, dura como fierro, y empecé a jalar con el mismo ritmo, sintiendo cómo se tensaba bajo mis dedos.
El sonido de nuestras manos, resbalosas por el poco sudor, se mezclaba con el zumbido de los grillos y el eco lejano de los carros en la calle.
Cada jalón era un reto, como si estuviéramos jugando a ver quién aguantaba más, pero la neta es que los dos estábamos al borde.
De repente, escuchamos unas voces a lo lejos, como si los compas ya estuvieran llegando al parque.
— Para, wey, ahí vienen — le susurré.
Con el pulso a todo lo que da, pero Josué, no me soltó.
Al contrario, aceleró diciendo:
— Me vale verga, que se chinguen, nomás no hagas ruido pendejo —.
Y siguió jalando, ahora más rápido, con la mano resbalosa por el sudor.
Yo intentaba estar al tiro, mirando hacia la entrada de las gradas, pero el placer me nublaba.
Mi verga estaba a reventar, y cada movimiento suyo me hacía apretar los dientes pa’ no gemir como loco.
— Nmms wey, nos van a encontrar — le dije entre dientes.
Pero la verdad es que el nervio de que alguien apareciera me prendía más.
Él se rió bajito, y sin soltarme, se acercó más, hasta que nuestras frentes casi se tocaban.
— Si nos descubren, tú les explicas we — me dijo.
 Y antes de que pudiera contestar, me dio un jalón más firme que me hizo cerrar los ojos.
Sentía su aliento caliente en mi cara, y el olor a perfume de su desodorante.
No aguanté más.
— Wey, ya — le dije.
Y él, con esa sonrisa de siempre, aceleró hasta que me vine, soltando chorros que cayeron en las gradas, con un ruido que sonó más fuerte de lo que quería.
Me temblaban las piernas, pero no había tiempo para descansar.
— Tú siguele we — me dijo.
 Y me puse a jalarle la suya, rápido, con la mano todavía resbalosa.
Josué se recargó en la barda, mordiéndose el labio pa’ no hacer ruido, y en unos segundos se vino también, con un gemido ahogado que casi me hace reír.
Nos subimos rápido los shorts, justo cuando las voces de los demás se oyeron más cerca.
Nosotros nos miramos, riendonos, con el corazón todavía acelerado.
Nos acomodamos como si nada, y salimos a la cancha, fingiendo que habíamos estado platicando nomás.
Pero esa mirada que nos echamos el uno al otro.
A mitad del partido, el calor estaba cañón, con el sudor pegándonos la playera al cuerpo.
Josué y yo nos echábamos miradas disimuladas de vez en cuando.
Cada vez que nuestros ojos se cruzaban, era como si el resto del mundo se apagara, era pura lujuria, con una sonrisita de:
“tú sabes qué rollo we”.
De repente, en una de esas, él se levantaba la playera, fingiendo limpiarse el sudor de la frente, dejando ver ese abdomen marcado que me hacía apretar los puños.
Yo le seguía el juego, subiéndome la mía, como quien no quiere la cosa, enseñándole el ombligo, la orilla del boxer y un poco más, mientras le guiñaba un ojo.
Los demás no cachaban nada, demasiado ocupados corriendo detrás del balón.
Cuando se acabó el partido, todos estábamos sudados.
Como siempre, nos juntamos en bolita al lado de la cancha, en el pasto, pa’ quitarnos el calor.
Era tradición sacarnos la playera, aventarla a un lado y platicar mientras descansábamos.
Ahí, entre risas y demás, Josué y yo aprovechábamos para darnos unas nalgadas, como si fuera parte de la conversación entre compas.
— Pinche perro, corres más rápido — le decía yo.
Dándole un buen manazo en el culo, y él se reía, devolviéndome otro que resonaba más de lo normal.
Los demás solo se reían, pensando que era puro joteo, pero nosotros sabíamos que cada toque era una chispa que amenazaba con prender todo.
Mientras los compas seguían platicando.
Josué me hizo una seña con la cabeza, como diciendo «sígueme we”.
Disimulando, se levantó y dijo que iba por agua al puesto de la entrada del parque.
Yo me hice el desentendido y lo seguí, diciendo que también iría a comprar algo para beber.
Nos alejamos de la bolita, caminando hacia una esquina del parque donde había un montón de árboles y unas bancas viejas, medio escondidas por la oscuridad.
El aire olía todavía a tierra mojada y pasto cortado, y el ruido de nuestros amigos se iba desvaneciendo.
Nos sentamos en una banca, todavía sin playera, con el sudor brillando en la piel bajo la poca luz tenue de un poste alejado.
— ¿Qué wey, ¿ya te cansaste o qué? — me dijo.
Con esa sonrisa que me volvía loco JAJAJA.
Pero antes de que contestara, se acercó más, hasta que nuestros muslos se rozaron.
— No mames culero, aquí no — le susurre.
Mirando pa’ todos lados, pero mi cuerpo ya estaba respondiendo.
Él se rió bajito y puso su mano en mi pierna, subiendo despacito por el short, rozándome la piel con los dedos.
— Nadie nos ve, pinche miedoso — me dijo.
Y sin darme chance, se inclinó y me dio un lamido rápido en el cuello, justo donde el sudor se juntaba.
Me puso la piel chinita, y mi verga empezó a despertar en dos segundos.
Yo no me quedé atrás.
Le agarré el culo con una mano, apretando fuerte, y le dije:
— Si nos cachan, tú explicarás ahora wey —
El se rió, pero no se apartó.
Nos quedamos ahí, tocándonos en la penumbra, con las manos explorando, rozando piel sudorosa.
Él me jaló la verga por encima del short, y yo hice lo mismo, sintiendo cómo se ponía dura.
— Muevete wey, rápido — me susurró.
Y los dos nos metimos la mano dentro de los shorts, jalándonos con fuerza, con el corazón a mil por el riesgo.
El sonido de nuestras manos y nuestras respiraciones agitadas se mezclaba con el eco lejano de nuestros amigos, carros y las demás personas que estaban en los alrededores en las otras canchas.
Nos vinimos casi al mismo tiempo, con un par de chorros que cayeron en el pasto, riéndonos bajito mientras tratábamos de no hacer ruido.
Nos limpiamos como pudimos, subiéndonos los shorts.
— Pinche loco we, nmms jajaja — le dije dándole un pequeño empujón en el hombro.
Y él me devolvió otro, diciéndome en el oído: «esto no se acaba aquí primito».
Y volvimos con los demás como si nada.
Ya como a las 10, cada quien jaló pa su casa.
Yo me fui con mi carnal, todavía con el cuerpo eléctrico por lo de las gradas, pensando en Josué.
Ya me había terminado de bañar y estaba tirado en mi cama, revisando el cel, cuando a eso de las 11:50 me cayó un mensaje suyo:
— Wey, lánzate a la casa. Mi jefa está en el turno de noche, estoy solo —.
Mi corazón dio un brinco, y sin pensarlo dos veces, me puse un short, una playera negra de tirantes y salí, diciéndole a mi mamá que me quedaría a dormir con Josué.
Caminé rápido, con la adrenalina a tope.
Llegué a la casa de mi tía.
Toqué, y él me abrió a los segundos, en pants y sin playera, con el pelo revuelto ya que apenas se había terminado de bañar.
— Pásale wey, no hagas tanto ruido — me dijo, y me jaló pa’ dentro, cerrando la puerta rápido.
La casa estaba oscura, solo con una lámpara prendida en la sala, y el silencio se sentía pesado, como si el lugar estuviera esperando lo que íbamos a hacer.
Me llevó a su habitación, que olía a su perfume y a ropa recién lavada, con una cama deshecha y el aire acondicionado prendido junto con la tele en la cual tenía música.
— ¿Qué we, listo para los otros rounds? — me dijo.
Sentándose en la cama y abriendo las piernas, con el pants marcándole todo.
Yo me reí, pero la neta es que ya estaba prendido.
Me quité la playera y me senté a su lado, tan cerca que nuestros muslos se rozaban.
— Tú dime pa, ¿hasta dónde le vas a llegar? — le contesté.
Y él no perdió tiempo.
Se acercó y me dio un beso en la boca.
Yo le agarré el culo por encima del pants, apretando fuerte, y él soltó un gemido bajito que me hizo perder la cabeza.
Nos dejamos de pendejadas y nos quitamos la ropa en un segundo, quedándonos en pelotas, con el aire acondicionado echándonos aire fresco que no servía de nada contra el calor que traíamos.
Josué me empujó pa’ que me recostara en la cama, y se puso encima, con las rodillas a los lados de mis caderas.
— A ver qué tan hombre eres, we — me dijo.
Y empezó a frotar su verga contra la mía, lento, como si quisiera torturarme.
El roce era una pinche locura, piel contra piel.
Le agarré los glúteos con las dos manos, abriéndolos un poco, y metí un dedo pa’ rozarle la raya, sintiendo cómo se tensaba y gemía bajito.
Se inclinó pa’ chuparme el pecho, lo que me hizo arquear la espalda del puro placer.
Yo no me quedé atrás.
Lo jalé pa’ que se sentara en mi pecho, con su verga justo frente a mi cara.
Agarré sus huevos con una mano, jugando con ellos, mientras con la lengua le lamía la punta, lento, saboreando cada centímetro. Él se agarró del respaldo de la cama, gimiendo quedito, y empezó a mover las caderas pa’ metérmela más.
— Chúpala bien, we — me dijo.
Con la voz rasposa, y yo obedecí, metiéndomela entera, sintiendo cómo llegaba al fondo de mi garganta.
La saliva me chorreaba, y el calor de su cuerpo me tenía loco.
Después de un rato, cambiamos de posición.
— acuéstate we — le dije.
Y él se recostó, con las piernas abiertas, invitándome.
Me puse entre sus muslos, y empecé a lamerle el culo, abriendo sus glúteos con las manos pa’ meterme más.
Mi lengua se deslizaba por su ano, caliente y suave, y Josué gemía más fuerte, apretando las sábanas.
— No mames we, siguele así — me dijo.
Y yo no paré, lamiendo y chupando hasta que él estaba temblando.
Luego, me subí encima, y nos pusimos a frotarnos las vergas otra vez, pero esta vez más rápido, con las manos resbalosas por la saliva.
— Dale más we — me dijo.
Me puse detrás de él, y con un poco de saliva, empecé a rozar mi verga contra su culo, sin meterla, solo jugando, sintiendo cómo se abría para mí.
— ¿Te animas de nuevo we? — le dije.
Yo estaba detrás de él, con mi verga dura rozando su culo, moviéndome lento.
Josué se empujaba contra mí, con las manos en las caderas, como pidiéndome más, y su respiración agitada me tenía al borde.
— Dale we — me dijo.
— ¿Quieres que te la meta de verdad, cabrón? — le pregunté con la voz temblando de calentura.
Él asintió, con los ojos brillándole.
Escupí en mi mano, mojé mi verga para que resbalara chido, y con cuidado, empecé a empujar contra su ano, lento, sintiendo cómo se abría pa’ mí.
Josué soltó un gemido profundo, agarrándose de las sábanas con fuerza, y yo me detuve un segundo para checar que estuviera bien.
— ¿Neta que si quieres wey? — le pregunté.
Y él se rió, medio jadeando:
— No mames, métela ya pendejo y deja de preguntar —.
Empujé más, y mi verga se deslizó dentro, caliente, apretado, una sensación que me hizo cerrar los ojos y apretar los dientes. Empecé a moverme, despacito al principio, con las manos clavadas en sus caderas, sintiendo cómo su culo me envolvía por completo.
Él gemía más fuerte, empujándose contra mí, y el sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con la música que teníamos en la TV, y el olor a sexo que llenaba el cuarto.
Nos dejamos llevar por completo.
 — Acuéstate boca abajo — le dije.
Y él se acostó en la cama, con el culo en pompa, invitándome a seguir.
Me puse encima, metiéndosela de nuevo, ahora más profundo, con un ritmo que nos tenía a los dos jadeando como locos.
Le mordí el cuello, dejando marcas que seguro iba a tener que tapar después, y él se arqueaba.
Cambiamos de posición: lo puse de lado, como cuchara, levantándole una pierna para entrar desde otro ángulo.
Le agarré la verga con una mano, jalándola al ritmo de mis empujones, mientras con la otra le acariciaba el pecho, pellizcándole un pezón hasta que gimió más fuerte.
Yo aceleré, metiéndosela con más fuerza, sintiendo cómo su cuerpo temblaba con cada embestida.
Nos pusimos más calientes.
Lo jalé pa’ que se sentara encima de mí, de frente, con sus rodillas a los lados de mis caderas.
Me lo cogí desde abajo, con él moviéndose como si estuviera montando un caballo.
Su verga rebotaba contra mi abdomen, y yo lo agarraba del culo, abriéndolo para metérsela más profundo.
Él se inclinó y me chupó el cuello, mordiéndome suave, y yo le di una nalgada que resonó en el cuarto.
— pégame más we — me dijo.
Riéndose, y le di otra, más fuerte, mientras seguíamos cogiendo, con el sudor pegándonos como si fuéramos uno solo. Luego, lo puse en cuatro, con las manos en la cama, y volví a metérsela, esta vez más rápido, con las caderas chocando contra su culo.
Le lamí la espalda, saboreando el sudor salado, y él gemía.
Hicimos una pausa para no acabar tan rápido.
— Chúpamela wey — le dije.
Y él se hincó frente a mí, metiéndose mi verga en la boca con una hambre que me hizo ver estrellas.
Su lengua jugaba con la punta, lamiendo en círculos, mientras sus manos me apretaban los huevos, haciéndome gemir. “
— Sii we, así, que chido se siente — le dije.
Y él se rió, metiéndosela hasta la garganta, con la saliva chorreando por todos lados. Luego cambiamos, me hincé yo, y le di una mamada que lo dejó temblando.
Empecé chupándole los huevos, lamiendo lento, y luego subí a la cabecita, metiéndomela entera mientras le metía un dedo en el culo, suave, sintiendo cómo se tensaba y gemía.
— No mames we, qué chido — me dijo.
Volvimos a la cama, y esta vez lo puse contra la cabecera de la cama, con una pierna levantada en mi rodilla para darme más acceso.
Me lo cogí, con mi pecho pegado a su espalda, metiéndosela profundo mientras le jalaba la verga con una mano.
Él se apoyaba gimiendo en pausas.
El cuarto olía a nosotros, a sudor y sexo, y cada embestida era como un pinche incendio.
Luego, nos tiramos al suelo, con él boca arriba y las piernas abiertas.
Me lo cogí mirándolo a los ojos, con su verga dura rebotando contra su abdomen. Yo le di con todo, metiéndosela hasta el fondo, sintiendo cómo su cuerpo se rendía a mí.
Estuvimos cogiendo un chingo de tiempo, cambiando posiciones como si no hubiera un pinche mañana: él encima, yo detrás, de lado, en cuatro, de pie, en la cama, en el suelo.
Cada vez que uno estaba a punto, parábamos para alargar el tiempo, tocándonos, lamiéndonos, mordiéndonos y besándonos de vez en cuando.
En una, lo puse boca abajo otra vez, pero ahora con una almohada bajo sus caderas para levantarle el culo.
Me lo cogí lento, saboreando cada empujón, mientras le acariciaba la espalda empujándose contra mí.
Al final, nos pusimos frente a frente, sentados en la cama, juntando nuestras vergas pa’ jalarnos juntos, como en esos videos que nos poníancalientes.
Nos acariciábamos el pecho, el culo, el cuello, hasta que explotamos, con chorros que nos dejaron manchados.
Estábamos tan calientes que seguimos.
Nos acostamos de lado, uno frente al otro, y nos jalamos otra vez, lento, con las manos resbalosas por la leche.
Yo le chupé un pezón, bajé a lamerle el abdomen, y él me escupió en la verga.
Nos vinimos otra vez, con menos chorros, pero igual de intenso, jugando con la leche.
Al final, nos limpiamos con una sábana, todavía hablando bajito.
Nos tiramos en la cama, agotados, pero con una pinche sonrisa que no se nos quitaba.
Josué me jaló para que me pegara a él, y nos quedamos abrazados, con mi pecho contra su espalda, sintiendo su calor y su respiración tranquila.
Sabíamos que mi tía no llegaba hasta el otro día, nos metimos a bañar y así nos dormimos, pegados, con el corazón todavía acelerado y el rollo entre nosotros más vivo que nunca.
Y esto fue todo por hoy, espero les haya gustado.
Luego regresare nuevamente para seguir con la parte 3.
Y nuevamente, les dejo mis redes sociales por si alguno de ustedes quiere escribirme para conversar y conocernos estaría bien.
Twitter: @elcuazito_2009
Tiktok: @dlnn_077
Correo electrónico: [email protected]
Nos vemos en la próxima plebes✌🏻
349 Lecturas/19 septiembre, 2025/8 Comentarios/por Ysrael_beltrann15
Etiquetas: amigos, cogiendo, culo, cumpleaños, gays, primito, primos, sexo
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8 comentarios
  1. rivercapo2 Dice:
    20 septiembre, 2025 en 5:26 am

    hola amigo yo jugaba en un club lombardo de Culiacán Sinaloa donde pase buenos momentos con algún compañerito de futbol y un entrenador, en tu relato se ve que es muy real porque asi pasan las cosas sin exgerar

    Accede para responder
    • Ysrael_beltrann15 Dice:
      27 septiembre, 2025 en 6:20 pm

      Ahuevo we JAJAJA, si está chido la neta, y si es real we como tú dices, no exagero ni nada, todo paso como lo conte…

  2. x_Elias_17 Dice:
    20 septiembre, 2025 en 10:11 am

    como sigue?

    Accede para responder
    • Ysrael_beltrann15 Dice:
      27 septiembre, 2025 en 6:21 pm

      Pronto si es que estoy motivado, les subo la parte 3 bro ✌🏻

  3. DanteXL Dice:
    20 septiembre, 2025 en 12:58 pm

    Gran relato

    Accede para responder
    • Ysrael_beltrann15 Dice:
      27 septiembre, 2025 en 6:22 pm

      Gracias 🫡

  4. P4J3R0_4L3J0 Dice:
    20 septiembre, 2025 en 3:51 pm

    Yo esperaba que acabarás dentro de tu primo, y él dentro tuyo, es lo único que le faltaba a la historia para que sea perfecta.

    Accede para responder
    • Ysrael_beltrann15 Dice:
      27 septiembre, 2025 en 6:23 pm

      Si estaría bien verdad?
      Pero eso no pasó we, por eso no lo agregue, yo conté todo lo que pasó.

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