Nunca debiste hacerme bullying, rubiecito (4 de 4)
Cuarta y última entrega de la terrible venganza de Freddy sobre Michael. .
Otra vez amarrado y desnudo, Michael se preguntaría cuánto faltaba para que terminara su castigo.
-Voy a bañarte, criatura, así que cierra esos lindos ojitos para que no te entre jabón.
Obedeció. Ya había quebrado su voluntad, no le quedaba un gramo de rebeldía.
Enjaboné su cuerpo hermoso, sin ningún apuro. Cada rincón fue explorado y manoseado. Me detuve en sus genitales, jugando con él, hasta que alcanzó la erección.
Finalmente, con una manguera de agua tibia, le quité el jabón del cuerpo.
– ¿Puedes ponerme la almohada, Freddy? La mesa es muy dura.
– Te colocaré la almohada y algo más.
Puse la almohada debajo de su nuca. Le acaricié la cara e introduje un dedo en su boca. Como un ternerito, lo chupó. Creo que llegado a este punto el chico ya no sabía qué más hacer para complacerme. Sin embargo, después de una última caricia en su cuello, me puse a buscar en mi caja de herramientas. Michael ya sabía que eso no era nada bueno para él.
Saqué un consolador. No era muy grande, no iba a lastimar al chico, pero tenía además incorporado un vibrador.
-Mientras me doy una ducha, te dejaré con un amigo.
Después de untarlo con vaselina, introduje el consolador en su ano y prendí el vibrador.
– ¡Que lo disfrutes!
Cuando volví, después de ducharme, Michael gemía y sacudía su pelvis en espasmos de placer. Retiré el consolador.
Para mi sorpresa, Michael ahora lloraba. Otro hubiese sentido pena. Un niño tan guapo, desnudo, atado y hecho un mar de lágrimas. Pero yo lo conocía bien al zorrito.
– ¡Quiero ir a casa! – repetía entre hipos.
-No has pagado por todas tus maldades, muñeco. ¿Cuántas veces me pusiste tachuelas en la silla? Ya sabes lo que pasa si mientes…
Siguió llorando.
– ¿No vas a contestar? No importa. Mira, aquí tengo tachuelas. Creo que hay cincuenta. Te las voy a clavar todas en tu cuerpo tan suavecito…
No dijo nada.
Tomé unas cuantas y las fui clavando en sus nalgas. Seguía sin decir nada, apenas un sobresalto y unas lágrimas. Hasta que tomé entre mis manos sus testículos.
– ¡No! Por favor, ahí no… Te lo hice muchas veces… Perdóname…
– ¿Se te acabaron las lágrimas?
– ¡Ya estoy arrepentido! ¿Cómo te lo puedo probar?
– No puedes.
Comencé a clavarle tachuelas en los dedos del pie. Esta vez sí gritó.
– Dime qué quieres que haga… Pero detente…
– En este momento me apetece que me la mames.
– Lo haré… pero sácame las tachuelas… Duelen…
– ¿Es una orden? Así no funciona esto.
Y clavé otra tachuela en su pantorrilla.
– No, no es una orden… Te lo ruego, Freddy- estaba llorando otra vez.
– Todavía me quedan muchas tachuelas… Creo que puedo cubrirte todo el cuerpo con ellas…
– ¡Perdóname! Te lo hice muchas veces, soy un idiota…
– Bien, veremos qué tal mamas ahora… si lo haces realmente bien, te quito tus medallas…
Michael había mejorado su técnica. Su lengua ahora recorría todo mi miembro.
-Chúpame también las bolas…
Sin quejarse, lo hizo también. Fue glorioso. Cuando volví a meter mi miembro en su boca empujé para que entrara todo. Vi que se sofocaba y lo retiré.
– Eres un crío inútil. Mejor sigo con las tachuelas…
– No, no- rogó, entre toses- dame un respiro y lo haré bien.
Volví a meter mi pene en su boca. No tuvo que aguantar mucho. Llené su garganta de semen.
Una a una retiré las tachuelas.
– Creo que ya es hora de terminar contigo- dije.
– ¿Puedo irme? – susurró. De la comisura de la boca salían hilos de semen.
– Queda la prueba final.
– ¿Qué me vas a hacer ahora? Ya me hiciste de todo…
– La gente promete cosas y después no las cumple.
– Yo te juro que no lo volveré a hacer…
– Pero te vas a olvidar, rubito, lo sé. A menos que te deje un recordatorio en el cuerpo para siempre y todos los días de tu vida te acuerdes de estos hermosos momentos que compartimos.
– ¿Qué recordatorio?
– La gente a veces se hace tatuajes para recordar.
-No me gustan los tatuajes.
– Bueno, esto no es exactamente un tatuaje sino una marca…
Sostuve delante de sus ojos asombrados un mango de madera que en la punta tenía un hierro trabajado que decía Hice Bullying. El tamaño de la inscripción es tal como el que ustedes pueden ver aquí.
– Esto es como el que se usa para marcar el ganado. Se lo calienta al rojo vivo y se graba en una parte de tu cuerpo. En la frente, por ejemplo. Queda para siempre.
– No me hagas eso… No hace falta, Freddy.
Encendí el brasero. Puse carbón y trozos de leña, eché gasolina. El hierro empezó a calentarse.
– Por favor… No me quemes con eso…
Mientras pensaba alguna alternativa, acaricié sus piernas. Mientras le sobaba un muslo, le propuse: – Te daré una chance. Un desafío. Si lo superas, no te cauterizo.
– ¿Qué tengo que hacer?
– ¿Recuerdas a estos amigos?
Eran el consolador y el vibrador.
-Si resistes diez minutos sin eyacular, te salvas… pero si no, ya sabes.
El chico suspiró, desalentado.
– Está bien…
– Preparemos el cronómetro, entonces.
Llené su ano de vaselina y le introduje nuevamente el consolador. El tiempo empezó a correr y yo comencé a trabajar el pene del chico con el vibrador.
Hay que reconocer que aguantó bastante. ¿En qué pensaría, para distraerse? ¿En matemáticas, en el dolor de las agujas, en los glaciares? Pero yo ya conocía su cuerpo como la palma de mi mano. Pronto logré su erección.
Habían pasado siete minutos y medio… El consolador se sacudía dentro del chico y yo lo estaba haciendo gozar con el vibrador. De vez en cuando, Michael soltaba un suspiro. Mantenía, sin embargo, los labios apretados. Yo todavía no le había dado la máxima intensidad al juguete. Cuando llegó a los ocho minutos, lo puse a tope y comencé a acariciar pacientemente su frenillo.
La respiración de Michael se volvió más y más anhelante. El chico luchaba por contenerse, pero cada vez el placer era más insoportable. A los nueve minutos y diez segundos, no pudo más. Un chorro de semen salió disparado mojando su pecho y su estómago.
Todavía intentó negociar el zorrito. Pero soy implacable con los que me ofenden.
————
Han pasado ya tres meses. Agregando su nombre a mi proyecto, Michael aprobó Ciencias. Cuando nos cruzamos en el colegio, finge no verme. Se aparta de mí, asustado. No sé qué les dijo a los otros, pero ya nadie me molesta.
Hice algunos amigos y mi vida es aceptablemente normal. Soy uno más. Algunas noches me gusta ver las filmaciones de mis escenas de sexo con Michael, son muy excitantes. Pero cumplí mi palabra y esos videos nunca salieron de mis equipos.
Otras veces, en sueños, vuelvo a tener al chico bajo mi poder. Creo que él también debe soñar conmigo. Claro, lo que para mí acaban en dulces sueños húmedos para él deben ser pesadillas horrorosas de las que despertará angustiado y con el corazón al galope. Pero esto solo es una hipótesis que aún no pude comprobar.
La memoria nos traiciona. Por eso anotamos cosas en papeles o usamos alarmas en el móvil. Michael no necesita nada de eso para recordar que conmigo no se juega.
Simplemente, cada vez que vaya a los sanitarios a orinar o se dé una ducha puede contemplar la marca indeleble que tiene en su pene: Hice bullying.
Sí, seguramente cada vez que la vuelve a ver -y es muy visible- recuerda el olor de su carne quemada, sus alaridos de dolor y entonces un escalofrío helado le recorre la espalda.
FIN
No manches……………………………………………………..
Gracias por tomarte el trabajo de leer, y también se agradece la critica.
La historia es buena, algo cliché pero el final es decepcionante. Al final Michael muestra ser mucho más humano que Freddy.
¡Gracias, Juan Manuel por tomarte el trabajo de leerlo! Sí, Freddy es un sociópata-supongo- y entiendo la crítica. Veré si puedo reescribirlo.
Me hubiera gustado que le pasaran electricidad por las tetillas y los testículos al bastardo ese o quizás que Freddy siendo un nerd con tanto conocimiento le sacara un testículo con cirugía. Me gustaron mucho tus relatos.
¡Gracias por leer, anderson!
crei que utilizaria al primero para seguir con los otros, que este mismo por temor al video se los entregara
No había pensado en eso. ¡Gracias por leer y comentar!