Negro Enorme, Noche Eterna
Un nalgón suertudo se cruza con un negro que guarda una sorpresa enorme entre las piernas y tienen una noche espectacular, sin saber que su negro vergón tiene un gusto peculiar.
Javier es el protagonista de esta historia. Un godín recién titulado, de estatura media pero bien proporcionado, con un cuerpo tonificado de forma natural que no busca presumir, pero que llama la atención sin esfuerzo. Lo que más destaca, es su trasero: firme, redondo, y tan bien formado que no pasa desapercibido. Es motivo de miradas, comentarios —a veces velados, otras descarados— y el origen de buena parte de la tensión que genera en quienes lo rodean. Javier sabe que su cuerpo gusta, y aunque a veces se hace el distraído, le encanta ser deseado. El es abiertamente gay, no tiene porque esconder su gusto por la verga. Esta afición por los miembros viriles lo descubrió cuando muchas le rozaban su redondo culo por las mañanas en el colectivo, pues es un manjar envuelto en un pantalón de vestir que deja poco a la imaginación y al que nadie se resiste.
La historia transcurre un viernes, que marca el fin de una atareada semana de trabajo en la oficina. Acudió a un bar de ambiente para aliviar todo el estrés, el sabía que pescaría algo, cuando vio a un morocho muy bien parecido, no sabía ni su nombre. Solo que era alto, negro, fornido, y que lo había mirado como si supiera exactamente lo que quería. Se encontraron en un baño de un bar, donde el olor a cerveza se mezclaba con el perfume amaderado que el tipo dejaba en el aire. Le bastaron un par de palabras al oído y una palmada en el culo para que Javier lo siguiera sin pensar.
Terminaron en un motel barato, con luces tenues y paredes finas. A Javier le daba igual. Lo que quería era que le rompieran el culo. Y el tipo lo sabía.
—Te voy a dejar abierto —gruñó mientras lo empujaba contra la cama, bajándole los pantalones de golpe.
—Eso espero —susurró Javier con descaro, sacando el trasero, redondo, perfecto, caliente, con esa mezcla de ansiedad y provocación que volvía locos a todos.
El tipo escupió en su mano y le abrió las nalgas sin delicadeza. Solo con verla, su verga ya estaba dura. Enorme, alrededor de unos 22 cm de pura carne palpitante, rodeada de una pelambrera que solo invitaba a conocer más y adicionada de unas venas bien marcadas. Javier la sintió apenas rozar su entrada y el cuerpo le vibró, su agujero se abría y cerraba con cada lamida que ese semental le propinaba, como si le estuviera mandando besitos y lo invitase a profanarlo.
—Uf, papi… sí… métela —jadeó, sintiendo la presión crecer.
Cuando por fin entró, Javier soltó un gemido ronco. Era gruesa, caliente, intensa. Cada embestida le sacaba el aire… y algo más. Entre una estocada y otra, un pedito húmedo escapó de su culo dilatado, y el hombre sonrió con morbo.
—¿Ya estás tan abierto, putito? —le dijo, empujando más fuerte—. Te estoy dejando flojito.
—Me la estás descolgando —gimió Javier, y otro PRRRT respondió a la presión, húmedo, sonoro—. Me vas a dejar sonando como flauta, cabrón.
El negro se rió con lascivia, apretando su cintura y enterrándola más profundo. El cuarto se llenaba de gemidos, choques de carne… y los soniditos vergonzosos pero excitantes que salían del culo de Javier con cada metida brutal. Le encantaba, le encantaba cómo se escuchaba. Cómo lo hacía sentir.
—Estás tan roto que suenas —le dijo al oído—. Cada sonido es una nota de lo bien que te cojo.
El ritmo se volvió más frenético. Las embestidas ya no buscaban durar, sino reventar. Javier estaba sudando, con el culo completamente entregado, temblando con cada golpe profundo.
—Te la voy a dejar adentro… toda —gruñó el tipo, aferrado a sus caderas.
—Sí… lléname, papi… déjame goteando —suplicó Javier, sintiendo que le vibraban las piernas del puro placer bruto.
Y entonces, con un gruñido grave, el desconocido empujó hasta el fondo y se quedó ahí, temblando, bombeando una descarga espesa y caliente directamente en el culo de Javier.
El calor del semen lo hizo gemir fuerte, arqueando la espalda. Sentía cada chorro reventar dentro, tan profundo que casi podía jurar que le llegaba al alma. El hombre no se movió por unos segundos, disfrutando la contracción del ano de Javier mientras lo llenaba.
Pero entonces se retiró, y la escena fue aún más obscena: apenas sacó la verga, un PRRRT escapó del culo dilatado, empujando con él parte del semen.
—Mmm, ahí viene… —dijo Javier, sonriendo con la cara hundida en la sábana—. Te estoy goteando, papi…
Otro más, húmedo, más fuerte, y una oleada blanca comenzó a resbalar entre sus nalgas, caliente, espesa, chorreándole hasta el muslo.
El desconocido observaba con fascinación, acariciando una nalga mientras le abría las nalgas solo para ver cómo lo que acababa de dejar adentro salía a borbotones, acompañado de esos sonidos sucios que dejaban claro cuánto se había abierto.
—Eso, putito… suéltalo todo —le dijo, dándole una nalgada—. No te limpies. Quédate así.
Javier rió, exhausto, complacido.
—Así me gusta… sentir que me usaron rico.
El tipo no se movía. Seguía mirando el culo de Javier con una mezcla de hambre y adoración sucia. El semen seguía bajando lento entre sus nalgas, y cada tanto, otro pedito suave lo empujaba un poco más afuera. Sonaba como si su culo hablara, como si le rogara por otra ronda.
—Mierda… te estoy viendo goteando, y ya quiero volver a metértela —murmuró el negro, acariciando con dos dedos la entrada todavía húmeda.
Javier giró el rostro con una sonrisa ladina, mordiendo su labio.
—¿Tan rico te gustó? —preguntó, arqueando el culo.
—Cabrón… nunca había escuchado un culo tan musical —le respondió, palmeándole las nalgas—. Suenas a culo roto. A culo feliz.
Y sin esperar más, lo escupió otra vez y se la volvió a meter, esta vez de golpe. Javier gritó, entre placer y sorpresa, mientras el sonido de la verga entrando removía la leche que aún estaba dentro, provocándole un sonido fuerte y burbujeante.
—Uuuh, papi… eso fue con premio —jadeó Javier—. Me estás mezclando el semen de antes.
El tipo gruñía, empujando como si quisiera fundirse con él. Cada embestida sacaba un pedo húmedo, cargado, como si su culo fuera un instrumento de viento lleno de placer.
—Voy a cogerte hasta que suenes como corneta —le dijo entre risas sucias, azotándolo—. Esto no es un culo, es una trompeta.
—¡Dale! —gimió Javier, apoyándose sobre los codos—. Tócame la sinfonía completa, cabrón. Tócame como tu instrumento.
El cuarto se llenó de sonidos aún más sucios: carne chocando, gemidos roncos, y los pedos húmedos que el culo de Javier no podía retener con tanta leche y verga adentro. Era un concierto de suciedad, y ambos estaban extasiados.
Cuando finalmente el negro volvió a venirse, lo hizo hundido hasta las bolas, apretando los dientes, jadeando como animal. Esta vez, el creampie fue aún más brutal: una mezcla de los dos polvos, saliendo caliente, espesa.
Y Javier… solo se quedó ahí, con el culo apuntando al techo, echando pedos lentos, cargados, haciendo ruidos sucios mientras la leche bajaba en hilitos por sus muslos.
—Dame tu número —le dijo el tipo, exhausto pero con la verga aún palpitando—. No me voy a conformar con esto. Ese culo… ese sonido… eso no se encuentra todos los días.
Javier rió, sacando su celular sin moverse.
—Grábame así, papi. Grábame echando peditos con tu leche saliendo. Y después me llamas cuando quieras volver.
Excelente relato. como sigue?