Quedé encantado, con lo que párroco me hizo.
Un joven que sus padres quieren que sea sacerdote, queda bajo las completas ordenes del párroco, quien poco a poco lo va preparando, hasta que lo convierte en su putita. .
Quedé encantado, con lo que párroco me hizo.
Todo comenzó cuando nos mudamos, del campo al pueblo, no bien mis padres, y yo fuimos a la primera misa, que a la salida nos esperaba el párroco para presentarse, y conocernos.
No sé qué sucedió, pero me da la impresión, que desde la primera vez que nos habló, él vio algo en mí, ya que de inmediato no tan solo me comentó que yo podría ser monaguillo, sino que, si lo deseaba, eventualmente podría entrar al seminario, para posteriormente ordenarme sacerdote.
Para esos momentos, recién cumplía los 18, pero por ser bajito, delgado, con cara aniñada, y con una abundante melena castaña clara, cuando le dije mi edad, se sonrió, diciendo. “Si no lo dices, cualquiera diría que tienes menos de 14.”
Mis padres se sintieron honrados, por las palabras del sacerdote, y sin ni tan siquiera llegar a preguntarme qué opinaba yo al respecto, me dijeron frente al padre. “Ya sabes tiene que obedecer todo lo que el señor párroco te ordene, sin excusa alguna, ¿entendiste?”
Así que se podrán imaginar que tan rápido comencé a ser no tan solo monaguillo, sino prácticamente me convertí en la sombra del párroco de la iglesia.
Un día llegué, un poco tarde a la casa parroquial, y él me ordenó que me arrodillase, y así lo hice, luego parándose frente a mí, me dijo. “Abrázame las piernas, y pega tu cabeza a mi cuerpo al tiempo que repites, lo que yo te digo.”
Yo seguí sus instrucciones al pie de la letra. Y repetí lo que él me decía. “Padre quiero ser sacerdote. Perdóneme por llegar tarde, haré todo lo que usted me ordené, para que me perdone.”
Al principio no le presté mucha atención a un detalle, y es que cada vez que estando a solas nosotros dos, él me ordenaba arrodillarme, y repetir más, o menos, siempre lo mismo. Al pegar mi cabeza a su cuerpo, al poco tiempo noté que cuando pegaba mi rostro a su cuerpo, podía sentir contra mi rostro, lo caliente y duro de su miembro.
Así que mientras lo abrazaba por las piernas, y pegaba mi cabeza a su cuerpo, sentía con mi cara, la dureza, y el calor de su miembro, bajo la tela del pantalón, y de la sotana.
En otra ocasión justo antes de que iniciara la misa me dijo. “Quítate todo, solo te quedas con los zapatos y medias puestas.” Así que una vez que terminé de obedecerle, dio una vuelta a mí alrededor, y a manera de juego me sonó una ardiente, y corta nalgada, para después indicarme que me pusiera el hábito de monaguillo. Lo que hice sin ni tan siquiera preguntar el ¿por qué?
Ocasionalmente el párroco, me repetía una y otra vez que debía obedecerlo ciegamente, por lo que no debía contarle, ni hablar con nadie, sobre lo que él llamaba, los secretos de la iglesia.
Así que se imaginaran, que no me atrevía ni tan siquiera contarles a mis padres, las distintas cosas que el párroco, me ordenaba hacer, o dejar hacerme, como por ejemplo en muchas ocasiones, tras indicarme que me quitase toda la ropa, manoseaba mis desnudas nalgas.
Creo que fue cuando recién y había cumplido los 19, que el párroco me indicó que, al terminar la misa, entrase a la casa parroquial sin que nadie se diera cuenta. Que subiera a su habitación, y que lo esperase sin nada de ropa en la ducha.
Yo no dudé ni por un instante en obedecerle, así que cuando él subió me encontró tal y como me lo había ordenado.
Como en otras ocasiones me agarró las nalgas, pero en esa ocasión se comenzó a quitar toda la ropa hasta quedar tan desnudo como lo estaba yo.
Fue cuando ya sus acostumbrados manoseos, y lengüetazos por todo mi cuerpo, se hicieron mucho más intensos.
La verdad, es que al principio me encontraba algo asustado, aunque también muy excitado, y cuando me indicó que me duchase, y él mismo comenzó a enjabonar todo mi cuerpo, me sentí nervioso, pero al mismo tiempo comencé a sospechar que el párroco, quería hacer algo más que enjabonarme.
En par de ocasiones me demoré en obedecer sus órdenes, por lo que me recordó, ya sabes si quieres ser cura, debes obedecerme en todo.
Por lo que yo cuando él me ordenó que lo acompañase a su habitación, agarrado de una de sus manos, así lo hice. Luego me indicó que me acostase boca abajo, sobre su propia cama, y así lo hice.
Cuando me ordenó que separase mis piernas, así lo hice, y cuando me ordenó que levantase mis nalgas, desde luego que así lo hice también.
Él continuó manoseándome las nalgas, y pasándome su cálida lengua por todo mi cuerpo, de momento comenzó a penetrarme con sus dedos, y a medida que lo empujaba dentro de mi culo, acercó su rostro a uno de mis oídos, y me repetía. “Acuérdate que debes obedecerme, y decirme lo mucho que te gusta que yo te haga todo esto.” Bueno la verdad no era nada incomodo, ni doloroso.
Al principio fue un solo dedo, luego introdujo dos, y así sucesivamente hasta que pienso que me estaba metiendo prácticamente gran parte de sus cinco dedos. Cosa que después de un rato comenzó a gustarme y mucho.
Luego me volvió no tan solo a manosear, sino que colocando una de sus manos en mi cintura, mientras que, con la otra mano, llevó su erecta verga, el centro de mis paradas nalgas.
Yo en esos momentos comencé a pedirle que no me hiciera daño, mientras que él me decía. “Relájate que vas a ver cómo termina gustándote, todo esto.”
Luego medio encajó la cabeza de su verga, en mi abierto esfínter, para luego, cuando colocó su otra mano al otro lado de mis caderas presionó con fuerza.
Penetrando mi culo con su parada verga. Sentí un fuerte dolor, y hasta se me brotaron algunas lágrimas, aparte de que se me escapó un pequeño grito. Mientras que el párroco me decía. “Relájate, que el dolor ya mismo se te va a pasar.”
A mi aun me dolía el culo, cuando él comenzó a meter, y sacar toda su verga una y otra vez, sujetándome con fuerza por las caderas.
No fue hasta después de un corto rato que comencé a sentir un raro placer, al mismo tiempo que con una de sus manos me masturbaba.
Yo no podía dejar de mover mis caderas, al mismo tiempo que él continuaba clavándome una y otra vez toda su verga por mi culo.
Fue cuando me dijo. “Ahora eres mi hembra, y harás todo lo que yo te ordené. O de lo contrario, todo el pueblo se enterará que realmente eres un maricón, al que le gusta que le den por el culo.”
Yo aparte de que estaba confundido, estaba sorprendido, aunque yo no había sido quien había decidido que nada de eso pasara.
Pero por lo que el padre decía, esa era la impresión que seguramente el resto de las personas creería.
Pero al mismo tiempo el sentir todo lo que el párroco me estaba haciendo, me gustaba. Hasta que de momento sacó su verga de entre mis nalgas, y agarrándome por mi abundante y larga cabellera, me obligó a que me la metiera en la boca, la que yo gustosamente me dediqué a mamar, hasta que, tras venirse, me obligó a que me tragase toda su leche.
Después de esa primera vez, yo quedé encantado con lo que párroco me hacía, nada más le bastaba darme una mirada, para que yo, después de la misa, disimuladamente desapareciera, y lo esperase en ocasione, completamente desnudo en su habitación, mientras que en otras encontraba algunas prendas de ropa íntima femenina, tendidas sobre su cama, las que gustosamente yo mismo me ponía.
Eventualmente, yo comencé a tener mis encuentros, fuera de la casa parroquial, con algunos de mis amigos, y conocidos.
Hasta que finalmente entré al seminario, en el apenas llegué varios de mis nuevos compañeros, se dieron cuenta de mis gustos.
Según supe mucho después, la policía detuvo al párroco supuestamente por abusar sexualmente de una de las viejas beatas, en la sacristía.
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