Nivel 3 (Cómo ser hombre de negro parte 3)
continúo las pruebas, y ahora atravieso un laberinto de agua. Unos penes de goma son las llaves que abren las puertas secretas… la llave es tu culo.
NIVEL 2: EL CUBÍCULO
Aquel vestuario era muy pequeño. De hecho sólo tenía un cubículo de azulejo blanco de apenas un metro por un metro, con un pequeño banco de madera de listones. Al acercarme algo me detectó
–brrzzzzz sonó
Y entre los maderos del asiento del banco del cubículos emergió un dildo no muy ancho, no muy largo, pero sí de tamaño considerable, ubicado un poco más hacia la zona izquierda del escaño (normalmente los dildos estaban centrados).
-’Su culo será su llave’ recordé las palabras que había oído por megafonía.
Así que me giré con la cara mirando hacia afuera del cubículo, y me senté en el banco de el cubículo, insertandome poco a poco por el ojete aquel pene de goma.
Cuando llegué hasta abajo, con el dildo enterrado dentro de mi culete, no pasó nada. Me quedé frustrado pensando qué hacer.
No había salida, había entrado por un laberinto de agua. Tras abrir una compuerta -con el dildo de pared- la misma se había cerrado y no había otro dildo en esta parte. No podía salir por donde había entrado. Y no había salida. Me salí del dildo y decidí probar otra vez. ….
Nada
Me quedé sentado, frustrado, con el dildo en mi culo. Estaba casi llorando. ¿Qué iba a hacer?
Me puse de pie, intenté mover el banco… pero nada. Estaba amarrado a la pared.
–grrrr me cabreé y tiré con fuerza intentando arrancarlo.
Gritaba, Lloraba, berreaba como un niño pequeño que no se sale con la suya. Así pasó media hora hasta que decidí calmarme y pensar. ¿Qué podría hacer para salir de una situación como aquella?
Seguramente la polla aquella era un resorte que abría una puerta secreta y me dejaría salir de aquella habitación pasando a un siguiente nivel.
Estaba desnudo, en pelotas. Había perdido el calzoncillo blanco, mojado, en el laberinto de agua.
Mi desnudez me daba una sensación de indefensión mayor aún, aunque cualquier otro chaval menos fuerte mentalmente que yo, en un sitio como ese, habría perdido la cabeza, se hubiese vuelto loco, y se hubiese autolesionado golpeándose su cráneo contra las paredes de azulejos o habría vuelto para ahogarse en el laberinto. Pero yo tenía que pasar aquella prueba usando la inteligencia. Si mi culo era la llave, el dildo que surgió del asiento me tendría que dar acceso a mi destino. Lo que pasaba, seguramente, es que no había sabido girar la llave, así que decidí probar otra cosa. El dildo, no muy largo y delgado (de unos 19 centímetros y como una polla rolliza, de gordo), se podría probar no sólo sentado en el asiento con los pies en el suelo, como había hecho en dos ocasiones y no había funcionado. Podría poner los pies en el asiento y autopenetrarme con aquel pene de goma más profundamente en mi punto G, si me sentaba sobre él de cuclillas. El banco era lo suficientemente ancho para ponerse sobre él, pero en vez de mirando con la cabeza hacia fuera del cubículo, mirando de lado a la pared derecha, apoyando mi espalda en la pared izquierda del cubiculo –de hecho estaba más separado de una de las dos paredes de la estancia, de metro y medio de ancho–, y más arrimado a la otra pared (donde si me giraba, de pie sobre el asiento, podría poner mi espalda).
Así que me arrodillé en el suelo. Metí ese pene de goma en mi boca. Y aunque estaba impregnado por mis fluidos anales de las dos penetraciones que me había dado, lo comí profundamente y ensalivé para lubricarlo para que la penetración en esa nueva posición, que sería más profunda, no me hiciese mucho daño en lo hondo de mi ojete. Así que me subí al asiento. Me giré, y empecé a empalarme.
–Ohhhh
Ahora el dildo iba algo más profundo dentro de mí. En mi primer intento no pude llegar hasta abajo. No estaba aún del todo dilatado, y me metí sólo 16 centímetros de aquel gran consolador. Así que me lo saqué casi del todo, dejando dentro de mi ano la puntita del glande, y en otra intentona me lo me lo metí más hondo aunque aún no tocaba la base. Del glande de aquel pene de goma, en el que había un tubito, empezó a salir como un lubricante, lo que empezó a hacer más fácil aquella autopenetración. Mi pene estaba ya erecto por la excitación al tener aquel pene de goma en mi ano. Me estaba gustando aquella situación. Volví a subir y bajar más rápidamente y conseguí ya meterme 17 centímetros. No bastaba. No era suficiente. Otra vez arriba, otra vez abajo. Y en los movimientos arriba y abajo como si de una jeringuilla cuyo émbolo presionase con mi culo, salía más liquido lubricante, calmante y relajarte, que se introducía en mi ano.
Al tercer intentón ya me entraron 17 centímetros y medio. Al cuarto 18. Al quinto 18 centímetros y medio y a la sexta intentona ya me entraron los 19. Caí sobre el dildo profundamente, extenuado, cansado, agotado, sudando, del ejercicio que había realizado arriba y abajo, autofollándome. Ya no me importaba que me doliera o no. Estaba cansado, agotado, extenuado, y me senté en el banco con lo que enterré en el fondo de mi ano tocando los huevos que aquel pene de goma tenía en su base, mi perineo. El dildo tocó mi próstata, mi punto G, haciéndome expulsar algo de líquido preseminal… Entonces salieron de los huevos de la base del pene de goma un líquido que se insertó en mi ano sin que yo me diera cuenta. Lo noté un poco mojado, pero tal extenuado como estaba, estaba sudando por aquella follada profunda.
Con mi culo enterrado en el dildo tocando mis nalgas el asiento, y mi espalda la pared de azulejos, la pared que tenía a mis espaldas cedió y caí hacia atrás en una nueva habitación, en una especie de colchoneta. El dildo se salió de mi culo. La pared, basculante, tras darme paso y caer yo en una colchoneta en el suelo, se volvió a cerrar como si no hubiera nada.
Ante mí se presentaba una gran estancia, blanca y luminosa, muy limpia. Aunque parecía vacía: no se veía a ningún ser humano más
–Bienvenido al nivel 3.
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