Obsesión
Desde que ese niño entró a mi escuela, me obsesioné con él..
Desde que Markus entró a nuestro colegio me enamoré de él.
Yo tenía 15 años y hasta ese momento, si alguien me hubiese llamado “puto”, aunque fuese en broma, le habría dado una paliza. Pero la llegada de ese niño (él tenía entonces 11 años) me trastornó. Se lo comenté al gordo Elías, mi mejor amigo:
– Bueno, Pedro, no te atormentes. Después de todo, un niño a esa edad se parece a una niña.
– ¿Lo conocés?
– No, nunca lo vi.
Era lógico porque los pequeños (Y Markus estaba en ese grupo) funcionaban en otro piso. Yo lo había visto al entrar al edificio y el flechazo fue instantáneo. Me acerqué a él y le pregunté si era nuevo en la escuela. Me dijo que sí y que estaba un poco desorientado. Lo llevé hasta su sector. Al separarnos me sonrió agradecido. Desde entonces, no podía dejar de pensar en él.
Necesitaba que mi amigo lo viese, para que me diera su opinión. Elías me había apoyado cuando Dalia, mi primera novia, me dejó y me partió el corazón. Yo había estado a su lado cuando sus padres se estaban separando de la peor manera y él prefería venirse a casa a tener presenciar los gritos y discusiones en su hogar. Éramos dos amigos de fierro.
– Mira, es ese. El rubiecito.
Markus, al igual que sus compañeros, vestía el uniforme de deportes, y caminaba rumbo al campo deportivo del colegio. Pasaría delante nuestro, que nos habíamos sentado en un cantero alto donde había flores y el cartel de la escuela.
El niño me saludó cuando me vio y siguió adelante, conversando con el resto. Yo aproveché para echarle una mirada a sus piernas.
– ¿No es maravilloso?
– No está mal. Sin embargo, es un varoncito.
– ¿Crees que no lo sé?
– Quiero decir que no es un chico que parezca gay o bisexual. Se lo ve, cómo decírtelo, bien hombrecito. No me lo imagino sintiéndose halagado por tu interés romántico en él.
– Será cuestión de conquistarlo.
– No sé, Pedro. Entiendo que Dalia te rompió el corazón y que ahora sientas rechazo a las chicas. Tal vez deberías tomarte un tiempo antes de andar ofreciendo tu corazón a cualquiera.
– ¡Él no es cualquiera!
– Amigo, no lo dije en tono insultante. Solo quiero evitar que te vuelvan a lastimar o que hagas alguna locura. Te conozco.
El gordo Elías es mi mejor amigo. Nuestra amistad es de las que duran toda la vida. Habíamos visto horas de porno juntos, nos habíamos contado nuestras fantasías sexuales más perversas, pero no había ninguna atracción sexual entre nosotros.
En esos días busqué hacerme el encontradizo con Markus. Cada vez que lo veía en el patio, tenía una excusa para acercarme y hablar de lo que fuese. Así supe su apellido, de dónde venía, dónde vivía. Se lo veía bien adaptado al colegio, contento. Era buen alumno.
Una vez que estábamos con el gordo Elías en mi habitación, vio unos dibujos que había hecho de Markus.
– ¿Qué pasaría si apareciera una chica con los rasgos de Markus? – dijo Elías, observando el retrato- ¿Te enamorarías de ella?
– Markus no tiene hermanas. Ya lo averigüé.
– No sé cómo decírtelo, pero lo que te gusta de ese chico en muy pocos años va a desaparecer.
– No te entiendo.
– Markus apenas está entrando a la pubertad. Dentro de un tiempo sus rasgos de niño se endurecerán. Se volverá más varonil. Probablemente tenga acné. Se va a estirar, le van a salir pelos. La nariz le va a crecer. Digo, lo mismo que nos pasó a todos. Y se enorgullecerá de esa virilidad. ¿Cómo crees que se sentiría si se entera que un tipo está loco por él?
Escuché lo que decía mi amigo. No me gustó que dijera cosas tan razonables.
– Tal vez se mantenga joven mucho tiempo.
– Mirá esa foto.
En un estante había una foto de nosotros dos, junto a otros amigos. Tendríamos la edad de Markus. Todos sonrientes, después de ganar un trofeo de fútbol. Aunque todavía se nos podía reconocer, habíamos cambiado bastante.
– ¿Qué hubiera pasado si a esa edad alguno de los chicos mayores se hubiese enamorado de vos? Habrías pensado que el tipo era un perverso. Te habrías alejado de él, le habrías contado a tus padres y estos habrían ido a hablar al colegio.
– No sé.
– Entiendo que estás enamorado y que todo lo que yo diga será rechazado. Pero soy tu amigo y tengo que decírtelo.
– Tuviste razón con Dalia – reconocí.
– ¿Por qué no consideras a Markus como un amigo simpático y punto?
– ¡Porque no puedo dejar de pensar en él!
– Para sacarte esa obsesión, reemplazala por otra. Podrías volver a las clases de golf o de tenis. Conocer chicas nuevas. ¡Podemos ir de putas, si el asunto es por calentura!
– No jodas con eso.
Con Elías habíamos ido una vez de putas, en las vacaciones. En la página de Internet figuraban unas fotos de modelos suecas y cuando llegamos las mujeres estaban todas excedidas de peso, tenían canas mal disimuladas y eran más feas que las profesoras feas del colegio. Ellas mentían, nosotros también (dijimos que éramos mayores). Pagamos, pero no hicimos nada. Nos fuimos avergonzados.
A pesar de los sensatos consejos de mi amigo, cada noche, al apagar la luz de mi habitación, me imaginaba encuentros románticos con Markus. Como mi imaginación es limitada, leía relatos en Internet para recrearlos en mi mente mientras me daba placer entre las sábanas.
Una mañana, al despertarme para ir al colegio, Elías me envió un mensaje. Estaba enfermo de hepatitis y no iría a clases por una temporada.
Su ausencia física y una serie de circunstancias desencadenaron la tragedia.
En mi obsesión por Markus, había averiguado cómo volvía a su casa. Él, desde el colegio, se iba a pie. Aunque las primeras cuadras las hacía junto a otros chicos, la parte final la recorría solo.
A unos quinientos metros de su casa había una propiedad en venta. Estaba vacía y yo había averiguado cómo entrar en ella. Una de las ventanas era fácil de abrir.
La había explorado y, discretamente, fui llevando lo que me pareció que haría falta. Elías me habría dicho que estaba demente. Pero nunca le hablé del plan, aunque le enviaba mensajes a diario para saber cómo estaba.
Cuando salimos del colegio, seguí en bicicleta al grupo de Markus. Se separaron en una esquina. Una de las niñas le dio un beso en la mejilla. Cuando ya se habían separado lo suficiente, me acerqué. Tuve que llamarlo varias veces hasta que me escuchó. Se sacó los auriculares y sonrió, encantador como siempre. Le dije si se había enterado lo de la casa en venta.
– No, Pedro. ¿Qué pasa? ¿La compró algún famoso?
– Era el escondite de una banda de asaltantes.
– ¿En serio? – el chico se impresionó.
– Si. Ya los detuvieron. Están presos.
Yo había preparado mi historia. No sabía si lo iba a convencer. Le dije que el dato me lo había pasado el hermano de uno de los delincuentes, un tipo honesto. Que nadie sabía que él dinero estaba allí. Era cuestión de animarse y hacerse de una pequeña fortuna.
– No entiendo, Pedro… Ese dinero es de alguien…
-Es dinero negro, Markus. Dinero no declarado. Así que quienes lo perdieron no pueden reclamarlo, porque no podrían probar que es suyo. Lo guardaban en cajas fuertes.
– ¿Y vas a ir a la casa para robarlo?
– La verdad es que tengo un amigo que está gravemente enfermo y necesita dinero para comprar una medicación que solo se vende en los Estados Unidos. Me parece que esto es un guiño del destino para que mi amigo se salve. Solo me llevaré el dinero suficiente para el medicamento.
Ya estábamos frente a la casa en venta.
– Prefiero no entrar ahí, Pedro. ¿Y si alguno de los delincuentes se salvó de que lo arrestaran? Vos mismo me dijiste que uno de los hermanos lo sabía y te lo contó.
– Tenés miedo y no me querés ayudar. Lo entiendo. Lo haré solo.
Había tocado la fibra justa. Markus no era cobarde. Aceptó acompañarme.
Entramos por la ventana floja (que simulé encontrar de casualidad), Iluminándonos con los celulares, avanzamos por los pasillos de la casa abandonada. Dejé que se adelantara y, sofocándolo con cloroformo, hice que perdiera el conocimiento.
Rápidamente me cambié: pasamontaña y ropas oscuras. Desnudé a Markus, lo amordacé y lo inmovilicé atándolo a una cama de bronce donde había puesto una colchoneta días atrás.
Markus empezaba a reaccionar. Me coloqué en la boca un distorsionador de voz y aproveché que él todavía estaba inconsciente para acariciarlo todo lo que pude. ¡Era tan suave como me había imaginado!
Cuando despertó, intentó soltarse. Casi lo logra, porque uno de los barrotes de la cama crujió. Pero puse una navaja delante de sus ojos y se calmó.
– Así que ustedes dos andan tratando de robarnos- dije con mi voz de robot.
El chico estaba asustado, pero se contenía.
– Vamos a tener que matarlos- insistí.
Markus quería hablar.
– Bien, pero si llegas a gritar, matamos a tu amigo y a vos te corto la garganta. ¿Está claro?
El chico asintió.
Le aflojé la mordaza.
– ¿Pedro está bien?
– Todavía vive.
– Entramos por curiosidad. No nos llevamos nada. Si nos sueltan, nos vamos sin contarle a nadie.
– Que no se llevaron nada es verdad. Por eso los desnudamos y solo tienen porquerías de pendejos. ¿El otro es tu hermano?
– No, somos amigos.
– ¿No serán novios? Porque si fueran novios y estuvieran buscando privacidad para amarse, tal vez podríamos negociar. Ustedes tendrían motivos para seguir callados.
– Es que no somos novios, señor.
– Me daría pena tener que matarte. Veremos qué dice tu amigo.
Volví a ponerle la mordaza y a ajustar las amarras. También le cubrí los ojos con un pañuelo negro. Me fui a la otra habitación. ¿Funcionaría?
Unos quince minutos después, aparecí desnudo.
– Markus- susurré.
El chico apenas pudo emitir un sonido.
– Voy a sacarte la mordaza. No me dejan sacarte la venda de los ojos ni desatarte, ¿Ok?
Le saqué la mordaza.
– Fue un error venir, Pedro. Estamos en líos.
– ¿Te hicieron algo?
– No, pero tengo los brazos doloridos y mucho frío. ¿Estoy desnudo?
– Sí. Yo también.
Le acaricié los hombros y el pecho para darle calor (y de paso, darme placer).
– Voy a darte agua, Markus.
– Gracias, Pedro.
Después de beber, seguí acariciándole las piernas.
– Hay una chance de salir ya mismo – le dije, en voz baja.
– ¿Cuál?
– Si simulamos ser novios y hacemos alguna escena romántica entre los dos. Ellos nos filman y se aseguran de que no los vamos a delatar. Es una extorsión, pero no queda otra.
– ¿Ellos?
– Son tres.
– Solo vi uno. ¿Hay alguno aquí ahora?
– Sí.
– Está silencioso. ¡Eh, idiota! -gritó inesperadamente- ¡Diga algo!
Fingí hablar con otra persona.
– Discúlpelo, señor… Él… ¡Ouch!
– ¿Pedro? ¿Estás bien?
Me arrastré cuerpo a tierra hasta la otra habitación, simulando que alguien me llevaba. Volví a cambiarme y a ponerme el distorsionador de voz. El truco se estaba complicando.
– ¿Quién te dijo que aquí había algo? – dije con la voz distorsionada.
– Nadie, señor. ¿Pedro está bien? No le hagan daño.
– ¿Fue Pedro el que te trajo aquí? Si es así, lo eliminamos.
– ¡No, no le hagan daño! No sabíamos nada.
– ¿Entonces son novios y venían a tener sexo aquí? ¿O trabajan para la policía?
– Ninguna de las dos cosas, señor
– Estás mintiendo. Alguien les dijo que acá estaba la tarasca.
– ¿La qué?
– No te hagás el tonto. La tarasca, el dinero. Si no, no habrían entrado a la casa abandonada. La curiosidad no alcanza para esto. Solo la pasión o la codicia. Les damos una última oportunidad. Pónganse de acuerdo o esto termina muy mal.
Volví a poner la mordaza en la boca de Markus.
Todo esta comedia estaba llevando más tiempo del previsto. Los padres del chico podrían alarmarse. Yo había apagado su celular, pero eso también llamaría la atención.
En la otra habitación, me di un golpe en la frente contra la pared. Fue doloroso y empecé a sangrar. Volví a la habitación de Markus.
Le saqué la mordaza y la venda de los ojos.
– Te lastimaron- dijo, con tristeza.
– Pudo ser peor. ¿Estás bien?
– No. Pero tenemos que salir de acá. ¿Cómo se simula una escena romántica?
– No sé, te beso, te acaricio… cosas así.
– No los veo. ¿Están acá?
– Sí, están preparados para filmar.
– Te chorrea sangre de la frente -dijo, conmovido- Hagamos eso y listo. ¿Me pueden soltar?
– No, no confían en nosotros. Decilo en voz alta.
– ¡Sí, somos novios! – dijo Markus – ¡Nos queremos!
-Haremos lo que ustedes quieren filmar- dije yo.
Finalmente pude besar los labios de Markus. Lo hice con la mayor ternura de que fui capaz, pero a medida que mi lengua tocaba la suya, la sensualidad me fue invadiendo.
– ¿Qué haces? – susurró Markus, asustado.
– ¿Te duele?
– No, pero es asqueroso.
– Tenemos que seguir.
Tal vez le disgustase, pero la lengua de Markus empezó a responder bien. Mientras lo besaba, empecé a masturbarlo delicadamente.
-¡Eso no…!– murmuró alarmado.
–Shhh… No te va a doler…
¡Por fin tenía a ese chico precioso en mis manos! La herida de la cabeza me seguía sangrando y goteaba sobre el cuerpo de mi amado. Pero, ¿Cuántas veces había soñado que le hacía la paja mientras lo besaba!
–Mmm…
El chico empezaba a sentir las oleadas de placer desde su pelvis. Mi lengua ahora exploraba su cuello. Muy pronto, le haría chupar mi verga… Después, simularía una pelea con los delincuentes, «ellos huirían» y yo lo liberaría.
¡Sería su héroe para siempre…!
La puerta de la casa saltó, hecha pedazos. Varios policías entraron dando gritos.
Markus gritó: – ¡Hay tres delincuentes! Nos obligaron…
Yo me puse de pie, cubriéndome los genitales.
Un oficial alto se acercó: – Aquí hay un único delincuente.
Mientras lo desataban, Markus me miró incrédulo. Un policía me estaba esposando y me leía mis derechos.
——
Desde entonces estoy en un correccional de menores. Mi fantástico plan fracasó. Las cámaras de seguridad, el GPS del celular y la declaración de algunos testigos hicieron que la policía nos encontrara.
Tengo un abogado, pero no sabe qué hacer conmigo. Mi familia está avergonzada de mí y se enfrenta a una demanda millonaria que la dejará en la miseria. Obviamente, Markus y sus padres me odian.
Solo mi fiel amigo Elías me visita. No hablamos mucho.
Por ahora estoy en una celda individual, pero ya sé lo que me espera cuando todo termine y me envíen a las celdas comunes…
Más de uno de los reos estará soñando conmigo. Y cada día ellos harán realidad sus sueños.
El final se me hizo un poco apresurado y forzado.
Por eso no me termino de gustar, ese final.
¡Gracias por leer y comentar, pitopis! Las críticas ayudan mucho.