Nunca debiste hacerme bullying, rubiecito (3 de 4)
Freddy continúa su implacable venganza sobre Michael. Pero además de gozar del cuerpo de su adversario, Freddy sigue siendo un chico nerd, tan preocupado por sus hallazgos como de sus orgasmos. .
– ¿Tienes hambre? -le pregunté.
– ¡Déjame irme a casa, Freddy! -respondió Michael- Ya sabes que no volveré a molestarte nunca más.
-No estoy seguro de eso.
Era una crueldad decirlo. Michael llevaba ya dos horas atado y desnudo. Yo lo había violado, además de someterlo a algunas torturas menores. Apenas era un niño y estaba pagando muy caro cada una de sus estupideces. Su autoestima estaba hecha pedazos.
– ¿No tienes hambre? Pues yo sí.
Y empezando por el cuello del chico, comencé a lamerlo como si fuese un tibio helado de hormonas.
Conozco bien lo que los libros llaman zonas erógenas. Los chicos nerds sabemos esas cosas que los salvajes que entran en la adolescencia ignoran. Y efectivamente, cada vez que mi lengua exploraba intensamente esos puntos, Michael, excitado, gemía.
– Bueno, hora de tu medicina- dije, tomando una pastilla azul.
– ¿Qué es esto?
– ¿Quieres otra aguja?
– ¡No, no! La tomaré, Freddy.
Le di un poco de agua y tragó la pastilla. Yo ya había tomado la mía. Eso nos aseguraría mantenernos excitados varias horas.
Volví a poner mi caja de herramientas a la vista. Saqué un látigo de cuero y lo hice restallar contra la pared.
– Este látigo te arranca tiras de piel… ¿Quieres probarlo?
– ¡No, por favor…! ¡No me hagas más daño…!
– ¿Más daño? Apenas te hice unas caricias y ¿así me lo agradeces?
No dijo nada. Seguramente pensaba en las agujas que le había metido en su cuerpo y no las consideraba precisamente «caricias».
Entonces saqué un vibrador. Tenía varias velocidades.
-Veremos cómo funciona…
Tomé su pene y le hice unas caricias. Una vez que alcanzó la erección, prendí el vibrador y comencé a trabajar. Michael, con esfuerzo, irguió su cabeza para ver qué le estaba haciendo, pero el placer era demasiado intenso y se dejó caer sobre la almohada, cerrando los ojos.
¿Cuántas veces puede eyacular un muchacho? En realidad, si no fuera porque el cerebro da la orden de “basta”, podría hacerlo muchas veces, ya que los espermatozoides se producen por millones. La pastilla que le había hecho tomar a Michael inhibía esa función del cerebro, pero solo por un tiempo limitado.
Cuando acerqué el vibrador al frenillo de su pene, el chico ya no resistió más y con un gemido ahogado dejó salir su semen. Pero mi buen manejo del vibrador y de los químicos evitaron que su miembro se pusiese fláccido. La fiesta continuaba.
Dudo que Michael haya vuelto a sentir tanto placer en toda su vida. Era impactante verlo sacudir sus caderas por los espasmos incontrolables de su éxtasis.
Lo hice eyacular dos veces más en media hora de tratamiento. La última vez apenas le salieron unas gotas. El semen había formado un pequeño charco que se secaba sobre su pubis y muslos. Respiraba agitadamente y estaba exhausto.
Eso me permitió soltar sus amarras. Se dio cuenta de que iba a violarlo otra vez, pero no se resistió. Aún sabiéndose suelto, ya estaba en mi poder.
Mi desarrollo era más avanzado que el de Michael. Ya dije que, salvo su abundante cabellera rubia, su cuerpo era totalmente lampiño. No tenía vello púbico y sus axilas eran como las de una estatua. No era mi caso. Yo estaba bien desarrollado y la pastilla azul me permitiría eyacular más veces.
Me pregunté qué pasaría si añadía otra dosis. Allí estaba ese cuerpo hermoso, a mi disposición. ¿Podría eyacular más de tres veces? Para comprobar mi hipótesis, decidí que fuésemos a otro lugar.
Cargué al niño agotado y lo llevé al dormitorio de mi papá. Lo puse boca abajo, sobre la cama. Coloqué una cámara estratégicamente. Era hora de aplicar todos mis conocimientos sobre el Kama Sutra gay y la tecnología.
Como una piadosa concesión a mi víctima, primero le di unos buenos masajes en la espalda y el cuello. Sabía que el chico estaría entumecido por tantas horas de estar atado. Suspiró agradecido cuando amasé sus músculos cervicales.
– No me hagas daño, Freddy- susurró dulcemente.
– Obedece y no te va a doler. Colócate en cuatro patas.
– ¿Cómo un perrito?
– Exacto.
Mi papá tenía gel íntimo en su mesa de luz. Lo usé generosamente, porque la sesión sería larga y no quería lastimarlo. Un momento después, aferrándome de sus hombros, penetraba a Michael hasta el fondo.
A diferencia de la primera vez, esta vez Michael no gritó. Es verdad que yo me movía con relativa suavidad, pero creo que él ya lo estaba gozando. Me incliné sobre él, besé sus hombros y cuello, y intensifiqué la embestida.
Sabía que el primer orgasmo sería el más abundante, así que cuando noté que era inminente, me retiré de su culito rosado y dándole la vuelta, le ordené que se arrodillara frente a mí y abriese la boca. Chorros incontenibles de semen inundaron su garganta. Le tapé la boca con la mano e incliné su cabeza hacia atrás para que se lo tragara todo, lo que hizo entre toses.
-Muéstrame tu lengua, Michael.
El chico abrió la boca. En efecto, su lengua rosada estaba limpia. Todo el torrente de semen se derramaba por sus entrañas.
Lo acosté de espaldas y, como mi pene seguía erecto, volví a penetrarlo mientras, inclinándome sobre él, lo besaba apasionadamente. Michael ahora gemía de placer, y estaba excitado. Mientras yo lo besaba y lo penetraba, alcancé mi segundo orgasmo consecutivo.
No quería detenerme. Detrás del salvaje en que me había convertido, estaba el científico. Me acosté boca arriba y Michael, dócilmente, se sentó sobre mi pene. La penetración fue profunda, un auténtico empalamiento, y el chico empezó a cabalgar, siempre gimiendo de placer. Yo lo sujetaba por las muñecas y hubiese deseado que aquello no terminase nunca. Cada sacudida provocaba un ruido excitante, un choque rítmico y húmedo. Duró bastante, calculo una media hora. Y la eyaculación fue buena. También Michael eyaculó.
Me faltaba una cuarta eyaculación para comprobar mi hipótesis. Lo puse boca abajo, con la cara apoyada en las sábanas y la cola en alto. Entonces vi que su ano dilatado estaba enrojecido. No sangraba, pero se acercaba al límite. Sería mejor que lo dejara reponerse.
Lo coloqué boca arriba. Me puse a horcajadas sobre su cuerpo y comencé a masturbarme. El chico había cerrado los ojos, completamente agotado. La química funcionó y pude llegar al cuarto orgasmo. El semen cayó sobre su cara y su pecho. Con mis dedos, recogí todo el viscoso líquido y él, abriendo dócilmente su boca, lo tragó una vez más.
Exhausto, me dejé caer sobre él. Para mi sorpresa, me abrazó.
– Qué bien estuvo eso, Freddy – dijo sonriendo y me dio un beso.
– Sí, fue hermoso, zorrito.
– ¿Ya estoy perdonado?
– Falta muy poco… Ponte boca abajo… Te daré unos masajes…
El chico obedeció y le di unos masajes, pero aprovechando su confianza, saqué debajo de la almohada las esposas que allí guardaba mi papá y lo esposé con las manos en la espalda.
-¡Eh, eso duele…!
-Ya lo sé. Espera un momento.
Michael quedó inmóvil en la cama y yo apagué la cámara. Nuestra orgía de sexo había quedado registrada. Editando algunas partes, sería una película muy caliente. Pero no era mi intención distribuirla.
-Mira esto, muñeco.
Abrió los ojos como platos al ver las imágenes, de alta definición, donde yo lo penetraba una y otra vez, y él gozaba.
– ¿Qué pasa si lo comparto por las redes?
– ¡No hagas eso! ¡Si lo haces, me mataré!
– Bien. Solo quiero que sepas que este archivo está en mi poder y la próxima vez que me molestes, circulará por todo el colegio. Pero si te portas bien, esta fiesta nunca ocurrió. ¿De acuerdo?
– De acuerdo… ¿Me puedes sacar las esposas, Freddy?
– No, vamos al laboratorio.
– ¡No quiero volver a ir allí!
– Todavía no has pagado por todas tus maldades, aunque ya no falta mucho.
– Creí que yo te gustaba… que éramos amigos ahora…
– ¿Por qué? ¿Por qué eres un chico hermoso? Sí, un buen envase, pero sin cerebro ni corazón. Sé lo que hiciste y eso es lo que eres. Simplemente ahora estás asustado y humillado, porque sabes que te puedo lastimar y además ya te he violado varias veces. Sí, ahora eres bonito e inofensivo, como un conejo o un cachorrito. Pero todavía no has pagado la última moneda.
Michael tragó saliva. Sabía que uno deja lo mejor para el final.
(Continuará)
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