Mi primo y yo, desde los 13 años. Final parte I
Qué, ¿Enserio creyeron que nunca habría continuación?.
El mar tiene un aroma muy característico; se siente salado y un poco áspero. Si está en calma, un suave dejo de marisco se cuela por todos los espacios de la casa. En cambio, cuando está agitado y las olas rompen salvajes en la orilla ahuyentando a los turistas, la humedad viaja por el aire inundando todo a su paso con la sensación más fresca que uno pudiera imaginar. Cuando desperté a la mañana siguiente, no podía distinguir ni el fresco del mar ni el suave marisco. La fragancia dulce y embriagante de Diego estaba por todos lados, y a mi lado, abrazado sobre mi abdomen y con su cabeza en mi pecho, este dormía profundamente. Lo tenía nuevamente junto a mí y cuando fui consciente de tan grande privilegio, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Sentía una mezcla extraña entre emoción y ansiedad. Sabía que nuevamente el tiempo sería limitado y quería que esa misma mañana el tiempo fuera suficiente para hacer todo lo que no pudimos la última vez, todo lo que no podríamos cuando tuviera que volver a dejarme. Quería congelar el tiempo, guardarlo en una botella y solo cuando estuviera listo para dejar de sentir ese dulce aroma cada mañana, liberarlo. Cuando mis ojos se humedecieron, caí en cuenta de que estaba fallando a lo que yo mismo me había prometido: la próxima vez, dejaría de pensar en todo eso, dejaría el miedo de lado y disfrutaría al máximo cada segundo con Diego.
Apoye mi mejilla sobre sus cabellos mientras dibujaba pequeños círculos con la punta de mis dedos en su rostro. Su piel era tersa, suave, sin ningún vello. Quizás era lo más cercano a acariciar una inmensa nube contenida en su rostro pequeño. Diego arrugó la nariz un par de veces, movió la cabeza un poco y se llevó por reflejo la palma de su mano abierta a la cara, dándose un golpe sonoro.
• Auh – su voz era suave, un poco ronca. Alzó la mirada y vio mi mano aún acariciando su mejilla, luego me miró a mí y nuevamente la mano – Pensé que tenía una araña o algo — dijo soltando una risilla. Me reí con él mientras se acurrucaba aún más en mí.
• Perdón por despertarte — respondí, subiendo mi mano para ahora acariciar sus cabellos. Diego guardó silencio, disfrutando de los mimos. Cuando pasó un rato prudente y pensaba que ya se había vuelto a dormir, se incorporó sobre uno de sus brazos y comenzó a darme suaves besos en el abdomen, mientras intercambiabamos miradas bobas. Los besos fueron bajando poco a poco hasta llegar al elástico de mi ropa interior, donde se detuvo. — ¿No crees que es muy temprano? — dije intentando sonar serio — me miraba con el ceño fruncido pero con una expresión divertida en el rostro. Se encogió de hombros cuando vio que no di marcha atrás de mi decisión.
• No creo que sea muy temprano para unos besos, ¿No? — tenía una sonrisa hermosa.
• Nunca lo es — le respondí mientras acercaba mi rostro al suyo. Cuando nuestros labios se juntaron sentí un calor que me recorrió todo el cuerpo de manera instantánea. Podía estar la vida entera besando a Diego.
Ya entrado el mediodía bajamos a la playa junto a los adultos. Llevamos un balón de fútbol y paletas de tenis de madera para jugar. La tarde pasó en un abrir y cerrar de ojos y cuando nos dimos cuenta el sol ya se había comenzado a esconder. Mientras todos tomaban lugar para presenciar la espectacular puesta de sol, encontré la mirada de Diego y supe que al igual que yo, recordaba los atardeceres que vimos juntos en nuestra roca, refugiados y con el sol como único testigo de nuestras calenturas y mimos el verano pasado. Le sonreí y el a mí.
Llegó la noche, la cena y por fin la hora de dormir. Ambos nos acostamos solo en bóxer pese a que no hacía tanto calor. Conversamos un rato mirando al techo. Su mano derecha y mi mano izquierda estaban entrelazadas y se movían al ritmo de la charla. A veces acariciaba su palma y el la mía, o pellizcaba suavemente el dorso de sus dedos y el repetía el mismo movimiento.
Me incorporé de lado, Diego hizo lo propio quedando frente a frente y su rostro a escasos centímetros. No sé cuánto tiempo nos estuvimos mirando en silencio. Disfrutaba de su presencia y su compañía era todo lo que necesitaba en ese momento. Poco a poco la pesadez en sus párpados se convirtió en sueño y cayó dormido. Cuando pasó un rato, susurré.
• Diego — seguía inmóvil — Diego — insistí un poco más alto y tocando su brazo suavemente. Diego solo se revolvió sobre sí mismo para quedar esta vez boca arriba con los labios entreabiertos. Su respiración era pausada y profunda. Su abdomen se contraía mientras que su pecho subía y bajaba con cada inhalación. Contemplé unos minutos si perfil iluminado tenuemente. Sus labios rosa que siempre parecían húmedos, el cabello azabache, revuelto y salvaje, sus largas pestañas y su pequeña nariz… ¿Cómo podía existir tanta belleza?. Apoyado sobre mi antebrazo me acerqué a su rostro. Podía sentir su aliento cálido y fresco. Cerré los ojos y disfruté de ese calor que me brindaba aún sin tocarlo. Instintivamente acerqué mi rostro un poco más hasta que nuestros labios estuvieron juntos. Comencé a besar suavemente su labio superior mientras sentía como la calidez de su boca inundaba la mía. Era una sensación diferente a cualquier otra. Si acariciar su rostro se sentía como acariciar una nube, entonces sus labios eran como besar una. Comencé a besarlo con más intención. Diego despertaba aquello en mi; podía contemplar su ternura durante horas, días si fuese necesario, pero en algún punto no podría contener el deseo que todo en el me provocaba. Quería estar dentro suyo y sentirlo en mi interior a la vez. Estaba enamorado de su fragancia y del néctar que me regalaba el clímax de nuestro sexo. Cada rincón de su cuerpo era tan bello y contemplable como una pieza de museo, como la pieza mas valiosa de la colección más cara…
El movimiento de sus labios me sacó del trance. Seguía con los ojos cerrados pero aumentaba la intensidad del beso a cada segundo. Nuestras lenguas se encontraron y como si fuera una suerte de señal, mis manos comenzaron a buscar su cuerpo. Diego abrió sus ojos lentamente mientras mi mano se dirigía rauda a su entrepierna. Deslicé suavemente mis dedos sobre su abdomen, bajando el ritmo en los surcos de sus cuadritos. Una mano de Diego ahora sostenía mi rostro mientras sus caderas comenzaron un vaivén instintivo, subiendo y bajando al ritmo de mis caricias. Llegué a su pubis donde me encontré con una suave mata de vellos. Dejé mi mano quieta unos segundos, la retiré y comencé a acariciar su miembro por sobre el bóxer. Se sentía más largo y ancho y emanaba mucho calor. Una gota de humedad había aparecido y se hacía cada vez más acuosa. El vaivén de sus caderas aumentaba y solo se detenía cuando separábamos nuestros labios en busca de aliento. Ya en la tercera ronda de besos y caricias, mientras acariciaba el perfecto dibujo de su erección sobre la tela, de arriba a abajo, el cuerpo de Diego comenzó a contraerse. Supe lo que significaba e intensifiqué las caricias. Sentí cómo quiso detenerme y presioné con más fuerza mis labios sobre los suyos. Abrí los ojos solo para encontrarme con los suyos, suplicantes. Seguí en mi faena hasta que sus caderas quedaron suspendidas en el aire por dos segundos y, mientras cerraba los ojos con fuerza y sus gemidos se ahogaban en mi garganta, empapó su ropa interior de semen. Una corrida larga y contundente. En solo unos segundos la tela se había mojado por completo, y el líquido se sentía viscoso y caliente. Entonces liberé a Diego del beso. Su respiración era profunda y rápida. Su rostro estaba rojo y su mirada clavada en el techo. Sentí en mi mano como su erección se contraía.
– Que vergüenza — dijo de pronto, llevándose las manos a la cara – ¿Por qué me haces esto? — el tono de su voz realmente reflejaba vergüenza.
– A mí me ha encantado — respondí. Y era verdad. Estaba tan empalmado que sentía que mi boxer reventaría en cualquier momento. Diego solo negaba con la cabeza y el rostro aún cubierto. En ese instante se me ocurrió una idea; una guarrada, pero algo me llamaba a hacerlo. Bajé mi rostro a la altura de su entrepierna y tomé el elástico de sus ropas. Sentí inmediatamente el líquido en su pubis.
– ¿Q-que haces? — preguntó Diego con los ojos abiertos como plato. No le dí tiempo a pensar más y bajé por completo la tela, dejando al descubierto su miembro flácido bañado de su propia leche. La imagen me encendió y un calor extraño en mi pecho comenzó a invadir todo mi cuerpo. Diego volvió a echar la cabeza atrás, muerto de vergüenza al leer mis intenciones, pero sin oponer resistencia. El líquido aún se sentía tibio cuando mis labios hicieron contacto con su piel. Su cuerpo se estremeció cuando mi lengua recogió con gusto aquello que empapaba su intimidad. Su sabor dulce me tenía en la nubes y continué mi labor ahora en su miembro, aún dormido. Lo metí entero en mi boca y succionando con fuerza, en solo unos segundos, ya estaba completamente limpio. Entonces bajé el pellejito que cubría su glande para dejar al descubierto ese color rosa que me encantaba. Apenas mi lengua acarició el orificio de su glande, su cuerpo tembló a la vez que se le escapaba un gemido sonoro. No me importó si alguien hubiera escuchado y volví a hacerlo. Esta vez Diego se había puesto las manos sobre la boca, ahogando su placer. Su cabeza estaba cubierta de una capa brillante y húmeda que, de manera lujuriosa, comencé a limpiar con mi lengua. Diego solo gemía mientras su cuerpo se encorvaba de placer con cada lamida. Cuando fue suficiente, bajé a sus testículo. Me metía uno y luego el otro mientras en mi mano sentía cómo Diego se volvía a empalmar. Volví a su miembro y me lo metí por completo a la boca. Nuevamente un sonoro gemido ahogado. Cuando estuvo completamente erecto pude sentir como tocaba mi garganta, provocándome arcadas que contuve. Escurría saliba por la comisura de mis labios y sentía que me faltaba un poco de aire, pero continué. Las manos de Diego se reposaron por detrás de mi nunca y comenzó a guiar el ritmo de la felación. Al ver que no opuse resistencia a sus estocadas, una versión distinta de el apareció y tomando con fuerza mis cabellos, comenzó a embestir mi boca hasta sentir mis labios en su pubis y testículos. Yo estaba en trance, en éxtasis total y dejé que Diego hiciera lo que quisiera. Un ligero chapoteo era todo el ruido que se oía. El ritmo se volvió frenético, anunciando que en pocos segundos se correría por segunda vez. Me apresuré a levantar una de sus piernas y usando su sudor como único lubricante, introduje mi dedo índice en su cavidad. Un quejido de dolor se escapó de su boca, lo miré asustado pero se mordía el labio inferior, gustoso mientras sentía el calor y la presión de su interior en mi dedo. Las embestidas continuaron y me atreví con un segundo dedo. Esta vez sí le había dolido enserio y en respuesta apretó con más fuerza mis cabellos. Sentí el pase libre y tan rápido y fuerte como el enterraba su miembro hasta el fondo de mi garganta, yo penetraba su estrecho ano con dos dedos. Era una dinámica un poco masoquista, pero que nos tenía a ambos en el paraíso. De pronto vino la contracción; mis dedos asfixiados por sus paredes mientras chorros y chorros de leche espesa y caliente llenaban mi boca. Tenía los ojos llorosos y sin poder aguantar más comencé a toser. Solo entonces Diego aflojó el agarre permitiendome respirar. Me había tragado casi todo lo que me regaló y solo los últimos dos chorros cayeron sobre su abdomen. Mis dedos salieron de su interior mientras su erección comenzaba a disminuir. No me importó verificar si alguien había despertado por el ruido. La garganta me dolía. Sentía los labios hinchados y la boca dormida. Eso no se iba a quedar así. Sin dejarlo recuperar el aliento me puse de rodillas y me dirigí a su culo. Diego ya casi no tenía fuerzas así que levanté sus caderas y con mis pulgares abrí su trasero para dejar al descubierto su agujero que estaba ligeramente rojo y un poco hinchado. Al parecer no había sido tan gentil con los dedos. Palpitaba pidiendo atención y mi lengua comenzó a explorar el interior de mi compañero mientras este apenas podía mantener los ojos abiertos. Gemía casi sin fuerzas, apretaba las sábanas con las manos y se las llevaba a la boca para ahogar el placer. Cuando ya sentí que estaba bastante dilatado, me incorporé y tomé el resto de corrida que yacía en su abdomen, lo dirigí a su entrada y luego acomodé la cabeza de mi miembro, haciendo presión. Había olvidado cómo se sentía. Esa calidez, la manera en que apretaba… Carajo. Solo me detuve cuando sentí mis testículos chocar con su trasero. La cara de Diego era indescifrable; había dolor, pero sin duda la exitación era más grande. Tenía los ojos cerrados y los apretaba con fuerza mientras yo comenzaba a meter y sacar despacio. Solo le di unos segundos para que se acostumbrara y entonces comencé a bombear con fuerza, aumentando el ritmo cada vez, recordando cómo había embestido mi boca unos minutos atrás. Lo besé en los labios ahogando sus quejidos y gemidos. Diego respondía el beso, pero ya casi sin energía. Era un milagro que siguiera despierto después de correrse dos veces seguidas. La electricidad recorrió mi abdomen y supe que me correría pronto. Escuchaba el chapoteo de nuestros cuerpos furiosos. Buscaba llegar aún más adentro de Diego como si fuera posible hacerlo y sin avisarle, me corrí en su interior. No sé cuantos chorros fueron, pero los suficientes para sentir como su intestino estaba lleno del líquido viscoso y caliente. Mi pene comenzó a desincharse en su interior y entonces caí rendido a su lado. Mi cuerpo ya no aguantaba más y observé cómo Diego caía presa del sueño y el agotamiento, cerrando sus ojos. En solo segundos dormía profundamente. Aproveché el momento para tomar unas toallas húmedas y limpiar su cuerpo. Primero su abdomen, luego su miembro flácido que pese al contacto, esta vez no volvió a reaccionar y por último su culo, que chorreaba bastante leche y… ¿Sangre? Carajo. Abrí los ojos grandes, asustado y con intenciones de despertar a Diego, pero no habría caso en intentarlo siquiera. Con mucho cuidado seguí limpiando la zona hasta que ya no ví más manchas. Me volvió el alma al cuerpo y pude respirar tranquilo, aunque seguramente el pobre despertaría adolorido en la mañana. Le puse el bóxer y no pude evitar acariciar unos segundos el bulto apetitoso que se dibujaba sobre la tela, aunque sin respuesta. Le di un beso en los labios, lo acomodé de medio lado, y lo abracé por la cintura. Estuve unos minutos acariciando su cuerpo caliente, mientras sentía su respiración profunda y pausada. Y así, con su culo suave y tibio presionando mi bulto, cerré los ojos para dormir.
Ya sé, ya sé. Dos años de ausencia. Me disculpo pero ya estoy de vuelta. Prometo esta misma semana subir la 2da parte del final. Un beso y pásense a leer los otros relatos 😉
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