Padre e Hijo – Parte 2
He notado qué mi último relato fue bien recibido, por ello, seguiré contando mis experiencias que más recuerdo junto a mi padre, cuando apenas era un nene..
Luego de esa primera vez, como comenté mi padre me hizo suyo varias veces más esa misma noche y mañana. Y desde ahí me comenzó a follar, me comenzó a adiestrar para que yo sea su putita, aquel que le saque toda la leche porqué yo era su hijo y él era mi padre, era mi deber. Me enseñó a lavarme bien mi pequeño ano en la regadera para qué esté limpio para él. Al principio usaba sus dedos para lavarme, se notaba qué disfrutaba meterme sus dedos en mi culito recién estrenado. Los metía con un poco de jabón y los movía con suavidad, la sensación era demasiado placentera, me daba masajes. Recuerdo que a veces quería gemir pero me trataba de contener, hasta que mi padre me decía: “Tranquilo nene, ándale… gime para tu viejo.” Verlo tan excitado conmigo, ver que reaccionaba así por mí, me hizo empezar a verlo cada vez más no solo como mi padre, si no también como mi macho. Aquel que me quitó la virginidad.
Estuvimos meses follando a escondidas de los demás. Nadie sospechaba qué aquel hombre trabajador y soltero, se comía a su hijo de ahora trece años día y noche sin descanso. El único impedimento era su trabajo, solo los fines de semana eran los días que disfrutabamos más. Mi padre dejó de ver un poco a sus amigos, los seguía viendo pero pasaba más tiempo conmigo los fines de semana. Me sentía amado, querido por aquel hombre que me dio la vida y que ahora depositaba sus hijos en mí cada vez que el quería, y yo era su putita, aquel agujero en el que él podía depositar su descendencia.
Pero fue una noche en la qué nuestra relación cambió un poco. Ya que me di cuenta de lo morboso que era mi padre. Yo siempre he sido fanático de la leche (tanto la normal como la de macho), tanto para el desayuno y para la cena. Y por ello mi padre siempre me lo servía con nesquik u otros chocolates. El sabor me llenaba por completo, pero la empecé a ver con morbo luego de darme cuenta lo que mi padre hacía a escondidas. El sabor que era tan rico era su propio semen. ¡Si!, mi padre aparte de servirme leche, mezclarla con cacao y azúcar, se masturbaba en mi vaso para luego echarla y darmela de beber. Ahora entendía el porqué muchas veces me miraba mientras me la tomaba. Y no solo eso, muchas veces veía mis prendas con manchas pegajosas que estaban claras que eran leche, leche de mi padre. Al parecer cuando yo estaba en clase y él no trabajaba, se daba una buena paja con los calzoncitos y camisitas de su nene y las manchaba de leche. Yo me las ponía, me gustaba sentir que estaba impregnado por la leche de mi padre en mi propia ropa, a veces hasta ese olor a semen y a macho seguían ahí.
Básicamente, crecí viendo a un hombre cada vez más velludo, grande y morboso el cual me daba placer cada noche. ¿Eso es algo complicado para procesar para un pequeño nene, no creen?. Mi padre me había normalizado tener sexo con él, y lo excitante era que me encantaba. Me volví su putita ya que muchas veces era yo el que buscaba su verga. Cuando el estaba viendo televisión a veces con sus boxers de botones desabrochados o a veces andando en bolas en la casa. Me quedaba viendo sus huevos, a veces salidos o a veces por completo. Esos grandes que quería tener en mi boca siempre y que mi padre había educado para que yo me los tragué. Básicamente en mi cabeza, su paquete significaba chupar.
Siempre lo veía con mis ojitos inocentes y él reía, y me decía: “Yaya cabroncito, quieres mamarle a tu padre ¿no?… haber putita acércate…” Yo gusto aceptaba y él empezaba a decirme putita y que le siga mamando. Siempre escuchaba, sigue mamando putita, así, traga la verga por donde saliste, consuela a tu padre que es lo que debes hacer. Me encantaba sentir sus grandes manos sobre mi cabello, me había convertido en un experto mamador de pollas, gracias a la venuda y peluda verga de mi padre. Podía sentir su hombría, a veces hundía mi rostro en sus vellos para sentir ese aroma a macho que me embriagaba. El me decía que no deje de chupar, mientras se ponía a ver la televisión, lo habías normalizado demasiado. Incluso a veces mientras él leía un libro o revisaba su celular, yo estaba ahí chupando, era como mi caramelo.
Mi padre y yo manteniamos esa relación por completo de incesto ya que el no salía con nadie más que con su hijo de manera romantica o sexual. Mientras yo empezaba a explorar mi sexualidad, me cogieron dos de mis compañeritos de clase. Solo ansiaba sentir una verga hasta en la escuela ya que mi padre me había vuelto adicto a ellas. Pero todo cambiaría una noche en la que regresaba tarde de la escuela por andar con un chavito el cual me gustaba y con el que notaba que podía haber algo. Sabía que tenía que atender a mi padre pero él me dijo unas veces en plena cogida que si yo conseguía un morro, él no se opondría y me dejaría estar con él. Al llegar, mi padre ya había vuelto del trabajo y de inmediato me preguntó que donde chingados estaba, estaba preocupado y molesto, lo vi a medio vestir, se estaba cambiando para irme a buscar a la escuela. Yo me sentí algo mal ya que tenía razón, calcule mal mi tiempo, intente calmarlo pero él me tomó de la camisa de mi uniforme y me dijo que me joda, que ahora se iba a atender solo. Se bajó la cremallera del pantalón y me llevó al sofá mientras yo le decía que se tranquilice. El me puso en su entrepierna y me obligó a poner mis manos en su verga. Nunca lo vi tan molesto y preocupado, y mientras me obligaba, me decía que le diga lo que pasó.
“Papá, tranquilo… estaba con él Samuel, ya te dije sobre él… me dijo que podíamos pasar a por unas botanas y por la fuente del parqué…” Dije pero mi padre seguía molesto. “No me importa el pinche Samuel, traga pendejo… ándale ¡traga, maldita sea!…” Me dijo mientras ahora me tomaba del cabello y me hacía mamar su verga, la cual recuerdo estaba más hinchada de lo normal. Sentía su cabeza como un champiñón, su glande brillaba por la saliva que yo le daba mientras luego me tragaba la base. Él me hacía atragantarme, me llenaba toda la boca hasta la garganta de verga, podía sentir su vello púbico en mis narices. Sabía que me estaba castigando, no era la primera vez que lo hacía pero esta vez estaba más rudo. Su castigo para mí era sexo oral duro, pero esta vez se estaba pasando. Aún así yo lo disfrutaba como nunca, mi mayor placer era darle placer a mi propio padre, porqué él me dio la vida, era lo más justo.
“Con que ese Samuel me está quitando a mi putita ¿eh?… ¿Ya te chingo?… ¡Habla!” Me decía mientras me daba un poco de tiempo para responder. Yo le dije que no, que aún no follaba con él y que apenas era un amigo. “Pero te gusta ¿no?, te late salir con ese cabrón… ¡Sigue tragando pinche cabroncito!, me debes esa mamada que solo tu sabes dar nene…” Yo estuve en éxtasis por varios minutos. Mi padre aguantó mucho hasta que no pudo más y se corrió en mi boca. Sentía unos chorros calientes en mi lengua que bajaban por mi garganta pero mi padre me mantenía ahí. Me decía, traga todo cabroncito, no desperdicies nada, toda la lechita te la debes de tragar, toda cabroncito. Yo obedecí, el sabor de mi padre me era tan familiar, pero lo que me dijo me hizo sentir más amado. “Desde qué eras un bebito que te llevo dando mi leche, ¿lo sabías?…” Fue ahí donde logré atar los cabos, desde bebe que me daba de la mamadera su leche, que morboso. “Veo que por eso eres adicto a la lechita de tu padre putita… ándale, traga más…” Me decía mientras seguía con su polla en la boca. Estuve así por varios minutos hasta que sentí que empezó a bajar su erección, me la quito y en ese momento me dijo unas palabras que me hicieron sentir escalofríos y un placer por todo mi cuerpo: “No te creas que te me vas a escapar, te has portado muy mal chamaco, voy a castigarte cabroncito…” En ese instante me llevo de la camisa hacia la habitación. Solo escuché la puerta cerrarse con fuerza cuando en eso me quito la camisa mientras se subía encima mío. Yo le dije que primero debía bañarme pero a él no le importó, incluso dijo que mejor para que así pueda sentirme completamente al natural. Esta vez iba a probar algo diferente, todo porqué me porte mal, quería castigarme. No recuerdo qué cosas me decía, pero eran algo así: “Yo soy tu macho, chinga tu madre ese Samuel ¿oíste cabroncito?…” “¡Eres mío maldita sea!, ¡Soy tu padre, tu eres mi putita!… ¿oíste cabroncito?”.
Esto me lo decía en el oído mientras estaba encima mío. Me sentía amado, en todos los sentidos. Fue en ese instante en el me bajo el pantalón de la secundaria. Mi prenda quedó hasta abajo, junto a mis zapatos lustrados, ni siquiera me los quito. Sostuvo mis piernas arriba mirando con deseo mis nalguitas, y las empezó a nalguear mientras me decía que yo era su putita, que yo era suyo y de nadie más. Y en eso comenzó a meter sus dedos con saliva en mi culito, el cual ya empezaba a dilatarse de lo acostumbrado que estaba a ser estimulado. Me lo hacía con fuerza, me dolía un poco pero sentía más y más placer que no pude evitar gemir. “Este culito, es mío cabroncito…” esas palabras me pusieron a mil, estaba apunto de venirme porqué me estaba sobreestimulando. Mi pequeña verga qué aún estaba creciendo, estaba apunto de explotar, me quería venir a chorros pero mi padre apretó mi uretra queriendo torturarme, me decía “No no, aún no… ahora te voy a chingar cabroncito…” y en ese momento… sentí algo más.
La punta de su verga estaba intentando entrar en mi culito, la sentía mojada. Mi padre escupió un poco de saliva entre su verga y mi entrada, y en eso, entró toda su polla dentro de mí, empujando con fuerza. Sentía un leve ardor, estaba acostumbrado a que me coja pero aquí lo estaba haciendo duro por el castigo. Me empezó a dar embestidas con fuerza y rápidas. Se salía y volvía a entrar. Yo gemía por placer, aunque sentía que me estaba rompiendo por dentro. No aguante más y me corrí en mi abdomen. Sentía ahora puro placer al sentir como me golpeaba con su verga mientras me decía, te voy a llenar de mi leche, la leche con la que te hice, eres mi putita, te voy a preñar putita. Mira como gimes putita, ¿te gusta mucho no cabroncito?, aprietas muy rico cabroncito, que rico, que rico cabroncito. Yo soy tu macho, tú eres mi hembra ¿oíste?.
Empujaba y salía, me puso de perrito y me la volvió a meter. El se desnudo por completo y casi rompe mi camisa de la secundaria. Sentía sus manos apretando mis pequeños pezones, sus dedos los tocaban mientras me daba duro por detrás. Me quería preñar con sus hijos, mis hermanitos, y lo hacía con mucha fuerza. Sentía su verga palpitar dentro de mí, me comía esos 20 cm por completo, su verga estaba muy dura, parecía un tubo de hierro, al parecer el castigo lo había excitado demasiado. Cada vez que empujaba, sentía como si fuera a estallar, sus embestidas me hicieron correrme de nuevo sin siquiera tocarme. Se escuchaban sus huevos chocando contra mi cuerpo. Sentía nuestros cuerpos sudorosos y a mi padre gruñir y jadear como un perro en celo. Su pecho bajaba y subía con fuerza mientras lo sentía en mi espalda.
Fueron varios minutos de placer y en distintas posiciones, mi padre quería que mi culito sea sólo suyo, no quería que nadie más, y menos Samuel lo tenga. Y por eso, su morbosidad alcanzó un punto en el que me pegó aquella fantasía, y esa primera vez nunca la voy a olvidar. Mi padre de tanto embestirme no pudo más, apretó mis nalgas y me siguió cogiendo mientras descargaba sus chorros dentro de mí. “Eso, dejo que tu culito trague a tus hermanitos, eres mi putita, eres mio ¿oíste?”… decía mientras gruñía de placer. Pero él me quería preñar, y empezó… su verga seguía dura dentro de mí, no la quería sacar mientras su leche caliente seguía ahí, dentro de mí. Sin salirse de dentro de mí, nos cambió de posición y me puso encima de él mientras presionaba mis piernas para que no intentará salir, y ahí me dijo sus intenciones. Quería ver cuánto podía soportar con su verga dentro de mí. “Papi, de que hablas…”, dije yo asustado, en su cara podía ver una mezcla de enfado y placer, me sostenía con fuerza. Me decía, calla cabroncito, que tu eres mío… te voy a preñar, como castigo te voy a preñar, vas a ser mi mujer ahora, mi putita, ¿oíste?
Y así pasaron los primeros minutos, la primera hora. No pensé que esto duraría mucho, en un rato tendríamos que dormir. Papá encendió la televisión de su habitación mientras seguía con su verga en mi culito, mientras yo estaba recostado encima de él, en su pecho. Nos envolvimos en la sabana para sentir más calor. El aroma a sexo era inconfundible, una mezcla de semen, sudor y olor a macho desprendia de mi padre. Y me quedé dormido mientras él me acariciaba el cabello. A la mañana siguiente desperté con mi padre dentro de mí, él estaba roncando bajo mientras tenía una de sus manos en mis nalgas. En ese momento pensé en salir, quería que mi culito el cual ardía un poco, pudiera respirar. Pero, el morbo que heredé de mi padre, aquel que él mismo me estaba inculcando, me hizo quedarme. Me educó también que quise probar cuánto podíamos resistir, quería estar unido a mi padre, por completo. Porqué el era mi padre, y yo su hijo, su putita, su mujer.
Uufff… que calentón traigo encima… que delicia de relato.
Excelente relato… Como sigue??
Como sigue??
Que delicia 😋 me encanta esta historia… Me tienes super caliente leyéndola.
Gran relato. Cómo sigue??