Mis hijos y mi somnofilia
Hola, este relato no es ficción ni realidad, en su totalidad. Soy un hombre de 38 años y he hecho muchas cosas en esta vida , la más excitante de ellas es follar, sea como sea y donde sea; que disfrutes..
Respiré suavemente, mi pie derecho no dejaba de moverse nerviosamente. Las dos de la mañana y la casa estaba completamente en calma, no se escuchaban los ruidos de los niños, la calle estaba en silencio. Estoy desnudo, siempre duermo igual. Tengo 37 años y mido 1´ 85, peso 84 k; no soy fofo pero tampoco fitnes; me gusta tener músculos. Mi nombre es Tomás.
Subí las escaleras demasiado rápido, me serené mientras mi mano agarraba la barandilla de madera. El cuarto de Tino estaba cerca. Tino tiene 13 años; es mi hijo mayor, mide 1’75, pesa 70 k y tiene un cuerpo definido. Pasé de largo después de vigilar sus ronquidos. Mi mujer dormía desde hace horas en nuestro dormitorio, lo comprobé antes de salir.
Entré en el ultimo dormitorio, el de Carmelo. Carmelo es mi hijo menor, va a cumplir mañana nueve años, mide 1´30 y pesa 35 k.
Tengo un secreto. Bueno, unos cuantos. Hoy he hecho yo la cena. Y he añadido algo especial en cada uno de los platos. A cada uno le he añadido un somnifero diferente, la cantidad que mi hermano me especifica. Es médico, el pediatra de los nenes. Lleva años ayudándome en mi pequeño secreto.
Cuando entré en su dormitorio mi polla empezó a hincharse, aún antes de pensar en las cosas que iba a hacer.
Acaricié su boca con la yema de mi dedo índice. Sus labios son gruesos y definidos, rojos y se abrieron ante la invasión de mi dedo. Apreté el dedo hasta abrir su boca suavemente. Sus dientes se abrieron ante mi dedo y noté su sedosa lengua. Empezó a succionar mi dedo y la mente pareció explotarme, se me nubló el juicio de tal manera que no pude soportarlo. Mi dedo salió de la boca y sonó un leve “plop”. sustituí mi dedo por la cabeza de mi polla, inclinándome ante la cama de mi hijo menor, mientras le miraba a la cara, veía como mi polla desaparecía en su boca. Son casi 21 cm pero la verdad no me importó. Apoyé las manos en el cabecero de la cama de Carmelo, una cama de coche de carreras que yo mismo monté. El glande desapareció en su boca, que se estiró hasta que sus labios se afinaron. Su respiración se hizo más rápida y descompensada, pero no me importó. Recordé como Tino se había portado cuando le tocó de pequeño, casi se ahoga. Recordé como lo había hecho y, agarrando los hombros al pequeño Carmelo, lo arrastré sin sacarle la polla de la boca hasta que su cabecita salió de la cama por el lateral, le dejé caer la cabeza suavemente mientras empujaba más de mi hombría en su boca, bajé mis caderas para poder encajar más polla en su boquita. De repente, después de su boca, la garganta se abrió al caer la cabeza suavemente hacia atrás. Cerré los ojos y suspiré de gusto al notar cómo su boca se estrechaba al chupar el tronco de mi polla, que es tan gruesa como la muñeca de un niño de cinco años. Lo se porque la comparé cuando Tino tenía esa edad. Mi polla se atascó en su garganta, no podía ir hacia atrás porque su boca estaba cerrada, chupando con fuerza. A saber lo que estaría soñando, pero mi propia garganta no dejaba de gemir y soltar roncos gruñidos al empujar suavemente mientras recolocaba la cabeza de Carmelo, mis dos manos agarraron su cuello y noté como bajaba la cabeza de mi polla por su gargantita virgen hasta ese momento.
Acaricié su pecho, sus diminutos pezones y bajé hacia su cintura, enganché el pantalón de su pijamita de Los Simpsons y descubrí que tenía unos calzoncillitos de la patrulla canina de cuando tenía ocho años, le venía pequeño y al bajarlo descubrí su pollita, que estaba tiesa y dura. Me agaché y de repente mi polla se encajó en su garganta, haciéndome gruñir de gusto. No pude controlarme y empujé y empujé hasta que mis huevos toparon en su naricita chata. Un grito de triunfo surgió del fondo de mi alma pervertida y no pude evitar meterme su polla en la boca, sabía un poco a pis y reí al lamerla y sorberla sin parar, metí también sus huevitos sin pelo en mi boca y los lamí y absorbí con fuerza. Noté como su garganta vibraba y, sin poder evitarlo, me corrí en su garganta, la polla que lo hizo empujaba sin parar y disparaba sus hermanitos en el fondo de su estómago. Me derrumbé hacia un lado arrastrando su boca al dejar que la polla saliera de él con un fuerte sonido de vómito. Su garganta empezó a jadear tragando lo que quedaba de mi leche y montones de babas blancas y espesa. Era la baba de su garganta, la saliva de su primera mamada. Sin contenerme le abracé y comencé a besarle y lamer el semen, mi semen, que corría por entre sus labios. Tenía los labios más rojos de lo normal y olía a polla y a sudor de sexo. Lamí su rostro hasta quedar limpio. Todo su precioso rostro estaba desmadejado y dormido.
Cuando limpié su entrepierna con toallitas su picha volvió a alzarse, la toqueteé de nuevo y comprobé que no estuviera inflamado. No lo estaba. Estaba muy erecto, su glande era rosado y precioso. Lo lamí y besé, acariciando sus nalgas. Su culo pequeño y gordito.
Mi polla volvía a estar en pie. Era hora de reclamar el premio mayor. Su verdadera virginidad.
Le di la vuelta a su cuerpo dormido. Al hacerlo su culo, su gordito culo se abrió, descubriendo un ano pequeño y rosadito, cerrado. No por mucho tiempo, pensé con una sonrisa casi cruel.
No me lo pensé y bajé la cabeza, noté el calor que emanaban sus nalgas y el aroma a niño , es un olor acre y picante que nunca podré olvidar. El olor de la virginidad de Carmelo.
Mi lengua se lanzó hacia su ano y descubrí el sabor de mi nene. Subí mi lengua por su interior. Un buen rato después su ano empezó a aflojarse, a permitir que mi dedo empezara a hacer círculos en su interior. Soltó un gruñido y sonreí al escucharlo. Mordisqueé una de sus nalgas.
Alfredo, mi hermano, me dio un par de botes de crema, una anestésica y otra relajante. Son espesas y muy suaves. Las esparcí suavemente con mi dedo meñique, poco a poco fui introduciendo el índice, empapado de lubricante. Metí más y más lubricante hasta que rebosó por sus nalgas. Esperé lo más pacientemente que pude un cuarto de hora, mientras magreaba sus nalgas sin parar. Froté mi polla en la raja de su culo y bufé, intentando no empotrarle la polla de golpe hasta el colon. Me tranquilicé y comencé a meterle el dedo , poco a poco hasta que tocó el nudillo. Lo sustituí por el dedo corazón, que embarré de lubricante y fui introduciéndolo también hasta el tope. Sonreí.
Mi polla latía con fuerza. Puse el glande en su ano y apreté suave. Su pequeño coñito de nene besó mi polla pero aún no entraba. Volví a entrar con mi dedo. Dos dedos comenzaron a entrar despacito. Los abrí en tijeras, así poco a poco fui abriendolo. Metí más lubricante y más crema. Introduje la pequeña pera con crema y lubricante y apreté. Sus instentinos se expandieron entre mis dedos y mi sonrisa se hizo tan ancha que me dolieron los labios. Su ano estaba suave, baboso y relajado. Arrastré su culo hasta la orilla de la cama y, sin soltar sus caderas, posé la cabeza de mi polla en la raja de su culo. Resbaló y resbaló hasta encajar en su anito pequeño y rosa. Mi cabeza siempre volvía a aquel día cuando yo tenía siete años y papá y Alfredo me iniciaron. Apreté con suavidad y los labios de su culo aferraron mi glande con un calor abrasador. Esperé hasta que dejé de ver la vi la cara de sufrimiento en la cara de Carmelo. Una vez los ojos dejaron de fruncirse, empujé con suavidad. Apretaba tanto que casi dolía. Cerré los ojos atesorando las sensaciones de entrar por primera vez en el culo de mi hijo.
Apreté un poco más; tuve que cogermela con la mano y ayudar para que entrara, de repente pude entrar hasta más de la mitad. Miré hacia abajo y me quedé sin aliento. Mi polla estaba a medio enterrar en el culo de mi niño. Sus blancas nalgas redonditas y entre ellas mi verga, blanca pero más morena que la piel del nene. Un poco más de presión pero algo me impedía moverme más profundo. Intenté apoyándome en la cama pero de ahí no pude entrar más. La cama no dejaba de chirriar, menos mal que todos dormían.
Volví a esperar, saqué un poco y lubriqué.
Y empujé más, sin dejar de pensar en mi nene, en lo que lo amo y lo cuido, por eso no apreté como quería. Empujé suavemente con las caderas y avancé suave pero muy apretado en la punta de mi polla, mi vientre se pegó contra las nalgas del nene y mis pelotas golpearon las suyas. Más crujidos del pequeño somier; me apreté bien contra él, sintiendo su culo bien apretado a mi pelvis.
Un largo gemido después dejé de apretar su cuerpo y comencé a dejarle ir para volver a hundirme hasta las pelotas de nuevo. Recordé lo bien lubricado que estaba y me atreví a sacarla un poco más. Casi lo saque hasta la mitad y volví a entrar en él para sentir como su dulce culito me estrangulaba la polla mientras entraba en él. Aunque acababa de correrme me era difícil mantener un ritmo de follada normal sin volverme loco y explotar en su culo.
– A la mierda – me dije – agarré la cintura de Carmelo con ambas manos y lo levanté para sentarlo en mi polla, manteniéndolo muy pegado a mi mientras lo mantenía levantado de la cintura y con su cuerpecito dormido y desmadejado, le pegué tres fuertes empujones para agarrar sus caderas lo más fuerte posible en lo que ocho fuertes chorros de leche de papá se mandaban a las tripitas de mi hijo más pequeño. Recordé que no debía sacarlo de golpe, así que , sin dejar de abrazarlo, me tumbé en su camita, que sonó como si fuera a partirse.
Jadeando, esperé que mi niño no hubiera sufrido daños, mientras luchaba por no quedarme dormido. Lo apreté suavemente y acaricié su cara. Dormía plácidamente mientras sentía que por su anito iba escurriendo el semen.
Cambié las sábanas bajeras por unas nuevas y me llevé a Carmelo al baño, donde le puse un microenema y limpié bien su culito y el resto de su cuerpo con toallas. Le puse una buena cantidad de crema anestésica y vestí a mi nene de nuevo. Lo coloqué en la cama y llevé las toallas y las sabanas a la lavadora. Miré el reloj. Las cinco y media. Sonreí.
Entré en el cuarto de Tino y cerré la puerta. Besé su cabeza y la moví para ver que tal dormido estaba. Me saqué la polla y la metí en su boca, estaba flácida, pero un rato después de notar la lengua de mi hijo saborear la polla paterna me la devolvió a la vida. Sabía k no tenía mucho tiempo, así que tomé la cabeza con ambas manos y dejé que mi verga entrara en su garganta, la verdad, las mamadas dormidas no tienen nada q ver con las mamadas que me hacían mis sobrinos despiertos, pero había algo en hacerlo cuando están dormiditos que me pone a mil por cien. Sin hacer movimientos bruscos hice que mi glande llegara al fondo de la garganta. Me agaché para meterle un dedo en el culo, el dedo corazón de la mano izquierda , aferrando las nalgas con la mano extendida, mientras que con la mano derecha le guiaba en la mamada. Un buen rato de va y ven de su cabeza me hizo bizquear de placer; continué manoseándole el trasero hasta que sentí que me iba a correr; pellizqué su trasero y acaricié el interior de las nalgas.
– Muy bien, Tino, tómate tooooda la leche de papá … muy bien, nene, tragaaaa tragaaaaa- gruñí mientras le aferraba de las orejas, llenándolo el estómago de semen paterno – tómate todo el bibi de leche, putilla… la próxima vez te llenare el culete – gemí secándome el sudor. Besé su boca, lamiendo los restos de leche y le lave la cara con una toalla. Gemí al ver el reloj. Casi las siete. Me había demorado demasiado. Dejé su cabecita en la almohada y comprobé su respiración. Casi despierto. Me maldije por lo bajo y salí del cuarto rápidamente. Cuando regresé a mi dormitorio mi esposa aún dormía pero no me la quise jugar y entré muy suavemente al lecho. Esa noche me había follado al peque y ambos me la habían comido. Si mi mujer se hubiera enterado me habría arrancado los huevos. Gracias a Dios nunca se enterará.
Mas que bueno, Los dormidos me calientan mas👍 continua