Miguelito, el Pequeño Demente: Locuras Lechosas desde los 6 Años / 4
Miguelito conoce a Ricardo y Luis.
Llegamos al hotel donde nos recibirían y harían el chek in, el calor era palpable y estábamos a 35 grados, era muy energizante y para ser un día soleado creo que nos venia de maravilla, mis hermanos venían platicando entre ellos y mi papa estaba llamando por teléfono. Mi madre estaba junto a mi y me tomaba de la mano para no perderme ya que yo era un niño muy curioso y más ahora de descubrir lo que podía hacer con los hombres, aunque no entendía mucho ya no era tan inocente de las acciones que anteriormente había realizado en Max y en este nuevo chico que conocí en el autobús. Un deseo carnal había surgido desde dentro de mí tomando control en esas situaciones, pero sabía que no era algo normal de un nenito de 6 años como yo.
Mientras pensaba en todo ello, por atrás de nosotros se escucho una voz que le llamaba por su nombre a mi papa. Era un hombre de unos 36 años, con una complexión promedio que denotaba fuerza y vitalidad. Sus piernas y pantorrillas, robustas y llenitas, le conferían un atractivo particular. Su piel era de un tono claro mestizo, que resaltaba su belleza. El cabello negro enmarcaba un rostro de ojos redondos, alegres y llenos de lascivia, mientras que su boca, con un gesto coqueto, invitaba a la tentación.
La conversación empezó cuando mi padre se acercó a su colega quien nos enteramos también había ganado el viaje todo pagado junto con nosotros y podría traer a sus propios invitados, su nombre era Luis. Mi padre nos presentó cortésmente, y mientras cada uno iba saludándolo al llegar, llegó mi turno. Me puse nervioso al no saber cómo saludarlo, pero mi padre me animó a hacerlo. Solo sabía saludar de beso, así que me puse de puntitas para darle un beso en la mejilla. El compañero de mi padre río con ternura ante mi gesto algo torpe y posteriormente se agachó un poco, poniendo su mejilla para que yo pudiera darle el beso.
Tras el pequeño momento incómodo del saludo, el compañero de mi padre rompió el hielo con una sonrisa y unas palabras amables. «Qué lindo chiquillo, ¿es tu hijo más joven, verdad? Debes ser Miguel», dijo, y yo asentí con la cabeza mientras le devolvía la sonrisa. Observé sus ojos y sus facciones con atención, sintiendo una atracción instantánea hacia su presencia. Mi padre confirmó que sí, que yo era Miguel, y añadió que era muy aplicado en el kinder.
La conversación continuó cuando mi padre le preguntó a Luis a quiénes había traído al viaje. Luis respondió que pensaba traer a su esposa, pero como no se sentía muy bien debido al embarazo y estaban próximos a tener un bebé, decidió traer a su hermano menor llamado Ricardo. Mi padre preguntó si se refería al de 17 años, a lo que Luis confirmó que sí, que era ese mismo, explicando que lo trajo porque siempre anda solo y no le gusta salir.
Fuimos interrumpidos por un botones del hotel, quien nos informó que todo estaba en orden y que podíamos subir a nuestras habitaciones. Al llegar, nos dimos cuenta de que Luis estaba alojado en la habitación contigua a la nuestra, éramos vecinos. Nos despedimos momentáneamente de él y acordamos encontrarnos en la cena.
Al llegar a la habitación, nos recibió una amplia sala con dos camas, una silla junto a la barra para comer y un balcón. Mi madre comentó: «Qué habitación tan pequeña, me la imaginaba más grande», a lo que mi padre la abrazó, tratando de minimizar su decepción, ya que pasaríamos varias semanas allí. A pesar de todo, lo que más me gustó fue el balcón, espacioso y con una vista completa y cristalina del mar. Llegó la noche y, después de tomar un pequeño descanso tras el largo viaje en autobús (que para mí fue increíble, pero para mi familia fue agotador), nos preparamos para bajar al restaurante del hotel, donde nos encontraríamos con Luis y su hermano.
El mesero nos atendió con mucha amabilidad y nos indicó nuestros asientos. Al llegar, vimos que Luis ya estaba sentado en nuestra mesa, que compartiríamos con él. Nos acomodamos y mi padre le preguntó sobre su hermano. Luis respondió en voz baja: «No sé dónde demonios anda ese cabrón. Trato de que se divierta y sea un chico normal, pero es difícil hacerme cargo de él también, ya que mis padres fallecieron hace dos años en ese accidente». Mientras tanto, mi madre me acomodaba la camisa y mis hermanos se quejaban del calor, esperando ansiosos la cena.
Desde lejos pude observar que había aparecido un chico en la recepción, como buscando su mesa. Era un poco chaparro para su edad, quizás mediría alrededor de 1.65 cm. Vestía unos shorts playeros y sandalias, con una playera tipo guayabera similar a la que portaban mi padre y mi hermano, de color blanco. Su piel era de un tono moreno claro, y sus piernas, aunque promedio, no eran tan robustas o bien proporcionadas como las de su hermano, lo cual era comprensible debido a su etapa de desarrollo. Además, tenían un poco de vello. Enseguida, el mesero lo llevó hacia nosotros.
Todos lo observamos, mis hermanos con cara de asombro, como pensando «¿Qué hace este sujeto aquí?», mis padres con una mirada incómoda pero respetuosa, y Luis con una expresión muy enojada. Su mirada lasciva habitual cambió a una molesta y decepcionante. Le dijo a Ricardo: «¿Qué pasó, Ricardo? ¿Te perdiste por la playa, verdad?» en tono de burla para suavizar su incómoda entrada.
El joven se disculpó apenadamente y se presentó. Mis padres y mis hermanos lo saludaron cordialmente, tratando de romper la incomodidad de su llegada. En ese momento, el camarero llegó para tomar nuestra orden, lo que sirvió para desviar la atención de la situación incómoda. Ricardo se sentó a mi lado y comenzamos a conversar. Mientras tanto, mis padres charlaban con Luis y mis hermanos entre ellos. Intenté iniciar una conversación con Ricardo, quien me miró con aburrimiento. Su mirada parecía demostrar cierto desdén hacia mí, como si se considerara superior. A pesar de que Ricardo a veces me ignoraba o respondía de mala gana, yo seguía haciéndole preguntas sin darle mucha importancia. En un momento, sentí algo rozando mi pierna, ya que era bastante sensible al tacto debido a mi piel lampiña. Al bajar la mirada, vi que era la pierna derecha de Ricardo frotándose con la mía. Al voltear a verlo, él seguía concentrado en la carta una y otra vez. Decidí hacerme el que no prestaba atención, pero en realidad empezaba a disfrutar de aquello que me rozaba. Mientras esperábamos nuestros platillos, no pude evitar notar cómo Ricardo continuaba frotando su pierna contra la mía de arriba abajo. Sentía sus vellos rozándome, provocándome una sensación picante y placentera a la vez. Mis poros se erizaban y una sensación de calor crecía dentro de mí, similar a la que experimenté en el autobús.
Cuando volví a mirar a Ricardo, noté que él ya me estaba observando desde hacía un rato. Me sentí avergonzado y rápidamente desvié la mirada hacia otro lado, preguntándole algo sin sentido a mi hermano. Ricardo, como si pensara que diría algo sobre lo que estaba sucediendo, retiró su pierna de la mía. En ese momento, pude comprobar que lo había hecho intencionalmente, aunque tal vez fue por el estrés.
Mientras devorábamos la comida por el hambre acumulada, mi mamá me llamó la atención desde el otro extremo de la mesa al notar que tenía la boca manchada de crema. Sin saber dónde limpiarme, mi hermano se negó a ayudarme mientras todos se reían. Luis lanzó una mirada de instrucción a su hermano Ricardo, quien mostró una sonrisa falsa y se acercó a mí. Su cambio repentino de humor me desconcertó un poco, pero no pude evitar sentir una chispa de emoción cuando me tomó la cabeza y limpió la crema entre mis labios con su dedo. El tacto despertó algo en mí, y sin quererlo, lami un poco su dedo. Él se limpió rápidamente en la servilleta, y mi mamá comentó: «Gracias hijo, es que no sabe comer». Ricardo respondió con una sonrisa: «No se preocupe señora, tendré que hacerlo cuando tenga a mi sobrino». Todos rieron y el tema cambió, haciendo la velada más amena.
Al llegar a nuestras habitaciones, estábamos lo suficientemente relajados como para dejar la puerta abierta. Luis notó que nuestra habitación era muy pequeña para todos, así que se ofreció a que yo durmiera con ellos, ya que tenían dos camas. Mis padres, apenados, se negaron al principio, pero su negativa dejaba la posibilidad abierta. Luis continuó ofreciéndose, argumentando que yo era pequeño y no ocuparía mucho espacio, y dijo que él dormiría con su hermano Ricardo. En ese momento, como cualquier niño caprichoso, empecé a insistirle a mi mamá que quería dormir con Ricardo porque supuestamente le gustaban los dinosaurios (cosa que no era cierta). Mis padres se sintieron presionados, pero necesitaban más espacio, así que finalmente aceptaron. Antes de irme con ellos, mi mamá me bañó y me puso una playera holgada, unos calzoncitos de animalitos y un short, junto con mis calcetines de dinosaurio, para protegerme del posible resfriado, ya que dejábamos las ventanas abiertas debido al calor y el aire acondicionado no funcionaba en ese momento. Luis me esperaba afuera, y les comentó a mis padres que si me portaba mal, me enviaría al balcón a dormir. Mis padres, aunque apenados, le agradecieron y le aseguraron que cualquier molestia se la hicieran saber. Después de eso, cerraron la puerta de nuestra habitación y pasé a la de Luis y Ricardo. Ricardo estaba leyendo un cómic y me miró con cara de molestia cuando entré. Se levantó y fue hacia su hermano para expresarle que no dormiría conmigo. Luis, en un tono más firme, le dijo: «Mira, compórtate o te las verás conmigo. El niño no tenía dónde dormir, además aquí solo somos dos. Deja esa actitud y relájate, valora las aventuras y nuevas experiencias que te da la vida». Ricardo, molesto, pasó frente a mí y me empujó un poco con la cadera, haciéndome caer, pero me reí como si fuera un niño torpe. Luis me preguntó si estaba bien, y le dije que sí, que yo me había caído, y le sonreí. Ver su rostro tan cerca nuevamente me hizo sonreír automáticamente.
Luis me dijo que esperara un momento mientras se bañaba porque hacía mucho calor. Tomó su toalla y se dirigió al baño. Mientras tanto, Ricardo fue a buscar un yogurt al refrigerador y se sentó en la silla, abriendo las piernas y dejando ver su entrepierna velluda. El vello rizado y oscuro resaltaba en esa zona. Yo lo miraba de vez en cuando para que no se diera cuenta, mientras fingía jugar con mis muñecos. En ese momento Ricardo me dice: «Ey niño, ¿quieres jugar a otra cosa?» yo fui hacia él con entusiasmo y le dije que sí. Esperaba con curiosidad qué quería proponer.
Mira, mocoso, ¿qué te parece si jugamos a «La provocación del yogurt»? Consiste en que uno de nosotros tome un poco de este delicioso yogurt y lo aplique de manera juguetona en varias partes del cuerpo del otro, desde el cuello hasta lugares más… interesantes. Después, con la boca, el otro tiene que limpiar y saborear cada rincón del cuerpo, ¿te animas a probarlo?
Acepté su sugerencia con cierta vergüenza, mientras él echaba un vistazo disimulado hacia la puerta del baño, asegurándose de que el sonido de la regadera encubriera nuestros planes. En ese momento, se quitó la guayabera, mostrando su torso delgado pero bien definido, adornado con un pequeño sendero de vello que descendía desde su ombligo. Unos pocos mechones de pelo asomaban en sus axilas. Luego, tomó el yogurt con la cuchara y lo esparció sobre su cuello, pezones y ombligo, desafiándome: «Ahora es tu turno, ven y cómetelo con tu lengua».
Con la cara ardiendo de vergüenza y cierta excitación, me acerqué a él y coloqué mis manos sobre sus rodillas para mantenerme en pie y alcanzar su cuello con mi lengua. Al principio, se retorció un poco, pero luego seguí hacia sus pezones. En ese momento, él me apretó las costillas con sus rodillas, atrapándome para que no me alejara. Supe en ese instante que este juego era como el que a Max le gustaba. Empecé a mover mi lengua como él disfrutaba, y mis movimientos hicieron que Ricardo empezara a temblar. Me acariciaba la cabeza con sus manos mientras me agarraba del hombro con la otra, y sus piernas me rodeaban. Todo esto mientras él estaba sentado en la silla y yo de pie.
Bajé por el camino de vello mientras inhalaba su sudor por el calor, lo cual me excitaba como un demonio. Mis movimientos se volvieron más atrevidos y decididos mientras recorría cada centímetro de su piel con mi lengua. Ricardo gemía suavemente, sus manos se aferraban a mí con más fuerza, instándome a seguir. La habitación se llenaba de una tensión palpable, creando una atmósfera cargada de deseo y anticipación.
Comencé a desabrochar su cremallera y él me dijo: «Así que ya sabes cómo sigue este juego, ¿verdad?» Respondí que no, pero que había jugado algo similar con Max. Él me miró con una expresión morbosa y dejó de apretarme con las piernas para que pudiera bajarle el short. Deslicé sus shorts lentamente, dejando al descubierto unos boxers que apenas contenían su excitación. El olor de su sudor y la tensión sexual colmaban el ambiente, avivando mi propio deseo. Incapaz de contenerme, pasé mi lengua por su entrepierna, mojándola con mis caricias mientras el calor de la situación se intensificaba aún más. Con mi boca tan húmeda, empecé a mojar su entrepierna con mi saliva, mientras él temblaba y gemía bajo mis caricias. Cada movimiento era una deliciosa tortura, incrementando la excitación que dejaba ver.
Ricardo, con un gesto de dominio, empuja mi cabeza hacia abajo mientras baja sus boxers, liberando su miembro erecto y perfumado con su aroma masculino. Con una sonrisa pícara en su rostro, toma un poco de yogurt y lo esparce sobre su erección, invitándome a que lo chupe con avidez. Mis labios se encuentran con la cremosa textura del yogurt mezclada con el sabor salado de su piel, provocando un estremecimiento de placer en ambos. Con cada lamida y succión, su respiración se vuelve más agitada y sus gemidos llenan la habitación, aumentando la tensión erótica en el aire. Bajo su guía, me entrego al juego deliciosamente prohibido, ambos sabiendo que en cualquier momento su hermano podría salir del baño explorando cada rincón de su virilidad con devoción y pasión desenfrenada. La combinación de su sabor y el sutil dulzor del yogurt crea una experiencia sensorial única mientras pensaba en jugarlo con Max en un futuro.
Con habilidad y deseo, deslizo mi lengua por sus testículos, masajeándolos con suavidad mientras él gime de placer. Mi boca se aferra a su miembro, succionándolo con pasión y destreza, llevándolo al límite del placer. Siento su respiración agitada y sus manos aferrándose a mi cabello, instándome a continuar. El sabor salado de su piel mezclado con el dulce aroma del yogurt crea una combinación embriagadora que aumenta mi deseo. Con cada movimiento, lo llevo más cerca del éxtasis, hasta que finalmente alcanza el clímax con un gemido ahogado, liberando su cálido néctar en mi boca. La sensación de su eyaculación es intensa y deliciosa, llenándome de un placer indescriptible mientras saboreo cada gota de su esencia.
En medio del ardor del momento, el sonido de la regadera que cesa bruscamente nos saca de nuestra pasión. Sin contemplaciones, Ricardo me empuja hacia la cama con violencia, sin importar si me lastima, mientras mi boca está llena de su lefa combinado con el yogurt. Con premura, se apresura a subir su short y sus boxers, y me arroja la cuchara y el yogurt. Con un tono de desesperación y enfado, me ordena rápidamente: «Haz como que te estás comiendo mi yogurt», con una mirada cargada de tensión y ansiedad. La habitación se llena de un silencio incómodo y tenso, mientras trato de procesar lo sucedido y seguir el juego impuesto por Ricardo.
justo en ese momento crítico, escuchamos el sonido de la perilla de la puerta girando lentamente. Con el corazón en la boca, nos miramos con terror mientras el tiempo parece detenerse. Afortunadamente, la puerta se detiene a medio abrir y Luis llama desde el otro lado. «¿Están bien chicos? ¿Necesitan algo?», Ricardo responde con voz temblorosa que estamos bien. Escuchamos cómo se aleja y vuelve a la regadera, pero la tensión en la habitación persiste. Ambos sabemos que estuvimos a punto de ser descubiertos, así que el rápidamente recoge el yogurt y la cuchara y la pone el el fregadero, va hasta donde yo estoy y me limpia con su mano el resto de semen y seguido de ello me da un beso en la boca sin yo poder alejarme de él.
Como sigue? me encanta.