Placer Prohibido – Capítulo 5
Mi Primita Claudia: Una linda primita del sur aprende a gozar sufriendo… como una verdadera Princesita Rusa….
Y bueno, mis valientes lectoras… Aquí siguen los sabrosos relatos de mis experiencias con todas las mocosas a las que penetré por el popín cuando era estudiante. Correcto, la cosa no ha terminado todavía… Así es que respiren hondo y prepárense, porque en este capítulo les voy a contar todo lo que pasó con una linda primita del sur de Chile.
Cuando terminé el último año del colegio, después de recibir la confirmación de que había entrado a ingeniería en la universidad que yo quería, con diecisiete años y súper contento partí al sur de vacaciones, invitado a la casa de unos tíos en el campo. Estaba bastante cansado y las loquillas de Pauli y Marce ya se habían ido de vacaciones, así es que no era mala idea darle un descanso a mi cabeza (¡a las dos cabezas!).
Los tíos tenían una típica casa sureña, enorme, de madera y piedra, con un gran comedor y varios livings con chimenea, muchas habitaciones, y una biblioteca fantástica, también con chimenea y muchísimos libros. Típico veraneo campestre, la casa y el fundo eran fabulosos pero no había muchas entretenciones aparte de leer o hacer paseos a caballo, los tíos tenían una gran tele en su pieza con conexión satelital pero igual recibían muy pocos canales, y ni hablar de conexión a internet o señal de celular en pleno campo y mucho menos en esa época.
En la misma casa estaban veraneando un montón de primitos chicos, que venían de diferentes partes. Y entre ellos, una primita, Claudia, a la que hacía varios años que no veía. Claudita no era hija de los dueños de casa, sino que de otros tíos más lejanos, de otra ciudad mucho más al sur.
La última vez que nos habíamos encontrado había sido también un verano en esta misma casa (el verano siguiente después de la Inglesita). Ya entonces le gustaba molestarme y le encantaba que le hiciera cosquillas, era obvio que le gustaba este primo grande de Santiago.
Como a mí ese verano me habían traído a la rastra (yo puro quería que fuéramos donde mi abuela para encontrarme de nuevo con Maureen), no estaba “ni ahí” con todos estos pendex, pero igual dejaba que esta mocosa me molestara y le hacía cosquillas, casi de puro aburrido. El juego típico consistía en que ella me pegaba una patada o un puñetazo y arrancaba a alguna pieza, se tiraba de guata arriba de la cama, yo la agarraba y le hacía cosquillas y ella se reía como loca. La pendex lo pasaba chancho conmigo. Pero yo no estaba ni ahí con esta mocosa chica, puro pensaba en Maureen todo el día.
Desde ese verano ya había pasado mucho tiempo, así es que cuando llegué y ví a Claudita, casi no la reconocí. Yo me acordaba perfectamente de esa pendeja chica que vivía molestándome, pero ahora, cinco años después, me encontré con que mi primita Claudia ya estaba grandecita y se había convertido en una verdadera preciosura de doce añitos. Trigueña, de pelo castaño largo y liso, con unos grandes ojos claros, apenas la ví me recordó de inmediato a Pauli, la mojona del liceo 7 del capítulo anterior. Linda carita, lindo cuerpo de mujercita, lindo potito… Chuuuuu… Se me vinieron de golpe todo tipo de pensamientos oscuros a la cabeza (¡a las dos cabezas…!) Y era que no, con todo lo que había pasado con Pauli y Marce, y antes con las Francesitas del barrio, y antes con la Inglesita Maureen…
Apenas Claudita me vió, se puso toda coqueta y risueña y me empezó a molestar igual que cuando era chica. Pero yo me hice el loco y no le dí mucha pelota, porque como era domingo, la casa estaba llena de gente. Entre paréntesis, llena de gente, pero puros viejos y los pendex, mucho más chicos que Claudia. Yo pensaba que iba a encontrar un mar de minitas de mi edad, pero no… Y bueno, ya verán que igual lo pasé bomba…
Al otro día los tíos partieron a trabajar (eran dueños de una librería en una ciudad cerca, entre otras cosas) y nos quedamos solos, porque los otros primitos, que eran todos mucho más chicos que Claudia, salieron a pasear al campo con las nanas. Yo salí a trotar, hice mi entrenamiento de karate y me fuí a la ducha. Una vez vestido, partí a la biblioteca a leer un rato. Y allá partió Claudita a molestarme, que también se había levantado temprano pero no había salido con los otros pendex (¿a propósito para quedarse sola con su primo grande?).
Encontré un capítulo de cálculo diferencial en una de las la enciclopedias que tenían los tíos y lo estaba hojeando, cuando entró mi linda primita. Andaba con una blusita blanca, una coqueta faldita escocesa, calcetas blancas y zapatillas. Se veía preciosa la pendex. Y por supuesto, me empezó a molestar igual que cuando era más chica, todo para que le hiciera cosquillas.
“Si no me dejas leer y me sigues molestando, te voy a dar tu merecido” le dije, que era la misma amenaza que le hacía cuando era chica.
Obviamente, me siguió molestando hasta que de repente, entre risitas, me pegó un puñetazo en el brazo… “¡Ahora sí que te agarro!” le dije, ella dió un grito y salió arrancando, la perseguí hasta una pieza, ella se lanzó sobre la cama y yo me lancé encima y le empecé a hacer cosquillas… se reía como loca y me decía “¡¡Ya para, para…!!”
Esta era exactamente la misma rutina que hacíamos cuando era chica. La dejé tendida y volví a la biblioteca. Y por supuesto, ella me siguió muerta de la risa y me volvió a pegar un puñetazo en el brazo. Vuelta a perseguirla, ella arrancando y riéndose como loca, se lanzó a la cama, yo me lancé encima y de nuevo le hice cosquillas hasta que casi se hizo pipí de tanto reírse.
Volví de nuevo a la biblioteca, pero esta vez, cuando se estaba acercando para molestarme de nuevo, le dije:
“Si me vuelves a pegar, te voy a hacer cosquillas, pero además…”
“¿Además… qué?
“Además… te voy a aplicar un castigo terrible…”
Claudita se contorneaba toda risueña y se mordía un dedito…
“¿Ah síiiiiii…? ¿Qué castigo?”
Me acerqué a ella y le dije al oído en voz baja:
“Te voy a dar unas buenas palmadas a poto pelado”
Sonrió nerviosamente y dijo “Ooooohhh…” llevándose las manitos a la boca, y con una mirada pícara me dijo “Saaaaale…”
“… Pero no es lo único que te voy a hacer…”
Ella se mordió de nuevo un dedito y se rió súper nerviosa.
“Uyyyyy… qué miedoooo… ¿qué más me vái a hacer…?”
“Además de las palmadas…”
“¿¿Además qué…??”
Me acerqué más a ella, y le susurré en el oído:
“Te voy a poner un supositorio en el popín…”
Abrió los ojos bien grandes y se tapó la boca en un gesto de sorpresa, se puso colorada y se rió, entre asustada y curiosa.
“Ooooohh… Que erís cochino túuuuuu…” me dijo, retorciéndose los deditos de puro nervio… Me miraba como incrédula, todavía se reía pero como que no sabía si yo estaba hablando en serio o en broma.
“Apuesto que no te atreeeveeees… Lero leeerooooo…” me dijo riéndose, pero como con un poco de susto.
“Pégame de nuevo y vas a ver…”
Se movía y se contorneaba toda nerviosa, mordiéndose un dedito, sonriendo pero dudando si atreverse a pegarme de nuevo o no… Hasta que de repente me pegó un puñetazo y salió arrancando… Yo la perseguí hasta la misma pieza, ella se tiró sobre la cama y gritaba y se reía como loca… Me lancé de nuevo encima, ella de espalda tratando de defenderse como una gatita, le hice hartas cosquillas, y cuando estaba roja y ahogada de tanto reírse, la dí vuelta boca abajo y me puse de costado sobre su espalda para que no pudiera moverse, yo de lado dándole la espalda a su cabecita y mirando hacia sus piernas y su potito… y muy lentamente, le levanté la falda hasta dejar al descubierto sus coquetos calzones de niñita…
“Oye… Qué estái haciendo… Noooo…” se quejaba entre risitas, y trataba de soltarse. Pero la aplasté con mi cuerpo para que no pudiera moverse, y le dije susurrándole: “Ahora… Te voy a bajar los calzones y te voy a aplicar el primer castigo…”
Yo pensaba que me iba a mandar a la mierda, pero extrañamente, dejó de retorcerse y se quedó totalmente quieta, con la cabeza de lado y las manitos apretando el cubrecama, sonriendo nerviosa y mirándome de reojo, como esperando a ver si yo realmente me atrevía a cumplir mi amenaza.
Suavemente, le bajé los calzones hasta dejarla a potito pelado.
Ella dijo “Ooohhhh… Oyeee… Puchaaaaa…” y se puso más colorada, pero seguía súper quieta, casi como conteniendo la respiración.
Empecé a darle unas palmadas suaves en los cachetes, a propósito sin mucha fuerza. Ella cerró los ojitos y susurró un “Ayyyyyy… Oyeeee…”
La protesta obviamente no era porque le doliera, sino por la mezcla de excitación y vergüenza de estar así, con este primo grande que le gustaba, que la tenía bien sujeta boca abajo sobre la cama, que le había subido la falda, le había bajado los calzones, y le estaba dando unas suaves palmadas a poto pelado…
Entonces, siempre de lado sobre su espalda para que no pudiera escapar, le dije susurrándole:
“Ahora… El segundo castigo… Te voy a poner un supositorio…”
De nuevo, en vez de protestar y patalear tratando de soltarse, se quedó extrañamente quieta, roja como tomate, con la respiración alterada y los ojitos entrecerrados, mirándome de reojo y mordiéndose los labios de puro nervio…
En vista que no oponía mayor resistencia, le empecé a pasar un dedo muy suavemente por la hendidura entre las nalgas, mientras le susurraba al oído:
“El dedo-supositorio… Se acerca lentamente… Al popó de la pobre niñita…”
Ella cerró los ojos, apretó el cubrecama con las manitos y empezó a hacer unos pucheros muy suaves… El corazoncito le latía a mil…
“Oyeeee… Pucha… Nooooo…” susurraba. Pero seguía con los ojitos cerrados, muy quieta, sin oponer ninguna resistencia.
Le acaricié varias veces la hendidura, y muy lentamente le metí un dedo entre las blancas redondeces hasta rozar ligeramente el hoyuelo… Ella dió un respingo, volvió a decir “Nooo… Pucha ooohhh…” pero siguió sin moverse. Le acaricié suavemente el tierno orificio del popín varias veces, y ella seguía diciendo “noooo… noooo…” en voz baja. Y cada vez que se lo rozaba, ella como que daba un pequeño respingo, y el hoyuelo le pulsaba, como que lo relajaba y lo apretaba nerviosamente…
Con mucha delicadeza, le puse la punta del dedo bien centrada en el rosado orificio, y le susurré:
“Ahora… Prepárate… Porque el dedo-supositorio va a entrar lentamente… En tu popó…”
Extrañamente, esta vez ella no dijo nada, apretó las manitos y hundió la cara en el cubrecama, como rendida y entregada a lo que yo le hiciera.
Muy suavemente, comencé a empujar. Sentí cómo el ano se le abría poco a poco, y mi dedo comenzó a entrar… pero tuve que hacer fuerza, y el dedo le entró suuuuuuper lento… Ella hizo un puchero como lloriqueando, cerró los puños bien apretados y hundió más la carita en el cubrecama…
Obviamente mi linda primita no era tan laxa como Marce, la rucia chicoca del capítulo anterior… Me anoté mentalmente que con Claudita, si la cosa agarraba vuelo de verdad, no iba a poder penetrarla hasta el fondo en la primera sesión como con Marce… Pero bueno, no nos adelantemos, pensé, y me concentré en la tarea que tenía entre manos: castigar a mi primita metiéndole el dedo en el pompi… Y hacerlo de tal manera que gozara cada segundo del “castigo”…
Usando toda mi experiencia ganada con la Inglesita Maureen y con todas las otras minitas a las que había penetrado por el popín desde ese famoso verano de iniciación, le metí el dedo súper despacio a mi linda primita, pasé lentamente el primer esfínter y seguí avanzando, pero sólo hasta rozar el segundo esfínter, y estuve un buen rato estimulándole el primer esfínter y punzando ligeramente el segundo, sin penetrar más profundo, con un mete-saca lento y suave que la hacía gemir y hacer pucheritos… Yo disfrutaba cada segundo metiéndole el dedo en el poto a mi primita, y ella evidentemente también estaba disfrutando intensamente, a pesar de lo apretado que entraba mi dedo en su popó… Pero al mismo tiempo, yo no podía entender porqué se había dejado “castigar” tan fácilmente y casi sin oponer resistencia…
Retrocedí muy despacio hasta sacarle el dedo del poto, le dí un último par de palmadas suaves en los cachetes y le subí los calzones haciéndole mucho cariñito en el pompi, me incorporé, le acaricié el pelo y le dí un beso tierno en la mejilla. Ella se quedó un instante en la misma posición, con la cabecita de lado sobre el cubrecama, abrazándolo con las manitos bien apretadas y los ojitos cerrados… Y lentamente, se incorporó y se empezó a arreglar la blusa y la faldita… Estaba toda colorada, y como mareada y atontada… Y mientras se arreglaba me dijo:
“Oyeee… Malooooo… Que erís cochino túuuuuu…” Y noté que disimuladamente me miró el paquete.
Obviamente yo tenía mi dardo tan duro y grande que era imposible disimular el bulto, pero igual era extraño que siendo tan chica me mirara el paquete tan directo.
Y entonces, casi como sin pensarlo, de repente me dice:
“Yo pensé que me ibas a hacer lo mismo que le hicieron a la Princesa Rusa…”
Ahora sí que no entendí nada de lo que me estaba diciendo.
“¿Lo que le hicieron a la Princesa Rusa? ¿Cuál Princesa Rusa?”
“Eeeeee… Noooo, nada, nada…” me dijo, haciéndose la tonta y como tratando de no mirarme el bulto en mis jeans.
Y ahí, de repente, me acordé de esa famosa novela, y entendí todo el mote.
“Aaaahhh te pillé: ¡¡¡Apuesto que leíste las Memorias de una Princesa Rusa!!!” le dije.
Me quedó mirando atónita, completamente sorprendida.
“¡¿Tú cachái ese libro???!”
“Saaaale… Obvio, si es súper famoso… ¿Pero cómo lo leíste tú? ¡Apuesto que lo encontraste en la biblioteca de los tíos!”
De nuevo trató de hacerse la tonta, pero no pudo negarlo.
“¿Y a qué te refieres con eso de que creíste que yo te iba a hacer lo mismo que le hicieron a la Princesa Rusa? ¿Qué le hacen?”
“Ayyy… pucha… me dá nervio contarlo…”
“Ya poh… díme… ¿Es algún capítulo en especial?”
“Sí… Ay, ya oooh, no me preguntís más, que me dá cosa… ¡es que es tan terrible lo que le hacen…!”
“A ver, muéstrame el libro” le ordené.
“Pucha… es que me dá vergüenza poooh…”
“Ven pa’cá…” le dije, y la llevé de la mano a la biblioteca.
“Ya, muéstrame cuál es”
“Pucha es que me dá vergüenzaaaaaa…”
“Ya poh… muéstrame”
“Ayyy… bueno ya oooh… es ese de tapas negras…”
“¿Y cómo lo pillaste?”
“Lo saqué pa’ verlo porque es el único que no tenía ningún título ni nada”
Efectivamente, era el único libro que no decía nada ni en las tapas ni en el lomo. Lo tomé y empecé a hojearlo. Mi primita se revolvía toda nerviosa, se mordía los labios y se retorcía los deditos… ¡Y yo ya sabía porqué!
Cuando dijo que pensó que yo le iba a hacer “lo mismo que le hicieron a la Princesa Rusa”, me acordé de inmediato de estas famosas Memorias y de un capítulo en especial, en el que la joven princesita relata “la experiencia sexual más erótica y más intensa de su vida”, y el hombrón que la somete es nada menos que… ¡Un primo mayor! (en realidad era un primo de su papá). Lo que mi linda primita Claudia no sabía era que yo ya había leído este libro, en la misma biblioteca, ese verano que vine al sur después del verano con las Inglesitas…
Busqué ese capítulo a propósito, y lo empecé a leer en voz alta.
Una aclaración para mis lectoras que ya leyeron alguna de las versiones: Sí, dije “versiones”, en plural, porque existen varias (yo he leído tres distintas), por lo que no se extrañen si en la que Ustedes leyeron la historia es un poco distinta.
Para las que no la han leído, esta novela erótica se basa en el diario de una princesita adolescente en tiempos de la Rusia Imperial. La princesita es descrita como “Una precoz y preciosa niña rubia, considerada una de las más hermosas de todo el Imperio”. A pesar de existir varias versiones distintas, esta novela es considerada uno de los mayores clásicos eróticos de todos los tiempos, onda al mismo nivel que las novelas del Marqués de Sade. Según la versión que leímos con Claudia, la bella y precoz princesita, descendiente de la más alta nobleza del Imperio Ruso, era una típica mocosa consentida, malcriada y desobediente, acostumbrada a una vida de lujos y a hacer lo que se le daba la gana, y que siempre conseguía todo lo que quería, especialmente… ¡Amantes!
Según la novela, pese a no haber cumplido aún 13 años, con sus primitas y amiguitas nobles de la misma edad ya se habían acostado con cuanto sirviente y campesino musculoso había en la gran Hacienda de su padre, donde pasaban los veranos con toneladas de institutrices, pero sin hombres (salvo por los campesinos y sirvientes), mientras sus padres permanecían en la capital, por sus altas responsabilidades políticas y de negocios. Para mis lectoras que sepan algo de historia Europea, ésto no debería ser ninguna sorpresa: la Rusia Imperial era famosa por el libertinaje sexual y precocidad de sus bellas mujeres, especialmente las más nobles y aristocráticas, que tenían amantes por docenas.
En el capítulo que ponía nerviosa a mi primita, la princesa empieza diciendo algo así como:
“Me gusta seducir y dominar a los hombres y usarlos a mi antojo para mis placeres. Pero hay un hombre al que no pude dominar, él me dominó totalmente, me subyugó, me sometió y me hizo sufrir y gozar como ningún otro hombre en mi vida…”
“¡Ese es el capítulo!” dijo mi primita, y como que se arrepintió de inmediato… “Pucha oooh… no lo leái que me dá tanto nervio…” protestó con voz temblorosa, pero yo seguí leyendo… y mi primita se retorcía y se mordía las uñas como si se fuera a hacer pipí de puro sustito… Pero igual seguía escuchando mientras yo leía…
Les resumo el largo relato de este espeluznante capítulo del diario de la princesita.
En este capítulo la princesa cuenta que sintió una oleada de excitación, y hubo risitas nerviosas y cuchicheos por doquier entre la bella princesita y sus jóvenes doncellas, cuando supieron que ese primo de su papá venía en camino, para hacerse cargo de la Hacienda por todo el verano. El primo era un famoso alto oficial de caballería que había estado a cargo de la guardia del Zar, condecorado como héroe del Imperio por su extraordinaria valentía en numerosos combates con tropas enemigas.
Ella había escuchado desde pequeña comentarios respecto a lo heroico y valiente que era ese primo al que nunca había conocido; las doncellas hablaban de un morenazo atlético, enhiesto, estricto y dominante, que hacía suspirar a todas las mujeres en la capital… Pero ahora soñaba con conocerlo personalmente, desde que escuchó los perturbadores e inquietantes rumores que circulaban entre las doncellas… Pues los rumores desde la capital decían que tenía “un miembro viril enorme, grueso y duro como jamás se había visto…” Y que “su predilección eran las jovencitas de la edad de la princesa… a las que sometía con su viril miembro… de la manera más sádica y cruel…”
La princesa y sus amiguis se volvieron loquitas, y lo único que querían era “conocer en carne propia los rigores de aquella famosa lanza, por la inquietud y excitación que les provocaban aquellos oscuros rumores respecto a la extrema crueldad y sadismo con que aquel hombre malvado sometía a sus amantes, especialmente a las más jóvenes…”
Y como la princesita era preciosa, coqueta y pizpireta como ninguna, llamó la atención y atrajo de inmediato la mirada del famoso primo, apenas entró al castillo, montado en su corcel, luciendo espléndido en su impecable uniforme de oficial de alto rango, orgulloso y dominante, liderando su destacamento de guardias. Todas las doncellas temblaron de emoción al ver a tan magnífico guerrero, héroe de mil batallas, pero especialmente la princesita, por la mirada torva que le lanzó al saludarla… y mientras recorrían el castillo, por aquella forma lasciva y perturbadora en que no dejaba de mirarle… ¡Su precioso y sensual derriére…!
Cuento corto, el primo venía con un mandato especial de autoridad total y absoluta sobre toda la Hacienda, para imponer orden y disciplina hasta el último rincón de la misma, y ésto incluía también… ¡A la pícara y pizpireta princesita!
Esa misma noche, el malvado ordenó que trajeran a la princesa a sus aposentos, y dio la orden de no ser interrumpidos bajo ninguna circunstancia, escucharan lo que escucharan desde afuera…
La bella niña temblaba de excitación, mientras el hombrón le decía que sabía lo malcriada, desordenada, consentida y desobediente que era, y que su misión principal, aparte de ordenar y disciplinar la Hacienda completa, era dominarla, subyugarla y someterla a ella, para convertirla en una princesita obediente, sumisa y disciplinada. Acto seguido, le explicó que la única forma efectiva de convertir a las niñitas consentidas y malcriadas como ella, en niñas sumisas y obedientes, era mediante el castigo que él le aplicaría ahora… en el derriére… tal como habían aprendido hacía milenios las primeras civilizaciones, y como ya sabían y aplicaban muchos siglos antes los babilonios, griegos y romanos.
El tipo era dominante y fuerte como ningún otro hombre de los muchos que ya había conocido la pizpireta princesita… Sin darle opción a oponerse, la tomó por la fuerza, le amarró las manos, la llevó hasta un gran sillón y la puso agachada boca abajo sobre un brazo del mismo, con el popó bien paradito. ¡Ahora quédate quieta! Le ordenó con voz de trueno. Le levantó el vestido, le sacó el corsé, le bajó los calzones y comenzó a darle unos buenos azotes en los cachetes del poto. La princesita gemía y temblaba con el escozor de los azotes, pero no se atrevía a moverse ni un milímetro. Entre azotes, el primo tomó un frasco y vertió una sustancia cremosa en sus dedos, y comenzó a acariciar voluptuosamente el rosado ano de la princesita. Ella temblaba de emoción y miedo, pues todo lo que decían aquellos rumores, ahora lo iba a sufrir en carne propia…
El primo se abrió los pantalones, y con un movimiento exageradamente lento, sacó su gigantesco miembro viril, erguido y duro como una estaca… Cuando la princesita vió el enorme miembro de su apuesto pariente, tuvo que ahogar un grito… ¡Los rumores eran absolutamente ciertos!
El malvado se aplicó una abundante cantidad de la crema en todo el monstruoso miembro, desde la punta hasta la base, dejándolo brillante y listo para el ataque… se acercó por detrás y tomó a la princesita de una cadera… le puso la enorme cabeza bien centrada entre los cachetes y comenzó a bajar… rozó el rosado y tímido orificio entre las dos perfectas redondeces… El enorme miembro viril, perfectamente lubricado, estaba listo para penetrar sin piedad a la princesita por aquella entrada prohibida y virgen… La princesita dió un respingo, cerró los ojos y aguantó la respiración, esperando la empalada… Pero el hombre, en vez de empezar a sodomizarla, siguió bajando hasta llegar al chochi, y comenzó a penetrarla por la vía tradicional… El malvado hombrón comenzó a darle duro con unos fuertes mete-saca, mezclados con unas fuertísimas palmadas en los cachetes… La princesita se retorcía de placer, disfrutando aliviada, creyendo que éste era el “castigo”, y que la cosa quedaría sólo en los azotes, las palmadas y un duro polvo “tradicional” en cuatro… El malvado le dió duro un largo rato, y la hizo acabar muchas veces, reforzando con ésto el alivio de la princesita…
Pero cuando llevaba más de media hora dándole por el chochi, con la princesita totalmente agotada y bañada en traspiración… Sorpresivamente, con un hábil movimiento… le sacó el enorme pene del chochi, y lo posicionó perfectamente centrado en el rosado y bien lubricado ano de la rubia y pizpireta princesita…
Al sentir la cabeza del pene en su delicado orificio trasero, la pobre princesita trató de decir que no… Pero como ella misma relata:
“Aquel “NOOO” agónico y desesperado, que mis labios jamás alcanzaron a pronunciar… Terminó confundiéndose con la lenta penetración del guerrero…”
Al escuchar esta parte, a mi pobre primita Claudia le tembló la mandíbula y emitió una especie de quejido… La pobre Claudita no podía más de nerviosa, y mientras yo seguía leyendo lo que la princesa relataba en su Diario, mi linda primita gemía y se mordía los labios como si la hubieran estado penetrando por el popín a ella…
La princesa describía en su Diario con espeluznante realismo todo lo que iba sintiendo mientras aquel malvado hombrón la penetraba más y más profundo por el popó… La penetración era lenta y difícil, pero el malvado hombre, sin hacer caso de los angustiosos y desesperados gemidos, hipidos y sollozos de la pobre princesita, seguía penetrándola… sin detenerse… milímetro… a… milímetro… y dándole de vez en cuando unas violentas palmadas en los cachetes del pompi, con toda su fuerza…
Hasta que de repente, después de un lento y larguísimo avance, que a la princesita le pareció eterno… con tres cuartos de aquella cruel lanza clavada en su bello popó de niñita… con el tierno y rosado ano dilatado al máximo alrededor del inverosímil grosor de aquel monstruoso miembro viril…
El malvado se detuvo…
Y tan lento como había sido el avance… Comenzó a retroceder…
Y algo extraño le pasó a la princesita… Como ella misma lo relata:
“Al sentir el vacío que aquella monstruosa lanza dejaba en mis entrañas, perdí el control de mí misma, me volví loca de deseo, en cuerpo y alma me negué a ser abandonada, y empujé hacia atrás con todas mis fuerzas, clavándome la cruel estaca al máximo…”
Ahora sí que pensé que mi primita se iba a desmayar, cuando leí esta parte… la pobre hizo un puchero, emitió un gemido y un “¡¡¡Ayyyyy…!!!”, de nuevo como si la princesa fuera ella misma…
Y yo, igual de malvado que el primo de la princesita, seguí leyendo la espeluznante descripción que hace ella en su Diario:
“De mi garganta surgió un bramido atroz, gutural, animal… La cruel estaca entró entera en mi derriére… Hasta el fondo… Y gocé y disfruté frenéticamente con aquella empalada brutal, terrible… Y alcancé el clímax más intenso de mi vida…”
Al escuchar esto, la pobre Claudita se tapó la boca con las manitos y como que le se le doblaron las rodillas… Por un momento pensé que iba a colapsar…
La princesa cuenta que el malvado le siguió dando por el popín con un lento y rítmico mete-saca por un larguísimo rato, y dándole fortísimas palmadas en los cachetes, mientras le preguntaba una y otra vez: “¿Vas a ser una niña sumisa y obediente de ahora en adelante?”, a lo que ella contestaba entre hipos y sollozos “S-s-sí… m-m-mi s-s-señor…”
La princesita describía con lujo de detalles todo lo que sentía con cada avance y retroceso de aquel monstruoso pene en su popó, alcanzando múltiples orgasmos, hasta que finalmente su primo acabó dentro de ella y ella tuvo “un último y profundo orgasmo, tan intenso y tan poderoso que me sacudí con violentas convulsiones, y creí que moría de placer…”
¡Misterio resuelto! Por eso mi primita no había ofrecido ninguna resistencia, sino que se había quedado muy quietita mientras yo le metía el dedo en el poto… ¡estaba jugando a la Princesa Rusa!
Para terminarles el resumen del diario de la princesita, en el resto del capítulo ella confiesa su total fascinación y devoción por este hombrón, su amo absoluto desde aquella primera noche, y que volvió a esclavizarla y someterla por el popó muchas veces, a lo largo de todo ese “maravilloso e inolvidable verano”.
Cuando terminé de leer el capítulo, mi pobre primita estaba temblando entera, le tiritaba la mandíbula y tenía gotitas de traspiración en la nariz y en la frente. Metí el libro de vuelta en el estante y tomé a mi linda primita de la mano. Tenía las manitos húmedas y frías, y le temblaban de puro nervio.
“Ven conmigo” le dije, y la llevé de la mano a la misma pieza.
“Oye… Pucha ooohhh… ¿Q-q-qué me vai a hacer…?” me dijo cuando entramos en la pieza, toda tiritona, como haciéndose la tonta, aunque sabía perfectamente pa dónde iba la cosa, si hacía poco rato antes había dejado que le metiera el dedo en el poto ahí mismo, en esa cama… Pero igual, para ponerla más nerviosa, me acerqué y le dije al oído:
“Vamos a jugar a la Princesa Rusa… Pero ahora de verdad…”
Y antes que pudiera decir nada, le dí un beso en la boca, la dí vuelta y le ordené que se pusiera en cuatro sobre la cama, y que parara el popó. Estaba tiritando entera de puro nervio y susto, pero me obedeció. Me puse al lado, le levanté la faldita y le bajé los calzones. Le metí el dedo en la hendidura y le acaricié suavemente el ano. Dió un saltito y gimió, pero se quedó bien quieta.
Me incorporé y le dije que se quedara ahí mismo, sin moverse. ¡Y me hizo caso! Ya estaba totalmente sumisa y obediente. Ver a mi primita así, boca abajo en la cama, en cuatro, con la faldita levantada, los calzones abajo y a potito pelado, era absolutamente maravilloso. Y ella disimuladamente me miraba el paquete y se mordía los labios… A esa altura tenía un bulto que me dolía de tan duro que estaba.
“¡Quédate quieta!” le ordené de nuevo. Salí de la pieza y fuí a buscar algo que desde aquel famoso verano con la Inglesita, siempre andaba trayendo conmigo: Un pote de crema Nivea. También tomé una toalla limpia del baño que había al frente de la pieza, la empapé en agua caliente y la estrujé. ¡No te muevas! Le volví a ordenar desde el baño. Y cuando volví, Claudita seguía en la misma posición, en cuatro, potito parado, lista y dispuesta a jugar a la Princesa Rusa. Yo ya no podía más de caliente. Puse el pote de crema Nivea y la toalla húmeda a un lado de su popín.
Cuando vió el pote de crema, se quejó e hizo un puchero… pero no dijo nada. Tal vez ella pensaba que iba a ser de nuevo sólo el dedito, pero cuando me vió abrir el pote y empezar a abrirme el cierre de los jeans, le quedó claro que la cosa iba en serio. No sé si ya se lo imaginaba desde que dejó que le metiera el dedo en el pompi, pero el asunto es que igual se quedó quieta y como esperando lo que yo le iba a hacer…
Muy suavemente le acaricié el ano con crema, y después de lubricarle bien el hoyuelo, empecé a meterle un dedo. Se quejó y cerró los ojos, pero era obvio que con toda la excitación, estaba gozando y disfrutando intensamente. Jugué con el dedo estimulándole el primer esfínter y punzando el segundo para que se relajara, y cuando ya tenía el ano bien lubricado por dentro y por fuera, saqué mi instrumento y me eché crema en toda la cabeza y el tronco.
Ella miraba de reojo y hacía pucheritos. Dejé que viera cómo me lubricaba el pene hasta la base, para que creyera que se lo iba a meter entero. Eso siempre hacía que las otras minitas se pusieran más nerviosas y se excitaran aún más, sintiendo entre miedo y deseo… Y Claudita no fue una excepción: al ver cómo me lubricaba el pene hasta la base, hizo como un lloriqueo, le tembló la mandíbula y se le crisparon las manitos… Le pasé una almohada y le dije que la abrazara. Me obedeció sin decir nada.
Me puse detrás, le terminé de sacar los calzones, hice que doblara las rodillas y separara las piernas para que quedara bien agachada en cuatro patitas, con el pompi bien parado y expuesto. Puse la toalla justo debajo de ella, me puse directamente detrás y me preparé para penetrarla por el popó.
Le abrí las nalgas con los dedos de una mano y con la otra dirigí la punta de mi pene hasta tocar el rosado ano de mi preciosa primita. Al sentir la punta en su orificio, ella hundió la cabeza en la almohada y la apretó con sus manitos, como preparándose para la embestida. Pero en vez de penetrarla, jugué un buen rato con la cabeza de mi pene rozándole el ano, moviéndolo hacia arriba y hacia abajo por la hendidura, separándole las nalgas moviendo la cabeza hacia los lados, haciendo como que iba a empezar a entrar cada vez que la punta le rozaba el ano, pero sin penetrarla, haciendo pequeños círculos y afirmándola de una cadera con mi mano libre. Sentía cómo ella se desesperaba y temblaba de excitación. Ya estaba lista…
Usando toda mi experiencia previa, la tomé firmemente de la cadera y le puse la punta bien centrada en el ano, y ella supo que el momento había llegado… Se aferró a la almohada, hundió la cara y se quedó expectante, casi sin respirar…
Manteniendo la punta bien centrada en su hoyuelo, comencé a empujar. Sentí cómo el ano se le abría suavemente… Mi pene comenzó a entrar leeeentameeeeente en el precioso popó de mi primita… Y ella hizo un tremendo puchero ahogado contra la almohada, estremeciéndose de pies a cabeza…
Debo aclarar que a pesar de haber cumplido ya 17 años, mi pene todavía no alcanzaba el tamaño adulto, Así es que a pesar de lo poco laxa que era Claudita, la cabeza le entró entera, sin demasiado esfuerzo. Me detuve un momento. Retrocedí lentamente hasta casi salir, y volví a penetrarla sólo con la cabeza. Mi primita hizo otro tremendo puchero. Volví a retroceder, y la penetré de nuevo, avanzando un poco más, sin que se sintiera extremadamente apretado, pero lo suficiente para punzar ligeramente el segundo esfínter, así me aseguraba que ella lo sintiera casi como si hubiera entrado entero.
Esta es la dosis perfecta de sexo anal para una principiante que es poco laxa, cuando el macho que la va a penetrar tiene un pene semi adulto o de frentón adulto: La estaca debe entrar sólo lo suficiente para que se sienta penetrada, subyugada y sometida, para hacerla sufrir y gozar hasta el éxtasis, pero sin pasar mucho más allá del segundo esfínter, sino sólo punzándolo, estimulándolo y abriéndolo suavemente. Esa era la dosis exacta que le estaba aplicando a mi primita. Y a juzgar por los pucheros, los gemidos y los estertores descontrolados, la mocosa estaba gozando y disfrutando cada segundo…
Seguí con el mete-saca suave y lento por mucho, mucho rato, ella temblando y haciendo sus tiernos pucheros de niñita cada vez que sentía entrar la cabeza hasta punzar y abrir ligeramente el segundo esfínter… Hasta que finalmente sentí que no podía retener más el orgasmo. Retrocedí una última vez, y antes de volver a penetrarla, hice que doblara un poco más las rodillas y quebrara las caderas, para que parara bien el potito y así el semen entrara profundo en su popín, aunque sólo tuviera un poco más de un tercio de mi pene dentro de ella. De nuevo puse la punta en el hoyuelo, la penetré lentamente y cuando llegué al segundo esfínter, me puse a puntearla con rápidos avances. Se volvió loquita, hasta pensé que se iba a desmayar. Aceleré los cortos avances, y sentí cómo subía mi orgasmo hasta explotar dentro de ella. Mi primita también lo sintió, y cuando empecé a lanzar chorro tras chorro, soltó un largo y agónico quejido y empujó para atrás, haciendo que la cabeza abriera y pasara entera el segundo esfínter, el que pareció relajarse totalmente con el clímax de excitación y placer de mi preciosa primita. Pero la contuve para evitar que ella misma se empalara hasta el fondo, eso quizás habría sido demasiado para su primera vez. Ya aprendería a relajar lo suficiente el popó para poder metérselo entero.
La mantuve con el popín bien parado y con más de un tercio de mi pene dentro, para que el semen quedara al fondo de sus entrañas. Con mucho cuidado, hice que estirara las rodillas hasta quedar completamente tendida de guata, conmigo encima y con mi pene todavía bien metido en su popín. Ella giró la cabeza y me dió un largo beso. La besé y le acaricié el pelo un buen rato, hasta sentir que mi pene se achicaba. Me incorporé un poco, tomé la toalla húmeda y la metí por debajo entre sus piernas y bajo mi pene. Retrocedí suavemente hasta separarme de su potito, con cuidado para que mi pene no rozara su “chochi” (puede causar infecciones, y los restos de semen podrían causar un embarazo). El hoyuelo del popó se le cerró y quedó como si nunca hubiera pasado nada. Le pasé la toalla húmeda desde abajo hacia arriba, para limpiarle bien la crema y posibles restos de semen, y me limpié bien el pirulón. Todas las huellas del “supositorio” que le acababa de poner quedaron borradas.
Ella se incorporó, se subió los calzones y se arregló la falda.
“Oyeee… Que eres depravado túuuu… Me hiciste sufriiiir…” me dijo, todavía temblando enterita de excitación.
“Pero te gustó… ¿O no?”
Me miró, y trató de poner cara de enojada, pero no pudo evitar una sonrisa pícara… “Eres un malvado…” me dijo. Le dí un beso en la boca y me lo devolvió como con furia, súper apasionada. En eso estábamos, cuando sentimos las voces de las nanas y los niños chicos que volvían del paseo. Claudita me dió otro beso y me dijo que se iba rápido a su pieza para que no nos pillaran la movida. Quedamos de jugar de nuevo a la Princesa Rusa apenas pudiéramos. Guardé la crema Nivea, enjuagué la toalla con agua bien caliente y la colgué en el baño de mi pieza, lista para la próxima sesión de tortura.
Y tal como pensamos, al otro día de nuevo las nanas salieron con los pendex chicos, y de nuevo le clavé la estaca a mi linda primita en su precioso popín, un poco más profundo que el día antes, pero todavía sin pasar mucho más allá del segundo esfínter. Y ella gozó, sufrió, y disfrutó sufriendo, incluso más que la primera vez.
Pasaron un par de días en que los tíos nos llevaron a todos a distintos paseos por la zona, Así es que no pudimos volver a jugar con mi primita. Nos mirábamos con ojitos cómplices, pero nos hacíamos los tontos para que no nos fueran a pillar. Al tercer día los tíos tuvieron que volver al trabajo, y de nuevo nos quedamos solos en la casa. Y por supuesto, apenas nos quedamos solos, nos pusimos a jugar a la Princesa Rusa… mi linda primita, entre risitas nerviosas, se tendió ella solita en la cama y escondió la carita en la almohada… le hice cosquillas, le levanté la falda y le saqué los calzones, dejándola a potito pelado…la puse en cuatro patitas… y después de lubricar bien mi pirulo y su tierno y rosado ano, le puse la punta en el pequeño orificio y comencé a empujar…
Oooohhh… qué sensación más deliciosaaa…
Era nuestra tercera sesión, y ya estaba pasando el segundo esfínter con la cabeza entera de mi pene sin ninguna dificultad. Suavemente, con mucho cuidado, le estimulé el segundo esfínter pasando una y otra vez con la cabeza, pero sin penetrarla hasta el fondo. Mi primita casi se ahogaba en la almohada, entre quejidos y gemidos y unos interminables mmmfffff y mmmmggggg… Noté que relajaba el popó ella solita, así es que muy suavemente, la fuí penetrando cada vez más profundo, hasta que finalmente logré llegar hasta el fondo y la estaca le entró hasta la base. Cuando la sintió entera adentro, se volvió loquita y empujó y meneó el pompi y se pegó contra mí con todas sus fuerzas. Qué manera de gozar sufriendo esta mocosa. Y yo para qué decir. Ella aprendió tan bien a disfrutar y a gozar sufriendo por el popó, y a relajarlo y apretarlo a su gusto, que yo notaba que el hecho de ser poco laxa y que le entrara apretado incluso la hacía gozar más que si hubiese sido hiper laxa como Marce.
Estuve todo ese verano dándole duro a mi linda primita por el pompi. Y al siguiente verano nos volvimos a encontrar en la casa de los tíos, y otra vez jugamos a la Princesa Rusa cada vez que nos quedamos solitos. Los tíos sospechaban que algo pasaba, pero pensaban que éramos primos con ventaja, onda besitos y nada más, Así es que no se urgieron para nada y nos dejaban andar juntos y nos dejaban solos sin que nadie nos vigilara ni nada. Si hubieran sabido lo que realmente le hacía a mi primita, les habría dado un ataque cardíaco.
Lamentablemente, después de ese segundo verano, perdí contacto con ella y nos dejamos de ver porque su familia la llevó a otros lugares de veraneo. Mucho después, supe que se puso de novia con otro tipo, se casó, y a los dos años se separó.
Y un buen día nos encontramos de nuevo, esta vez en un gran asado familiar en Santiago. Ella ya tenía 21 y seguía separada. Y estaba más preciosa que nunca, con unos jeans blancos bien apretados que realzaban su precioso popín. Se puso toda nerviosa cuando me vió, yo me acerqué y nos pusimos a conversar.
Y por supuesto, de inmediato salió el tema de esos veranos y las sesiones jugando a la Princesa Rusa.
“Fuiste un profanador de cunas conmigo… Me hiciste jugar a la Princesa Rusa y me desfloraste mi popó… ¡Y yo no había cumplido ni trece todavía…!”, me dijo entre risitas nerviosas.
“Hey, pero tú fuiste la que leyó las Memorias de la Princesa Rusa… y yo también era menor de edad… claro que con un poco más de experiencia”
“Saaaaale… tú eras un experto… y me convertiste en una adicta… ¡adicta al sexo anal…! ¡A los doce años! ¡Qué depravado!”
“Pero lo pasaste bien conmigo… ¿O no?”
“Oye… tú sigues igual… Pero no me puedo quejar, primito” me dijo toda coquetona… y lanzando disimuladas miradas a mi paquete. Le tiritaba la chela en la mano… estaba súper nerviosa, era obvio.
“¿Y practicaste lo aprendido después de ese verano?”
“Oyeee… que eres intruso túuu…”
Me acerqué y le dije al oído:
“¿Y no te gustaría que juguemos a la Princesa Rusa ahora?”
Se rió y se puso aún más nerviosa. Ahora le tiritaba hasta la boquita. Y me dice en voz baja:
“¿¿Aquíii?? Mmmmm… ¿Pero… dónde? No nos pueden pillar ni los grandes ni los chicos, mi hijo está allá jugando con sus primos…”
Yo ya conocía esta casa, así es que sabía cuál era el lugar perfecto.
“Anda al baño que hay al final del corredor entrando por ese living. Pero mejor entra por la cocina, así no vas directo. Yo voy a entrar por otro lado para que no me vean.”
Ella se quedó pensando un momento, evidentemente se retorcía entre el deseo y el susto de que nos pillaran en pleno acto.
“Yo voy primero” le dije, antes que contestara.
Dí la vuelta por otra parte de la enorme propiedad y llegué al baño. Y a los pocos minutos, apareció mi preciosa primita.
“¡Eres un loco…!” me dijo mientras entrábamos al baño. “Tuve que pedirle a la nana que viera a mi hijo… le dije que me iba a demorar un poco…”
Una vez adentro, llave a la puerta, nos besamos apasionadamente, y de inmediato la dí vuelta y la puse contra el lavatorio. Abrí el agua caliente y puse una toalla de mano debajo del agua. Ella respiraba agitadamente y con una mano me manoseaba el paquete.
Mientras se calentaba el agua, le desabroché los jeans blancos y se los bajé lentamente, con calzón y todo. Y mi primita una vez más quedó a potito pelado, y conmigo detrás…
De un bolsillo, saqué una crema Nivea.
Claudia tuvo que ahogar una risita cuando vió el pote.
“Ooooohhh… ¿Venías preparado? No puedo creerlo…”
“Yo sabía que me iba a encontrar contigo en este asado… con mi linda primita…”
“Y yo sabía que me iba a encontrar con mi primo malvado… venía súper nerviosa…”
Claudia cerró los ojos, siempre acariciándome el paquete, y suspirando me dijo:
“Qué bueno que pensaste en todo…”
Le giré la cabeza y dí un beso cálido en la boca, acariciándole el potito y haciéndole cosquillitas en el orificio.
Cerré la llave del agua, estrujé la toalla y la dejé a un lado. Abrí el pote de crema y comencé a lubricarle el hoyuelo del popín con suaves caricias. Ella gemía con cada roce. Yo me acordaba de lo poco laxa que era cuando la penetré por primera vez por el pompi, pero también me acordaba de lo bien que había aprendido a relajar y abrir y apretar su popó para disfrutar al máximo con mi pirulo clavado hasta el fondo… Ahora veríamos cuánto recordaba su popó de aquel aprendizaje.
La besé en la boca, y lentamente le introduje un dedo en el popín. Hizo un puchero y gimió igual que cuando chica.
“Shhhh… No hagas ruido” le dije, y asintió con la cabeza. Y pude sentir en mi dedo cómo abría y apretaba el primer esfínter a voluntad.
Suavemente, le metí dos dedos en el poto hasta punzar el segundo esfínter, y con la otra mano le acaricié el clítoris. El primer esfínter se le abrió sin mayor dificultad, y el segundo respondió a mi estímulo de inmediato… La bella Claudita casi acaba ahí mismo… ¡El popó de mi preciosa primita no había olvidado las lecciones! Así es que le acaricié el ano y el clítoris hasta que el orificio se le relajó lo suficiente para el “supositorio” que le iba a poner. Ella estaba con los ojos cerrados, gozando cada segundo.
Me pareció que ya estaba lista, pero considerando lo poco laxa que era, por si acaso seguí con las caricias y metiéndole los dedos en el pompi muy suavemente, para asegurarme que estuviera absolutamente relajada antes de la terrible empalada a la que la iba a someter… Hasta que de repente no aguantó más, y me dijo:
“Métemelo primito…” en un susurro casi desesperado.
“¿Por dónde quieres que te lo meta, primita?”
“Ay, ya ooohhh… tú sabes…”
“Dímelo…”
“Ayyyy que eres malo… si tú sabes…”
“¿Quieres que te penetre como a la Princesa Rusa…?” le susurré en el oído
“… Síiiiii…” respondió ella entre suspiros
“Entonces dímelo: Primito, deseo que me penetres por el popó…”
“… Primito… deseo… que me penetres… por el popó…” (ésto lo dijo en un susurro casi inaudible)
Mientras teníamos este diálogo en voz baja para que no nos escucharan, yo me había echado crema en todo el pene hasta la base. Mi bella primita estaba cachonda y excitada al máximo, el popó se le abría y cerraba nerviosamente, preparándose para la embestida, y yo tenía mi estaca bien lubricada y lista para clavársela en el poto y ensartarla como pollita en un anticucho, igual que cuando era chica…
Hice que apoyara las manos a los lados del lavatorio y que parara bien el potito. Y con la misma técnica que me había dado siempre tan buenos resultados, le abrí las nalgas y le puse la cabeza de mi pene en su pulsante ano. Al sentirlo, casi desfalleció de excitación. La tomé firme de la cadera con una mano, y centré bien la punta de la estaca en su orificio prohibido con la otra. Mi primita ya sabía lo que esto significaba: Había llegado el momento. Crispó las manos en el lavatorio y cerró los ojos, preparándose para sufrir y gozar con la más voluptuosa penetración a la que un primo malvado como yo puede someter a una linda primita como ella…
Lentamente, la atraje hacia mí, y simultáneamente empujé hacia adelante. Y la dura y cruel estaca comenzó a entrar en su precioso popín…
La pobre Claudia soltó un quejido, y tembló de excitación y placer… Le tapé la boca y le dije “¡Shhhh!”. La sujeté con fuerza y le mantuve la boca tapada. Ella temblaba entera, y a medida que le clavaba la cabeza de la estaca más y más adentro, se daba cuenta que el tamaño del “supositorio” ya no era el de ese adolescente de 17 años que la penetró por el popín cuando ella tenía 12. El ano se le abría más… Y más… Y más… Mucho más de lo que ella recordaba… “Mmmmfff…. Mmmmffff…” decía a través de la mano con la que le tenía tapada la boca…
La cabeza entró entera, llegué hasta el segundo esfínter, y comencé a estimulárselo con pequeñas embestidas. Cuando sentí que se le relajaba, proseguí con el avance… Y muy lentamente, la cabeza pasó completa el segundo esfínter…
“¡¡Mmmmm…!!” gimió mi primita. Me mantuve ahí, con pequeños mete-saca, estimulándole los dos esfínteres al máximo, hasta que se le relajaron lo suficiente para proseguir con la penetración. Y empecé a avanzar de nuevo. Los “¡Mmmmffff…!” comenzaron a ser cada vez más desesperados, a medida que mi pene entraba más profundo en su pompi… Pero no detuve mi avance… Ya sabía que su popó recordaba bien lo aprendido…
Sádicamente, le mantenía la boca tapada, y ella sabía que no podía hacer demasiado ruido… Seguí penetrándola milímetro a milímetro, exasperantemente lento, mientras con la mano libre le acariciaba suavemente el clítoris… Estaba totalmente mojada, y cuando llevaba más o menos la mitad del pene adentro, se estremeció con un primer clímax…
Seguí empujando apenas lo suficiente para que mi pene no detuviera nunca su triunfal y cruel avance… ya estaba llegando a dos tercios de la lanza… y mi primita se sacudía y temblaba entera… Sus nudillos estaban blancos de apretar con tanta fuerza el lavatorio… respiraba en forma entrecortada a través de mi mano… le aparecieron gotitas de sudor en la frente… mientras yo seguía penetrándola por el popó… Sin piedad…
La estaca seguía avanzando, ahora tres cuartos estaban adentro… “MMMMMMFFF… MMMMMMFFF…” seguía diciendo ahogadamente a través de mi mano… las piernas le temblaban y se le doblaban las rodillas… pero sus quejidos desesperados eran inútiles… yo seguía penetrándola más y más profundo, haciendo caso omiso de sus gemidos… sentía sus blancas y redondas nalgas rozar mi bajo vientre… mi pene ya había entrado al 90%… y seguía avanzando…
Ahora mi primita temblaba descontroladamente, se le llenaron los ojos de lágrimas, y los “MMMMMMFFF… MMMMMMFFF” eran cada vez más agónicos y guturales…
Mi pene ya estaba casi entero dentro de su pompi, y sus tersas nalgas comenzaban a apretarse contra mi vello púbico…
Pero no me detuve, y la estaca siguió entrando más y más…
Hasta que por fin…
Por fin…
Sus nalgas quedaron totalmente pegadas a mí…
Mi dardo caliente había entrado entero en su precioso popín…
Me pegué con fuerza a ella, la puntié y revolví suavemente la estaca para que sintiera bien todo el largo y grosor, hasta en lo más profundo de su tierno popó… Mi primita se estremeció con convulsiones violentas, sus jugos vaginales mojaron mi mano… El ano le pulsaba rápidamente alrededor de la base de mi pene, confirmando un intenso y poderoso orgasmo…
Le saqué la mano de la boca y ella respiró como un animal salvaje… Le tomé el pelo por la nuca y le giré la cara para darle un beso… Me besó con furia, con lujuria, con pasión desenfrenada, con desesperación… Mi linda primita estaba empalada como nunca había estado antes, porque mi pene, cuando la inicié en el sexo anal aquel verano, era mucho más chico que ahora… Ahora tiene uno bastante más grande clavado en el poto hasta el fondo… Y a pesar de la crueldad y sadismo de la penetración a la que la tengo sometida (¿o precisamente por eso?), está gozando como no había gozado desde aquel verano…
La tuve así un largo rato, con el pene entero adentro, punteándola y apretándola contra mí, ella a su vez paraba el poto y lo meneaba y empujaba para atrás, y parecía que en cualquier momento se iba a desmayar…
Hasta que no aguanté más, y un orgasmo tremendo subió por todo mi cuerpo, y le mandé chorro tras chorro tras chorro…
Ella bajó la cabeza, le temblaron las piernas, se le doblaron las rodillas y se estremeció en un espasmo de placer… Empujó con toda su fuerza para atrás, y tuvo un último orgasmo diciendo en un susurro:
“Aaaahhhhh… Me encantaaaaaa…”
Seguí pegado a ella, acariciándole el chochi y besándola, mientras mi estaca disminuía lentamente de tamaño. Tomé la toalla húmeda, la metí por delante entre sus piernas y la puse bajo mi pene. Retrocedí suavemente hasta salir de su popín, cuidando que no goteara semen hasta su chochi, como siempre. Le limpié el popín hacia arriba con la toalla y me limpié el pirulón. Terminé de limpiarle el potito, y ella se dejaba querer, toda regalona. Se subió los calzones y los jeans y empezó a arreglarse la blusa.
“Sal tú primero, yo me tengo que arreglar” me dijo, dándome un beso. “Te espero afuera” le dije. Ella me sonrió, me dió otro beso y me dijo “Eres un negro malvado… Sigues igual de sádico y depravado que cuando era chica… Me encanta que seas así de malvado conmigo…”
Salí disimuladamente y me dí toda la vuelta, hasta llegar al otro patio. El asado seguía en lo mejor. Cientos de personas, ideal, pensé, mucho más fácil pasar desapercibidos con nuestra “desaparición”. Al rato llegó mi primita, más preciosa que nunca, maquillaje arreglado, bien peinadita y como si nada, pero con un rubor erótico en la cara que sólo yo sabía a qué se debía.
Para disimular, se puso a conversar con otras minas mientras se tomaba una chela. Y yo también me puse a conversar con otros compadres, de fútbol o de economía o de cualquier weá. Pero no podía evitar mirarla, y ella también me lanzaba unas miradas apasionadas. Y me seguía mirando disimuladamente el paquete.
No alcanzó a pasar ni un cuarto de hora, y ya se me estaba parando de nuevo. Ella lo notó al instante, me miró, bajó la vista hasta mi bulto y se mordió los labios lascivamente… Y con disimulo partió de nuevo para adentro. La invitación era obvia, estaba lista para jugar de nuevo a la Princesa Rusa…
Dicho y hecho, a los pocos minutos estábamos encerrados en el mismo baño de nuevo…
Y una vez más le clavé mi dura y gruesa estaca en su bello y tierno popó de niña…
¡Hasta el fondo…!
¿Que si nos seguimos viendo con mi linda primita después de este tremendo reencuentro?
Mmmmm… Lo siento mucho niñas, pero no les puedo contar nada más… Muuuuy peligroso…
Pero esto no se acaba aquí niñitas… Noooo, todavía falta el último capítulo de estas memorias eróticas…
Sí, porque como les comenté al final del capítulo anterior, cuando estaba a punto de empezar mi quinto año de universidad, de la nada me llama una mocosa a la que alguna vez le había hecho clases particulares (Hey, calma, sólo clases, no como con Pauli y Marce) y me cuenta que entró a mi facultad y me pregunta si podía ayudarla a elegir ramos y toda esa onda…
Sí, ya me imagino que deben estar pensando: “¡Qué fome!”
Pero esperen… Resulta que esta minita venía de un colegio ULTRA católico… ULTRA cuico… y ULTRA cartucho… Y sin embargo, en este colegio, las prenumerarias y candidatas a novicias tenían que someterse a unas penitencias muy especiales… y muy secretas… ¡Nada menos que con los sacerdotes confesores…!
Aaaaah, veo que capté el interés de mis lectoras…
¿Les gustaría saber de qué se trataban esas penitencias?
Lean entonces el escabroso y escalofriante capítulo siguiente… Pero respiren hondo y prepárense niñitas… Porque lo que van a leer no es algo que sucedió en un internado de colegialas en Rusia, hace siglos y a miles de kilómetros de Chile…
Por increíble que parezca… ¡sucedió en Chile y en un colegio del barrio alto de Santiago…! Un colegio de la elite más cuica, más aristocrática, más católica y conservadora del país…
¿Se atreven?
Lean entonces el último y ultra-hot capítulo de estas memorias…
Continuará…
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