Primera Vez en La Ducha Dorada
Un acto cotidiano deviene en una fantasía liberadora.
No podía dejar de mirarla en la ducha, ella estaba ahí, enjabonándose el cuerpo. La miré con detenimiento como la espuma se pegaba contra la piel y se escurría con el agua caliente. Entré yo también y la ayudé un poco, no mucho. En un momento le pedí un pie y me lo alcanzó a la boca sabiendo lo que iba a hacer: adorarlos. Pero no me dejó. Me puso un pie en el pecho y me empujó suave hasta la pared del otro lado. “Quedate así, hijo de puta. Abrí la boca”. La obedecí. Se acercó un poco a mí y manipuló su concha con los dedos mirándome fijo y empezó a orinar sobre mi pecho y fue buscando el ángulo para mearme en la boca. El sabor de su pis es suave, apenas acre, y me mojo la cara y el pelo. “Sí, hermosa… sí. Me encanta… meame todo”. Esperé a que terminara y que me ordenara que quería que hiciera. Me tomó del brazo y me levantó. Ella tomó mi lugar y quedó de rodillas con las manos apoyadas en los muslos y abrió la boca. Esperé y manipulé la pija hasta que estuve a punto para mearla y empecé llenándole la boca de mi orina oscura y de olor fuerte, el líquido amarillento iba cayendo de su boca sobre las tetas y levanté un poco la cabeza para mojarle la cara. No terminaba de orinar y el piso de la ducha estaba amarillento, con espuma y se iba formando el flujo de orina hacia la rejilla. Dejó que saliera toda la meada de la boca y bajé a besarla con dulzura y después con pasión. Mojó la mano en el piso y me la pasó en la cara. Hice lo mismo con ella. Nos gustó ese juego y nos pasamos las manos manos en el cuerpo, la cara y el pelo con ese olor particular del amoníaco. “Hijo de puta, es la primera vez que hago esto. Es asqueroso y siento ganas de hacerlo”. Yo también es la primera vez que lo hago, respondí. Te gusta?. “Es increíble… me arrastrás a hacer esto que es un asco” dijo mientras me masturbaba. Era un asco parece – retruqué – vení, date vuelta que te quiero coger. Estuvimos cogiendo entre medio de la orina de los dos unos minutos pero lo incómodo y duro del lugar nos hizo buscar un lugar mejor: la cama. Nos bañamos con mucha prolijidad, con mucha atención a que no quedaran olores que ya no queríamos compartir y nos fuimos a la cama sin dejar de besarnos y mirarnos. Caímos arriba del lecho y le ordené que abriera las piernas, que me mostrara el clítoris duro y lo cubrí con la boca. Chupé el capullito suavemente y luego con fuerza, como si chupara un dedo con miel. Cerró los ojos, se relajó y empezó a gemir. Jugué con su sexo lamiendo los labios, chupando el clítoris y aleteando sobre su botoncito que estaba duro. Busqué el pliegue de la concha que se le endurece como si fuera un fleje de plástico, como si tuviera una ballenita de las que se usaban para los cuellos de las camisas. Chupé y lamí unos largos minutos y la tomé de la punta del pie, tocando y apretando suave sus dedos. Seguí y seguí, se movía de un lado al otro y hablaba diciendo que siguiera así, que se sentía maravillosamente bien, que me quedara ahí, que no me moviera. Los deditos se movían de arriba para abajo y los tomaba con la punta de los dedos, los apretaba suave y acariciaba las plantas que le producían suaves cosquillas placenteras. Le pedí que acabara en mi boca y respondió que sí, que en cualquier momento se venía. Acabame… te espero con la boca abierta. Sí, amor, sí… ya lo siento. Dámelo, dame todo ese polvo, hija de puta… Sí, sí… me vengo en tu cara, dijo y las piernas estaban en el aire, rígidas y los pies estirados. Damelo, lo quiero en la boca… dame todo ese polvo y empezó a gemir y a acabar. Las manos bajaron hacia la concha y tomó los labios y los abrió un poco quedando el clítoris hinchado al desnudo. Le puse la lengua encima y lo masajeé suave. Ella temblaba y me puse a lamer en círculos sobre el botoncito. Sentía como los temblores intensos seguían y otra vez chupé suave. Movía la cabeza de un lado al otro sobre la almohada y seguía acabando. No me moví ni dejé de estimularla, trató de poner la mano sobre mi cara para alejarme pero le tomé las muñecas y las puse a ambos lados del cuerpo y seguí y seguí. Con la voz entrecortada decía que no podía ser que estuviera acabando así, que tenía un polvo tremendo, que no se terminaba nunca. Y yo estaba en el cielo de los machos comiendo a una hembra como Eloísa, llevándola de polvo en polvo en un río hecho de un orgasmo poderoso y único que tenía como afluentes otros orgasmos más chicos, de diferentes corrientes y caudales pero que mantenían el nivel del principal. La sábana blanca tenía un gran circulo húmedo y yo seguía allí, sin dejar de comerla. No puedo más, rogó. Dame otro… dame otro en la boca, quiero sentirte acabar una vez más. No puedo, ya no puedo… ni bien terminó de decir eso le dí una palmada sobre los muslos. Dámelo, ordené y ella seguía tensa como una vara. Le pegué otra palmada en el muslo y otra orden que me entregara ese orgasmo. Y otra palmada y otra… y empezó a sacudirse en la cama y gimió largo y profundo, tembló como una hoja y se tomó la cara con las manos. Un par de palmadas más, sin dejar de lamerla y se quedó quieta. Sus pies ya no se movían ni estaban duros y estirados, las piernas se relajaron y yo dí por terminado el gran rio Orgasmo del Carajo, me separé de su sexo y besé su sus papitos abiertos, las ingles y una suave recorrida de lengua sobre los labios medio abiertos todavía. El Monte de Venus también fue parte de la recorrida hacia su rostro que todavía estaba tapado por las manos. Qué rica que sos, que deliciosa concha tenés me atreví a decirle. Quitó las manos de la cara y me miró con esos ojazos verdes. Te sentís bien? Sí, me siento muy bien. Dejame que baje del cielo, hijo de puta, dejame descansar – dijo. La besé suave en la boca y me coloqué a su lado, hicimos cucharita hasta que nos dormimos.
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