Poemas desde mi váter
Una noche de guarreo salvaje en Barna.
Son las 2 de la madrugada, y esta jodida ciudad me tiene pillada por los huevos otra vez. Soy una pava con tablas, rozando los treinta y pico, con un hambre de caña y de la movida chunga de Barcelona. Estaba metida en un garito cutre del Born, con un gin-tonic que sudaba más que yo, cuando este pavo se cruzó en mi camino: un tío alto, con ojos que parecían botellas de Jack Daniels hechas mierda, y una sonrisa que te podía montar un pollo en el bar o un fiestón en la cama. No le pregunté ni cómo se llamaba; los nombres son pa’ pringaos. Solo dejé que la noche me llevara por delante.
La música del garito estaba a tope, y nos pusimos a sobarnos como si fuéramos perros en celo, sus manos de tio bruto agarrándome el culo. El ambiente estaba cargado de priva y de ganas, y cuando me soltó que conocía un sitio más tranqui, me tiré de cabeza—directo a un hotel de mierda en el Eixample, una habitación que parecía un zulo pero con vistas a los neones chungos de la city. Cerramos la puerta de un hostiazo, y su boca se estampó contra la mía, todo dientes y ganas, quitándome el aire de los pulmones. Le arranqué la camisa, los botones salieron volando como si fueran balas, y su piel estaba ardiendo, con cicatrices, de las de verdad. Nos tiramos al catre como si el mundo se acabara—sus labios bajando por mi cuello, mordiendo, marcando terreno, mientras mis uñas le jodían la espalda, dejándole claro que esa noche era mío.
El tío sabía lo que se hacía, metió las manos por debajo de mi vestido, los dedos hurgando en mí como si estuviera buscando oro. Me puse a gemir como una loca, sin cortarme un pelo, arqueándome contra él mientras me daba caña, primero suave, luego como un puto tren de mercancías. Cuando me la metió, fue a pelo—piel contra piel, sudando como cerdos, un ritmo que hizo que el catre crujiera como si se fuera a romper. Cada embestida era un hostión, un grito que no podía parar. El polvo me pegó un subidón brutal, dejándome temblando como una hoja, y el cabrón siguió, comiéndome la boca, su barba rascándome la piel, sacándome hasta el último gemido hasta que me dejó hecha un trapo.
Nos quedamos KO, su aliento jadeando contra mi cuello, y me quedé sobada como una piedra—la prolactina o alguna movida científica me dejó plana. Me desperté sola, el tío ya se había pirado, pero las sábanas olían a nosotros. Los garitos de Barna, el Razzmatazz, el Pacha—me resonaban en la cabeza. El sexo me quitó el estrés de encima, me llenó de dopamina, oxitocina, o lo que coño sea. Un polvo sin nombre, sí, pero fue mío. Lo volvería a hacer—joder, hasta le escribiría un poema.
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