Mi Propia prisión
Salí del cobertizo llorando y atravesé el patio sin apenas ver nada a mi alrededor.
Mi querido hermano Junay había recibido tremenda golpiza y su espalda parecía acuchillada.
Sangraba abundantemente y lo peor es que no conseguía articular palabra alguna, tan solo unos estertores que me angustiaron hasta dejarme vacía por dentro: le habían cosido los labios.
Entré por la cocina, no podía hacerlo por la puerta principal.
Tenía el rostro arrasado por las lágrimas Gretchen.
me detuvo y me cogió por los brazos.
Me sacudió para que reaccionara.
—Te ha estado llamando hace rato, Molly, sube inmediatamente.
pero antes límpiate un poco la cara que parece que estés sucia.
—Es de llorar – le espeté soltándome de sus manos.
No podía entender que , Gretchen mi mejor amiga, no me preguntase por mi hermano.
Todos sabían lo que le habían hecho.
Esperaba un poco de piedad y comprensión, pero no, sólo se preocupaban de que la señorita no se enfureciera más.
—casi lo matan Gretchen, .
es injusto, Gretchen injusto.
– le dije a la doncella principal.
—Lo sé cariño, lo sé.
es espantoso, pero ahora sólo me preocupas tú.
Sube inmediatamente a ver a la señorita, por favor, no la hagas enfadar más.
Gretchen tan dulce y amable como siempre, me ayudó a lavarme la cara.
Luego me volteó hacia ella, me arregló el minúsculo uniforme tirando de mi faldita hacia abajo y me pellizcó las mejillas para que tomaran un poco de color.
Subí las escaleras que daban a la casa principal.
Las cocinas estaban a nivel del subsuelo.
Tenía la sensación de que los amos, viviendo sobre nuestras dependencias, nos aplastaban.
Era una manera más de demostrarnos que no éramos más que criados.
Atravesé el hall que me pareció vacío, pero un grito y un sollozo me hicieron detener con el corazón en un puño.
Al instante oí mi nombre.
La voz era la del amo.
Estaba en un lado bajo la amplia escalinata de caracol que llevaba a los aposentos superiores.
Allí había como un hueco de escalera donde el amo se había hecho instalar una cómoda silla de brazos.
Decía que aquella especie de agujero le excitaba y solía ir allí con alguna de las doncellas o con alguno de los mocitos, el amo comía de todo, tanto le daba un coño femenino que un culito de algún mozo imberbe.
Me acerqué temerosa.
Agucé la vista y pude ver el reflejo de sus altas botas recién lustradas.
En las botas aún podía verse rastros de saliva de la niña que estaba arrodillada ahora entre sus piernas y deglutía el tremendo cipote del amo.
El amo gustaba de que la niña o el niño que se llevaba a aquel oscuro rincón primero le abrillantara las botas con la lengua y después le chupara el miembro.
—¡Molly, acaba tú lo que ha empezado esta torpe! – me dijo apartando de un manotazo a la niña que lloraba.
—Sí mi amo.
pero es que la señorita Echo me espera.
Hace rato que me llama.
—Entonces no vendrá de otro ratito de que espere.
Chúpamela.
y luego te llevas a esta necia para que le den quince latigazos, así aprenderá.
—Sí mi amo.
Qué podía hacer.
Estaba al servicio de la señorita echo , pero si cualquiera de los amos me mandaba algo no tenía más remedio que obedecer.
Seguramente esto me traería más problemas con mi amita, pero no tenía más salida.
Cogí la verga empalmada del amo entre mis manos y con boca experta le arrebaté los jugos que bullían en sus genitales.
El amo rezongó de placer y noté que temblaba todo él cuando se vació en mi boca.
Me tragué todo el semen y le acabé de dar los últimos lametazos a la polla para limpiársela.
El amo se levantó, se remetió el miembro, ahora mucho más fláccido, entre los calzones y pasó por el lado de la niña que seguía arrodillada, pisándole una mano al pasar.
Se dirigió satisfecho hacia el salón donde seguramente se encontraba la señora condesa y alguna de sus odiosas hijas.
Agarré de la mano a la niña que seguía llorando en el suelo y tiré de ella hasta salir de la casa por la puerta de servicio.
Atravesé el patio corriendo, casi arrastrando a la llorona, y entré en el cobertizo.
Mi hermano Junay aún seguía tirado.
Las cicatrices apenas manaban sangre.
No quise volver a verlo.
Le entregué a madame ivy a la pequeña criada y le transmití las órdenes del amo.
Un cuarto de hora después llamaba con los nudillos a la puerta de los aposentos de mi joven ama.
La señorita Echo estaba sentada en el borde de su cama y se peinaba el largo cabello en una larga y única cola.
Sus rizos naturales caían voluptuosos por su hombro y pecho izquierdos mientras lánguidamente pasaba el cepillo por ellos.
La señorita Echo miraba distraída a ninguna parte.
Había esperado una explosión de terrible cólera cuando entrara a causa de mi tardanza, pero nada de eso había sucedido.
Ella seguía allí, vistiendo sólo sus enaguas, con el torso desnudo, parcialmente cubierto el pecho y el hombro por su gran mata de pelo sedoso.
Avancé sigilosa y temerosa.
Mi ama era imprevisible, como todos los miembros de su aristocrática familia.
Me arrodillé a sus pies y me quedé en silencio, esperando lo peor.
La señorita echo suspiró con languidez, como si expulsar el aire de sus pulmones fuese una tarea demasiado pesada para su aristocrático y hermoso cuerpo.
Yo estaba destrozada.
No porque el amo, el padre de mi ama, me hubiera humillado hacía un momento, no, si no porque mi hermano estaba colgando de unas cadenas en el cobertizo, con la espalda reventada a latigazos y con los labios cosidos como si se tratase de un perro rabioso.
—Porqué se ha ensañado con Junay de esa manera tan brutal, mi ama? Porqué? no he podido reprimirme y olvidando mi posición la he increpado pero sin poder aguantar el gran sollozo que me ha venido a la garganta y que he expulsado con una tremenda llantina.
Sabía que me estaba ganando un castigo pero no me importaba.
No he tardado en sentir la blanca mano de la señorita echo abofeteando mi cara.
El golpe ha tenido la virtud de acallar mis sollozos.
Le he besado la mano con que me ha golpeado.
Se la he cogido y me he frotado la mejilla contra su dorso.
—¡Bésame los pies! – me ha ordenado secamente mientras levantaba las piernas y apoyaba los talones en el extremo de la cama.
Me he inclinado, derrotada, y he rodeado sus preciosos deditos de los pies con mis labios.
—Junay es un estúpido orgulloso.
Ha osado insultar a mi hermana rachel.
No he tenido más remedio que castigarlo duramente.
Acaso te piensas que me hace feliz hacerle sufrir de esta manera? ¡No he tenido alternativa! ¡Él se lo ha buscado!
—Que ha insultado a la señorita Rachel?
—Eso ha hecho el muy estúpido.
Evidentemente mi hermana ha exigido que fuese castigado.
Ya sabes que faltar al respeto a una de nosotras de palabra comporta el cosido de los labios.
Sé que es brutal, pero yo no he hecho estas leyes.
—Y porqué la ha insultado? Junay no es así, señorita, lo sabe bien, junay es dócil.
Muy dócil y entregado.
—Rachel le ha provocado.
Ya sabes que mi hermana no digirió bien que tu hermano la rechazara.
Se ha vengado
—Dios mío, no lo entiendo.
—No hay nada que entender, Molly.
Mi hermana y que sepas que tú tono está empezando a molestarme.
Bésame los pies en silencio
No he contestado.
Me he dedicado a complacer el capricho de mi ama.
A ella le gusta ser obedecida de inmediato.
Al cabo de un rato ha bajado los pies al suelo y me ha hecho una señal para que la calzara.
Me he quedado de rodillas, con la vista en sus pies.
Entonces he sentido su mano blanca en mi cabello.
He notado un contacto pegajoso en mi frente.
—Tienes semen en el pelo.
Quien ha sido?
—El amo, señorita.
—¡Oh, Dios! ¡Siempre están pensando en lo mismo! ¿Te ha pegado?
He negado con la cabeza.
Ella me ha limpiado los rastros de semen de mi pelo y luego me ha abrazado y estrechado contra su suave pecho.
Mi ama es muy especial pero sé que nos quiere, a su manera ama a sus esclavos, a mi hermano y a mí.
-WastedLalo
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