Mi Profesor Universitario
Mi Profesor Universitario.
Cuando uno ama a una persona es capaz de hacer muchas cosas por ella. Al valorar el nivel de confianza y autoestima se pueden intentar muchos escenarios para el placer de ambos y convertir en realidad las mil fantasías que se guardan durante los años.
Fernando y yo sabíamos bien lo que queríamos y eso eran aventuras sexuales sin fin. Nos llenaba el follar y cada vez que podíamos lo hacíamos y si no buscábamos la manera de ocasionar el encuentro. Fueron tantas veces en distintos lugares, quizá nada nuevo para mí, que tuve desde adolescente mis primeras aventuras con una sola persona y tampoco para él, que ha tenido bajo su cuerpo a distintas mujeres, pero en esta ocasión era diferente, tal vez la edad o la experiencia, la inteligencia emocional o simplemente la necesidad del momento presente, pero lo gozábamos en sobremanera.
Una de las veces que buscábamos qué hacer, se nos vino a la mente una idea que les contaré como si hablara de alguien más, para darle un toque adicional de realidad, pero que nos tiene a nosotros como protagonistas.
Baila conmigo.
La noche del sábado es para salir a divertirse. La calle llama y en la ciudad existen muy buenas opciones para liberarnos de toda la carga acumulada durante la semana por el trabajo, la familia o nosotros mismos.
Hace dos fines decidí salir a un lugar llamado “Media Luna” que está en el centro de la ciudad. Iría sola en plan de relajarme sin tener ninguna preocupación más que pensar lo que tomaría.
Al llegar del trabajo a casa tomé una ducha, me depilé las piernas y mi parte, acondicioné el cabello y con un olor que sé que a más de uno hace llamar me puse un vestido dorado entallado, una mano y media encima de la rodilla con la intención que mis piernas blancas y largas se vieran como una delicia, dejando mi espalda al descubierto por su strapple.
Para probar suerte y como una nunca puede dejar pasar la oportunidad para sentirse deseada, llamé al vehículo de alquiler y me senté en la parte delantera, en el asiento del copiloto, al ver que el conductor era un joven bien visto.
Durante el trayecto que duró poco más de una hora desde mi casa platicamos de cosas sencillas como ellos acostumbran a hacerlo y lejos de mi común comportamiento le seguí la plática sin dejar de darme cuenta como luchaba por evitar voltear a verme las piernas que se extendían sobre el espacio. Pobre chico, pensaba mientras hacia un cambio de posición o las tenía entreabiertas para provocarlo. Cuando me sentía segura que no veía, estiraba un poco más cada vez el vestido para dejar la piel descubierta. Esto excitaba y de pronto me sorprendía pasando la palma de mi mano por la rodilla hasta el muslo, acariciándome.
Al fin llegué y mi conductor parecía triste, no lo culpo, pero tampoco tuvo el valor de preguntarme por mis datos o cualquier otro intento de volver a verme.
El lugar ya estaba bien ocupado. Eran las 11 de la noche y los visitantes tenían un buen rato de haber iniciado. Crucé la puerta y al momento pude sentir y ver las miradas de algunos hombres. Había personas de todos los tipos, diferentes clases y, por supuesto, algunos más atractivos que otros, así era el juego.
Llegué a la barra, me senté en la silla alta y pedí un cocktail al bartender. Mientras me servían di un recorrido al lugar con la mirada para saber en qué lugares había causado impresión y crucé la vista con dos o tres hombres para darles valor de acercarse. Quizá y con suerte todas mis bebidas serían pagadas.
Me empezaba a desesperar cundo de pronto se sienta a dos lugares un tipo que llamó mi atención. Era aperlado, delgado, no muy bien vestido y al descubierto de que tenía secretos por cumplir. El misterio me agrada, pensaba mientras veía la manera en que tecleaba un mensaje para alguna acompañante, quizá. Al dejar de verlo me sorprendió por otro lado un chico. Este se veía mejor. Alto, espalda ancha, ojos claros, cabello oscuro y piel blanca. Me preguntó mi nombre y le respondí, se sentó, comenzó a hablar de él sin parar y si fuera cierto cuanto me dijo podría ser un buen partido. Quizá saldría algunos meses con él para cubrir algunas necesidades y después a lo que sigue. Cuando me decidía por empezar a coquetearle e incitarlo me di cuenta que no lo soportaba. Qué locura estar escuchándolo por más rato. Agarré mi celular y le dije que gracias por los tragos pero quizá tendría que irme, le pedí su número y lo guardé. Dándose por enterado de mi desgana se despidió y tomo lugar en la mesa de amigos de donde vino.
Así se me fueron dos horas, en el ir y venir de un buen número de hombres, subiéndoseme el tono por el alcohol de las bebidas que me habían hecho llegar y con la esperanza a que llegara algo que valiera la pena.
Si no hubiera apartado algunos minutos adicionales, no me habría dado cuenta que los sábados en la noche además son para disfrutar un buen sexo.
El tipo se presentó como Joaquín. Lo conocí por error pero no podía dejarlo pasar. Se sentó a un lado mío en la barra y sin darme cuenta ya me tenía cautivada por su manera de hablar y de escuchar. Era guapísimo. Su rostro cansado, piel morena y sonrisa descarada hacían juego con su seguridad. Me invitó a bailar y de inmediato sentí lo que lo llevó a mí. La salsa es sensual, rica, juntar los cuerpos y que se alineen es un arte y sabía cómo hacerlo. Mientras bailábamos nos veíamos a los ojos y eso es algo que me gusta en lo particular, porque el deseo se escapa en ellos y es imposible esconderlo, sus manos lo confirmaban. Cada movimiento era una excusa para bajar un poco más y de pronto mi cintura lejos de sus dedos en disfrute del inicio de mis nalgas. Sin esperarlo recibí un beso que fue correspondido mientras me aprisionaba contra su cadera, dejándome sentir la belleza del pene que guardaba atento para mí bajo su pantalón.
Antes de terminar se ofreció a llevarme a casa. Por supuesto que no le aceptaría, pues no me había esmerado tanto en arreglarme y terminar en mi colchón aburrida, así que le dije que era muy temprano, que podíamos salir a fumar un cigarrillo.
Ya en el estacionamiento nos acercamos a su coche, abrió la puerta del copiloto y seguimos la charla en forma natural, como si nos conociéramos de otro tiempo y no tuviéramos prisa de nada.
No lo había notado pero, desde la puerta del conductor de un coche a dos líneas de autos, nos veía el tipo que se sentó al inicio en la barra y que llamó mi atención. Por momentos no atendía a Joaquín perdida en la mirada cómplice de aquel hombre del que no reconocía lo que esperaba.
Joaquín se desesperó y para no perder más tiempo me tomó de la cintura, a la altura de la suya, y me besó. Los siguientes diez minutos se nos pasaron rápido compartiendo nuestras lenguas, la una sobre la otra, y sus manos acariciándome, por momentos lento y por instantes desesperado, mis nalgas sobre el vestido.
Durante el juego y ya excitada le jalaba de los codos hacia el frente, haciéndole entender que colocara sus dedos cerca de mi vagina. De inmediato comenzó a acariciarme las piernas, subiéndome poco a poco el vestido y hasta mi entrepierna, acariciándome por encima del bikini húmedo por el placer que me hacía sentir.
Le dejé que me besara el cuello para liberar mi boca y dejar salir los gemidos que guardaba. Con un movimiento de dedos excepcional hizo a un lado mis bragas y los pasó por la abertura de mi vagina, separándome los labios lento para alcanzar mi clítoris ansioso por su roce. Mientras se daba esto, abrí los ojos y observé a la distancia el otro hombre en pie. Esto sin duda ocasionó que me pusiera aún más cachonda y llegué a un nivel mayor cuando Joaquín me penetró despacio con el índice.
Qué placer sentí esa noche. Hacía tiempo que lo ignoraba y gocé sin tapujos. Al avance del tiempo la velocidad fue en aumento y nerviosa por estar en el estacionamiento, dejándolo ver por mis sonidos cada vez más altos y que cubría Joaquín con su boca.
Sin sentir pena ni culpa bajé mi mano y le tomé el pene dentro de su pantalón. El miembro se sostenía por sí mismo tan duro como lo presentía y me gusta saber que era yo la razón. Lo empecé a masturbar y estoy segura que esa misma noche me hubiera ido con él si no fuera porque apenas tres minutos después ya había descargado su semen en mi palma.
Qué pena, pensé de inmediato y le hice saber, quisiera que hubiera podido valer algo y una mujer como yo no iba a soportar que el hombre no supiera controlarse. Eyaculadores precoces no tienen espacio en mí.
Le di las gracias por el tiempo, agarré mi bolso del asiento y simplemente caminé. De fondo escuché su queja y cargado de coraje soltó un “Pinche puta”, que generó una risa burlona para él, que azotaba la puerta de su coche.
No sabía qué hacía, no sabía si entraría de nuevo al lugar pero como un reflejo hice camino hacia el coche en donde se recargó el chico parado desde que había salido, sólo que ahora no lo vi. No sé en qué momento se cambió de lugar pero al llegar ahí sentí una mano pasar por mi espalda. Me estremecí. Volteé y lo primero que obtuve fue un beso fuerte, de los que te revelan tantas cosas y me dejé llevar. No era como Joaquín, sentía aún mejor. No fue necesario siquiera que me tomara el trasero, que se acercara a mis pechos o que buscara mi entrepierna, yo llegué excitada nada más de saber que era él quien me besaba. Sin decir algo me tomó de la mano y me llevó hasta sentarme en el asiento del copiloto, cerró la puerta y se subió para encender el carro.
Durante el camino no dejé de verlo ni un instante y él ni siquiera volteó conmigo. Me levantaba el vestido un poco, separaba las piernas, me acariciaba el vientre, el pecho, jadeaba, tronaba los labios, hice tantas cosas para lograr su atención y no lo lograba, no podía creerlo y su indiferencia me ponía cachonda. ¿Qué hacía? Creo que tendría que esperar. Ni siquiera me había tomado el tiempo de pensar a donde iba o por qué, pero lo que tenía claro era para qué me tomaba el viaje junto a él. No me lo había dicho, no podría culparlo si no, pero el hecho de sentirlo cerca sabía que su promesa era hacerme gozar como nunca en la cama. Fui paciente.
No tardamos mucho en llegar a un edificio departamental. Tomó lugar en el trece del estacionamiento y me guió hacia el elevador. No funciona. Me volteó a ver y de pronto me tenía sobre sus brazos, mientras subíamos las escaleras. Pude haberme dado cuenta cuantos pisos subimos, si no hubiera sido que desde que entramos por la puerta de servicio para subir empezó a recorrer su mano por debajo de mi vestido, entremetiéndose con mi ropa para sin aviso introducirme dos dedos por la vagina. Al movimiento de las escaleras y el ritmo de su mano cerré los ojos y disfruté del viaje. Qué delicia era sentirlo dentro de mí. Yo ya lo imaginaba con un profundo deseo por encontrarlo encima, besándome cada parte de mi cuerpo, no podía esperar a que me penetrara.
Entramos a un departamento con pocas cosas pero mal organizado. Llegamos al centro y me puso de pie. Me vio durante cinco segundos y me besó de nuevo, de la misma forma en que lo hacía en el estacionamiento, pero esta vez no soporté más.
Levanté mis brazos y rodeé su cuello. Sus manos subieron desde mi cadera hasta el zipper de mi vestido y lo bajó despacio, desatándolo con sus manos como un profesional.
Ya mi ropa en el suelo, desnuda, impaciente y excitada le pedí que me hiciera suya, lo quería al punto de estallar.
Sonrió y me sentó en la cama. Narcisista por completo se paró en frente de mí y comenzó a desvestirse. Yo atenta lo miraba y al quedar sin ropa se hincó sobre la orilla de la cama en que me colocó sentada, bajó mis bragas y acercó su boca hasta mi vagina, separando con su lengua mis labios.
Fue increíble la manera en que paseaba por mi sexo y no podía dejar de desear más. Se levantó, me puso en medio de la cama y se acercó a mi cara. Mientras me veía, aún callado con su sonrisa, comenzó a penetrarme suavemente. Cerré los ojos y así estuve un rato, pensado en nada, sólo gozando por el placer que me regalaba este hombre no esperado.
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