Mi rica patrona
Secretos entre mi patrona laboral mujer madura y yo joven jugoso de 19.
Esta es una historia, quizás poco convencional, que tuvo lugar en mi entorno laboral. Para poneros en contexto: soy un joven (mido 1.70 m, de complexión delgada y moreno claro, sin nada extraordinario a la vista) que se caracteriza por una gran seguridad en sí mismo y una fluidez notable al interactuar con cualquiera.
La protagonista de esta historia es mi jefa. Desde el primer día, me ha atraído enormemente. Siempre que he tenido la oportunidad, le he dedicado un cumplido o un comentario con doble sentido. Ella siempre respondía con una sonrisa cómplice, pero sin darme una respuesta verbal directa. Ella tiene 35 años, es de baja estatura y posee una figura muy atractiva: caderas prominentes y senos voluptuosos. Su vida personal era compleja: estaba casada, tenía dos hijos, un esposo y un amante.
A pesar de la relación estrictamente laboral, ella siempre me tuvo una confianza inusual y me contaba detalles sobre su vida, incluyendo las decepciones con su amante, a quien describía como un hombre desatento y decepcionante, especialmente en la intimidad. Un asco de hombre.
El inicio de este cambio ocurrió un día normal en el trabajo, un día de cobro. Me quedé hasta el final resolviendo pendientes de mi área. Recibí una llamada de ella, indicándome que fuera a su oficina, ya que yo era el último por cobrar. Fui de inmediato.
Nos pusimos a conversar. Ella comenzó a desahogarse sobre una reciente pelea con su amante. Se quejaba de su falta de atención, sobre todo en el ámbito sexual, lamentando que él no la complacía cuando ella lo deseaba. Aproveché la apertura para preguntarle: “¿Para qué seguir ahí, siendo una mujer tan hermosa, con un cuerpo tan deseable?”. Por dentro, solo pensaba cuánto daría yo por estar en su lugar. Ella me confesó que era una persona muy “ardiente”, lo que desató un sinfín de fantasías en mi mente.
Me contó que él ya la había engañado en más de una ocasión. Le sugerí: “¿Por qué no le haces lo mismo? Deberías disfrutar de lo que puedas”. Ella respondió que no le parecía correcto. Yo repliqué: “Tal vez no sea correcto, pero él no piensa en ti cuando te engaña. ¿Por qué deberías tú preocuparte por él?”. Me miró fijamente y preguntó: “¿Qué harías tú en su lugar?” No lo pensé. Fui directo y sincero. Le dije: “La verdad es que yo te tomaría sin descanso, en cualquier lugar que quisieras. Chuparía tu exquisito trasero, tus pechos y te haría mía una y otra vez.”
Vi su rostro de sorpresa y me disculpé al instante: “Discúlpame, me dejé llevar”. Ella me tranquilizó: “No te preocupes, yo te lo pregunté”. Después, me comentó: “No entiendo por qué él no es como tú. Es lo que más desearía, y más aún, no lo entiendo cuando me arreglo siempre que salimos”. A continuación, tomó su celular y me mostró fotos recientes. Normalmente, ella asistía al trabajo de manera formal, pero en esas fotos vestía faldas cortas, escotes y minifaldas. En ese punto, mi erección era tan evidente que sentía que iba a explotar.
Le dije: “Es un tonto. Debería aprovechar que usas vestidos y falda para tomarte. ¡Es un completo tonto!”. Ella me preguntó: “¿Lo dices en serio o solo por hacerme sentir bien?”. Le aseguré: “Claro que no, es la verdad. Te lo juro”.
En ese momento, tuve una idea y le dije: “Espera, tengo que ir al baño”. Como era día de cobro y solía ser corto, yo llevaba pantalones de chándal por comodidad. Al pararme de la silla, me estiré, dejando ver mi pene erecto. Fingí no darme cuenta, pero vi cómo ella lo miró y bajó la mirada. Fui al baño y regresé en menos de un minuto.
Me senté de nuevo. Ella me pidió: “Cierra la puerta, por favor, que ya voy a pagarte”. Lo hice. Luego me preguntó cómo podría vengarse de su amante si nunca había hecho algo similar. Le dije que era solo cuestión de dejarse llevar, que la oportunidad llegaría en el momento justo. Me pagó y me pidió que le ayudara a subir unas cajas a su coche. Acepté.
Mientras ella tomaba una caja del suelo, yo estaba justo detrás, de espaldas. Al girarme, “accidentalmente” rocé mi miembro erecto contra ella, empujándola ligeramente. Me disculpé de inmediato. Ella me dijo: “No te preocupes”, y agregó con picardía: “¿Qué traes en el bolsillo? ¿Una linterna?”. Me reí y le dije que no, que era mi pene y que no lo podía controlar. Me preguntó: “¿Y eso por qué? ¿Te acordaste de tu novia o qué?”. Le confesé que la verdad eran sus fotos las que habían provocado ese estado.
Me miró fijamente y me preguntó: “¿En serio te gustó lo que viste?”. Yo le dije: “Obviamente. Estás espectacular”.
Nos quedamos cara a cara. Ella se acercó a mí y, sin dejar de mirarme a los ojos, se arrodilló lentamente. Comenzó a bajar mi pantalón de chándal con calma, mientras yo apenas podía procesar lo que sucedía. Al liberar mi miembro, ella exclamó: “¡Qué rico!” (Mi pene mide aproximadamente 19 o 20 cm). Me ofreció una mamada espectacular. La tomé suavemente por la cabeza, guiándola para profundizar la penetración. Su lengua recorría mi pene de arriba abajo con una destreza excepcional. Estuve en la gloria por unos diez minutos hasta que le dije que se levantara.
J lo La recosté sobre el escritorio. Le quité la blusa y el pantalón de vestir, dejando a la vista un conjunto de lencería de encaje. Retiré su sujetador y comencé a besar y chupar sus pechos con ansia, tal como había deseado por tanto tiempo. Sus gemidos me excitaban aún más. Continué bajando hasta su intimidad. Percibí un aroma embriagador, delicioso y suculento. Aparte su tanga y comencé a lamer, al principio lentamente, mientras introducía mis dedos en su vagina.
Después de un rato, intensifiqué el ritmo. Ella comenzó a retorcerse, al borde de un orgasmo. No me detuve hasta que se liberó por completo…
Justo en ese momento, la puerta de la oficina se abrió de golpe.
Avísenme si quieren segunda parte.
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