Nunca debiste hacerme bullying, rubiecito (2 de 4)
Con Michael en mi poder, la intensidad de mi venganza empieza a crecer..
Después de una primera sesión con Michael, sentí un poco de pena por él. Después de todo, era solo un niño de trece años, un púber irresponsable. Noté con preocupación que me estaba ablandando y eso era un peligro.
– ¿Me puedes soltar, Freddy? Me duelen los brazos.
El chico llevaba casi una hora amarrado y desnudo sobre una mesa de madera.
-Ya aprendí la lección- me dijo, mirándome con sus grandes ojos azules.
-Eso lo veremos- dije yo. Sin embargo, acerqué una almohada y la puse debajo de su nuca.
– ¿Mejor?
-Sí, gracias… ¿Me puedes quitar la aguja del brazo?
Lo hice y también le aflojé un poco las ligaduras.
-Siento mucho haberte tratado mal- dijo Michael- Lo lamento de verdad. Y me gustó tener sexo contigo, Freddy. Me hiciste ver el cielo.
Michael sabía que era encantador. De hecho, solía aprobar sus materias por su bella cara de ángel. Pero ahora que la profesora de Ciencias lo había calado, sin mi ayuda no podría aprobar. Estaba usando sus encantos conmigo, pero no iba a funcionar.
Una de mis habilidades es recordar todo lo malo que alguien me hizo para volver a enojarme, aunque ya haya pasado el tiempo. ¿Soy rencoroso? Sí, y no me parece un defecto.
– ¿Me podrías dar un poco de agua? Tengo mucha sed.
Todavía pensando mi próxima jugada, acerqué una botella de agua a sus labios y le permití beber.
-Gracias- dijo dulcemente.
Pero fingía. Era el mismo cabrón que me había echado a perder todo el año escolar junto a sus secuaces con sus bromas pesadas y sus maldades.
-Todavía no has pagado tu deuda, niño.
-Ya es suficiente… Mis padres se van a preocupar…
-Olvídate de eso.
Yo ya les había enviado un mensaje desde su celular avisando que pasaría toda la noche aquí.
-Hora de usar alguna herramienta contigo…
Traje una caja de metal y la coloqué en la mesada. Saqué un cuchillo muy afilado y lo apoyé de plano sobre la garganta de Michael.
-¡No, por favor!- rogó.
-Tal vez para el final… Veamos otra cosa…
Guardé el cuchillo y saqué una pequeña sierra. Tomé los testículos de Michael y le hice sentir los dientes de la sierra, pero sin lastimarlo.
-Esto podría ser…
– ¡No!
-Tal vez para dentro de un rato…
Entonces saqué una pluma de águila.
-Esto va a funcionar.
– ¿Una pluma?
Mucha gente ignora que las cosquillas son un eficaz método de tortura. Si uno sabe dónde acariciar, puede provocar auténticos espasmos nerviosos. Al principio, parece divertido. Y Michael reía a carcajadas cuando lo tocaba en la planta de los pies, en el cuello, las axilas, el vientre…
Pero después de un rato, sus ojos estaban arrasados en lágrimas y rogaba que me detuviera.
Aunque ya su cuerpo convulsionaba, seguí hasta que su pequeño pene, preso de la excitación nerviosa, volvió a soltar pis.
-No sigas, Freddy, por favor- dijo entre sollozos.
– ¿Cuántas veces me escupiste la silla? Ya sabes qué pasa si mientes…
-Diez o doce veces… Sé que estuvo mal…
-Bien. Y mereces tu castigo.
– ¡Por favor, no más cosquillas!
-Tendré piedad de ti, aunque no lo mereces…
Guardé la pluma y abrí el refrigerador que tengo en mi laboratorio. Saqué unos cubitos de hielo y los puse en una jarra.
– ¿Sabes qué es una de las peores cosas de ser nuevo en tu colegio? La frialdad.
Y tomando un hielo comencé a pasarlo por una de sus tetillas.
-No hagas eso, por favor…
– Sí, muñeco, ese frío helado… No te muevas, si un hielo cae, vuelvo a las agujas…
-No, por favor…
Coloqué hielos sobre su pecho, su estómago y su ombligo, y tomando otro, comencé a acariciarle el pene y los testículos.
Intentó aguantar, pero como ya dije, la fortaleza no era una característica de Michael. Finalmente movió su cadera y uno de los hielos cayó al suelo.
-No lo pude evitar…
-Ya sabes el precio…
El resto de los hielos se deslizaron por su cuerpo y se estrellaron en el piso. Fui en busca de una aguja.
– ¡No, no por favor…! – rogó aterrado.
-Por supuesto que sí… ¿Dónde quedará mejor esta aguja? ¿Atravieso tu naricita? ¿O uno de tus pezones?
Levanté su pierna derecha y fui hundiendo la aguja en una de sus nalgas. Aulló fuerte, pero con el cuarto insonorizado donde estábamos era inútil que gritara. Nadie lo escucharía.
La aguja terminaba en una bolita colorada. Fue lo único que quedó a la vista. Michael lloraba de dolor, pero también porque sabía que yo no me iba a detener. Ese culito era muy tentador.
Las amarras de las piernas estaban sujetas por unas poleas. Maniobré con ellas y las dos piernas quedaron en alto. El ano del niño, completamente vulnerable.
Me acerqué a su cara, bañada en lágrimas.
-Eres malo- me dijo, entre hipos.
-Pero te lo mereces, rubito. Te haré una pregunta y si mientes te meto otra aguja más. ¿Ayer te hiciste la paja?
Tragó saliva antes de responder.
-Sí, me la hago todos los días…
– ¿Eres virgen?
-Sí.
-Pero en el colegio decías que lo habías hecho con varias chicas…
-Solo para presumir…
-Así que decías que no eras virgen para que los demás te admiráramos.
-Sí… Por favor, sácame la aguja… Me duele mucho…
-Veremos…
Conecté la manguera a una de las canillas y lavé el ano del niño. Metí mis dedos en ese agujerito rosado, hasta asegurarme que quedase inmaculado.
– ¿Qué vas a hacer?
-Te sacaré la aguja…
Y eso hice.
-Pero dentro de unos minutos dejarás de ser virgen…
Unté con abundante vaselina su agujerito y también coloqué una buena cantidad en mi pene, ya erecto.
Aunque no soy un gorila, estoy bien dotado. Y empecé a penetrar a Michael. Lo hice con cuidado, casi con dulzura. Y, sin embargo, comenzó a aullar. No sé si de dolor o de rabia. Eso no me gustó y aferrando sus muslos, dejé caer todo el peso de mi cuerpo sobre él.
A cada embate, sus gritos se hacían más y más desesperados. ¡Vamos, no podía dolerle tanto! Yo seguí entrando y saliendo, sintiendo el calor de sus entrañas. Finalmente dejó de gritar y su pene se excitó.
Ahora Michael gemía y yo estaba cada vez más cerca de eyacular.
Cuando sentí el orgasmo no pude reprimir un alarido de placer. Reconozco que había sido bestial.
Mientras me recuperaba, maniobré con las poleas y las piernas de Michael quedaron otra vez horizontales. De su ano chorreaba semen. Lo tomé con mis dedos y lo metí en la boca del chico.
-Cuando te pregunten si eres virgen, podrás decir que no, sin mentir… ¡Trágalo!
Obedeció, humillado.
-¿Eres virgen?
Y, sollozando, respondió que no.
(Continuará)
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!